Tribuna
Francia: un golpe de Estado democrático
Si los diputados socialistas rebeldes no votan en contra del gobierno en la moción de censura, estarán respaldando la deriva brutal de un régimen que redoblaría sus ataques contra las movilizaciones sociales
Éric Fassin París , 11/05/2016
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Grecia fue víctima en 2015 de un golpe de Estado silencioso: bancos y no tanques, repetía Yanis Varoufakis. Pero entonces, ¿dónde están los viejos coroneles? Si la historia no se repite como una farsa, la tragedia se hace liviana. Con el impeachment, Brasil conoce un golpe de Estado legal. Dilma Rousseff sufrió torturas durante la dictadura, pero sus adversarios actuales no destruyen las instituciones de la democracia brasileña: le dan la vuelta para tener éxito allí donde los Republicanos acabaron por fallar contra Bill Clinton. Los votos y no las botas militares: en nuestros regímenes de “hombres vacíos”, es así como terminan las democracias (para parafrasear a T.S. Eliot), “no por una explosión, sino en un murmullo”.
Ésta es la otra cara de la "revolución furtiva" del neoliberalismo, la que la filósofa política Wendy Brown ha desenmascarado como la que derrota al demos: de Turquía a Hungría, como espejo de Grecia, la Unión Europea sacrifica voluntariamente la democracia en el cumplimiento de los principios neoliberales --pero lo hace dentro de las formas--. No es, por tanto, casualidad que sea en primer lugar con la ley Macron, y luego con la reforma laboral, que el gobierno socialista recurre al artículo 49.3: se trata de imponer a su propio campo, a pesar de sus promesas electorales, la hegemonía de la política neoliberal.
Por supuesto el uso de la fuerza nunca está lejos: la violencia policial que se multiplica, del Estado de emergencia a la represión de la Nuit Debout y las movilizaciones estudiantiles, no es un error; participa de una política de lo peor. Se trate del derecho de manifestación o incluso de la libertad de expresión, el endurecimiento del régimen señala mediante aquello que elige reprimir los lugares y las prácticas políticas democráticas que continúan existiendo o que cogen fuerzas como reacción. En el momento en que las lógicas antidemocráticas se despliegan en el marco institucional de las democracias, el actual autoritarismo funciona así como un aviso histórico: esta advertencia nos invita a la lucidez.
A pesar de ello, el artículo 49.3 no es un arma absoluta en manos del gobierno; de hecho, es un arma de doble filo. Un puñado de diputados de izquierda tendría la posibilidad de oponer al golpe de Estado permanente de la V República un golpe de Estado no menos legal, pero sí auténticamente democrático. Derribar al gobierno mediante una moción de censura sería, si no reinstaurar un régimen parlamentario, al menos parar el desplazamiento progresivo del presidencialismo. Es cierto que los frondeurs –los diputados rebeldes– están amenazados con sanciones políticas si entran en acción; pero esta amenaza sólo será real si fracasa la moción de censura.
Si provocan la caída del gobierno, el presidente les necesitaría al día siguiente, salvo si disuelve el Parlamento, ¿pero a qué precio para su mayoría? Es decir, que la “minoría que bloqueaba la adopción de la reforma”, según la definición negativa, tendría el poder positivo de modificar no sólo la política socialista (frenando su neoliberalismo), sino también el régimen en sí mismo (insuflándole un poco de democracia). En revancha, no votar a favor de la moción, aunque sea con el pretexto hipócrita de que ha sido propuesta por la derecha, sería una revelación de su impotencia: acabaría como un disparo sin bala.
Es incluso peor: sería dejar al gobierno las manos libres para pretender que la oposición, que va a continuar haciéndose oír en las calles, con aún más determinación, no es legítima, puesto que no está representada en el Parlamento. En resumen, sería respaldar la deriva brutal de un régimen que redoblaría sus ataques contra las movilizaciones. La única esperanza democrática residiría entonces fuera de la vida política institucional. Estos diputados no podrían contar nunca más con nuestros votos, pero como contrapartida sabríamos de una vez por todas que nosotros sólo podemos contar con nosotros mismos. Después de todo, puede que sea a eso a lo que conviene hoy en día llamar democracia.
Podemos preguntarnos de hecho si el movimiento de las plazas no es revelador de un vaciamiento de la democracia parlamentaria y con ello de una concepción liberal, heredada de la Ilustración, del espacio público. Todo sucede hoy en día como si la política estuviese en otra parte. El espacio que constituyen las plazas, la parisina de République y las de otras ciudades, coge el relevo de una esfera pública exhausta. Sin hablar siquiera de la televisión, ¿no ha dejado (o casi) de jugarse a la política en las tribunas de los periódicos para comenzar a escucharse más allá –en las redes sociales y en nuestras calles? Otro espacio público es posible. Es una democracia, o una forma de democracia, diferente lo que se busca, una respuesta ruidosa y evidente al golpe de Estado silencioso y furtivo.
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Traducción de Amanda Andrades.
Este texto se ha publicado en Mediapart el 11 de mayo.
Grecia fue víctima en 2015 de un golpe de Estado silencioso: bancos y no tanques, repetía Yanis Varoufakis. Pero entonces, ¿dónde están los viejos coroneles? Si la historia no se repite como una farsa, la tragedia se hace liviana. Con el impeachment, Brasil conoce un golpe de Estado legal....
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Éric Fassin
Sociólogo y profesor en la Universidad de Paris-8. Ha publicado recientemente 'Populismo de izquierdas y neoliberalismo' (Herder, 2018) y Misère de l'anti-intellectualisme. Du procès en wokisme au chantage à l'antisémitisme (Textuel, 2024).
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