JAZZ
Lester Young, el eslabón entre lo antiguo y lo moderno
Ayax Merino 23/03/2016
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Yo no tuve el placer de conocerle, pues murió el 15 de marzo de 1959, antes de que yo naciera, pero cuentan que era un hombre bueno y humilde, un hombre con ganas de vivir con alegría todos los días de su asenderada vida, vida a las veces aperreada. No lo sé, ya digo, no le conocí, pero eso dicen.
Sé, y esto lo sé a ciencia cierta sin asomo de duda, que fue un saxofonista soberbio, un tipo que inventó una forma diferente de tocar su instrumento. Y eso sólo está al alcance de unos pocos elegidos. De sonido suave, lírico, gran improvisador, fue un renovador. Cuando sólo había una única y sola manera de tocar, la de Coleman Hawkins, apareció en escena este hombre y se sacó de la manga, bueno no, forjó con su talento y esfuerzo un estilo personal, un lenguaje propio. Que encima y para más inri, dejó una honda huella. Puente, eslabón entre el jazz antiguo y el moderno, Charlie Parker lo escuchó sin parar hasta que se lo supo de memoria.
Lester Young nació en 1909 en Woodville, un lugar de Misisipi, sí, cierto, pero enseguida mudóse a Nueva Orleáns, voto a bríos que no se me antoja un mal sitio para que un crío se empape hasta el tuétano de jazz. Este hombre mamó la música, la llevaba en la sangre o si se prefiere en los genes, que suena así como más científico, dónde se va a comparar. Que en su casa la música era el pan nuestro, no, el suyo, de cada día. Vamos, que su padre era músico y desde chico se vio rodeado de instrumentos con los que a buen seguro el churumbel andaría enredando a todas horas como si de juguetes se tratase.
Empezó con la batería, mira tú por dónde, quién lo iba a decir. Pero también le enseñó su padre a tocar la trompeta, el violín y el saxo alto. Vamos, que poco más y podía haber montado una orquesta en la que él solito tocara todos los instrumentos, por turno, eso sí: primero uno y luego otro y así sucesivamente, que tengo para mí que ha de ser harto difícil apañárselas a la vez con la trompeta y el violín.
Lester no pudo soportar la dureza de la vida militar, el menosprecio de los mandos, las ofensas y vejaciones
Pero no, donde empezó a tocar fue en la banda familiar que dirigía su padre. Claro, normal. Primero, la mencionada batería. Y, más tarde, a eso de los trece años, se pasó al saxofón, gracias sean dadas a Dios por tal elección que nos brindó uno de los mayores tenores que han nacido de madre.
Y cuando contaba unos veinte años, por 1929 sería, abandonó el nido y se lanzó a volar por libre, que la familia se marchó a California y el joven Young dijo que nones, que nada se le había perdido por allá por tan lejanas tierras. De aquí para acá trajinando por todo el Medio Oeste con su saxo a cuestas, hoy en Minnesota y mañana en Kansas, viajando por Nebraska, qué se yo, parando por Oklahoma y así en ese plan, una pura tarabilla y un culo de mal asiento, o sea, ganándose el jornal allí donde lo encontrase, que esa es la cruz de todo mortal.
Hasta que a lo que parece se hartó de vagabundear y se asentó en Kansas City, ciudad que por aquel entonces bullía de jazz. Por esas fechas debió de conocer a Count Basie, en cuya orquesta se quedó una breve temporada. Breve porque enseguida le llamó Fletcher Henderson para que acudiera presto y veloz a Nueva York, a cubrir la vacante que acababa de dejar en su banda el grandísimo y nunca bastante alabado Coleman Hawkins. Y para Nueva York que se largó Lester sin hacerse de rogar.
Un estilo irremediable
Cuentan que fue por entonces cuando trabó amistad con Billie Holiday, en casa de cuya madre dicen que se alojó Lester mientras estuvo con Fletcher Henderson. Poco estuvo, la verdad. Tres meses a lo sumo. La cosa no resultó ni medio bien. No era el saxo de Young lo que Henderson buscaba, pues quería un sonido a lo Hawkins que Lester ni quería ni podía darle. No, señor, ni por asomo. Lester tocaba ya como Lester. Así que hizo las maletas y se piró. A seguir buscándose la vida con su saxo.
De aquí para allá otra vez. Hasta que de vuelta en Kansas City volvió a enrolarse en la orquesta de Basie allá por 1936. Y cuando el Conde se marchó a Nueva York, para allá que se fue también Lester, de nuevo en la manzana grande.
Allí, aparte de tocar con Basie, trabajó con diversos músicos. Bueno: para empezar, con su adorada Billie Holiday, Lady Day, amiga muy querida con la que dejó algunos discos dignos de eterna memoria. Fue Billie quien le puso el apodo de Pres, el presidente, presidente de todos los saxos tenores habidos y por haber, ahí es nada.
Así hasta finales de 1940, cuando abandonó a Basie para formar sus propios grupos. La verdad, no puede decirse que tuviera un éxito clamoroso. No, ni mucho menos. Las cosas no le iban demasiado bien a Lester. Pero, en fin, se fue bandeando como pudo hasta que fue llamado a filas en 1944.
Lester bebía sin tasa, y en los años cincuenta su salud comenzó a resquebrajarse. Intentaba dejarlo y, al cabo, volvía a recaer
Aquello fue un infierno. Las pasó canutas. Para empezar, en lugar de buscarle acomodo en una banda militar, como era costumbre hacer con los músicos blancos, Glenn Miller sin ir más lejos, se convirtió en un recluta más que tuvo que pasar por la instrucción corriente y moliente. Lester no pudo soportar la dureza de la vida militar, el menosprecio de los mandos, las ofensas y vejaciones. Parece, para acabar de rematar la cosa, que le encontraron marihuana y alcohol. Barracones de castigo, confinamiento. En fin, un tormento. Pero al fin todo llega y Lester fue licenciado. Consiguió salir de allí, sí, aunque hecho un guiñapo. Y por lo que cuentan, nunca logró recuperarse del todo de tan horrible trance.
No hay más remedio que apechugar y seguir viviendo, que es lo que como todo quisque hizo Lester. Otra vez la música, el jazz, sus grupos, los conciertos con el Jazz at the Philharmonic del productor Norman Granz.
Lo malo, la bebida. Lester bebía sin tasa, bebía como un cosaco. Y en los años cincuenta su salud comenzó a resquebrajarse. Altibajos. Intentaba dejarlo y, al cabo, volvía a recaer. Aun así, todavía tuvo momentos de gran inspiración.
En 1959 marchó a París a tocar, a vivir. Pero tuvo que volverse a Nueva York. Ya no daba más de sí su cuerpo maltrecho y agotado, consumido. Falleció el 15 de marzo de 1959. Descanse en paz.
Yo no tuve el placer de conocerle, pues murió el 15 de marzo de 1959, antes de que yo naciera, pero cuentan que era un hombre bueno y humilde, un hombre con ganas de vivir con alegría todos los días de su asenderada vida, vida a las veces aperreada. No lo sé, ya digo, no le conocí, pero eso...
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