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Ayer vi en los informativos de televisión a un par de operarios, Black&Decker en mano, desatornillando las placas de la vergüenza en Valencia. Vergüenza ahora, claro, que no queda bien decir que un centro de día o la enésima rotonda tuvo como estrella principal a Alfonso Rus el día de su inauguración. Quien dice rotonda dice circuito de Fórmula 1 o la Ciudad de las Artes y las Ciencias, que en esa comunidad mucha sobriedad no hubo.
Mi opinión, mientras se deciden a darme el ministerio de animadores socioculturales (gracias por venir, Hernández Moltó), es que habría que dejarlas en su sitio. Porque eso es lo que éramos, lo que en parte seguimos siendo, y qué mejor herencia recibida que el bochorno de cuando aplaudimos a mangantes, a sinvergüenzas y sin escrúpulos, los adictos al dinero y a las faldas cortas y los bolsos de Vuitton. Y lo sabíamos y miramos a otro lado. Al lado de las urnas, concretamente, para votarlos.
Nos hemos creído tanto lo de que la Transición consistió en pasar página que ahora, a la mínima, renegamos de nuestros clásicos. Tampoco debimos sacar del Museo de Cera a los dos yernos del Emérito. Porque Marichalar nos dio grandes momentos de gloria y ha sido el único español heterosexual transgresor con su fondo de armario, y Urdangarin, por lo mismo que las placas, porque le hemos dado dinero a un deportista aspirante a directivo, a un quiero y no puedo al que sólo le humanizaba el tono de sus correos electrónicos (a ver quién se salva como espíen los nuestros).
Me pregunto por qué no recurrimos a la Black&Decker cuando se contaban billetes, cuando se celebraban las fiestas en pijama de Enrique Ortiz y Sonia Castedo (que tiene estatua propia, espero que por mucho tiempo). En Madrid, mientras Carmena se da tanta prisa por cumplir la memoria histórica que le acaba fallando, no consta que se hayan desatornillado las placas que inauguró Granados, alias No tengo un duro en Suiza. Desde aquí lo digo: ojalá una ruta por el Madrid de las placas. Con su autobús turístico y un dossier para contextualizar al pagar la entrada.
Mientras, Camps y Barberá siguen calentando silla en el Senado (y luego que si para qué sirve) y Aguirre nos sigue dando lecciones de política. Lo mismo apuesta por la gran coalición que acusa a Carmena de nepotismo (lo dice la misma señora que puso a su hermana de jefa de prensa de una junta de distrito, con el trabajazo que eso conlleva). Los andaluces siguen votando al PSOE porque, total, a quién le importan los ERE y las facturas de los langostinos, y los Pujol siguen diciendo que Madrid es como ese profesor que nos tenía manía en el colegio.
Coloquemos una placa en cada colegio electoral: Somos lo que votamos. Tenemos lo que queremos.
Ayer vi en los informativos de televisión a un par de operarios, Black&Decker en mano, desatornillando las placas de la vergüenza en Valencia. Vergüenza ahora, claro, que...
Autor >
Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
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