Encuentro ciudadano con la alcaldesa Colau
Vecinos e instituciones exponen su fragilidad en un acto celebrado en una escuela municipal donde se aprecia un giro en la defensa de lo común, un nuevo tipo de propiedad de las cosas públicas, que en Barcelona parece haber enraizado
Guillem Martínez Barcelona , 14/02/2016
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Trobada amb l'Alcaldessa a La Vil·la de Gràcia, donde Trobada es encuentro, y donde Gràcia y Alcaldessa merecen sendos párrafos, a saber: a) y b).
Gràcia, o La República Federal de Gràcia, es una especia de Montmartre. Es Barcelona, pero se comporta con otro estado de ánimo, más autosuficiente. Un poco como todos los barrios que dejaron de ser municipios independientes para integrarse en Barcelona, a finales del XIX. Barcelona es, en fin, una Confederación Interlestelar de barrios, con vidas diferentes, como atestigua también que tengan muertes diferentes. Unos, por ejemplo, mueren de risa: entre el barrio más rico y rubio y el más pobre y oscuro hay una diferencia en la esperanza de vida de hasta 9 años. La brecha --y, por lo que se ve, las mechas-- ha aumentado con la crisis. En el laboratorio de la República Federal de Gràcia se han creado conceptos que han dado la vuelta al mundo mundial. Aquí, en la Plaça de la Virreina, cuando era el Palacio de Verano de la Virreina del Perú y, en 1823, el cuartel general de las tropas francesas --tras la invasión de los 100.000 Hombres de Negro--, se depuró el concepto charnego --entonces, hijo de francés invasor y catalana--. Unos metros al lado, en la calle Verdi, Marsé sitúa, por cierto, sus charnegos2.0, niños razonablemente felices y gamberros y ocurrentes, que ríen con la boca llena de dientes hasta que Barcelona les da la Gran Hostia.
En 1835, en el secano que había entre Barcelona y Gràcia, se urbaniza el Paseo de Gràcia, una calle espectacular en la que proliferan locales dedicados a un nuevo fenómeno: el ocio. Son montañas rusas, museos de cera truculentos, jardines cursis, que introducen entre Barcelona y Gràcia un nuevo concepto: el romanticismo, las pasiones fuertes como fin en sí mismas. Gràcia compra la idea y vive un siglo XIX apasionado, en el que descubre la ópera --el gran qué romántico en Barcelona; la primera pieza de Wagner que suena en la Península la canta un coro obrero de Gràcia--, el anarquismo y a su primo, el Republicanismo Federal. En 1870 protagoniza una revolución republicano--federal en la que nace un símbolo: la Campana de Gràcia, una campana del --creo que-- único campanario civil de la Península, que estuvo sonando, tañida por una anciana canija --la primera señora de Gràcia documentada--, durante tres días, entre obuses, llamando a la Revolución. Hoy en día nadie recuerda esa campana, ni a esa vieja, ni, snif, la República Federal. En otro orden de cosas, Gràcia se aplicó a la quema de conventos con cierta afectividad en 1909, sufrió en 1937 el primer bombardeo sobre población civil en Barcelona, y, desde el siglo XIX, cada verano sus vecinos organizan unas fiestas que consisten en decorar sus calles. Molan, pero cada noche suben los de Barcelona y la lían con su mayor esperanza de vida.
Por lo demás, Gràcia es un barrio con ese afrancesamiento macarra de Barcelona, deprimido, con su pequeño comercio clausurado, sometido a la industria del turismo y del ocio, lo que hace que algunos de sus vecinos tengan que desplazarse, pues ya no se pueden pagar un piso en Gràcia, de manera que todos lo que les he explicado en este párrafo desaparecerá como una lágrima en la lluvia, es tiempo de morir, etc.
