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La pregunta no es si gobernará el PP o el PSOE sino: ¿langostinos o callos?, ¿lentejas o salmón de piscifactoría?, ¿huevos regalados o atún rojo? Hoy toca huevos fritos con patatas.
Nos convencieron de que el mercado global propiciaba el progreso y el desarrollo. Nos vendieron, ya desde Marco Polo, el gusto por lo raro y por lo exótico. Nos sedujeron para aspirar y desear lo que alimentaba a los príncipes y a las élites. Y así nos va, comiendo mierda. Nuestro empeño en comer langostinos baratos arrasa miles de hectáreas de manglares, nuestra glotonería hacia el café y el cacao ha convertido en miserables hambrientos a miles de agricultores en África y América, nuestra afición a la carne está propiciando un derroche de agua potable y cereales nunca visto en la historia de la humanidad, nuestro capricho por el sashimi de atún o la carne de mero hace que se estén extinguiendo estos peces maravillosos. Nuestras neveras y despensas acumulan alimentos procesados que han recorrido miles de kilómetros, producidos en remotos países con toneladas de pesticidas “monsantas”, adornados por inversiones de marketing millonarias para hacerlos atractivos al consumidor occidental medio. Mientras tanto hoy, en el siglo XXI, hay casi mil millones de personas que no pueden comer lo que necesitan. Hoy, en este instante, unas mil personas mueren a la hora de hambre aunque se producen alimentos de sobra para todos. Personas como tú o como yo, que podrían ser tú o yo.
Por otra parte, en tan sólo una generación, hemos olvidado y se han extinguido para siempre los orales recetarios de cocina de nuestras abuelas, una sabia e inteligente cultura gastronómica que, con alimentos precarios y de pura subsistencia, propiciaba platos exquisitos. Ese saber y esa memoria gustativa ya no existe, salvo desde la arqueología culinaria que hacen algunos chefs reinterpretando aquellos platos con mejor o peor fortuna. En sólo una generación hemos vendido nuestra alma a la cocina precocinada, falsamente multicultural, engañosamente creativa, puro simulacro. La dieta mediterránea ya es sólo un recetario médico de escaso éxito real o un señuelo para vender libros con bonitas fotos. Es cierto, hay quienes siguen comiendo bien, quienes siempre lo hicieron aunque en otros siglos la impericia del exceso produjera reyes con gota y muertes súbitas por cenas de treinta platos, pero han aprendido y quienes comen los alimentos más sanos, ricos y en sazón son ellos, los de siempre. Para el resto queda el pienso, el sucedáneo y la mierda.
Por fortuna esta situación insostenible comienza a cambiar, no sólo por el valor que empiezan a tener para la clase media los productos ecológicos, por el cambio climático desastroso que ya estamos sufriendo o porque la televisión nos muestre una y otra vez la bofetada de las consecuencias de este crecimiento demencial y estupefaciente. Sino porque la comida se ha comenzado a considerar de verdad un derecho de la humanidad no sólo retórico y la cocina, o las miles de cocinas del mundo, un frágil tesoro cultural a conservar y rescatar porque implica formas de producción de alimentos muy distintas, con variedades de semillas y especies animales autóctonas, y formas de consumir alimentos que nada tienen que ver con la comida rápida y la proteína basura a costa de cualquier cosa. La revolución de los alimentos “kilómetro cero” o el “slow food” son la punta del iceberg de una revolución invisible que va a tener la fuerza de un tsunami y va a parar en menos de una década este catastrófico crecimiento neoliberal que está demostrando a los ojos de todos que sólo trae terror y hambrunas, guerras atroces y destrucción planetaria para que unos pocos, cada vez menos y menos, acumulen una riqueza abstracta que jamás podrán gastarse aunque vivan mil vidas derrochando. Una revolución que, como antes la francesa o incluso la americana, ha comenzado por la injusticia en el menú, porque nadie quiere comer pasteles cuando necesita pan. El suicidio global ya no es una cosa imprecisa que ocurrirá dentro de unos cientos de años sino un suceso de pasado mañana o incluso de antes de ayer. El TTIP es otro intento furtivo más de asegurar con leyes infames la conocida mentira de que “el mercado global propicia el progreso y el desarrollo de todos” pero se va a encontrar con una sociedad civil organizada, reactiva y consecuente que va a arruinar a más de una corporación con la revolucionaria acción de no comprar, no consumir. “Decrecimiento”, “bien común”, “trueque” son palabras dinamita que la crisis económica ha potenciado y puesto en valor. Se está acabando el desear comer mierda de lujo, comenzamos a entender que el sistema de producción mundial de alimentos produce millones de hambrientos y empobrece o enriquece a los de siempre. El lujo es otra cosa.
