Análisis
Bajar impuestos: una política económica de barra de bar
Sólo hay una manera en la que bajando impuestos se mejore el déficit a corto plazo, y es reduciendo el gasto público a un ritmo mayor, como se ha experimentado en Madrid y Valencia, con los estudiantes en barracones
José Moisés Martín Carretero 4/06/2016
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Dicen que el infierno es un paseo eterno con dos contertulios estúpidos. En el infierno de los economistas, ese paseo es con dos ministros de Finanzas de la eurozona. Porque leer o escuchar algunas de sus declaraciones es echarse a llorar, todo en uno.
En estas páginas ya nos hemos referido en varias ocasiones al festival de afirmaciones de barra de bar que se hacen cuando se habla de la política económica. La última de ellas, no por ello menos perniciosa, se refiere a la supuesta capacidad de España de bajar impuestos –queda margen, dicen-- cuando nos está rondando un nuevo ajuste fiscal y una multa por incumplir reiteradamente los objetivos de déficit público. Hay margen para bajar impuestos y para cumplir el déficit, dicen, porque bajando impuestos se incrementa el crecimiento económico y al final se recauda más dinero.
“Si bajamos impuestos recaudamos más”, se añade a la ya consabida lista de chascarrillos que se repiten en foros variados, conversaciones familiares y cañas nocturnas. La base de esta afirmación tiene su origen en la curva de Laffer, economista cuya leyenda cuenta que pintó la curva en una servilleta durante una cena allá a finales de los años 70, quizá pasados los postres y el café. Desde un punto de vista estrictamente formal, su razonamiento es impecable, casi una tautología: si la presión fiscal es del 100%, nadie querrá trabajar y por lo tanto se recaudarán tantos impuestos como los que se recaudarían con una presión fiscal del 0%. Por lo tanto hay un punto intermedio entre el 100% de presión fiscal y el 0% en el que la recaudación se hace máxima. Desde el descubrimiento de la feliz idea --por otro lado ya explicitada inicialmente por el maléfico Keynes-- Laffer ha pasado a la historia de la economía como uno de los padres fundadores de la economía de la oferta, una corriente impulsada por numerosos editoriales en el Wall Street Journal en los años ochenta, dando pie a los muy endebles fundamentos teóricos de la revolución conservadora de Reagan y Thatcher. Casi cuarenta años más tarde, Laffer se pasea con su curva por donde quieran escucharlo, incluyendo, con gran alborozo, los seminarios de la FAES, a los que fue asiduo hasta hace bien poco.
Su famosa curva, que no dejaría de ser una ocurrencia con poco significado práctico si no fuera por el tremendo impulso dado a través de medios de comunicación, think tanksy grupos de presión afines a sus ideas, ha dado mucho que hablar durante los últimos cuarenta años. Se han desarrollado estudios que han intentado delimitarla, aplicarla a determinadas economías, encontrar su dinámica interna, convertida, de alguna manera, en el santo grial de la economía conservadora.
Pero, como en el caso del santo grial, sin muchos resultados. Abundan las modelizaciones sobre su curvatura, su punto álgido, el máximo alcanzable. Algunas estimaciones hablan de que ese punto está en el 70% de presión fiscal, otras se contentan con señalar que estamos cerca de ese punto óptimo… pero lo cierto es que todos los estudios muestran que, en la realidad fiscal, todas las economías examinadas están en el lado ascendente de la curva, en el que si se sube la presión fiscal, se sube la recaudación, y si se baja la presión fiscal, se baja la recaudación. La distancia al óptimo de recaudación fiscal no depende sólo del efecto desincentivador de los impuestos –como algunos no dejan de señalar-- sino del efecto agregado de la recaudación, el impacto de lo que se hace con el dinero recaudado y las posibilidades de elusión y evasión fiscal. Es decir: sabemos que estamos en el lado creciente –sí, en el lado creciente-- de la curva pero no sabemos a ciencia cierta lo cerca o lejos que estamos del óptimo fiscal y, por lo tanto, del lado decreciente de la misma.
En conclusión: la curva tiene una aplicación en política fiscal que caracterizaríamos de entre poca y ninguna.
¿Es esta la evidencia empírica, sin excepción? No. La evidencia empírica muestra un caso registrado en el que se ha producido un “efecto Laffer”: en la Rusia de finales de los 90 y principios de siglo, una bajada de impuestos acompañada con medidas de refuerzo en la persecución del fraude significó un incremento de la recaudación fiscal. El caso, estudiado hasta la saciedad, sugiere que en contextos de alto fraude fiscal, la bajada de impuestos, acompañada de otras medidas de lucha contra el fraude, podría tener un efecto positivo en la recaudación. Pero el canal de transmisión de esa medida es la reducción del fraude, no el incremento de la actividad económica asociada. Quizá Laffer se estuviera refiriendo a esto cuando garabateó la curva, y sus contertulios, aturdidos ya tras largas horas de cena, no lo hubieran entendido bien. Pero Laffer ha tenido más de 40 años para matizar su posición.
En resumen: la curva de Laffer es una idea elegante –casi tautológica-- sin aplicación práctica en la política fiscal, y quizá alguna aplicación en situaciones de lucha contra el fraude masivo, siempre y cuando se desarrolle conjuntamente con otras medidas, pero que de ninguna manera confirma en la realidad empírica la afirmación generalizada de que bajando impuestos se recaude más. Cuando algún gobernante ha declarado que bajaría impuestos para recaudar más, ha incurrido en déficits públicos mayores. La experiencia de Reagan en los ochenta y de Bush hijo en su mandato así lo demuestra. Como dice muy acertadamente Paul Krugman, en materia fiscal, más es más y menos es menos.
Y volviendo así a nuestro merecido paseo postmortem, por lo tanto, sólo hay una manera en la que bajando impuestos se mejore el déficit a corto plazo, y es bajando el gasto público a un ritmo mayor. En la Comunidad de Madrid lo sabemos bien: se bajaron impuestos en 2013 a costa de ser hoy incapaces de cumplir las ratios de alumnos/aula que impone la normativa educativa. En Valencia también, donde el sistema de financiación --y la pésima gestión-- ha llevado a la comunidad autónoma cerca de la bancarrota, con los estudiantes acudiendo a barracones a recibir formación y un nuevo gobierno desesperado por revertir la situación. Ése es el espacio que tenemos para bajar impuestos.
Nos merecemos gestores que tengan un poco más de rigor, y que no basen sus promesas electorales en la curva de Laffer. España se enfrenta a retos muy serios, algunos --como el desequilibrio fiscal-- impuestos por una mala política económica. Merecemos gestores que los aborden con seriedad y determinación.
Dicen que el infierno es un paseo eterno con dos contertulios estúpidos. En el infierno de los economistas, ese paseo es con dos ministros de Finanzas de la eurozona. Porque leer o escuchar algunas de sus declaraciones es echarse a llorar, todo en uno.
En estas páginas ya nos hemos...
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José Moisés Martín Carretero
Economista y consultor internacional. Dirijo una firma de consultoría especializada en desarrollo económico y social. Miembro de Economistas frente a la Crisis. Autor de España 20130: Gobernar el futuro. Autor de España 2030: Gobernar el Futuro.
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