Sobre b), la Alcaldessa, no es otra que Ada Colau. La lista Barcelona en Comú ganó las pasadas elecciones en Barcelona --y en Gràcia--. De manera evidente y épica pero, a la vez, precaria. Gobierna en minoría y sin ningún acuerdo de legislatura. Es decir, a pelo, esa aventura penalizada en la cultura e información política local. La hipótesis inicial de la candidatura --ganar para cambiarlo todo-- se ha confirmado, pero a la baja y con menos rotundidad. La sensación de victoria y de empoderamiento, novedad que se vivió en tiempo real en las calles desde 2011, y que en Barcelona se materializó en el triunfo municipalista, tampoco es tan certera, en fin, cuando se pasa de las calles a las instituciones, esas máquinas en las que las victorias o las derrotas siempre son más ambiguas. El paso del activismo a la institución, por otra parte, siempre crea contradicciones. La mayor es que tanto el activismo como la institución son dos formas diferentes de medir el tiempo. El Ajuntament, en algunos tramos, ha estado épico y ha realizado medidas recias --la moratoria de hoteles; los hoteleros son un gran lobby en Barcelona/son nuestro IBEX--. En otros, aspectos, ha ido más lento y con un lenguaje/tiempo más institucional. La PAH, hace meses, emitió un comunicado quejándose de la lentitud en la aplicación de medidas para la cosa vivienda. El Ajuntment respondió que hacía lo que podía, y que la PAH debía seguir haciendo lo que debía. Por ejemplo, quejarse y dar la brasa. Este fair-play entre activismo y postactivismo institucionalizado parece ser el estado actual de la cuestión. No puede durar mucho. Hay prisa. Es decir, la crisis no ha amainado. Y conforme se va accediendo a las instituciones, se va descubriendo que la instancia de solución, en instituciones sin soberanía --todas, en fin, en España--, es Europa, ese sitio al que no se sabe aún cómo acceder. Ni siquiera, si tiene acceso. Al parecer, se intenta acceder por la vía artesanal. Por hegemonía electoral, ganando todos los tramos anteriores a la casilla europea. Ese puede ser el sentido del anuncio del paso de Barcelona en Comú a partido nacional catalán, que podría agrupar, incluso, y aparte de nuevos sujetos políticos, más izquierdas y más antiguas de las previstas. El partido, de confirmarse su existencia, podría ser líder en Catalunya, y podría suponer un cambio de agenda importante, si pensamos que el grueso de partidos locales en Catalunya viven consagrados al aplazamiento de la agenda hasta la independencia y, el resto, al aplazamiento de la agenda, para priorizar combatir esa independencia que, por otra parte, se dilata en el tiempo más de lo que la propaganda puede justificar. La vinculación de esta nueva izquierda con proyectos como el Plan B para Europa --aún en estadio latente--, modulado por Varoufakis, puede dibujar un poco el itinerario que se está prefigurando desde la victoria de los Comunes en Barcelona.
Aparte de esto, se me ocurren dos diferencias entre el cambio municipalista en Barcelona y en Madrid. La primera es que la presión mediática es menor. Los medios, públicos y concertados, no se aplican al nuevo consistorio con la efectividad con la que se aplican en Madrid. No ha habido casos Zapatas. Porque Ada Colau no ha sido ambigua y no ha dado pie a ello --un indicio de que la lista municipalista barcelonesa, a diferencia de la de Madrid, viene vertebrada más por el activismo que por la política--, y porque los medios no pueden liarla con la frescura y bestialidad con la que la lían en Madrid. No, por supuesto, por falta de ganas. Aquí hay otros mitos --la cohesión social es uno; se supone que los catalanes somos civilizados a nivel Jedi, por lo que solucionamos nuestros problemas por telequinesis, sin llegar a las manos; no ha ocurrido jamás, pero ese mito/majismo impide ciertos excesos del tertulianismo telúrico, similar en Barcelona y Madrid--. Por otra parte, la derecha local --salvaje, racista, clasista, quizás más incluso, si cabe, que su homónima madrileña; el día de la derrota de CiU en las municipales, en el local electoral de los convergentes no dejé de escuchar improperios a la Internacional Charnega, que se había hecho con el poder, violaría a sus hijas y asaría sardinas en el salón; era, en fin, la vuelta de la FAI-- tiene sus casticismos, a los que es fiel. Uno de ellos es que, a diferencia de la derecha española, la catalana es más sofis, no grita ni --aunque la historia no le dé la razón-- dispara a la nuca. Lo que le impide fabricar su mismo periodismo. Otro impedimento es el despiste. Los medios, públicos y concertados, aún no han calado la cosa. En Comú --en una novela de Barcelona, se tarda, lo dicho, dos de los tres actos--. Aún no tienen claras ni codificadas formas de lógica y de funcionamiento, que no vienen de los partidos, sino de los movimientos. Exemplum: el acceso a los cargos y a la responsabilidad vienen de la confianza personal y recíproca, algo usual en los movimientos, y que aún no ha adquirido costumbre y lectura política. Otros impedimentos para fabricar información española al uso es que, materialmente, no se puede. El periodismo gubernamental vive consagrado a la emisión de propaganda Procesista, quizás ya en fase declive. Y no puede abrir más frentes, y menos éste, sin caer en la contradicción. Recordemos aquí que el actual Govern quiere dibujarse como social y antirrecortes, por lo que no puede empantanarse con otro gobierno, en este caso municipal, efectivamente social y antirrecortes, no al menos sin perder mucho y ganar poco. No tengo la menor duda de que la derecha nacionalista local --parecida en su pasado y, glups, en su futuro judicial a otras derechas nacionalistas hispanas-- irá a cuchillo con Colau y lo que representa. Lo hizo con el Tripartit, algo mas pequeño y con menos itinerario. Supongo que aún no ha llegado ese momento de las novelas de Marsé en el que la Barcelona rubia traumatiza, con una violencia inusitada, a los niños charnegos a los que se les ha reído la gracia, hasta ese momento, de saltarse las reglas invisibles del juego.
