1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

La pluma y la espada: a propósito del Acuerdo de Paz en Colombia

Aunque en la larga historia de violencia ha habido acuerdos de todo tipo, el actual es el primero que incluye elementos de la periferia agraria más olvidada, de las zonas cocaleras y de colonización

Luis Fernando Medina Sierra 4/07/2016

<p>Marcha por la liberación de los secuestrados por las FARC y el ELN en 2008.</p>

Marcha por la liberación de los secuestrados por las FARC y el ELN en 2008.

Marco Suarez / Wikipedia

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

El último día de la guerra. Así se conoce en las redes sociales la firma del acuerdo entre el Gobierno de Colombia y las FARC. Parece que los colombianos, tan aversos al lenguaje conciso, hemos optado, en este momento excepcional, por una expresión clara, breve. Como si quisiéramos marcar el inicio de esta etapa dejando atrás incluso nuestros hábitos verbales más arraigados. Atrás han quedado los años de esgrima retórica en torno a si las muertes en Colombia obedecían a un “conflicto armado asimétrico” o a un “ataque contra la democracia” o a la expresión de turno. Era una guerra. Ya lo sabemos.

¿Por qué fue tan difícil reconocerlo? Los números de muertes excedían por mucho los parámetros aceptados por los expertos en el tema. Los grupos insurgentes han tenido los niveles de presencia e incluso control territorial suficientes para tal clasificación. Pero aun así los colombianos persistían en acuñar un término tras otro con tal de evitar referirse a la guerra. Voy a aventurar una hipótesis. Los equívocos verbales reflejaban algo más profundo: tras décadas de duración, la guerra en Colombia se había convertido en una parte tan esencial, tan determinante que reconocerla como tal hubiera requerido reconocer que no se trata de un infortunio que se abatió sobre un país pacífico sino que, por el contrario, Colombia ha estado enferma de una dolencia crónica, la dolencia de la guerra. El último día de la guerra, si es que de eso se trata en verdad, es el último día de una Colombia enferma de guerra.

Los colombianos, cansados de ser señalados como narcotraficantes y violentos, de ser tenidos como indeseables en los aeropuertos del mundo, han mostrado una y otra vez que en verdad pueden ser tan pacíficos, tolerantes y bienintencionados como la gente de cualquier otro país. En contra de los ejercicios de autoflagelación nacional tan populares en Colombia (al igual que en muchos otros países), cuando digo que el país ha padecido la guerra como una enfermedad crónica no me refiero a rasgos culturales recónditos e indemostrables sino a asuntos más mundanos.

Colombia nunca ha sido terreno fértil para las revoluciones. Solo una vez, en 1861, un gobierno fue derrotado en combate por una revolución. Aun así, desde entonces el alzamiento armado ha sido un repertorio del cual se echa mano periódicamente. A la manera de un río subterráneo que en algunos tramos emerge a la superficie, una continuidad histórica, e incluso biográfica, une a las FARC de hoy con las guerrillas campesinas del Partido Liberal en los años cincuenta del siglo pasado y, yéndonos más atrás, con los derrotados de la Guerra de los Mil Días (1899-1902). Para los defensores del orden esta continuidad histórica es la demostración de que elementos foráneos andan siempre al acecho, ya se trate de los librepensadores y masones de finales del siglo XIX, de los agentes del comunismo internacional del siglo XX o de los castro-chavistas de nuestro tiempo. Pero las enormes distancias entre París, Moscú y Caracas sugieren que de pronto la explicación hay que buscarla más cerca.

La convulsión política, la latente amenaza de revoluciones, los ciclos de insurgencia, han sido una constante en buena parte del Tercer Mundo durante el siglo XX. Difícilmente podía ser de otra manera: el desarrollo del capitalismo, ya de por sí un proceso traumático, se unía en estos casos a profundas y seculares fracturas étnicas y culturales y a la fragilidad de estos países ante la intervención de las grandes potencias imperiales. Pero en Colombia todas esas condiciones coexistían con uno de los sistemas bipartidistas más arraigados que haya conocido la democracia moderna en cualquier latitud. Cuando en 1848 y 1849 se fundaron los dos partidos tradicionales colombianos, el Liberal y el Conservador, los mismos que gobernaron ininterrumpidamente el país hasta las postrimerías del siglo XX, el General Espartero, Adolphe Thiers y William Gladstone eran rutilantes estrellas de la política de España, Francia e Inglaterra, representantes de partidos que hace mucho desaparecieron. De esa dualidad entre un magma socioeconómico en constante agitación y un sistema político que garantizaba a las élites un notable grado de armonía e interlocución, surgió la democracia colombiana, el híbrido que Darío Echandía, notable figura política de mediados del siglo XX, denominó un “orangután con sacoleva”, es decir, un sistema capaz de asombrar al mundo con su respeto a las normas de la separación de poderes y la alternancia electoral, al mismo tiempo que se sumía en pavorosos baños de sangre.

