Jazz
Thelonious Monk, un pianista muy monkiano
Ayax Merino 24/02/2016
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El otro día, 17 de febrero y miércoles para más señas, me acordé de Thelonious Monk, por eso de que un tal día como aquel de 1982, el 17 de febrero digo, la parca tuvo la malhadada ocurrencia de llamar a su puerta y, claro, no le quedó más remedio que abrirle, a nadie le queda más remedio, casi nadie abre por gusto.
Bueno, no es que me hubiera olvidado de Monk, ni mucho menos, nunca me olvido y siempre lo recuerdo, a Monk le escucho a menudo, en cuanto se tercia y puedo ¡El piano de Thelonious Monk! Eso son palabras mayores.
Tipo peculiar. Raro, enigmático. Insobornable, libre, independiente. Que iba a su aire sin importarle un pimiento el qué dirán y se le daba una higa el juicio ajeno. Un señor grande, muy grande. De verdad, el hombre era grande como un monte, un monte que se movía, andaba, respiraba y tocaba el piano.
Pianista único. Compositor irrepetible. No ha habido nadie que tocara como Monk. Esas notas, esos acordes, esas disonancias, esas armonías retorcidas. Monk se despojó de todo falso virtuosismo de oropel para tocar como necesitaba tocar y le pedía el cuerpo, a la manera de Monk. Que el tipo se inventó un lenguaje personal, único y exclusivo, forjado golpe a golpe y gota a gota de sudor. Y fue capaz así de crear un mundo nuevo, su mundo propio. Y un tipo que crea de la nada un mundo es un dios. Lo que explica la enorme influencia que ha ejercido Monk en todos los músicos de jazz.
Nacido allá por 1917 en Carolina del Norte, siendo aún un churumbel se mudó a Nueva York; con su familia, claro, como tantas familias negras del sur que emigraron a las ciudades del norte. Y muy jovencito empezó a tocar el piano o el órgano, según cuadrase, en la iglesia, acompañando al coro del que formaba parte su señora madre. Así empezó la carrera de este pianista singular.
Y, claro, con tales comienzos no es de extrañar que en 1935 liara el portante para viajar por todo EE.UU. con un predicador tocando en los sermones en mil y una iglesias, por doquier, hasta en el más escondido y recóndito villorrio. Dos años anduvo el mozo moviéndose de aquí para allá en pos de su predicador.
Monk se inventó un lenguaje personal, único y exclusivo, forjado golpe a golpe y gota a gota de sudor
En 1937 lo tenemos ya de nuevo en Nueva York. Tocando en garitos diversos, aquí y allá. Hasta que se topó con el gran batería Kenny Clarke, en 1941, si no me falla la memoria, quien se lo llevó al Minton´s. Sí, el famoso local entre cuyas paredes iba a fraguarse durante los años siguientes el be bop. Y allí andaba Monk. Tocando a destajo. Con todos. Impartiendo cátedra, enseñando, ayudando a esos innovadores músicos a revolucionar el jazz. Sí, a Parker, a Gillespie, a Powell. Guiándoles con su prodigiosa brújula por el proceloso piélago de la música, prueba esto, haz aquello, tú verás, pero yo intentaría esto otro. Sí, Monk anduvo por allí, pero Monk no era de la tribu, Monk no fue nunca de ninguna tribu. A Monk le bastaba y sobraba con ser él, que era más que suficiente. Es que Monk fue siempre un tipo muy monkiano.
La Tierra rueda y la vida corre. En 1944 el gran Coleman Hawkins, el mayor saxo tenor que hayan visto los tiempos y señor de fino oído, que sabía muy bien de qué iba la vaina, vaya, le llamó para que tocara en su grupo.
La Tierra gira y los años pasan, en 1947, otra vez por libre y a su aire, el buey suelto bien se lame, grabó su primer disco, quiero decir, el primer disco a su nombre. Y se casó con Nellie, la mujer que le acompañó, apoyó y sostuvo toda su azarosa vida, siempre a su lado. Eso debe de ser lo que llaman amor.
Azarosa vida, sí, a veces incluso vida aperreada. En 1951 la policía le detuvo en compañía de su buen amigo Bud Powell, el pianista del bop, el bop hecho piano. Por tenencia y consumo de estupefacientes, o sea, porque se estaban fumando unos porros de maría. Y a la trena con sus huesos una temporadita. Que te metan entre rejas es malo, ya lo creo. Pero peor ha de ser para un músico, para un menda que se gana la vida dándole a las teclas de un piano, que te quiten la licencia para tocar en Nueva York, que es justo lo que le ocurrió a Monk, que se quedó sin licencia. Años malos, malos años aquellos. Algún que otro disco, algún concierto fuera de Nueva York, pocos conciertos, nada, poca cosa. Monk no llegaba a fin de mes, hubiera sido incapaz de ganarse el sustento él solo y por sus propios medios.
Música espléndida la de Monk entonces. Con Art Blakey, con Sonny Rollins. Con Miles Davis sacó un disco soberbio
Mas no estuvo solo. A su lado, una señora de quitarse el sombrero, la baronesa Nica, la mecenas del jazz, la mujer que se dedicó en cuerpo y alma a socorrer a los músicos de jazz. Y que se llevó a Monk y su familia, su esposa y sus dos hijos, a su casa. A cama y mantel puestos, como mandan los cánones. Y Monk pudo capear el temporal y ensayar, estudiar y tocar a sus anchas, sin miedo al hambre, que es uno de los peores miedos que puedan asaltarle a un mortal. Monk, es de justicia reconocérselo, siempre le estuvo profunda y rendidamente agradecido, de bien nacidos es ser agradecidos.
Años duros, sí, pero también fecundos. Música espléndida la de Monk entonces. Con Art Blakey, con Sonny Rollins. Con Miles Davis sacó un disco soberbio, uno y no más, cuentan que los dos músicos riñeron, que no funcionó la cosa, mal rollo que se dice ahora.
Y luego John Coltrane. Sí, así es, Monk y Coltrane estuvieron una buena temporada tocando juntos, haciendo maravillas, verdaderas joyas, canela fina. Allá en 1957, cuando Monk por fin recuperó su licencia. Por ejemplo en el Five Spot, un local neoyorquino. Todo quisque yendo a escuchar a Monk, la leche aquello, un exitazo. Y después de Coltrane, Johnny Griffin, un estupendo saxo tenor, recio y poderoso de sonido. Y luego Charlie Rouse, saxofonista que estuvo con Monk prácticamente hasta el final.
Músico reconocido y admirado, Monk toca y toca, da conciertos por todo el ancho mundo, graba discos. Pero, siempre hay un pero, a principios de los setenta empieza a ausentarse del mundo, un Guadiana, largos periodos de silencio con alguna breve aparición. La salud le falla. Y la cabeza, que le anda desarreglada, no sé, depresión creo. En 1973 se retira completamente. Y vuelve a acogerle la baronesa Nica, en cuya casa de Nueva Jersey se recluye el resto de su vida. Tumbado en la cama mirando el techo, sentado en una butaca mirando sin ver por la ventana.
Y un 17 de febrero la parca llamó a su puerta y Thelonious Monk tuvo que levantarse a abrirle la puerta, no le quedó más remedio.
El otro día, 17 de febrero y miércoles para más señas, me acordé de Thelonious Monk, por eso de que un tal día como aquel de 1982, el 17 de febrero digo, la parca tuvo la malhadada ocurrencia de llamar a su puerta y, claro, no le quedó más remedio que abrirle, a nadie le queda más remedio, casi nadie...
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