Por otra parte --y esta es la segunda diferencia Barcelona-Madrid--, el Ajuntament no sólo es una entidad saneada, con capacidad de ingresos y margen para los gastos --en Barcelona, así, se ha hecho un pequeño plan de choque contra la crisis--, sino que Barcelona es, por sí sola, algo descomunal, institucionalmente más parecido a un Estado que a una ciudad, un gran ente que posee rastros de cuando Barcelona --sin Ajuntament, esa cosa del siglo XVIII, y a través de un Consell de Cent, una de las primeras instituciones predemocráticas europeas--, era una suerte de Ciudad-Estado, con más poder que otras instituciones de Aragón, como por ejemplo la Generalitat. Para acabarlo de liar, también posee los rastros acumulados de una institución que, desde que entraron las izquierdas, a principios del siglo XX, no ha parado de dotarse de opciones de las que carecía el Estado que la rodeaba. En la actualidad, Barcelona posee, por ejemplo, amplias competencias y capacidades, por ejemplo, en Sanidad y en Educación.
Este encuentro de Ada Colau con vecinos de la República de Gràcia se realiza, por ejemplo, en una escuela municipal. Lo que tiene miga. Las escuelas municipales de Barcelona son una seña de identidad potente de todo esto que les contaba en el anterior párrafo. Cuando los malos se pelaron a Ferrer i Guàrdia --no tanto por pedagogo como por editor; su editorial, La Escuela Moderna, no sólo facilitaba textos a muchas escuelas libertarias de la Península, sino que editaba publicaciones como La Huelga General, revista que introdujo esa idea, en su momento terrorífica, del sindicalismo francés en España; piensen en Ferrer i Guàrdia siempre que hagan huelga general, ese costoso regalo que nos hizo--, el Partido Republicano Radical, con representación municipal, abogó por que el Ajuntament se hiciera cargo de los restos pedagógicos de la Escuela Moderna, creando una red de escuelas municipales laicas y racionalistas, que en breve fueron el modelo de la futura escuela republicana catalana, y la revolución pedagógica de los años 20 y 30. El municipalismo barcelonés, en fin, posee rasgos de dieta equilibrada y completa. Por eso, tal vez, la ciudadanía espera tanto de él.
Rayos, me he enrollado tanto con Gràcia, con Colau, con En Comú, con el Ajuntament, que llego tarde al encuentro/trobada. En la puerta de la Escola Violant d'Hongria me encuentro con Gonçal, un viejo conocido, joven ciudadano de Gràcia, arquitecto, padre y anarquista. El 15M --supresión coyuntural de la ideología para dar paso a asociaciones con un máximo común divisor democrático-- ha supuesto, en fin, la reentrada en la política de ciudadanos que estaban en sus Quimbambas. Gonçal, presi o algo así de la Asociación de Familias de la escuela, me enseña en un plis-plas la escuela, como quien enseña algo propio. Desde la crisis, las escuelas han dejado de ser propiedad de los funcionarios y de los padres frikis, para serlo un poco de todos. Decenas de carteles contra los recortes, colgados en las paredes, pintados por alumnos, padres, profes y señoras de la limpieza, atestiguan este giro, una metáfora de lo que significa la defensa de lo común, un nuevo tipo de propiedad --al menos, espiritual-- de las cosas públicas, que en Barcelona parece haber enraizado. Las cosas --la Sanidad, la Enseñanza, los servicios...-- ya no son percibidos como propiedad sólo del Estado, ese bicho que no supo defenderlas, sino de la sociedad. El resultado se parece un tanto a la propiedad colectivizada, ese recuerdo positivo en Barcelona. En parte porque tampoco existe por escrito.
El gimnasio de la escuela está repleto. Presidiendo el acto está el equipo municipal, con Ada Colau. En el público, de todas las edades, priman, diría, las mujeres. Diversos miembros de la candidatura Barcelona En Comú --supongo que ahora trabajarán para el Ajuntament-- van por la sala, con un micro en la mano, cediendo la palabra a quien la pide. La ciudadanía --de algo ha servido tanta reunión en el cole, en el hospital, en el trabajo, en la plaza-- habla con agilidad, sin eternizarse, al turrón. Les resumo algunas intervenciones del público.
