Tribuna
Tremendismo desde arriba: sobre titiriteros e intelectuales
Los autores replican al artículo de Luis Fernando Medina. En su opinión, los analistas han defendido mayoritariamente que la actuación judicial fue excesiva
Víctor Lapuente Giné / Elena Alfaro 12/02/2016
La rana Gustavo, esposada.
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Luis Fernando Medina Sierra escribía aquí “Totalitarismo desde abajo: sobre titiriteros, gendarmes e historiadores”, donde comparaba al “señor energúmeno que se abalanzó sobre los titiriteros y llamó a la policía” con “los miles de ciudadanos soviéticos que alimentaron la máquina del Gran Terror con pequeños actos” en la URSS de Stalin. Luis Fernando se manifiesta de forma muy contundente: “Para decirlo sin ambages, el episodio de los titiriteros es un caso de ‘totalitarismo desde abajo’. Tiene todos los ingredientes.”
El artículo nos ha dejado boquiabiertos. Porque el episodio no tiene todos los ingredientes del totalitarismo. Hubo un ciudadano que denunció –algo normal en un país donde el partido que aprueba leyes como la “ley mordaza” recibe 7 millones de votos– y muchos otros millones no lo hicieron ni lo hubieran hecho. Hubo una maquinaria policial-fiscal-judicial que se puso en marcha aplicando la interpretación más represiva de una ley ya de por sí represiva. Algo que se corrige como se corrigen los excesos en otras democracias. Primero, con la jurisprudencia. El Tribunal Supremo ya ha hecho interpretaciones de este delito, tan raro en nuestro entorno, de “enaltecimiento del terrorismo” mucho más sensatas, en las que se requiere que los “enaltecedores” muestren un apoyo por acciones terroristas concretas. Y que han impedido ex ante episodios similares a éste, o que, eventualmente, impedirán que se condene a los titiriteros en el caso de que su procesamiento penal continúe mucho más allá.
En segundo lugar, estas situaciones se impiden con cambios legislativos. Está claro que el Partido Popular ha aprovechado su mayoría absoluta para aprobar algunas leyes que han encontrado un rechazo frontal de prácticamente todos los partidos de la oposición, y de un número muy elevado de líderes de opinión. La movilización social, política e intelectual contra estas leyes ha sido muy notable, de hecho. En el nuevo parlamento español es muy probable que exista una mayoría significativa de parlamentarios dispuestos a cambiar la legislación en este aspecto y, episodios como éste pueden ayudarles a comprender los efectos perniciosos de legislaciones que de forma vaga tipifican como delito el “enaltecimiento del terrorismo” sin especificar qué acciones concretas pueden ser constitutivas de ese delito. Es un artículo desastroso: no lo tienen la gran mayoría de democracias que nos rodean y además permite las interpretaciones más alocadas. Un horror jurídico que, gracias a episodios así, empezará a ser más evidente para nuestros legisladores.
A nivel menor, también nos sorprende que Luis Fernando magnifique a los “intelectuales afectos al régimen que claman al cielo porque el orden se derrumba” tras la obra de los titiriteros; cuando ha habido una reacción que yo he encontrado bastante encomiable de la gran mayoría de analistas que hemos oído. Por cada uno que ha aplaudido al juez y ha pedido que los titiriteros pasen años en la cárcel, habremos oído a seis o siete que han hecho análisis más calmados, separando los hechos. Por ejemplo, criticando que se represente una obra de títeres que parece inadecuada para niños, pero reprochando con severidad el celo judicial (y ese delito, repito, tan raro en nuestro contexto de “enaltecimiento del terrorismo”).
Dicho esto, y de manera sorprendente, Luis Fernando va saltando en el artículo a una interpretación casi opuesta: que el episodio es el resultado de “la gente que tiene más miedo de que muera la democracia”. Los que participaron en la detención de los titiriteros serían individuos preocupados por cerrar el paso al terrorismo que pretende socavar la democracia. Nos parece una interpretación plausible (aunque contradictoria con la del totalitarismo; en las antípodas, vaya), pero tampoco convincente. Los que han aprobado una legislación tan restrictiva de la libertad de expresión en España, y los que jalean el excesivo celo judicial, no son, a nuestro juicio, los más preocupados con la salud de la democracia española. Más bien al contrario, creemos que tienen una forma ligera, o sustantivamente más autoritaria o intrusiva –aunque sea dentro del respeto a unos cauces democráticos básicos– de entender la convivencia social en nuestro país.
Ellos no son quienes más quieren salvar la democracia española. Los que parece que la están salvando son los millones, quizás dos o tres decenas de millones, de españoles que han sentido bochorno por este episodio. Las decenas de millones que no contribuyen al totalitarismo sino a la democracia desde abajo, con su actitud prudente, criticando los excesos autoritarios y cada día más conscientes de los peligros que pueden tener legislaciones – teóricamente útiles contra el terrorismo – sobre la libertades individuales.
Aplaudamos esta sensatez desde abajo y no contribuyamos al tremendismo desde arriba con nuestros análisis y comparaciones sesudas.
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Elena Alfaro es arquitecta y Víctor Lapuente Giné es profesor de ciencias políticas de la Universidad de Gotemburgo y autor de El retorno de los chamanes (Ed. Península).
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