Jazz
Lee Morgan, un trompetista que murió tocando
Ayax Merino 2/03/2016
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El 10 de julio de 1938 un neonato salió del vientre de su madre en la ciudad de Filadelfia, al otro lado del mar, allá en los EE.UU. Bueno, uno no, barrunto que debieron de ser muchos los que tal día vieran la luz, en Filadelfia y en todas partes, es costumbre en la especie desde tiempos inmemoriales que las criaturas salgan del vientre de su madre. Sí, cierto, pues uno de ellos fue Lee Morgan, trompetista de corta vida pues la perdió todavía joven un 19 de febrero y por eso de las fechas se me ha venido a las mientes.
Cuando tenía catorce añitos cuentan las crónicas que su hermana le regaló una trompeta. Lo que antes estuviera haciendo el chavea no lo aclaran las crónicas, que a las veces son muy imprecisas y andan llenas de lagunas. Se sabe, sí, que el muchacho la tomó con ganas, la trompeta digo. Que se puso a soplar sin parar y en poco tiempo, nada, una minucia, la manejaba con asombrosa soltura.
Que tenía talento a espuertas, para dar y tomar. Soberbio trompetista, de gran inventiva e inspiración, su dominio del instrumento es acojo, perdón, apabullante. Tanto que a los quince años, tras sólo uno de aprendizaje, andaba ya los fines de semana tocando por ahí, en bolos varios, ganándose unos cuartos, que nunca vienen mal y a nadie le amarga un dulce.
Precoz que era el tipo. A los dieciocho años entró en la orquesta de Dizzy Gillespie. Algo le vería el maestro cuando le permitió que improvisase el solo de A night in Tunisia, una de las composiciones más famosas de Gillespie.
Ese mismo año de 1956, con dieciocho, sí, dieciocho, precoz que era, ya lo he dicho, sacó el primer disco a su nombre, como jefe, quiero decir como patrón, o sea, para entendernos, de cabeza de cartel. Con, entre otros, Horace Silver al piano, el abuelo del hard bop, que entonces no lo era aún, claro, lo de abuelo viene con los años y entonces era simplemente un grandísimo pianista ya muy conocido y respetado, que tampoco está mal.
Viento en popa a toda vela, las cosas no podían irle mejor con esa carrera fulgurante, tan sólo un año más tarde participó en la grabación de Blue Train, de John Coltrane, disco capital en la historia del jazz. Tanto, que me huelgo de dar todos los nombres, así a modo de homenaje y para que sea eterna su memoria: John Coltrane (saxo tenor), Lee Morgan (trompeta), Curtis Fuller (trombón), Kenny Drew (piano), Paul Chambers (bajo) y Philly Jo Jones (batería) ¡Jopa, la leche, menuda tropa!
Y, claro, Art Blakey, que de tonto no tuvo nunca un pelo, le llamó poco después, en 1958, ¡eh, tú, chaval, sí, tú, a ti te digo, vente para acá, majo! Para que fuera el trompetista de los Jazz Messengers, uno de los más célebres grupos de jazz que han visto los siglos. Y allí en los Messengers anduvo Morgan, entrando y saliendo, varios años.
Viento en popa. O eso al menos parecía. Pues las cosas empezaron a torcerse. Se acabó la bonanza. Negros nubarrones se amontonaron en el cielo cubriéndolo y la tormenta descargó furibunda, zarandeando el frágil esquife mal gobernado por el bueno de Lee.
La droga, siempre la droga maldita. El jaco, el caballo. Uno más, uno de tantos, uno más de los que han caído en la celada de la heroína, esa podre que tantas vidas ha destrozado. Drogadicto confeso, Lee Morgan abandonó los Messengers y se volvió a su casa, a Filadelfia, por ver de desengancharse. Dos años largos pasó allí luchando sin cuartel contra sus demonios.
Y en 1963 ya estaba de nuevo en Nueva York, a seguir viviendo, a seguir tocando. Y es por entonces cuando publicó The Sidewinder, grabación en la que también estuvo el gran saxofonista Joe Henderson. Aquello fue una bomba, la releche en verso ¡Un exitazo! Que el disco de marras se vendió como si no costara dinero, una locura.
Y venga curro y más curro. Lee Morgan no cesó en los años siguientes de tocar, dar conciertos y grabar. Que sacaba un disco detrás de otro, sin parar, como en serie. Se ve que le había cogido el tranquillo, el hombre. Y, sin embargo, allá por septiembre de 1971 grabó su último disco, que precisamente saldría con el título de The last sesión. La muerte, que se cruzó en su camino. Y es bien sabido que los muertos ni respiran ni tocan la trompeta, bastante tienen con estar muertos.
Lee Morgan, además de trompetista, era un ligón. Un donjuán de cuidado. Que le gustaban las mujeres. Y según cuentan no hacía distingos, lo mismo le daba que fuera la esposa de un amigo.
El 19 de febrero de 1972 estaba Morgan actuando en el Slug, un local de Nueva York. Y su mujer, o su novia, que esto tampoco viene claro en las crónicas, celosa porque a lo que parece le ponía los cuernos sin rebozo, entró en el garito, anduvo calmadamente hasta acercarse al escenario, metió la mano en el bolso y sacó una pistola con la que cosió a balazos al trompetista que en ese momento tocaba su trompeta.
Fin de la historia. Lee Morgan ingresó cadáver en el hospital. No había aún cumplido los treinta y cuatro años.
El 10 de julio de 1938 un neonato salió del vientre de su madre en la ciudad de Filadelfia, al otro lado del mar, allá en los EE.UU. Bueno, uno no, barrunto que debieron de ser muchos los que tal día vieran la luz, en Filadelfia y en todas...
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Ayax Merino
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