Hoy toca almorzar huevos fritos con patatas. Unos huevos que hace tres horas han puesto las gallinas de mi vecino, unas patatas que ese mismo vecino cultiva en una pequeñísima finca que antes era un trozo de tierra estéril al lado de una carretera. Nada más exquisito que lo cercano, nada más lujoso que lo que nos da un amigo, ningún otro privilegio iguala a que nos cuiden y nos den de comer porque nos quieren. Tocas un huevo recién puesto y piensas en los dinosaurios, las tortugas marinas y las gallinas que hace unos miles de años domesticaron los hombres. Acaricias una de estas patatas y estás tocando Perú y a los sabios agricultores que en un remoto tiempo, antes de la conquista, lograron cultivarlas en las tierras heladas del altiplano. He de decir que el mitin anterior no es producto de sesudas lecturas filomarxistas sino de los huevos, las patatas, los tomates, calabacines, fresas, kiwis, judías… que nos vende nuestro vecino a un precio irrisorio o nos regala las más de las veces. He de confesar que debo el descubrimiento del significado real de lo que es “lujo” a la madre de este vecino, que se llamaba Esperanza. Una mujer que de la nada más estéril, de un “perdido” junto a la curva de una carretera, con su esfuerzo y su saber, creó un paraíso de fertilidad asombrosa. Mujeres así son el futuro y no el TTIP.
Pringo las patatas fritas en las yemas de estos dos huevos fritos con deleite goloso y leo a Rendueles: En un sistema alternativo seguramente algunos megarricos deberían prescindir de sus yates con asientos tapizados en piel de pene de ballena, tal vez la clase media japonesa se vería obligada a aceptar que una vida sin inodoros domóticos es digna de tal nombre y los estadounidenses podrían tener que asumir que los carriles bici no son un anticipo de la llegada del Anticristo. Pero, por otro lado, en torno a mil millones de personas podrían dejar de pasar hambre y un número similar podría aprender a leer y escribir. Estoy seguro de que a él también le ha abierto los ojos un vecino generoso, unos huevos recién puestos, fritos en aceite de oliva, con su puntilla dorada, su yema densa y anaranjada. Una patatas fritas como estas y no las prefritas, ultracongeladas, transgénicas. El lujo de verdad es eso. El otro lujo sólo es mierda. Por la boca comienzan todas las revoluciones y está, por fin global, invisible, imparable, ya está en marcha.
Nota: Merece la pena el enorme y pavoroso reportaje El Hambre de Martín Caparrós. Anagrama 2015, o el divertidísimo y macarra ensayo El detective en el supermercado de Michael Pollan. Temas de Hoy 2010. Y este Capitalismo canalla de Cesar Rendueles. Seix Barral 2015. Rendueles es uno de los sociólogos europeos más lúcidos, claros y “broncas” que tenemos. Sus ensayos, junto con los de Owen Jones, comienzan a armar teóricamente muchas praxis ciudadanas que van a cambiar Europa. Para saber más del invento del lujo está el clásico ensayo Lujo y capitalismo de Werner Sombart. Sequitur 2009. O el de Yves Michaud El nuevo lujo. Taurus 2015. Para entender cómo nos han vendido la moto de este lujo popular está el estudio La distinción del sociólogo Pierre Bourdieu. Taurus 2012. Pero la fuente bibliográfica más importante han sido los huevos de las gallinas de mi vecina Esperanza.
La pregunta no es si gobernará el PP o el PSOE sino: ¿langostinos o callos?, ¿lentejas o salmón de piscifactoría?, ¿huevos regalados o atún rojo? Hoy toca huevos fritos con patatas.
Nos convencieron de que el mercado global propiciaba el progreso y el desarrollo. Nos vendieron, ya desde Marco Polo, el...
Autor >
Ramón J. Soria
Sociólogo y antropólogo experto en alimentación; sobre todo, curioso, nómada y escritor de novelas. Busquen “los dientes del corazón” y muerdan.
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