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Javier Latorre / Bailaor y coreógrafo

“El ego bien entendido es de puta madre”

Paco Sánchez Múgica (La voz del Sur) 7/04/2016

<p>Javier Latorre, durante la entrevista, en la cafetería del teatro Villamarta.</p>

Javier Latorre, durante la entrevista, en la cafetería del teatro Villamarta.

Javier Fergo

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El maestro Javier Latorre (Valencia, 1963) tiene algo de gato callejero. Acumula vidas en la recámara y siempre cae de pie. También parece arisco pero en seguida se vuelve afable y risueño en el trato. Con un aspecto de lo más juvenil a sus más de 50 tacos, 45 de ellos bailando, coreografiando y enseñando, le escoltan una voz aguardentosa y una imagen que se mueve entre el entrenador pugilístico y el gafapasta sin pelos en la lengua. También le acompañan las malas pulgas y la obsesión del coreógrafo por controlar todo el movimiento. Absolutamen todo lo que se menea.

"Kyoko, ¿tienes los cinco abanicos?", pregunta ávido a una de sus colaboradoras. Estamos en la trastienda del XX Festival de Jerez. En la segunda planta del Teatro Villamarta, donde el maestro afincado en Córdoba pero adoptado por la ciudad del sherry monta estos días A ese chino no le canto, la tercera producción que arma con Shoji Kojima. Un bailaor japonés septuagenario que llegó a España en Transiberiano a finales de los 60 para consagrar su vida a la danza y que revivió en nuestro país hace unos años con La celestina, que el propio Latorre le montó para estrenarla en Jerez. Hoy es casi el único que en España puede permitirse levantar grandes producciones de danza-teatro-flamenco, con toda su parafernalia de decorados, grandes cuerpos de baile y estrellas invitadas: Miguel Poveda y Eva Yerbabuena, en este caso. Nos acomodamos en el fantasmagórico ambigú del teatro. Con prisa pero sin pausa. Rec.

El Festival de Jerez cumple 20 años y usted, como órgano vital del mismo, deberá sentirse como en casa. 

De los 20, llevo 19, te puedes imaginar. Absolutamente. Mi relación con Jerez, aparte del Festival, va mucho más allá, con los cursos de verano con La Chiqui… Son muchísimos años ya viniendo y la sensación que tengo es la misma que tengo en Córdoba, que es donde vivo, salgo a la calle y saludo a todo el mundo, todo el mundo me saluda; conozco a todo el mundo, todo el mundo me conoce, y es una relación muy especial

De hijo adoptivo.

Hombre, no oficialmente pero yo me siento adoptado.

Una pregunta obligada. ¿Cómo ha visto la evolución de la muestra?

Ha sido, lo podéis ver cada año, un crecimiento exponencial. No es solo lo que repercute en Jerez sino lo que voy comprobando cada año en los cursos que voy dando por todo el mundo. Hay países nuevos (risas), podemos decirlo así. El flamenco ahora mismo es una corriente emergente en China, Brasil, en Rusia ni te cuento… He montado una compañía allí con Flamenquería, que es una escuela de flamenco en Moscú, y ya te digo, el crecimiento es exponencial.

Si tuviéramos que vivir de lo que tenemos en nuestro país sería complicado. Lo poco que hay está continuamente en riesgo

¿Suena fuera este Festival?

Sí, sí, y ya te digo, aparte tiene repercusión en la organización periódica de cursos. Estamos yendo muchos maestros hacia todo el mundo y afortunadamente el flamenco es mundial porque si tuviéramos que vivir de lo que tenemos en nuestro propio país sería complicado. Lo poco que hay parece que está continuamente en riesgo.

¿Vivimos en una seguiriya permanente?

[Risas] Un quejío… La situación es... te puedes imaginar. Si en el mundo normal la situación es caótica y penosa, pues en el mundo de la cultura, que es la última prioridad política, y en el mundo de la danza, que es la última prioridad cultural, te puedes imaginar, ¿no? La situación es penosa. El otro día lo hablaba con Kojima: no hay compañía grande ya en este país, salvo el Ballet Nacional que se lo puede permitir y hasta que se lo pueda permitir. Tenemos a bailarines cobrando 900 euros al mes, bailarines del Ballet Nacional. Partiendo de esa base, creo que es un buen marcador para ver cómo está la situación. Todo el mundo tiende a montar compañías pequeñas que se puedan transportar fácilmente con lo que se está privando de la creación de obras de otro tipo, de gran formato, en las que se cuentan historias, que es lo que afortunadamente gracias a Kojima podemos recuperar de vez en cuando. Una compañía con trazas de compañía de repertorio, de institución.