Se ha hablado mucho de cacas de perros. Propietarios de perros, y usuarios de sus cacas, han estado debatiendo sobre la disciplina. Se ha hablado de mendigos. Antes de la crisis no había ni media docena. Ahora hay cerca de un centenar. Algunos, según informan los vecinos, son depositados y retirados, cada mañana y cada noche, por mafias. Se habla de árboles. Un señor se levanta: "Barcelona es una ciudad acogedora. ¿Qué está haciendo al respecto de los refugiados". Una madre joven pide ayuda económica para los padres que se juntan y forman guarderías, "que, en el fondo, son escuelas libres". Una señora se queja del aparcamiento. Un señor: "El verano pasado fue muy difícil dormir por el ruido". Varios ciudadanos culpan del ruido a los turistas. Una señora: "No son turistas. Los turistas no cantan, a las 4 de la madrugada, Tengo--un--tractor--amarillo". Una mujer se queja de los apartamentos turísticos. Otra mujer, mientras amamanta a su hijo, explica que es propietaria de unos apartamentos para turistas, y que el problema son los apartamentos ilegales. Una joven pregunta si han sido eliminados, como se dijo, los destacamentos, o como se llamen, de antidisturbios de la Guardia Urbana. Una mujer explica que han chapado el centro de atención primaria de la calle... no se acuerda. Todos los vecinos gritan: Carrer Quevedoooo. Recupera el hilo. Que si se puede transformar lo de la calle Quevedo en equipamientos. Una señora de Gràcia --pelo blanco, recién salido de la pelu-- explica que los autobuses van mal, y que para ir a ver a su hermana, en Barcelona, tiene que ir vía el Potosí. Otra. Que hay mucho ruido de noche. Una señora de Gràcia: "No me gusta ir a la policía, porque la mayoría de problemas los podemos solucionar entre nosotros. Por eso pido un lugar en el que escribir y hablar de problemas a los que no sabemos entrar en Internet. También nosotros podemos solucionar cosas, sin políticos". Una mujer se queja de que la T-12 --un billete gratuito de metro y autobús para niños-- no llegue hasta el fin de la enseñanza obligatoria: "Qué menos que pagarles el billete al cole". Un señor: "¿Abrirán un polideportivo con piscina?". Una mamá: "Los libros de texto son una mafia". Una joven pregunta por el sueldo de Colau.
El acto no es una ampliación de la democracia. Aquí no se vota nada. No creo que sea propaganda, pues la ciudadanía pregunta lo que quiere, en ocasiones con desconfianza, cara de póquer o con abierta hostilidad, como se acostumbra a aludir al poder en los barrios populares de Barcelona. La alcaldessa responde lo que sabe, remite la respuesta a otras personas, o canaliza temas hacia la sede del distrito. Es, por tanto, una mezcla de acto informativo y de acto comunicativo, en el que varios grupos intentan comunicarse, no necesariamente acerca de lo mismo. Colau aprovecha este contacto, sin intercesión de medios --por lo que sea, la nueva política parece querer puentear a los medios, salvo a los más directos y populares--, para explicar limitaciones de la realidad política, para explicar ese tiempo lento que son las instituciones. También anima a la protesta contra la lentitud y las decisiones erróneas. Quizás, la gran opción de un rupturismo encallado en la minoría y el tempo institucional, sometido a leyes como la Ley Montoro --que, según dice Colau en el acto, impiden la contratación de personal, por ejemplo, para detectar apartamentos ilegales--, es prolongar el conflicto, y con él cierto contacto de proximidad con el Ajuntament, hasta mejores resultados electorales. O hasta un cambio que pueda venir de otro sitio.
El Régimen y sus partidos, en fin, están más en precario de lo que parecen. Parece que el periplo hasta que haya cambios y desapariciones reales puede ser largo. O corto y sorpresivo. No se sabe a ciencia cierta en una sociedad cuyos medios de comunicación tienden a hablar antes de lo que debería pasar que de lo que pasa.
Una de las últimas intervenciones es la que mejor condensa el acto. Un joven toma la palabra. Tiene dificultades para hablar. "Soy un discapacitado (...) Me han dado de comer incluso lentejas con huesos roídos. Ahora quieren que vaya a un piso tutelado. Pero yo allí me sentiría enjaulado. Y quiero cuidar a mi madre. Es vieja. Ningún pensionista tendría que ir a una residencia, donde también se sentiría enjaulado".
Es decir, este acto, esta manera en la que un barrio y un ajuntament verbalizan sus problemas --diferentes, por otra parte, y con tiempos diferentes-- tiene que ver con personas frágiles. E instituciones frágiles.
Trobada amb l'Alcaldessa a La Vil·la de Gràcia, donde Trobada es encuentro, y donde Gràcia y Alcaldessa merecen sendos párrafos, a saber: a) y b).
Gràcia, o La República Federal de Gràcia, es una especia de Montmartre. Es Barcelona, pero se comporta con otro estado...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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