COSMÓPOLIS
¿Por qué lo llaman cultura cuando quieren decir publicidad?
Existen las noticias culturales, la pretensión de noticias culturales, el ‘spin’ periodístico y el timo puro y duro
Barbara Celis Londres , 30/04/2016
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No sé si somos los periodistas que nos lo tragamos todo o los publicistas, cada vez más refinados, pero no entiendo cómo determinadas noticias llegan a la prensa sin ni siquiera una pizca de sal crítica. Existen las noticias culturales, la pretensión de noticias culturales y el timo puro y duro. Los periodistas dedicados a escribir sobre cultura deberíamos saber diferenciar entre todas ellas. O al menos arquear la ceja y transmitirle al lector nuestras dudas. Si además escribes desde el extranjero tienes la ventaja de que tus ojos foráneos te sirven de filtro para mirar el país que te acoge y por lo tanto puedes ver cosas que quizás si fueras un lugareño no verías. Pero hoy en el periodismo ocurren cosas extrañas: todos estamos ciegos y cacareamos como si fuéramos loros lo que nos cuentan quienes crean la noticia, que ya no somos los periodistas (salvo honrosas excepciones como los Papeles de Panamá) sino quienes quieren ser noticia.
Voy a poner un ejemplo: este mes hubo una convocatoria de prensa masiva para asistir al anuncio de lo que será la nueva sede de la Tate Modern de Londres. Sí, han leído bien: el anuncio de lo que será, pero sin poder verlo. La ampliación del museo, con un nuevo edificio de Herzog y De Meuron que lleva años construyéndose, se inaugurará a finales de junio. Por eso en abril se convocó a la prensa: para que nos pasemos tres meses hablando de ello. Es lo que en el lenguaje americano se llama crear ‘spin’. Como los responsables del museo Tate son inteligentes, aprovecharon la ocasión para vestir de largo a la recién nombrada directora de la Tate Modern, Frances Morris, que se estrenó públicamente contando cómo se repartirá la colección entre la vieja y la nueva sede, qué criterios se seguirán para mostrarla, qué nuevos artistas veremos y toda una serie de detalles de los que en realidad no se debería hablar sin poder ver de lo que hablamos, puesto que hablamos de uno de los tres mejores museos del Reino Unido, entre los mejores del mundo. Y la palabra ‘museo’ y el verbo ‘ver’ deberían ser conceptos inseparables. Pero el spin es así: todo vale. Y los periodistas tragamos.
Entre las cosas que leí al día siguiente quizás lo que más me llamó la atención fue lo que no leí: nadie habló de los treinta millones de libras que aún le faltan al museo para pagar una obra que les ha costado 260 millones y cuyo presupuesto inicial era 215. Teniendo en cuenta que en septiembre el director de la institución, Nicholas Serota, ya dijo cuando presentó las cuentas del museo que les faltaba esa cifra yo empezaría a preocuparme: ¿cómo es posible que en seis meses no hayan recaudado ni un duro? Según dijo Serota, “en cuanto la gente vea que el edificio está terminado donarán el dinero porque a última hora todo el mundo quiere salir en la foto”. Claro, y para eso el spin de la prensa es esencial. Hasta la fecha tres cuartas partes de la ampliación se han pagado con dinero privado y un cuarto con dinero público. O sea, que esa deuda pendiente sí debería ser noticia. La prensa inglesa ni la mencionó. A España la noticia llegó fundamentalmente vía la agencia EFE, que en una nota en El País ofrecía frases de marketing como “la nueva Tate Modern ofrecerá una rica variedad de experiencias” (recuerden, la cultura ya no lo es por sí sola, sólo ‘las experiencias’ venden) y aniquilaba a la nueva directora de la Tate Modern para resucitar con comillas de origen desconocido al antiguo director Chris Dercon (quién sabe cómo ni por qué). Ni siquiera se mencionaba que en el nuevo edificio la española Cristina Iglesias tendrá un espacio prominente, o que se ha repensado la colección para mostrar la verdadera contribución de las mujeres a la historia del arte, o que la próxima expansión de la Tate sin duda será virtual y no física, algunos de los pocos detalles interesantes de la presentación.