Algo que vaya más allá de la recurrente introspección de estos tiempos.

Exactamente, es una introspección obligada. A todo el mundo, a cualquier coreógrafo, nos gusta tener bailarines en nuestras manos para poder manejarlos y crear.

Surge la oportunidad de volver a afrontar una gran producción encabezada por Kojima. ¿Cómo afronta este nuevo reto?

En familia. Ya es un equipo creativo consolidado. Con Chicuelo (guitarrista) llevo siete obras montadas; con Shoji Kojima hemos hecho Cuatro poetas en guerra (2007), La celestina (2010), Fatum (2014) y A este chino no le canto (2016). Es una forma muy fluida de trabajar. Con Paco López (director de escena) ya hemos hecho dos trabajos con Kojima, pero colaboramos desde que montamos mi segunda obra como coreógrafo en el año 90, La fuerza del destino, que dirigió escénicamente y firmó el guión. Por tanto, con él he hecho ya zarzuela, óperas… todo tipo de espectáculos y no solo hay fluidez en el trabajo sino cariño personal.

¿De dónde surge A este chino no le canto?

Es una caso verídico, como diría Paco Gandía (risas). Sucedió cuando Kojima vino a España por primera vez a bailar, a buscarse la vida, y no sé exactamente en qué tablao fue, pero fue a pedir trabajo y entonces el dueño del tablao le hizo una prueba, cogió al cantaor y le dijo: esta noche le cantas tú a él. Y el cantaor, en seguida, dijo: a ese chino no le canto. Es un reflejo humorístico de lo que por aquella época significaban los extranjeros en el flamenco, para que se vea también cómo ha cambiado todo…

Hace muchísimos años que para tocar un buen jazz no hay que ser obeso, afroamericano y de Nueva Orleans

Aquel comentario era casi xenófobo. ¿Ha cambiado algo realmente desde entonces? 

Sí, sí, sí… Más que xenofobia era defensa propia mal entendida (risas). Yo creo que mientras más compañías surjan en el mundo y mientras más artistas de calidad haya en el mundo, más campo de trabajo habrá para todos. Luego se nos llena la boca al decir que el flamenco es patrimonio cultural de la humanidad, pero el flamenco es patrimonio cultural de los flamencos. Será realmente patrimonio de la humanidad cuando en todo el mundo haya grandes intérpretes de flamenco y gran nivel artístico como lo hay en la música clásica, en la danza contemporánea o en el jazz, que se podría equiparar más al flamenco como música étnica. Hace muchísimos años que para tocar un buen jazz no hay que ser obeso, afroamericano y de Nueva Orleans.

¿Se han perdido entonces las connotaciones étnicas en el mundo del flamenco?

Hombre, claro. Y para mí es imprescindible: soy valenciano y payo, tío. Como me decía el Pele, eres gachó y de Valencia, ten cuidado (risas).

¿Y ha tenido que andarse con cuidado?

Noooo, no, absolutamente no. A final de cuentas lo que prima es lo artístico y, ante lo artístico, todo el mundo se tiene que rendir.

Kojima es un ejemplo para todos nosotros, tanto a nivel artístico como humano

¿Cómo es la relación con Kojima, cómo se entienden culturas tan dispares?

Él se pone en nuestras manos. De hecho, a ciertas edades en los pantanos que se ha metido y en los charcos que se ha metido con nosotros son importantes. Te hablo sobre todo de La celestina. Hasta que hicimos la celestina con Kojima, Kojima había salido al escenario para hacer de Kojima, no para hacer de un personaje ni nada de esto. Nunca se puso en manos de un coreógrafo que le montara, él siempre se ha montado sus propias historias, sus propios bailes, y eso fue para él un antes y un después. Ponerse completamente en mis manos, meterse en la piel de una vieja bruja del siglo XVII, y montar todo lo que le montaba, con las dificultades que eso conlleva para una persona que lleva toda la vida con sus cosas. La  generosidad artística que mostró fue de tal calibre, y el resultado fue para él de tal envergadura, que siempre me dice: hasta que me muera montamos una obra cada dos años (risas). Nos va a enterrar a todos.

Kojima es un ejemplo de amor y entrega total a la danza. ¿Falta gente así en nuestro país?

Kojima es la ejemplificación de lo que debería de ser esto para cualquiera que realmente ame esto. Desgraciadamente, no todos los que se dedican a esto lo aman. Hay mucha gente que simplemente ha tenido facilidad para dedicarse al baile aunque haya sido simplemente como mal menor. Kojima es un ejemplo para todos nosotros, tanto a nivel artístico como humano.

Javier Latorre, durante la entrevista, en la cafetería del teatro Villamarta. / JAVIER FERGO


¿Qué ve Javier Latorre ahora frente al espejo?