La Constitución de 1991 ha ido adquiriendo suficiente legitimidad para ser la herramienta para la paz que había sido tan esquiva

Como suele suceder con este tipo de paradojas, aunque ambas caras de la moneda parecen estar en contradicción, en cierto modo se necesitan mutuamente, se alimentan. Es difícil creer que Colombia hubiera preservado su récord de alternancia democrática durante tanto tiempo si sus partidos hubieran abierto las compuertas a las más radicales reivindicaciones populares. Ciertamente, la democracia chilena, más estable y fuerte, no aguantó aquel embate. Colombia no sucumbió a las sanguinarias dictaduras de otros países del continente, pero en cambio mantuvo niveles soterrados pero no menos eficaces de represión y exclusión política, muchas veces a cargo de élites locales. Asimismo, si esos mismos niveles de represión no hubieran gozado de la pátina de legitimidad que les concedían las instituciones democráticas, posiblemente hubieran generado un estallido de grandes proporciones mucho antes, como ocurrió en Centroamérica donde hasta las clases medias urbanas se hastiaron de la brutalidad de sus sátrapas. En resumen, la democracia colombiana fue durante décadas un sistema suficientemente abierto para evitar el triunfo de cualquier insurgencia, pero suficientemente cerrado para alentar el surgimiento de muchas de ellas, en especial, pero no únicamente, las FARC, nacidas en 1964.

Desde el inicio del ciclo insurgente de finales de los setenta, cuando cuatro grupos guerrilleros (o incluso más según cómo se cuente) comenzaron a operar, la actitud dominante en el gobierno y los partidos tradicionales fue la de optar por la supresión a sangre y fuego. Pero, lejos de conjurar la crisis, la consecuencia fue una preocupante deriva autoritaria, serios abusos a los derechos humanos y la consecuente radicalización de la protesta ciudadana.

Posiblemente, dejadas a su curso natural, estas tensiones se hubieran resuelto con relativa facilidad. Ya para los años ochenta del siglo pasado comenzó a adquirir cierta respetabilidad entre los sectores políticos tradicionales la noción de lo que ya desde entonces se llamó la “salida negociada del conflicto”, la paz. De hecho, en 1983 el gobierno de entonces intentó la primera negociación con los diferentes grupos guerrilleros.

Pero por aquel entonces Colombia comenzó a ser avasallada por un auténtico ciclón, en gran medida de origen externo y que desfiguró horriblemente la política, la economía, la sociedad e incluso la cultura del país: el narcotráfico y la así llamada “guerra contra las drogas” lanzada desde Estados Unidos. Las instituciones colombianas, frágiles como eran, mal que bien tal vez hubieran podido responder a los retos que les planteaba el ciclo insurgente. Pero se vieron totalmente avasalladas ante flujos de dinero descomunales que permitían a todos los actores del conflicto armarse hasta los dientes en un clima de corrupción generalizada. No es solo la guerrilla, como lo suelen repetir los medios. De hecho, los nexos de las FARC con el narcotráfico (aunque innegables y profundamente nocivos) fueron evolucionando en forma más lenta y reticente de lo que se cree. El narcotráfico sirvió también para financiar un sanguinario proyecto contrainsurgente, paramilitar, con la connivencia de elementos del Ejército y terratenientes locales en las zonas más afectadas por el conflicto.

En esas condiciones era casi imposible hacer la paz. Es cierto que cuando las FARC comenzaron a negociar con el gobierno, hacía poco habían celebrado una Conferencia Nacional en la que habían elaborado un plan para escalar la lucha armada. Pero posiblemente en un contexto distinto, con una mesa de negociaciones funcionando, ese plan se hubiera archivado; nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que el partido político que se le permitió crear a las FARC como parte del proceso de diálogo, la Unión Patriótica, fue exterminado por los paramilitares. Más de tres mil muertos, desde candidatos presidenciales y senadores hasta modestos activistas de pueblo, asesinados sin contar con los exiliados y los amenazados. A eso hay que sumarle numerosas masacres, el despojo y desplazamiento de millares de campesinos y la instalación de microdictaduras contrainsurgentes en muchas zonas del país. Con la macabra simetría que caracteriza a las guerras, las FARC también fueron escalando su accionar, con tácticas cada vez más grotescas y brutales incluyendo bombardeos a pueblos, asesinatos, reclutamientos forzados y secuestros económicos, muchas de cuyas víctimas terminaron pudriéndose en la selva.

