El críquet de dios
Mientras que el mundo se derrumba, en Roma cristaliza un club de críquet (compuesto por extranjeros, seminaristas concretamente) en medio de una sociedad chovinista, racista, curiosa y mártir
Julio Ocampo 10/02/2016
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El cielo plomizo y encapotado, y la vegetación circundante, es una declaración de intenciones delatada por el bate de críquet: invierno en Westminster, poco después de un brunch a base de huevos estrellados y bacón, y justo antes de la hora del té negro con bollos. Nada más lejos de la teórica realidad, ya que se trata de Roma, en un pesaroso invierno que acoge un deporte principalmente de tradición inglesa. Popular en todos los países que componen la Commonwealth (India, Sri Lanka o Pakistán como más destacados). Esta vez, con sotanas mediante.
Dios, incurriendo en un mundo que no es el suyo, ha querido aliar a todos los astros para que el panorama sea simbiótico en el inicio de la segunda temporada del San Pedro Críquet Club, la escuadra del Vaticano, una idea cuya matriz salió de John McCarthy, embajador australiano por la Santa Sede. Tras un primer curso culminado por una gira en el Reino Unido, el equipo (compuesto por seminaristas que estudian en los colegios pontificios de Roma) toma forma de cara a los compromisos amistosos de una temporada --en pausa por el frío-- que reanudará a finales de febrero y terminará en abril de 2016: el 13 contra Caacupe de la Villa (club argentino de periferia) y diez días después ante el The Royal Household CC. Entre medias, envites ya disputados contra los británicos Highgate Taverners y St. Radegund’s, Mount (comunidad musulmana) y The Church of England XI.
“El deporte es un nexo que fomenta el respeto entre religiones, personas y culturas. Un medio para ensamblar áreas diferentes”, declama el Padre Eamonn O’Higgins, director del colegio Matter Ecclesie (Legionarios de Cristo) y mánager de un club vertebrado en su mayoría por paquistaníes, suramericanos e hindúes. “Pero tenemos benefactores en todo el mundo, incluido Canadá, que se ofrecen a financiarnos las equipaciones”, apunta quien da sentido a todo, encargado además de sostener y arengar a unos chicos que, lejos de sus familias, encuentran en el críquet un cordón umbilical unido directamente a su lugar de origen.
“Vivo en Roma desde hace seis años, pero me gustaría volver a casa, a mi diócesis, cuando termine de estudiar. El mensaje que me llevaré será la posibilidad que me dio un país (conocido sobre todo por el fútbol) de jugar al críquet, algo que yo hacía de pequeño”, recuerda Paulson Antony, el único sacerdote del grupo. Un joven de la India que, pese a que el 85% del país practica la religión hinduista, recibió la llamada del cristianismo. Es el motor de una plantilla que, como diría Jorge Bergoglio, tiene un espíritu amateur. Y siempre lo tendrá, porque en ese romanticismo reside su esencia. El resultado no es más que eso: una palabra.
Deporte eterno
En Italia, el críquet nació en los años veinte. Fueron las potencias futbolísticas actuales del país (Milán o Juventus) quienes empezaron a desarrollarlo, incorporando varios clubes a esta disciplina. Si con el Fascismo, reacio a cualquier atisbo de influencia inglesa, se paralizó todo, fue tras él (1945) cuando comenzó de nuevo a desarrollarse en el Belpaese. El Vaticano, quizás, sea el mejor altavoz urbi et orbi para promulgar el mensaje: todos son iguales, tanto en la vida como en el deporte. “Defender esta camiseta es un honor. Estar en Roma y hacerlo para San Pedro y el Papa es lo máximo. Que el deporte sea capaz de unir realidades diferentes me parece fantástico. Eso sí, el críquet no es la solución a todo, sino el punto de referencia para comenzar a resolver conflictos del mundo”, apela Pratheesh K. Thomas, natural de la India, como su compañero Ajeesh George, que transmitió la alegría de Francisco cuando les acogió. “Le vi feliz con esta idea. Nos animó a continuar”, apunta.
Mientras que el mundo se derrumba, en Roma cristaliza un club de críquet (compuesto por extranjeros) en medio de una sociedad chovinista, racista, curiosa y mártir, ya que desde el Imperio Romano sólo se ha protegido ante las continuas invasiones. Pero ahora no tiene que construir más Muros Aurelianos, sino abrir caminos. “El equipo ha ganado en consistencia y en visibilidad internacional, aunque aún tenemos que seguir amalgamándonos. El viaje a Inglaterra nos dio una resonancia mundial. Como dijo el Papa, ‘las murallas no sirven para nada, sino que hay que tender puentes’. Esto es algo que pertenece a la esencia del mensaje cristiano. Cristo es el Pontífice, que en Roma era una magistratura encargada de hacer puentes de mediación”, explica Melchor Sánchez de Toca y Alameda, sacerdote español y subsecretario del Consejo Pontificio de la Cultura, órgano encargado de oficializar y desarrollar este inusitado proyecto en el país más pequeño del mundo. Una loa al cielo mediante el deporte. O viceversa.
El cielo plomizo y encapotado, y la vegetación circundante, es una declaración de intenciones delatada por el bate de críquet: invierno en Westminster, poco después de un brunch a base de huevos estrellados y bacón, y justo antes de la hora del té negro con bollos. Nada más lejos de la teórica...
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