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James Louis Johnson (Indianápolis, 1924-2001), el ínclito Jay Jay Johnson, murió el 4 de febrero de 2001. Quince años ya, si no me salen mal las cuentas, la leche, cómo pasa el tiempo, ese mal bicho que nunca se detiene.
De niño estudió piano y todavía siendo un arrapiezo empezó a tocar el trombón. Y ya de chaval andaba meneando sus varas arriba y abajo, afuera y adentro, sopla que te sopla de banda en banda para ganarse las habichuelas. Así recaló en la orquesta de Benny Carter y, después, en la de Count Basie, casi nada. Esas son credenciales, sí señor.
Y con las tales, las susodichas credenciales digo, se plantó allá por 1946 en la famosa ciudad de Nueva York. A labrarse una carrera. A ver qué se cocía allí en la meca del jazz. Y se cocía mucho, ¡ya lo creo!, una olla a presión que hervía arrebatadamente, plup, plup, plup, burbujas a todo gas, sin parar, plup, plup ¡El bop! ¡El bop, hombre, el bop!
Y ahí estaba el problema, precisamente. En el bop. O en el trombón, no lo sé. Que con el bop el trombón desapareció de la escena, así de golpe y porrazo y como el que no quiere la cosa. Fuera el trombón, hasta más ver. Acabado, finiquitado ¡vaya por Dios! Que no se estilaba el trombón, no se llevaba, no estaba de moda. Proscrito. En los grupos de bop había piano, sí, y bajo y batería también, y una trompeta y un saxo, pero no un trombón, no había sitio para el trombón.
Y ahí estaba el joven Jay Jay con su trombón a cuestas, cargando con su trombón, un instrumento caído en desgracia, una antigualla de museo, una reliquia, un trasto inútil, una cosa que ya no existía, que había pasado a la historia ¿Y ahora qué demontres hago? ¿Volverme a Indiana? ¿Abandonar el trombón? ¡Y una porra! La fortuna ayuda a los valientes ¡Fuera miedos!
No hay mal que por bien no venga, lo bueno del caso es que ante el joven Jay Jay se abría un territorio virgen, vastas tierras incultas que podía desbrozar y arar a sus anchas, baldíos inmensos que esperaban la simiente para germinar. Cuentan que el propio Dizzy Gillespie se lo dijo, chaval, tienes lo hay que tener, talento y carácter, así que adelante, ponte a ello ya.
Y se puso. No se amilanó. Colocar al trombón a la altura de la trompeta y el saxo, sacarle al trombón los sonidos en boga, tocar el trombón de otra forma, de una manera diferente, con aire bop, sacarse de la manga un nuevo lenguaje que fuera válido para el trombón, con el que poder tocar el trombón sin avergonzarse de tocar el trombón ¡Eh, vosotros, que el trombón también existe! ¡Sí, vosotros, que el trombón mola!
Ya lo creo que mola. Hay que oírle a este hombre tocar el trombón ¡qué delicia! Y, al fin, gracias a Jay Jay, el trombón recuperó el sitio que nunca debió perder. Y el trombón fue de nuevo aceptado. Y Jay Jay paseó su trombón por todos los garitos de Nueva York, tocando con tipos de la altura de Bud Powell, por ejemplo.
Más tarde vino la guerra de Corea. Y para Corea que se tuvo que largar Jay Jay. Con su trombón, a tocar para los soldados con el bajista Oscar Pettiford y el trompetista Howard McGhee.
Y de vuelta, a seguir dándole al trombón. Con Miles Davis, con quien grabó algún que otro disco realmente excepcional, soberbio.
Y luego, otro trombonista, Kai Winding. Muy distinto a Jay Jay, Kai era un trombonista más tradicional, de la antigua escuela. Y, sin embargo, la cosa resultó estupendamente y funcionó a las mil maravillas. Vamos, que tuvieron un éxito espectacular tocando los dos juntos y a la par.
Y después otra vez por libre y a su aire, formando sus propios grupos con músicos como Nat Adderley, Tommy Flanagan, Cedar Walton, Freddie Hubbard o Elvin Jones. Discos, conciertos. En fin, la vida de un músico.
Y, de repente, Hollywood, adonde se mudó Jay Jay en los setenta. Sí, claro, a trabajar para el cine y la televisión, componiendo bandas sonoras ¿No lo he dicho ya? ¿Ah, no? Se me habrá olvidado. Que este hombre, además de un excelente trombonista, era un gran compositor y arreglista. De hecho, muchas de las piezas que tocó con sus grupos salieron de su magín.
Hasta que se hartó o se aburrió, vaya usted a saber. Y entonces volvió a lo suyo, al jazz, a tocar un muy buen jazz, a los conciertos y giras por Europa y Japón, a grabar excelentes discos de jazz.
Y en esas estaba, con lo suyo, cuando la negra mano del destino se posó sobre su cabeza. En 1988 su esposa enfermó y Jay Jay lo mandó todo al garete y se dedicó en cuerpo y alma a cuidarla. Tres años, tres largos años, hasta que su mujer falleció.
Ya se sabe, la vida sigue. Y la tierra no deja de girar por nadie, por la muerte de nadie. Y Jay Jay siguió con su vida. A componer, a tocar su trombón. En 1992, la vida sigue, volvió a casarse. Y en 1996 volvió a su ciudad natal, Indianápolis, donde se afincó para dedicarse a la composición. Supongo que a sus setenta y cuatro años andaría ya un tanto cansado y con ganas de tranquilidad, que se la había ganado a pulso.
Y la negra mano del destino volvió a posarse sobre su cabeza. Cáncer de próstata, dijeron los médicos. Y Jay Jay se mantuvo en pie, dispuesto a luchar. Y siguió con lo suyo, componiendo y escribiendo.
Hasta que no pudo más. Hasta que decidió no dar un paso más. El 4 de febrero de 2001 James Louis Johnson, el ínclito Jay Jay, se saltó la tapa de los sesos. Se acabó, abajo el telón.
James Louis Johnson (Indianápolis, 1924-2001), el ínclito Jay Jay Johnson, murió el 4 de febrero de 2001. Quince años ya, si no me salen mal las cuentas, la leche, cómo pasa el tiempo, ese mal...
Autor >
Ayax Merino
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