Ahora que ya los médicos me han obligado a cuidarme ya lo que veo es a mí mismo (risas). Ya me reconozco en el espejo. ¿Cómo me veo? Me veo en un momento dulce en lo que se refiere tanto a mi vida artística como personal.

¿Equilibrado?

Sí, sí, sí. Cuidándome lo que en años precedentes, y seguramente por la confianza en que la juventud dura para siempre, no se cuida uno. Pero sí, estoy en un momento dulce artístico y personal. Viendo a mis dos hijas mayores crecer, y con el cariño, el respeto y la admiración de toda la gente con la que trabajo. Y, afortunadamente, con muchísimo trabajo en las tres facetas: docencia, coreografía y menos en la interpretación, porque ya me estoy limitando mucho. Lo poco que me quede de salir al escenario quiero cuidarlo y hacerlo con gente con la que realmente me apetezca. Como hice con La Moneta, o la colaboración ahora con Kojima.

¿Cómo lleva ese trance que va de que le apunten todos los focos a la mera pincelada?

Yo muy bien, porque es que tampoco me veo como para salir al escenario a pretender hacer más. Ya los huesos están muy curraditos, las rodillas se resienten mucho. El protagonismo… Me siento tan protagonista estando dentro como fuera del escenario. Es algo que quizás venga de la vena docente pero casi disfruto más viendo bailar a mis alumnos que viéndome bailar a mí mismo. En ese sentido no tengo mono.

¿Envejecer es una bendición o una maldición?

Envejecer es gloria bendita. Se supone que uno envejece porque sigue vivo. Cuando oigo a alguien que ya no quiere cumplir más años, digo: la solución es sencilla, suicídate (risas). Aunque yo el suicidio no lo aconsejo porque tengo un amigo que lo intentó y estuvo a punto de matarse, o sea que… (más risas).

¿Le ha dado muchas oportunidades la vida?

A mí la vida me ha dado una pila de oportunidades y, además, suelo aprovecharlas. Yo creo que la vida le da oportunidades a todos salvo casos como los que vemos en televisión, en zonas de guerras o en zonas en las que uno por muchas ganas que tenga de crecer la vida le chafa la cabeza en cuanto lo intenta, no hay medios de ningún tipo. Ni hay ánimo para intentar hacer otra cosa que no sea sobrevivir cada día. Pero incluso en esos casos la vida da oportunidades, otra cosa es lo que tú haces con ellas. Y yo tampoco creo que haya sido muy conscientemente eso de aprovecharlas, pero creo que sí lo hago.

Hay dos tipos de ego: el bien entendido y el mal entendido. Es muy destructivo querer ser el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro

En este mundillo el ego cotiza al alza, ¿no?

Ya, lo que pasa que hay dos tipos de egos: el bien entendido y el mal entendido. Una cosa es el ego personal de la superación como artista, el de pensar que cuando tú estás haciendo algo eres el mejor. Si no te lo crees, difícilmente vas a poder crear algo en condiciones, aunque ese es un sentimiento interior, que uno se dedica a sí mismo. Otro ego es el de ser el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro. Ese ego creo que es muy destructivo. O ese de quítate tú para ponerme yo. En obras de este tipo, con un trabajo de equipo, el ego tiene que ser compartido, tienes que hacer sentir a la gente que trabaja contigo que son los mejores.

¿Ha hecho alguna vez algo en su carrera para complacer a alguien?

¿Abandonar mis principios y mis ideales para comer? Creo que no. Lo que sí he hecho es amoldarme a situaciones que no son al 100% como yo hubiera querido pero a eso estamos expuestos todos cuando trabajamos con más gente. Y he hecho obras por encargo en las que a lo mejor en principio el argumento o cualquier historia no me ha gustado pero he tratado de poner esos condicionantes a mi favor y usarlos en mi beneficio, no negarme a hacerlas. De eso también se aprende. Soy básicamente un mercenario cultural en ese sentido. Claro, de las 50 y tantas obras que llevo montadas solamente seis o siete han sido por elección mía. Todo lo demás han sido encargos de otras compañías.

Y hay que tener la habilidad de readaptarlas a su terreno.

Tengo que tener la habilidad de enamorarme del encargo y en eso sí que soy un especialista.

¿Que has aprendido en tantas décadas de trayectoria?

Que me queda todo por aprender (silencio). Eso es lo que he aprendido básicamente.

Una reflexión íntima que muy pocos hacen hoy, ¿no? Todo el mundo tiene prisa por llegar.