Si bien las negociaciones del 83 fracasaron en su propósito inmediato, creo que hoy queda claro, con la perspectiva de los años, que plantaron una semilla que ha tardado treinta años en germinar pero que empieza a dar frutos: la idea de que la solución a esa endiablada dialéctica en la que se entrelazan democracia y violencia es aún más democracia. Resulta curioso que un país en el que las leyes, como dice el viejo chiste, “se obedecen pero no se cumplen”, a finales de 1989, en medio de una de las más serias crisis de violencia política y de narcoterrorismo de que se tenga memoria, haya considerado que la solución eran más leyes, muchas más, de hecho, toda una constitución. Así, en 1991 Colombia culminó un largo proceso constituyente estrenando la Carta Magna que aún hoy, con algunos cambios, sigue rigiendo.

Imperfecta (al fin y al cabo un documento humano), frondosa (al fin y al cabo un documento colombiano) y a veces contradictoria (al fin y al cabo producto de unas elecciones con muchísima diversidad), la Constitución colombiana ha demostrado, a pesar de todo, representar un conjunto de aspiraciones de la sociedad, una apuesta por ir acrecentando y consolidando el alcance de los derechos humanos y de la solución pacífica de las diferencias. En su momento se pensó que la Asamblea Constituyente serviría para hacer la paz con las FARC, cosa que no ocurrió. Pero poco a poco la Constitución, no tanto sus detalles que siguen en disputa todos los días, sino su espíritu general, ha ido adquiriendo suficiente legitimidad para ser, ahora sí, la herramienta para la paz que había sido tan esquiva. Durante las largas negociaciones de La Habana, ha sido notable cómo las FARC han ido acercándose a la Constitución hasta el punto de que en las declaraciones de esta semana han aceptado que sea la misma Corte Constitucional la que decida sobre algunos de los puntos claves que aún quedan por resolver.

¿Será, entonces, este el último día de la guerra? No está garantizado pero puede ser. Los colombianos, tras más de cincuenta años de guerra y más de treinta años de buscar la paz, entienden que los acuerdos que se firmaron esta semana son solo el comienzo de un proceso muy arduo de construcción. Hay sectores en la derecha que quieren continuar la guerra pero hoy se les ve más bien en retirada. Pueden, sin embargo, fortalecerse dependiendo de la respuesta que dé Colombia a algunos retos fundamentales que se vienen.

Aunque en la larga historia de violencia en Colombia ha habido acuerdos de todo tipo, el actual es único en tanto que es el primero que incluye a elementos de la periferia agraria más olvidada, de las zonas cocaleras y de colonización, sin pasar por intermediarios ya aceptados en el sistema político. Los notables logros económicos y sociales del país en la segunda mitad del siglo XX se obtuvieron a costa de dejar por fuera a sectores rurales, sin ninguna vocería política, sin ningún acceso a las instituciones del Estado o a las leyes. Tanto los modelos intervencionistas de los sesenta y setenta, como las políticas neoliberales de los noventa fueron incapaces de incorporar a aquellos sectores e incluso los usaron como basurero adonde iban a parar los “daños colaterales” del desarrollo. Si los actuales acuerdos han de ser, de verdad, el fin de la guerra, tienen que ser también el fin de aquella incuria.

Será difícil. Desde el primer día de las conversaciones el gobierno insistió en que no iba a negociar el modelo económico con la guerrilla. Es una decisión comprensible y, en últimas, afortunada. Pero ahora se presenta una oportunidad para que los colombianos, en un entorno democrático, puedan reconsiderar las políticas de los últimos años, teniendo a la vista los costos humanos y sociales tan elevados que han tenido. ¿Se aprovechará esa oportunidad? Imposible saberlo en este momento. Pero por lo menos, a juzgar por las redes sociales, ya está claro qué es lo que está en juego: el primer día de paz.

El último día de la guerra. Así se conoce en las redes sociales la firma del acuerdo entre el Gobierno de Colombia y las FARC. Parece que los colombianos, tan aversos al lenguaje conciso, hemos optado, en este momento excepcional, por una expresión clara, breve. Como si quisiéramos marcar el inicio de esta etapa...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Luis Fernando Medina Sierra

Es Investigador del Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales del Instituto Juan March. Doctorado en Economía en la Universidad de Stanford. Profesor de ciencia política en las Universidades de Chicago y Virginia (EEUU). Es autor de A Unified Theory of Collective Action and Social Change (University of Michigan Press, 2007) y de El fénix rojo (Catarata, 2014).

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

1 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. Alejandro Gómez V,

    Buen recuento, y análisis, de la historia reciente de Colombia y sus conflictos. Esta vez vamos por la Paz !

    Hace 7 años 9 meses

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí