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FOTOGRAFÍA

Retratos de Chinolope

El artista, de 84 años, guarda su inmenso archivo —Tennessee Williams, Jack Kerouac, Fidel Castro, el Che, Virgilio Piñera, Severo Sarduy, Julio Cortázar, Lezama Lima, Cabrera Infante, Eduardo Galeano— en una precaria vivienda, al final de un pasillo

Mario Luis Reyes (El Estornudo) 1/06/2016

<p>Chinolope, retratado en su casa.</p>

Chinolope, retratado en su casa.

M. L. REYES

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Chinolope es un gran fotógrafo y vive al final de un pasillo en Marianao. Chinolope tiene 84 años y, si lo miramos de cierto modo, ha sido olvidado. No le queda más esperanza que su esposa. Las condiciones de vida de Chinolope hoy en día son precarias.

Su casa se encuentra protegida por una reja metálica y una vieja puerta de madera. La cocina y la sala es lo primero que se distingue desde la entrada. Detrás de un refrigerador americano marca Hotpoint, desgastado por el tiempo como casi todo en la habitación, se adivina una puerta pequeña. El baño, supongo. Tres fotos de Víctor Manuel, una del Che y otra de Lezama Lima decoran la sala, junto a una mesa de madera, un librero y varias cajas sobre un estante.

Chinolope vive con Esperanza Rodríguez, su esposa. Esperanza es una mujer de gran cultura, adquirida en París, ciudad en la que vivió alrededor de diez años y de la cual trajo un título de licenciatura de La Sorbona y una extraña forma de pronunciar la erre. Esperanza conoce la obra de Chino casi tanto como él.

Isabel Junqué e Inochi Guendai fueron los padres de Fernando López Junque, Chinolope. Isabel fue una “mulata a peso completo”, muy bella, que se ganaba la vida cantando, me cuenta, aunque prefiere no hablar del tema, que le provoca tristeza. Inochi fue un japonés que llegó misteriosamente a Cuba en barco. Tras conocer a Isabel, se fueron a vivir juntos a Jesús María, barrio de La Habana Vieja, donde en una pequeña casa nació el Chino, en 1932, aunque apareció inscrito en 1937. Chino nació de pie y, dicen, estuvo aproximadamente dos horas muerto.

La estancia de Inochi en La Habana fue menos que breve.

–Mi padre logró abrir una bodega al lado de la casita donde vivíamos con dinero que había traído de Japón. Mi madre contaba que era un hombre bueno, tranquilo, aunque de carácter muy fuerte. Un día aparecieron dos japoneses, con sus moñitos amarrados y todo, agarraron a mi padre, quien no se pudo ni despedir de nosotros. Mi mamá me escondió, con miedo de que nos mataran. Cuando regresamos a la casa, mi padre no estaba, nunca lo volvimos a ver, yo prácticamente no lo conocí. A partir de este momento pasamos muchas dificultades, sobre todo económicas, nos mudamos tantas veces que creo que recorrimos toda La Habana.

Para combatir la miseria, y por su intranquilidad característica, desde los cinco años se dedicó a vender periódicos, y por ahí aprendió a escribir. En un inicio, al ser incapaz de leer los titulares, los demás muchachos se burlaban de él cambiándoselos por otros falsos, que inocentemente pregonaba. Nunca asistió a una escuela.

La vida de Chinolope es digna de biografías, y quizá el momento que marca un punto de inflexión en esta ocurrió en Nueva York a fines de los cincuenta.

–Yo me fui a Estados Unidos en una avioneta –dice–. Salí desde la Casa del Helicóptero que estaba por La Habana Vieja, cerca del Sloppy Joe´s. Un amigo me ayudó. En esa época era muy sencillo, no hacía falta pasaporte ni visa ni nada. Te daban cualquier pasaporte (falso). Al principio pasé trabajo en Nueva York, deambulaba por las calles, hasta que conocí a Tatica, que era un músico descendiente de cubanos y puertorriqueños, con quien hice gran amistad. Cuando Tatica terminaba de tocar en los diferentes cabarets, bajaba al público y les hacía fotos a los allí presentes, para luego vendérselas.  Un día me dijo: “Chino, hasta un niño tira una foto, lo único que tienes que tener es sensibilidad”.

El 25 de octubre de 1957, Chinolope sintió un tiroteo “de tres pares de cojones”. Acababan de asesinar en la barbería del Hotel Sheraton a Albert Anastasia, líder de la familia criminal Gambino, una de las cinco que controlaba la mafia neoyorquina.

