Comisión parlamentaria
“Un abrazo fuerte a mis compañeros, se merecen lo mejor”
Francisco Granados, encarcelado por su presunta implicación como cerebro de la trama Púnica, ‘vuelve’ a la Asamblea de Madrid para comparecer en la comisión que investiga el espionaje político durante el Gobierno de Esperanza Aguirre
Álex Moreno Madrid , 22/04/2016
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“¡Pasarán ustedes a la historia como aquellos que han coartado la libertad de expresión de una persona que está compareciendo y no se le permite hablar de la corrupción en la Comunidad de Madrid!”. El artista anteriormente conocido como Paco Granados espeta desde una sala de la cárcel de Estremera a los diputados del parlamento madrileño. Son más de las 13 horas del viernes 22 de abril. Sala José Prat de la Asamblea de Madrid, Vallecas. Tras casi cuatro horas de sesión, la cuarta jornada dedicada al espionaje que se dio durante la era Aguirre llega a su momento más esperado.
Un plasma colocado en el centro de la sala concentra toda la atención. Es la primera intervención pública de Francisco Granados, antiguo hombre fuerte de Esperanza Aguirre en sus gobiernos y en el PP de Madrid, desde su ingreso en prisión por la Operación Púnica. Allí permanece desde octubre de 2014, acusado de ser el cerebro de una organización delictiva que arrancaba mordidas de adjudicaciones públicas por medio país.
Hoy es llamado a declarar por el espionaje político, otro asunto judicializado, archivado tres veces, reabierto otras tantas y que ya fue investigado en comisión parlamentaria en 2009, como el testificante bien recuerda. “La reeditan ahora que no tenemos mayoría absoluta. Esto de las segundas oportunidades y recuperaciones en septiembre está muy bien…”
Granados está encantado de haber ‘vuelto’ a la Asamblea. Los espías no le importan lo más mínimo. Él ha ‘venido’ a hablar de su causa. Viste con un jersey gris y su semblante es grave. Sobre la mesa en la que reposa sus manos cuando deja de gesticular tiene unos papeles con anotaciones que completa durante la comparecencia. La carpeta azul sobre una silla contigua es su única compañía aparente en la sala de la cárcel desde la que comparece.
“Ruego a la señora presidenta que tenga la bondad y la generosidad de dejarme contextualizar suficientemente esto de la corrupción política. ¡Creo que lo está esperando toda la opinión pública!”. La presidenta de la comisión, Dolores González (Ciudadanos), se niega e insiste en que Granados ha sido llamado a hablar de los espías y de la Púnica. No solo no procede, sino que vulneraría el permiso judicial otorgado por el magistrado Eloy Velasco para la comparecencia del exconsejero.
“De verdad, de verdad, después de la que ha habido que montar desde el plano de vista técnico y humano, la señora presidenta, una representante de la nueva política, ¿va a cortar esta comparecencia?”, exclama Granados. La interlocución con el primero de los portavoces, César Zafra, también de Ciudadanos, se encrespa tras un suave comienzo. “Me parece que no se ha leído bien el acta de la investigación anterior”. “Una cosa es que me conteste y otra que me dé el mitin. Entiendo que ha estado usted mucho tiempo en Estremera y lo eche de menos…”, responde Zafra, que no encaja con gusto el golpe y se revuelve ante el tono altivo del exconsejero. “Aguirre habló aquí que de todos los cargos que tuvo bajo su responsabilidad unos pocos le salieron ranas o sapos. Usted cree que es el único sapo en el tema de los espías?”, pregunta. “De zoología no hablo”, responde Granados.
No es el único ‘ciudadano’ rebotado. González, la presidenta, no se ha quitado el mosqueo inicial y apremia tras cada pregunta de su compañero portavoz sin considerar el retorno de la señal: “Responda por favor…”. “Contestaré si considero oportuno”, replica.
Increíblemente, el tono baja cuando llega el turno de Podemos. Su portavoz, Miguel Ongil, intenta la pirueta de mencionar de pasada la Púnica. La presidenta le caza, pero el joven diputado redobla la apuesta. Pide la opinión del letrado presente en la sala sobre las restricciones. “Las comparecencias tienen extremos y esos extremos los marca la presidenta”. La pelota recae en González, que deja seguir.
Granados agradece a Ongil el capote. “Se lo digo en serio, no con ironía, el esfuerzo porque me exprese con libertad”. Ver para creer. Granados habla, por fin, de su libro. Dice que estuvo detenido durante cinco días antes de que el juez le tomara declaración. Que fue detenido en la puerta del colegio de su hija. Que después de año y medio aún no sabe de qué se le acusa. Y reta al resto de diputados a encontrar hechos concretos que se le imputen para poder demostrar así su inocencia. “Afirmo taxativamente que soy inocente”.