Hombre, en la danza sobre todo es comprensible hasta cierto punto porque es una profesión muy corta en el tiempo. Entonces, uno adquiere protagonismo en base a lo que hace en el escenario. Uno no piensa en qué va a pasar cuando deje de bailar. En mi caso, afortundamente después de ir dejando de bailar tengo la coreografía y la docencia para seguir desarrollándome en el círculo que quiero. Prisa tenemos todo el mundo y es como el ego, que bien entendido es de puta madre.

Javier Latorre, durante la entrevista, en la cafetería del teatro Villamarta. / JAVIER FERGO


¿Coreografiar, bailar o enseñar?

Eh... Como más disfruto es enseñando. La sensación de sentarte en una butaca y ver a gente que ha pasado por tus manos, alumnos tuyos, haciendo cosas fantásticas es inigualable. Es una sensación de padre.

¿Qué es lo más bonito que le han trasladado esos hijos?

Son más sensaciones... Gestos más que palabras. A mí tampoco me... No sé cómo me tomaría que algún alumno me viniera y me dijera: eres la hostia, maestro. La gratificación está en el respeto, está en el cariño que te tienen, en que cada vez que alguien les pregunta de dónde vienen, sale tu nombre. En que coges el programa del Festival y en el 50 o 60% de los currículos mi nombre aparece. Ahí está realmente la satisfacción.

Tres premios en Córdoba, premio en La Unión y el Nacional de Danza, ¿para qué sirvieron estos máximos reconocimientos?

Los dos primeros fueron como intérprete en los dos únicos concursos en los que me he presentado en mi vida. El de Córdoba sirvió para que todo el mundo supiera que estaba aquí y el de La Unión, para que todo el mundo supiese que volvía a estar aquí. Conseguí afortunadamente ganar los dos. El Nacional de Danza es un empujón y un alimento para el ego importante. Es tener la sensación de que tu trabajo es reconocido. Quieras o no, es la máxima distinción que a nivel cultural hay en este país, y tras haber sido jurado al año siguiente de haber sido merecedor del premio, te puedo asegurar que no es algo que se regale. El jurado está compuesto por profesionales de garantías, las discusiones son arduas y hay una gran cantidad de españoles por todo el mundo que se merecen tener ese premio. Hablo en el conjunto de todas las actividades dentro de la danza. Que acaben reconociéndote a ti es un subidón.

La sensación de sentarte en una butaca y ver a gente que ha pasado por tus manos haciendo cosas fantásticas es inigualable

No es algo que deba ser rechazado por cuestiones políticas, como ha ocurrido con otros artistas.

No, ya te digo, en el jurado no había ningún político más que el director general del Inaem que no tenía ni voz ni voto, sino que era moderador y testigo. El resto éramos bailarines, coreógrafos, periodistas... gente relacionada con la danza, y en el último momento las voces que imperan son las de los profesionales de esto.

Ha dicho que prefiere la docencia, pero, ¿a qué sabe una ovación?

Umm, el aplauso o las ovaciones son las mismas. La que me llevo cada vez que digo 'gracias, señores, la clase ha terminado, hasta mañana' me sabe tan bien como la que me pueda llevar viendo en pie un teatro después de haber bailado. O el aplauso que te dan cada día cuando terminas el ensayo en el montaje, para eso somos muy cumplidos en este mundo. Son equiparables. Interiormente, la ovación después de un estreno se multiplica pero más en relación por todos los que tienes al lado que han colaborado. En cambio, el hecho de estar cada día dando clases, que el alumno venga con ganas y esté ilusionado, para mí es un exitazo, es algo más diario y más personal, eso sí que va para mí solo. En cualquier caso, un aplauso es un aplauso en cualquier ámbito. El último objetivo en todo caso es presentar el espectáculo en un escenario y es especial ese aplauso. Mi gran satisfacción es seguir bailando cada día y aguantar todavía de pie. 

¿Cuántas lesiones ha tenido en más de 45 años en el oficio?

Operaciones ya son cuatro: tres de las rodillas, no tengo menisco en ninguna de las dos, y otra en un tobillo, que me operaron por una calcificación. Luego, contracturas, esguinces, roturas musculares todas las del mundo... En 47 años de profesión me ha dado tiempo ya a que me pasen muchas cositas. Esta cosa viene con el empleo [ríe a carcajadas]. Aquí seguiremos mientras el cuerpo aguante.

El maestro Javier Latorre (Valencia, 1963) tiene algo de gato callejero. Acumula vidas en la recámara y siempre cae de pie. También parece arisco pero en seguida se vuelve afable y risueño en el trato. Con un aspecto de lo más juvenil a sus más de 50 tacos, 45 de ellos bailando, coreografiando y enseñando, le...

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Autor >

Paco Sánchez Múgica (La voz del Sur)

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