–Empecé a apretar el obturador sin parar, no sé ni cuántas veces. En ese momento un tipo me agarró por el hombro, me montó en un carro y me llevó a un cuarto oscuro. Yo no sabía casi nada de fotografía y pensé que me había jodido. Pero el hombre me dijo: “Mira, esta foto la hiciste tú. Tienes talento, cabrón. ¿Qué hacemos contigo?” Yo estaba en shock. Al hombre le parecía inaudito que yo hubiera hecho esa foto. Entonces sacó dos mil dólares del bolsillo y me los dio, eso en aquella época era una fortuna, de verdad.

Chinolope confiesa que le gustaría visitar el Sheraton en la actualidad, “para ver cómo está”. Es una de las pocas veces que lo veo entusiasmado.

–Me traumatizó aquel tiroteo. ¡Tú sabes lo que es ver a una persona baleada! –dice con las cejas arqueadas.

Pero el problema más grande fue cuando llegó a casa de Tatica, quien le dijo:

–Ahora sí tú no te puedes quedar más aquí, porque tú robaste, y eso sí nunca lo hemos hecho.

–Le decía que no, que no, que no había robado –dice Chinolope–, pero él seguía con la idea de que yo no podía haber ganado todo ese dinero, hasta que lo convencí de que encendiera la radio y escuchara la noticia.

Al otro día Life publicó la foto, lo que indirectamente le abrió una puerta a Chino en la famosa revista, donde seguirían apareciendo sus imágenes paulatinamente.

–Yo no viví en Nueva York a tiempo completo, nunca abandoné mi patria, en esa época iba y venía constantemente, era muy sencillo. Lo que marca mi regreso definitivo a La Habana es la muerte de Tatica. Yo creo que lo mató la droga.

Chinolope habla de forma electrizante, como si su generador parpadeara. Por momentos susurra, pero de repente puede despertar en un alarido que nos levante del susto.

Por aquellos años, La Habana estaba llena de mafiosos. Chinolope –confiesa sentir tristeza al recordar esas cosas– le hizo una foto escondido a Santo Trafficante. La foto se publicó en Life a página completa, pero al régimen batistiano no le convenía que aparecieran esas imágenes, no querían documentos gráficos que los vincularan con el mundo del hampa.

–Yo estaba sentado en Sans Souci cuando me agarra Manaza Niño Valdés, que era el guardaespaldas de Ventura. En aquella época te mataban por cualquier cosa, casi te digo que te mataban por ser joven. Niño Valdés me dice: “Al fin te encontré, tómate tu último whisky, que tú no regresas a este mundo,”  y justo en ese momento aparece Santo y me saluda. Cuando se percata de la situación le chasquea los dedos a Manaza y le dice: “Piérdete, piérdete”. Después me preguntó si con la camarita chiquitica que yo tenía le había hecho la famosa foto, le dije que sí, pero intentando convencerlo de que era para inmortalizarlo, y más o menos lo convencí. Trafficante me salvó la vida.

Esta última frase la repite varias veces.

Chinolope, en La Habana de finales de los 50’, ya era un fotógrafo con cierto reconocimiento. Colaboraba asiduamente con Life, Times y Paris Match, revistas de primer nivel fotográficamente hablando. El destacado actor de Hollywood, Errol Flynn, quería subir a la Sierra Maestra acompañado por Chinolope como parte de un documental que estaba realizando, pero no lo lograron. Posteriormente, Andrew Saint George, importante fotógrafo norteamericano relacionado con la agencia Magnum, también empezó a trabajar con Chino.

Con Saint George sí subió finalmente a la Sierra. Ahí retrató a algunos de los barbudos, conoció a Fidel, Raúl, el Che. Todas las fotos fueron adjudicadas a Saint George, aunque Esperanza me cuenta que hace poco vio por casualidad algunas de ellas y fue capaz de reconocer cuáles eran de Chinolope. Además, estos dos fotógrafos estuvieron en la Batalla de Santa Clara, sobre el techo del hoy hotel Santa Clara Libre. Aleida March, en su libro de memorias Evocación, lo confirma. Fue otro momento en que Chinolope tuvo la muerte muy próxima.