Otra de las noticias ‘hinchadas’ que me ha llamado la atención este mes ha sido la dedicada a la exposición “Exhibitionism” de The Rolling Stones en la Saatchi Gallery. Para empezar, aunque ocupa el espacio de la galería, no está organizada ni comisariada por la galería, que se ha limitado a alquilarles el espacio. Tanto es así que muchos medios ni siquiera tuvieron acceso a la presentación de prensa (no se sabe si para evitar malas críticas o para evitar la presencia de periodistas sin pedigrí ‘cool’). Eso sí, los Rolling convirtieron la inauguración en un evento para vips de esos que después se publican en el Hola!, dejando muy claro que en su sangre depurada y añeja ya no queda rastro de transgresión y sólo interés por seguir haciendo caja. Ponerle el sello ‘Saatchi’ les daba el caché artístico que hoy busca cualquier exposición de medio pelaje, pero no vendría mal un poquito de análisis crítico, ausente en las notas de la prensa española y escaso en la prensa inglesa. Si una institución alquila su espacio al mejor postor los periodistas deberíamos al menos publicarlo, para que al lector le quede claro quién avala una muestra, el dinero o la profesionalidad.
La exposición dedicada a Bowie en el Victoria and Albert Museum era conceptualmente similar, aunque mucho más elaborada y al menos organizada desde dentro de la institución. Visto el éxito de la primera, los Rolling Stones decidieron sacarle punta a su fama y organizarse solitos la suya propia y cobrarle 24 libras a sus fans para que accedan a la reconstrucción de su primer apartamento londinense o para ver su primer contrato discográfico. Sin negar el interés que todo tipo de memorabilia produce en los fieles de una banda, no deja de ser un movimiento de marketing más dentro de la profesionalísima carrera comercial de una de las mejores bandas de rock de la historia.
La exposición dedicada a Bowie también tuvo, al igual que ésta, varios meses de spin periodístico cortesía de la prensa mundial, algo que sin duda contribuyó a convertirla en la más lucrativa de la historia del Victoria and Albert Museum pero al menos tenía detrás un par de mentes pensantes (los comisarios) y tres años de trabajo recorriendo el archivo del músico. Y su protagonista no necesitó pasarse por allí para que se hablara de ella. Tampoco participó en su montaje, ni siquiera estuvo relacionado con su organización, simplemente dejó que los comisarios hurgaran en sus archivos, y les dejó hacer.
En la de los Rolling son ellos mismos los que han querido exhibirse, y los que han decidido qué mostrar y qué no. Es cierto, hay una comisaria, Ileen Gallager, pero la sucesión de objetos de la exposición y la ausencia total de referencias a su vida personal la convierten en una muestra anodina sólo apta para fanáticos de la banda. No se les puede reprochar que además de los más longevos de la historia del rock and roll sean los mejores ‘businessmen’ del negocio, pero estaría bien que la prensa cultural no les aplaudiera sin más y afilara un poquito el colmillo al hacer su trabajo, cosa que cada vez parece suceder menos a menudo en todo lo relacionado con el mundo de las exposiciones.
El paseíllo por la historia de los Rolling Stones coincide en Londres con la muestra I am the greatest, dedicada al legendario boxeador Muhammed Alí (antes conocido como Cassius Clay), una recopilación de guantes, batas de boxeo y medallas aliñadas con fotos monumentales del personaje. Una vez más, una muestra sólo apta para admiradores. Si no lo eres, doy fe, es un tostón. Está claro que las exposiciones monográficas dedicadas a los famosos son el nuevo filón del siglo XXI, al que sus organizadores les gustaría añadir el adjetivo de “artístico”. Pero ¿realmente hay que escribir sobre ellas como si estuviéramos frente a la Pietá de Michelangelo? En el caso de Alí, al menos no hay una Saatchi Gallery o un Victoria and Albert Museum detrás: la exposición reposa en el interior del centro comercial O2 de Londres, lo cual al menos le quita esa falsa garantía que parece conferirle a una muestra mediocre un contenedor con caché. Pero si los museos van a empezar a buscar ingresos alquilando sus espacios para organizar exposiciones dedicadas, pongamos, a Belén Esteban, o a Berlusconi, más vale que los periodistas culturales nos espabilemos.
Claro que si se sale del contexto cultural la historia se repite. ¿Por qué cada nuevo lanzamiento de un producto de Apple recibe la misma cobertura que, digamos, un atentado terrorista? Páginas y páginas analizando la presentación del objeto, las cualidades del aparato, su diseño, sus defectos, expertos comentando el asunto como si nos fuera la vida en ello, enfermos haciendo cola para ser los primeros en adquirir el gadget... Claro, luego la prensa se queja de que nadie invierte en publicidad. ¿Para qué van a gastar empresas como Apple, Microsoft o Google en publicidad si los periodistas se la damos gratis?
Está claro que el periodismo atraviesa por una grave crisis existencial pero señores, hagamos autocrítica. Y afilemos el colmillo.
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Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
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