Reportaje
Katsikas, el peor campo de refugiados de Grecia
Unas 1.200 personas, entre ellas 500 niños, subsisten en unas condiciones de vida infrahumanas a pesar de los esfuerzos de las organizaciones humanitarias
Ana López Katsikas, Grecia , 19/04/2016
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Abdulrahman Alhayek llegó a Katsikas con otras 160 personas más desde Eleptheropolis. Llegaron a Mitilini el día 3 de marzo, les metieron en un autobús por el que pagaron 35 euros y les dijeron que les llevarían a la frontera con Macedonia. La realidad fue distinta, el autobús les condujo hacia Eleptheropolis, donde dormirían en un estadio que la municipalidad había "acondicionado". Esa fue la primera mentira. No podían permanecer más tiempo allí porque el espacio no reunía las condiciones adecuadas y les dijeron que les llevarían a todos juntos a un campo de refugiados en el que tendrían duchas, baños, conexión Wi-fi (extremadamente importante si consideramos que aplicaciones como Whatsapp son sus principales vías de comunicación con familias y amigos) y una oficina de la ONU donde podrían formalizar su petición de asilo. Llegaron a Katsikas el dia 7 de abril a las 13.30 pero ni uno de ellos bajó del autobús; a las cuatro de la tarde de ese mismo día la policía se llevó a los conductores a un hotel de la zona, sin dar ninguna explicación a los pasajeros. La razón por la que todos se negaron a quedarse en Katsikas fue que éste es, probablemente, el campo con peores condiciones de vida de todos en los que se está reubicando a los refugiados en el norte de Grecia. Los autobuses permanecieron en un descampado aledaño al campo hasta el día 9 de abril a las ocho de la mañana. Nadie les dijo hacia dónde se dirigían.
Katsikas, ubicado en la localidad del mismo nombre a escasos kilómetros de Ioannina, era un antiguo aeropuerto militar de la Primera Guerra Mundial. No hay edificios que lo identifiquen como tal, solo un solar amplio de tierra en el que hasta ahora solo había unas naves industriales construidas en la década de los 90 para dar hospedaje a la población albanesa que vino en masa al país heleno en busca de un empleo tras la desintegración de la Unión Soviética y que ahora albergan equipos agrícolas de las distintas municipalidades de la zona, salvo una que estaba vacía y que se ha cedido como almacén a las asociaciones que trabajan en el campo. En la región las lluvias son constantes y, por ello, cuando se decidió que allí se ubicaría uno de los campos de refugiados el ejército solapó con piedras el terreno para evitar que las lluvias lo convirtiesen en un barrizal. Las piedras con las que el ejército pretendía evitar el barro se convirtieron en un suelo donde difícilmente puede dormir una persona.
El campo, que empezó a acoger refugiados el 20 de marzo, está claramente improvisado, completamente desacondicionado para acoger a 1.200 personas, entre ellos, 500 niños. Hace frío y por ello una de las tareas del día es ir en busca de leña, o de cualquier otra cosa que se pueda quemar, para poder hacer una hoguera cuando cae el sol y calentarse. Por el momento hay 35 baños en todo el campo, siempre sucios y demasiado altos para los niños quienes, ante la imposibilidad de llegar a sentarse, hacen sus necesidades en el suelo. Para Najah Farsat, de 59 años y procedente de Homs, lo peor son las duchas, menos de veinte en todo el campo, sin agua caliente y sin distinción de hombres o mujeres. Farsat, que decidió arriesgarse a morir en el Egeo antes que hacerlo sola en Siria, vive ahora aterrorizada con la idea de no poder reencontrarse con sus hijos, que viven en Suiza desde hace tres años.
La situación es dramática y sería mucho peor sin la ayuda de la ONG española Olvidados, que llegó al campo el 23 de marzo. Berta recuerda que cuando llegaron solo estaban los militares, la policía y Cruz Roja Griega que contaba con una tienda en el campo, un médico y un montón de gente morada de frío y con la ropa mojada, añade Maria.