Saint George lo alertó de francotiradores que podían hacer diana en el lugar que ellos se encontraban. Chino logró cubrirse, y escuchó muy cerca el impacto de los proyectiles. Saint George se convirtió en uno de sus mejores amigos por esos años. Tras subir a la Sierra, el norteamericano había descubierto cierta simpatía del Chino por Ernesto Guevara. Al triunfar la Revolución, Saint George le propuso a su compadre ir a trabajar juntos a New York, y al recibir la negativa le dijo: “Te va a pesar irte con el argentino, vamos conmigo. Si te quedas, entierras tu ingreso a la Magnum”.

Después de la despedida, se perdió el contacto entre ambos.

A la par de sus aventuras fotográficas, en 1961 Chino conoció quizá a la persona más influyente en su vida, José Lezama Lima. Chinolope ha sido calificado en ciertas ocasiones como “excelentísimo fotógrafo de escritores”, y aunque su obra es mucho más variada, le agradece a Lezama ser su puente más sólido al mundo de la literatura.

–¿Sabes cómo conocí a Lezama? –pregunta con picardía–: buscando libros en una librería de O’Reilly. En esos días estaba leyéndolo, y por su lenguaje tan cargado de símbolos se me hacía difícil entender; entonces aproveché para pedirle al librero que me explicara una de esas metáforas. Me dijo que Lezama Lima era una metáfora como persona, y señalando hacia la puerta añadió: “Mira, ahí lo tienes, pregúntale a él.” Me acerqué con cierta timidez y le dije: “Maestro, yo quiero que usted me explique esto”, a lo que me respondió: “Eso no tiene explicación, solo el tiempo lo puede explicar.” Quedé estupefacto.

Lezama le tomó un cariño bárbaro. No lo agobió, al contrario, le regaló algunos libros y un diccionario.

–Me ponía párrafos completos para que yo memorizara, él consideraba la memoria como un elemento muy importante. Fue muy generoso conmigo, era un hombre de una profundidad y un humanismo enorme. Nunca más nos separamos, hasta su muerte. Yo lo visitaba siempre y él me preguntaba: “¿Chino, que tal de resonancia?”, para que yo lo pusiera al día de lo que estaba sucediendo en la calle. Me dijo algo que nunca olvidaré: “hay quien es culto y es analfabeto, hay quien es analfabeto y es culto, lo que determina es la sensibilidad”.

Tras el triunfo de la Revolución, Chinolope colaboró con diversos medios de aquella, pero sus trabajos de más peso fueron los que realizó por encargo de Celia Sánchez para “plasmar la realidad y las figuras representativas de aquella época”, por lo que viajó por toda Cuba.

Estas fotos vienen a ser el principio de Estudios Revolución. Chinolope se molestó al tener que entregar siempre, además de las imágenes, los negativos de estas, lo que lo privaba de los derechos de las fotografías. Celia, en aquellos años en que el altruismo era más común de lo que hoy imaginamos, argumentaba que las fotos no le pertenecían a él, sino a la patria, explicación que el Chino nunca ha aceptado del todo. Como consecuencia, hoy gran parte de su obra no le pertenece, no recibe por ella remuneración alguna, y en muchas ocasiones, ni siquiera crédito.

Ante la negativa del fotógrafo a seguir trabajando en esas condiciones, tuvo que intervenir el Che, de quien el Chino presume haber sido amigo, aunque reconoce que tenía un carácter muy difícil, muy fuerte. A petición del Che, Chinolope hizo uno de sus trabajos más representativos. Guevara le solicitó ir a los ingenios azucareros, infiltrarse entre los trabajadores hasta convertirse en uno de ellos, buscando una empatía entre el fotógrafo y los obreros, alegando que esa era la única forma en que podría retratar con autenticidad la realidad de la industria.

De dicha experiencia, surgió el libro Temporada en el Ingenio, con prólogo de Lezama Lima. Según algunos críticos, es la obra que imbrica al Chino con la Revolución Cubana. A partir de Temporada… se empezó a evidenciar claramente una lucha que determinada burocracia ha sostenido en detrimento de la obra y la persona de Chinolope. El libro demoró 17 años en ser publicado, desde el año 70, cuando fue  terminado, hasta 1987, fecha de la primera y única edición cubana que ha tenido, gracias a la persistencia de un amigo que lo buscó por cajones y gavetas de la editorial hasta encontrarlo y luego defender a capa y espada su publicación. Lezama, fallecido en 1976, no lo llegó a ver.