“¿Se siente traicionado?”. “No. Me siento decepcionado y maltratado por el Estado de Derecho. Interpuse un recurso en el Tribunal Constitucional por la detención y me responde que esa detención ilegal carece de contenido constitucional”. Granados ha conseguido convertir su comparecencia en una entrevista sobre su situación personal. No le sale gratis. “Ignacio González está de compras en Londres mientras usted está en una sala de la cárcel de Estremera. ¿Siente que en su partido se la ha jugado?”.
Inciso: González estaba llamado ese mismo día a declarar a la comisión, en la que está obligado a declarar. Un viaje de trabajo no se lo permitió este viernes. Remitió los billetes de avión a la capital británica a la Asamblea para justificar su ausencia. La fecha de compra coincidía con el mismo día en el que la mesa de la comisión acordó su comparecencia.
Granados no pierde la calma. Ni siquiera cuando le preguntan por su relación con el expresidente de la Comunidad, también imputado en otra causa, ésta relacionada con la procedencia del ático de Estepona en el que el expresidente disfrutaba de sus vacaciones y que el juez sospecha que pudo ser el pago por una comisión ilegal. Ongil atiza de nuevo: “Le están cargando el muerto”. En el Granados locuaz, en algún momento socarrón, se atisba entonces un chispazo de duda, un titubeo.
Con el objetivo cumplido de contar su historia, poco le queda ya por hacer a Francisco Granados más que disfrutar de su fugaz vuelta a la política. “No había entendido su pregunta a pesar de lo bien que se expresa usted”, le suelta a Nani Moya, portavoz socialista. “No sé si estuvo usted en la anterior comisión pero lo hace usted mucho mejor”.
Moya insiste en sacar a Granados información sobre el espionaje. Poco aporta en hora y media. Asegura que no tuvo constancia de ningún seguimiento y por tanto, cualquier pregunta que implique tal extremo es inútil. Sin embargo, recupera un término no mencionado hasta ahora, el de las contravigilancias. Una salida legal al meollo del espionaje que ya se dio en la anterior comisión y que, según Granados, ya se hacían en época del socialista Leguina.
También habla de responsabilidades. “Si usted me pregunta si el servicio de escoltas y contravigilancias lo montó Ignacio González, mi respuesta es sí”. El equipo de guardias civiles y policías que dependían del director general de Seguridad, Sergio Gamón, dependían orgánicamente de él pero mantiene que no estaban bajo su responsabilidad. “Funcionalmente no he despachado con esos señores nunca”. Y respecto al señor Gamón, Granados explica que “salvo raras excepciones” todos los altos cargos de la Comunidad de Madrid eran designados por Esperanza Aguirre.
Turno para Alfonso Serrano, portavoz del Partido Popular. Busca la complicidad de Granados repitiendo argumentos apuntados por su interlocutor anteriormente. Advierte de que sólo hará una pregunta. Justamente la primera que había hecho Zafra: si había cambiado su parecer respecto al que expresó en la comisión de hace siete años. Tampoco importa; no es la peor de sus intervenciones. Parece no querer menear mucho la bicha no vaya a ser que acabe mordiendo. Toda la sala le comprende.
La segunda ronda de intervenciones deja un alegato memorable: “Sería una pena que mis compañeros no creyeran en mi presunción de inocencia. Si fuera del PSOE mis compañeros del PSOE me defenderían y defenderían mi derecho a la defensa y a la igualdad de trato ante la ley. Pero soy del PP. Los de la oposición, a dar cera. Y los del PP, a dar hasta más de lo que da la oposición. Por eso nadie se sorprende cuando un ministro dimite y que, con el cadáver político caliente, otro ministro dice que le manda a la Agencia Tributaria”.
“A pesar del paso de los años, sigue usted fiel a sí mismo, señor Granados. Sigue escaqueándose”, le despidió Encarnación Moya. Desde la cárcel de Estremera la respuesta es escueta. “Gracias señoría. Un saludo”. Es el momento del cierre y Granados enuncia una lista de periodistas a los que agradece que hayan respetado su presunción de inocencia.
“No sé qué es peor: que te nombre Pablo Iglesias para mal o Granados para agradecerte”, musita un periodista que ha seguido la comparecencia, una vez acabada. Otro insiste en la ironía que puede contener la dedicatoria y el portavoz del PP en la comisión, Alfonso Serrano, que bromeaba instantes antes acerca de que el trago ya había pasado, cambia la cara a modo reflexión pensativa. Igual pensaba en la ironía que podía contener la despedida de Granados, las últimas palabras que pronunció antes de apagarse el plasma. “Un abrazo fuerte a mis compañeros de partido, que están ahí enfrente y se merecen lo mejor”.
“¡Pasarán ustedes a la historia como aquellos que han coartado la libertad de expresión de una persona que está compareciendo y no se le permite hablar de la corrupción en la Comunidad de Madrid!”. El artista anteriormente conocido como Paco Granados espeta desde una sala de la cárcel de Estremera a...
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