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Topolino.
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El eclipse (1962) es la película que cierra la trilogía de Michelangelo Antonioni sobre la incomunicación y la vacuidad del ser humano. En ella, Mónica Vitti no para de caminar hacia ninguna parte en busca de nada. Su naturaleza se arquitraba con fugaces instantes de alegría, gracias a bellas mentiras, e infinitos momentos de aflicción. Vive en un mundo lleno de contradicciones, rodeada de gente sin valores, incapaz de resolver situaciones de frente, sabiendo que para curar la herida es necesario el dolor.
Hay algo de todo eso en una Italia relativamente joven (la unificación se consumó en 1870), de pensamientos primitivos y una tendencia a lo bambinesco: comen helados de nutella, tienen miedo de la palabra muerte, curan la depresión con chocolate y adoran a Topolino (Mickey Mouse). Comprendido esto, no es extraño ver convivir en el país a locos maravillosos, capaces tanto de pintar una Capilla Sixtina como de pactar con la Mafia. La sensación es que nunca pasa nada; aunque esa dejadez controlada termina por desenmascararles. Tanto en la vida como en el fútbol.
El penúltimo incidente lo protagonizó Daniele De Rossi, simpatizante de Fuerza Nueva, que en su partido de Serie A contra la Juventus llamó “zíngaro di merda” a Mandžukić. “El árbitro no le expulsó al no percatarse, y se acudió a la prueba de televisión. No hubo sanción porque el Tribunal Federal de la FIGC (Federación Italiana de fútbol) sólo interviene en caso de violencia o insulto”, aclara Mauro Valeri, uno de los sociólogos más importantes del país. “Su presidente, Carlo Tavecchio (condenado cinco veces en el pasado, según Il Fatto Quotidiano), quiere cambiar estas reglas ridículas, porque es obvio que el hecho fue grave”, apunta alto y claro una voz que durante años ha luchado contra el racismo en el Calcio y en el deporte en general. “He escrito un libro sobre Balotelli (Vincitore nel pallone), pero desgraciadamente hablamos de un símbolo de lucha abandonado a su suerte”, añade. Desamparado en un país que pone siempre en cuarentena el avance moral.
“Desgraciadamente, el germen del racismo no ha desaparecido en Italia. Los tifosi marcan siempre la diferencia. Arrastramos aún el campanilismo (apego enfermizo a la propia ciudad e idiosincrasia) en la peor de sus versiones”, confiesa Gianni Mura, excelsa firma del diario Repubblica, que indaga en esa necesidad imperiosa de muchos hinchas: colmar una sed de venganza. “Necesitan un enemigo, quizás porque no han vivido una verdadera guerra”.
Homofobia
Italia es un país conservador y ultracatólico. Además de cínico, machista y estéticamente bello. El crimen organizado ha lavado durante años su dinero en el IOR (Banca Vaticana), pero siempre ha ido a misa y ha colaborado en diferentes ONG. El Bel Paese está asustado de sí mismo y de las circunstancias. Además, tras continuas ocupaciones (los Borbones por encima de todo), un legado de veinte años de dictadura, dos grandes guerras, graves problemas de identidad y unos años cincuenta difíciles, ha decidido no sufrir más. Y eso implica conceder el avance evitando el progreso.
Salvo raras excepciones, como Marco Verratti, Carlo Ancelotti o el árbitro Rizzoli, entre otros, pocos son los profesionales del fútbol que ceden su rostro a la UEFA para erradicar el racismo. “Totti una vez se posicionó y sufrió la ira de la curva sud”, rememora Valeri.
Y no sólo la discriminación racial impera. Se demostró hace algunas semanas en el incidente con Sarri (técnico del Nápoles), que llamó “maricón” a Roberto Mancini, entrenador del Inter de Milán. “No fue sancionado con dureza por el juez porque Mancini no es gay, entonces se consideró un insulto normal”, aclara Mura. Lo paradójico del caso es que un par de días después de lo ocurrido las portadas de los principales diarios deportivos subrayaron esta afirmación: “Notoriamente heterosexual”. Un mensaje que, descifrado, esconde demasiados asteriscos: Italia no tolera a los gais, y además es necesario recalcar la masculinidad de un hombre reputado. Si no, quizás, dejaría de ser reputado y hombre.
“Francesco Coco decía que hay homosexuales en el fútbol, pero jamás lo dirían porque serían masacrados por su propia hinchada. El fútbol es machista… Valdano me dijo una vez que todos sus entrenadores apelaban a echar huevos al asunto. Salvo Menotti, que una vez apeló a los sueños en lugar de la testosterona”, recuerda un Gianni Mura que admite el retraso italiano, al igual que el inglés, en temas de homofobia. “A Le Saux (exjugador del Chelsea) le pintaban de gay, sin serlo, sólo por no beber alcohol, leer The Guardian y visitar museos”.
Argumentos peregrinos para etiquetar, algo necesario en una Italia donde lo bueno es bonito y lo malo es feo. Donde hacer bella figura (quedar bien) es necesario para la supervivencia. “El fútbol es sólo la punta del iceberg. La ley hace la cultura. Aquí las leyes se hacen observando la realidad sin pensar en mejorar el país. En otras zonas del norte de Europa, por ejemplo, sucede al contrario: hay gobernantes que intuyen el futuro y elaboran tratados para cambiar la realidad y así crecer”, espeta Concita de Gregorio, exdirectora de L’Unità, actualmente en La Repubblica y la RAI.
País radicalizado
Decía Giulio Andreotti que “para asegurar el bien a veces es necesario perpetrar el mal”. Y no le faltó razón. Acusado de todo salvo de las guerras púnicas, como siempre le gustó decir, ejerció a la perfección el prototipo de viejo político italiano: cristiano, corrupto y cínico. El Gobierno es débil, “y muchas asociaciones antirracistas son más radicales por sus colores futbolísticos que activistas, luego no razonan. Y no solo, ya que en muchas ocasiones ciertas instituciones hacen poco por miedo a ser acusadas de estar politizadas. A mí, por combatir todo esto, me llaman comunista”, afirma un Valeri resignado ante una sociedad capaz de enmascarar una situación difícil para no afrontarla. La inoperancia del hombre, diría Kafka.
El final es el principio. El estadio, y la vida, sigue siendo un campo minado para gais y negros. Muchas entidades como la Roma o la Lazio (escuadra de Il Duce, fundada por el Suboficial de Infantería Luigi Bigiarelli) han sido --y siguen siendo-- rehenes de sus hinchas más radicales (normalmente de extrema derecha), que han aprovechado los fondos del campo de fútbol para sus negocios turbios de prostitución, merchandising ilegal y tráfico de drogas. Mediante sobornos han llegado hasta ahí gracias también a la connivencia de un sistema que para garantizar el bienestar general no hace más que revolver la mierda elegantemente. En todas sus aristas.
El eclipse (1962) es la película que cierra la trilogía de Michelangelo Antonioni sobre la incomunicación y la vacuidad del ser humano. En ella, Mónica Vitti no para de caminar hacia ninguna parte en busca de nada. Su naturaleza se arquitraba con fugaces instantes de alegría, gracias a bellas mentiras, e...
Autor >
Julio Ocampo
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