Esperanza Rodríguez, tras colocar el álbum sobre la mesa, me comenta:

–Siempre hemos tenido el nudo en la garganta de no tener un libro a la altura de las fotos y del hermoso texto que para él escribió Lezama. Los 17 años que estuvo engavetado no fueron la única afrenta realizada a esta obra, también lo es la inclusión de numerosos grabados para suavizar la presencia de las fotos de Chino. Hace unos años fue publicado en Argentina, pero en un pequeño formato que tampoco nos satisfizo del todo.

Chinolope ha sido un auténtico defensor de la cultura a lo largo de toda su vida, lo que le ha valido problemas en más de una ocasión con la burocracia cultural, muy fuerte en nuestro país y más en aquellos años 70. Todavía en el siglo XXI hay quien considera un acto de irreverencia el de exaltar su obra públicamente.

Al principio de la Revolución se emitieron criterios muy desacertados hacia el Ballet, del que se dijo que era para los burgueses y los homosexuales. Chinolope no estuvo de acuerdo con ello, por lo que le comentó a Lezama su descontento con esta situación y su intención de realizar una exposición fotográfica sobre la figura más deslumbrante del Ballet en aquellos años, Alicia Alonso. Con el apoyo de Haydée Santamaría –quien fuera su jefa gracias al vínculo de Chino con Casa de las Américas–, logró organizar una exposición en la Biblioteca Nacional llamada Espejo en la Plenitud. Figuras como José Antonio Portuondo, Alejo Carpentier, el Padre Ángel Gaztelu, Alicia Alonso y el propio Chino aparecen en la foto que cuelga de un discreto marco en la sala de su casa, tomada presumiblemente el día de la inauguración de la muestra. Esta exposición le valió nuevamente el recelo de algunos sectores.

La guerra de la burocracia contra el Chino fue fuerte. Esperanza cuenta que lo conoció pesando 80 libras, después de la muerte de Lezama, algo que también lo afectó sobremanera. Por ese entonces, trabajaba en Casa de las Américas, donde aún hay un archivo con algunas de sus fotografías.

–Haydee quiso y ayudó mucho al Chino –dice Esperanza–. Ella se preocupaba por su estado de salud, y más cuando él le dijo que comía cada 15 días como Gengis Kan.

Los amigos son piedras angulares en su vida y su obra. Cortázar es uno de los que recuerda con más afecto. “Ese sí era un genio”, es lo primero que Chino dice al recordar su nombre.

El azar hizo coincidir a estos dos hombres horas antes de lo previsto. Ambos caminaban por El Vedado cuando se tropezaron. A Chino le llamó la atención la estatura del argentino.

–Julio anda buscando una dirección, que casualmente era la de María Rosa Almendros, quien trabajaba en Casa de Las Américas y yo la conocía, entonces lo acompañé hasta la puerta de la casa.

Lezama había citado a Chinolope a las seis de esa misma tarde en su casa de Trocadero 162 para darle una sorpresa. Al llegar Chino, Cortázar reaccionó: “pero si ya nos conocemos”. ¿Cómo puede ser?”, dijo Lezama. “Pues estamos en el terreno de lo fantástico”, contestó el argentino.

–Fue una gran amistad, aquí guardo las cartas que me enviaba, muchas veces también mandaba materiales para la fotografía porque sabía que podía ser difícil conseguirlos. Lezama y Cortázar fueron dos grandes amigos, y nuestra relación quedó inmortalizada en la foto que nos hicimos en el restaurante El Patio, de la Plaza de la Catedral. Ellos me dijeron: “Ven, ponte con nosotros que si no después no te van a creer”.

Chinolope retrató varias veces a Cortázar, inclusive el libro dedicado al autor de Rayuela en los 100 años de su nacimiento lleva como portada la célebre imagen que Chino le hizo en el malecón habanero. Por su parte, se dice que el personaje del cuento Las babas del diablo está inspirado en el fotógrafo cubano. Cortázar fue un fiel defensor del Chino en los tiempos que la burocracia más se ensañó con este.

Conversar con Chinolope sobre sus amigos lo angustia. Me llama la atención que no hay ni uno vivo entre los que mencionamos, y algunos, como Roque Dalton, fallecieron en dolorosas circunstancias. Chino tiene una foto de Roque comiendo en La Habana, cuando se despidieron en el Hotel Capri, el mismo día en que el poeta partió definitivamente para El Salvador.

–A este lo asesinaron allá, lo mataron sus propios compañeros –dice con amargura.

