ESCRITO A CIEGAS
Carta a William Saroyan
José Luis Merino 18/05/2016
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Querido amigo:
El otro día dieron la noticia de que habías muerto, en tu casa de California. Dijeron que al saber que tenías una enfermedad incurable, llamaste a tu editor para preguntarle, “y ahora, ¿qué?”. Parece que te estoy oyendo, porque eso es la vida: para cuando te quieres dar cuenta, estás preguntando y ahora, ¿qué? Toda muerte trae consigo esa eterna pregunta...
Entonces pensé en el enfelizado momento de poder volverme a ayer; y me fui a tus libros. Ahora estoy sentado al borde de tus labios, escuchando cuanto dices. Te aseguro que al leerte es como si no hubieras muerto.
De tus muchos libros, incluidos los inolvidables El tigre de Tracy y Mi nombre es Aram, a mí el que me gana, por encima de todos, es el libro que escribiste en París, cuando ya eras un escritor consagrado. Me refiero al titulado Cartas desde la rue Taitbout. Me gusta, porque se adapta a la definición de Franz Kafka: “La forma epistolar implica descubrir una rápida vicisitud de un estado permanente, sin que la rápida vicisitud sufra las consecuencias de su rapidez; implica dar a conocer un estado permanente mediante un grito, y que la permanencia coexista con el grito”.
Sigo. A través de tus cartas he sabido cómo eres. Me interesa todo lo que dices en ellas. En esas cartas aparece tu vida entera: el origen armenio de tu familia, la pobreza de la infancia, tus incontables oficios para poder contribuir al sustento familiar; la calle (la siempre dura y, al mismo tiempo, maravillosa calle), esa universidad de donde salen los mejores escritores; en fin, tu yo entero en esas cartas...
Y es por eso que al reparar en tu juvenil oficio de vendedor de periódicos, he querido escribirte esta carta de despedida, justamente desde un periódico. Es un periódico que está lejos de California; pero las palabras viajan, viajan y se unen a los hombres, y los pueblos.
Claro que también sé que si uno pone aquí fulanito ha muerto, eso no es nada en comparación con la verdad. Tú sabes que no siempre reparamos en las gentes desaparecidas en el entretejido de la ciudad donde vivimos. Gentes cuyos rostros vemos cada día, y en un santiamén dejamos de verlos. Mientras para nosotros es un pequeño borrón en la memoria, esas desapariciones son harto dolorosas para sus familiares. Ellos viven esos días entre la pena infinita y el desgarro interior, junto a otras muchas negruras. Las palabras no pueden dar exacta cuenta de lo realmente sentido. Lo que se siente va más allá del contenido de las palabras. Cada muerte es absurda e incomprensible…
Todo este parlamento para decirte que algunos tipos como tú no deberían morir nunca, como es una lástima que las raíces de los mejores hombres no puedan ser traspasables…
Nos conformaremos con seguir escuchando el rico manantial de tu voz inconfundible.
Agradecido por todo lo que nos has dado, recibe la cordialidad inmensa de un abrazo, con un último ruego, tomado de ti mismo: “No vayas; pero si tienes que ir, saluda a todo el mundo”.
[William Saroyan nació en 1908 y murió el 18 de mayo de 1981.]
Querido amigo:
El otro día dieron la noticia de que habías muerto, en tu casa de California. Dijeron que al saber que tenías una enfermedad incurable, llamaste a tu editor para preguntarle, “y ahora, ¿qué?”. Parece que te estoy oyendo, porque eso es la vida: para cuando te...
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