El reparto de comida y el acondicionamiento del campo es responsabilidad de los militares, pero las directoras del proyecto de Olvidados se dieron cuenta el primer día de que todos, sin importar si tenían 2 o 90 años, recibían la misma comida (un cruasán y un zumo por la mañana, una comida caliente al mediodía y un sándwich con pan de perrito cuyo contenido suele variar de los nuggets de pollo a la mortadela de pavo). En principio su idea era implementar su proyecto Milkyway, que consiste en mejorar la nutrición de la población infantil en los campos de refugiados pero, al ver la situación, tuvieron que hacerse cargo de otras responsabilidades como gestionar a los voluntarios locales e internacionales, detectar las necesidades tanto higiénicas como de ropa y calzado o crear nuevos espacios como el baby hammam (una tienda con agua caliente y unas bañeras para poder bañar a los bebés).
Gracias a ellos, el grupo de amigos alemanes Soups and Socks llegó a Katsikas con un proyecto que consiste en cocinar para y con los refugiados dos veces al día, la comida y la cena; llevan haciéndolo desde el 28 de marzo y continuarán hasta finales de este mes. Anna, una de las integrantes del grupo, asegura que, aunque ya ayudaba a refugiados en Alemania, tenía muy claro que era el momento de venir a Grecia ya que el acuerdo de la Unión Europea había dejado a un país que lleva sufriendo las consecuencias de una terrible crisis durante los últimos cinco años a cargo de 50.000 refugiados.
El trabajo de ambas asociaciones no solo se limita a los proyectos que tenían establecidos. Hay un componente humano que nadie les exige: dar cariño a personas que llevan cinco años de guerra a las espaldas, un viaje durísimo y la peor de las acogidas posibles en el continente que ellos tenían idealizado. Por ello es fácil ver niños persiguiendo a los voluntarios de una y otra asociación para jugar o darles un abrazo.
En esta línea trabaja la tercera ONG en el campo, Lighthouse Relief. “Nuestro trabajo consiste en crear espacios y condiciones que den la sensación de una vida normal: instalar Wi-fi, crear espacios comunes donde los niños puedan jugar y aprender”, indica la australiana Alex Pagliaro, voluntaria de la asociación. A la vez, quieren empoderar a las mujeres del campo porque son "una pieza clave en la construcción de un buen ambiente en el campo", asegura Amira Belhag, marroquí de 24 años y voluntaria de la misma ONG. Pero para ello se necesita tiempo.
Tanto Berta como María, de Olvidados, se quejan del vacío de poder que reina en Katsikas. Nadie es responsable directo de nada ni tiene permiso para casi nada y esto afecta directamente a los refugiados. También se quejan, como lo hacen Alex y Amira, de Lighthouse Relief, y Anna, de Soup and Socks, de la falta de información que los organismos oficiales da a los refugiados. Esta es la peor parte para el ingeniero Ahmad Al Salti, de 28 años y procedente de Damasco. Ningún organismo oficial da respuestas a preguntas básicas como el proceso de petición de asilo, por qué cerraron las fronteras, qué hace en un campo de refugiados o cuánto tiempo tendrá que vivir aquí. “Sería mucho mejor morir en Siria rápido por un bombardeo que morir aquí lentamente, en una situación de constante espera”, comenta mientras muestra fotos de su familia que vive en Siria.
Katsikas es el típico lugar en el que nadie querría vivir, con unas condiciones infrahumanas que cuesta creer que se toleren en Europa, en el que cualquier iniciativa de mejora viene de parte de organizaciones no gubernamentales que obtienen recursos de donaciones privadas y del trabajo de un equipo de voluntarios con un altísimo nivel de preparación y compromiso para dignificar la vida de los 1.200 refugiados que la Unión Europea ha condenado a vivir como animales en Grecia.
Abdulrahman Alhayek llegó a Katsikas con otras 160 personas más desde Eleptheropolis. Llegaron a Mitilini el día 3 de marzo, les metieron en un autobús por el que pagaron 35 euros y les dijeron que les llevarían a la frontera con Macedonia. La realidad fue distinta, el autobús les condujo hacia...
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Ana López
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