Mencionar a Severo Sarduy también provoca cierto abatimiento en el rostro del Chino. Esperanza cuenta que ellos intentaron convencerlo para que regresara a Cuba, pero Severo tenía miedo de ser mal recibido. Y luego dice que guardan sus cartas ahí, señalando un estante. Chinolope interrumpe a su esposa y le pide que no hable más del tema, visiblemente afectado. Ella, sin embargo, concluye:

–Es muy penoso todo, el murió en París de sida, no logramos que volviera, así es la vida, hay que conformarse.

También me hablan de Cabrera Infante, de quien Chino fue amigo en la época en que el autor de Tres tristes tigres vivía en un solar de La Habana Vieja. Las últimas fotos de Caín en La Habana fueron hechas por el Chino, a petición del mismísimo Carlos Barral, prestigioso editor. Cabrera también intentó convencer alguna vez al fotógrafo de irse de Cuba. Nunca le guardó rencor, pero por esa decisión, la de quedarse, lo consideró un ingenuo, un hombre que no sabía lo que hacía.

Chinolope ya apenas sale de su casa. Aunque se ve ágil para su edad, prefiere evitar accidentes en las maltrechas calles y aceras de Marianao. Tras pasar tanto tiempo encerrado ha adoptado un carácter en ciertos momentos ermitaño, de rechazo al mundo exterior, paradójico en un hombre que basó su vida y obra en andar y desandar La Habana, capturando imágenes extraordinarias.

Chinolope es un fotógrafo de la era analógica, muchas de sus fotos ni siquiera han sido digitalizadas, la mayor parte de su obra, al menos de la que todavía le pertenece, se conserva en negativos, los que se han ido estropeando poco a poco por las condiciones de humedad en que se encuentra su vivienda, donde realmente no hay ningún tipo de ventilación. Una buena parte de sus archivos fotográficos están aún sin explorar. Se queja de la falta de consideración que se ha tenido con su persona y me señala la imagen del Che de más de un metro de largo que cuelga de una pared.

–Pero al Cristo de América nunca lo voy a quitar de aquí –dice.

Y luego:

–Esta casa la han visitado personalidades importantísimas, pero la verdad es que ya prefiero que no venga nadie, me da pena que vean esto.

Chinolope ha retratado a Tennessee Williams, en Estados Unidos y en Cuba, ha retratado a Virgilio Piñera, a Fidel Castro, a Jack Kerouac, a Allen Ginsberg, a Ernesto Guevara, a Víctor Manuel, a Wifredo Lam, a Sindo Garay, a Cesar Portillo de la Luz, a Carlos Fuentes, a René Portocarrero, a Celia Sánchez, a Julio Cortázar, a Albert Anastasia, a Lezama Lima, a El Chori, a Yuri Lotman, a Flora Fong, a Santo Trafficante, a Roque Dalton, a Raúl Castro, a El Caballero de París, a Cabrera Infante, a Severo Sarduy, a Alicia Alonso, a Eduardo Galeano, a Haydée Santamaría, a sí mismo.

Entre las últimas exposiciones que ha realizado se encuentra una dedicada a Virgilio Piñera, “porque mientras a Lezama le zumbaron cinco años de silencio a Virgilio le zumbaron un silencio mucho más largo”. También realizó otra a Cesar Portillo de la Luz, en Santo Ángel, meses antes de la muerte del compositor.

La última exposición de Chinolope fue en la galería Wifredo Lam, que es la galería de Marianao. Chino expuso esa vez las imágenes que conforman el álbum Temporada en el Ingenio, pero como no hubo presupuesto tuvo que recortar las fotos de uno de sus libros para colocarlas en los marcos. Varias personas asistieron a la inauguración. Ahora Chinolope se siente derrotado, no le interesa volver a exponer.

Su vida es una película, y varios cineastas han intentado filmarla, entre ellos Sydney Pollack.

Ya no hace fotos, ni siquiera tiene cámara fotográfica, tampoco camina las calles de La Habana y el Vedado como años atrás. Chinolope vive al final de un pasillo en Marianao. Chinolope tiene 84 años. A Chinolope no le queda más esperanza que su esposa.

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Esta pieza se publicó originalmente en El Estornudo.  

Chinolope es un gran fotógrafo y vive al final de un pasillo en Marianao. Chinolope tiene 84 años y, si lo miramos de cierto modo, ha sido olvidado. No le queda más esperanza que su esposa. Las condiciones de vida de Chinolope hoy en día son precarias.

Su casa se encuentra...

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Autor >

Mario Luis Reyes (El Estornudo)

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