Land of Lincoln
Un elefante en medio de la habitación
Los sucesos de Dallas revelan cómo la ecuación, con variantes en el peso de los factores según cada caso, es la misma de siempre: armas + pobreza/racismo + miedo. Todos tienen miedo
Diego E. Barros 9/07/2016
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Lo único que ha convertido en excepcional esta semana teñida de tragedia, luto, histeria y rabia ha sido el asesinato la noche del jueves de cinco policías en Dallas a manos de un tirador (profesional, reservista del Ejército) que ha sido identificado como Micah Xavier Johnson.
En algunos medios Micah X. Johnson. Con la X. bien visible, por las resonancias, suponemos. The Drudge Report, un agregador de contenidos que se hizo célebre entre la derecha americana por ser el primero en airear el escándalo Lewinsky después de que Newsweek desechara publicarlo primero, llegó incluso a airear un titular cargado de intención: “Black Lives Kills Four Police Officers” (“Vidas Negras mata a cuatro oficiales de policía”).
Como sucede desde pocas semanas después de su formación, muchos tratan de criminalizar al movimiento Black Lives Matter, surgido tras el asesinato de Michael Brown en Ferguson, Missouri, el verano de 2014. Dicen los críticos furibundos que “todas las vidas importan”. Nadie lo ha negado. Pero las que acaban desangradas sobre el asfalto con más asiduidad a manos de la policía, o al menos en un porcentaje más abultado, son las de afroamericanos.
El supuesto asesino, que hirió de gravedad a cinco policías más y a dos civiles, fue abatido por un robot policial cargado de explosivos después de haberse atrincherado durante unas horas. Se trataría esta de la primera actuación de un dron en suelo estadounidense. El sospechoso ha sido calificado de “nacionalista negro”. Seguidor de grupos pseudomalditos y asociados con la violencia como la Nación del Islam (a la que perteneció el mismo Malcom X o Muhammad Alí), y otras organizaciones como The New Black Panther Party o la Liga de Defensa Americana. Esta última, por cierto, conocida por sus mensajes cargados de odio y amenazas, supuestamente en defensa de la comunidad afroamericana.
Pese a que al principio se dijo que podía haber más de un tirador, la información hecha pública hasta el momento insiste en que Johnson actuó solo. Otro “lobo solitario” aunque a este solo le llaman sniper (francotirador).
Las víctimas de Dallas eran los encargados de mantener la seguridad en una manifestación de protesta pacífica convocada por Black Lives Matter. Una protesta como la mayoría de las que se dan en EEUU, en la que la proporción policía-manifestante suele ser de dos a uno, si no más.
El martes en Baton Rouge, Louisiana, dos policías blancos habían matado a Alton Sterling, un ciudadano afroamericano y padre de cinco hijos al que tenían inmovilizado en el suelo.
El jueves, todo el mundo lo sabe ya, otro policía, esta vez asiático-americano, en los alrededores de St. Paul, Minnesota, había descerrajado cuatro tiros sobre Philando Castilo, también afroamericano. Trabajaba en el comedor de una escuela infantil. Iba en el asiento del copiloto acompañado de su prometida y la hija de esta, una niña de cuatro años que lo presenció todo. Como los telespectadores de medio mundo, pues su novia, Diamond Reynolds, emitió en tiempo real gracias a su móvil los interminables y angustiosos 9 minutos 47 segundos que siguieron a los disparos del agente.
El video, lo habrán visto, es impresionante. En muchos sentidos.
Será porque me coge con la paternidad recién estrenada pero no me puedo quitar de la cabeza a esa niña que desde el asiento de atrás del coche intenta tranquilizar a su madre: “Está bien mami, yo estoy aquí contigo”. Cuatro años. En el asiento del mismo coche a cuyo interior acaba de disparar un agente de policía entrenado (supuestamente) para hacer frente a situaciones de extrema tensión (y peligro) anteponiendo siempre la vida de los inocentes. Supuestamente.
Cuatro años, una niña.
Philando Castile tenía licencia de armas. Portaba una y así se lo comunicó al agente según la versión de su novia. El agente los había parado porque el coche llevaba un piloto roto, aunque este extremo ha sido incluso puesto en duda. Podría tratarse de uno de esos clásicos stop and frisk, una parada aleatoria que, de arbitraria, casi siempre les toca a conductores afroamericanos. En el momento de recibir los disparos estaba buscando su identificación, la misma que le había exigido el agente de policía.
“Le ha disparado cuatro balas, señor”, dice con una sorprendente compostura Reynolds mientras sigue describiendo la situación ante su teléfono móvil.
De nuevo, vuelvan a fijarse en el vídeo. Vean temblar al agente que acaba de disparar a Castile mientras grita, con la voz cortada y al borde de la histeria, que Reynolds “mantenga las manos donde pueda verlas”. Parece que ni se da cuenta de que todo está siendo retransmitido en directo a través de Facebook Live.
El vídeo lo ha cambiado todo. A través del vídeo hemos vuelto a ver la agonía de Alton Sterling, de 37 años, tras ser tiroteado hasta en seis ocasiones frente a un supermercado de la cadena Triple S donde supuestamente se encontraba vendiendo CDs y DVDs. Momentos antes la policía había recibido una llamada de alguien diciendo que en el lugar había alguien armado amenazando a los transeúntes. La descripción coincidía con la de Sterling.
En este caso no hay uno, sino dos vídeos. Y curiosamente ninguno pertenece a la policía aunque ambos agentes, Blane Salamoni y Howie Lake, llevaban cámaras corporales. Según las autoridades de Baton Rouge, no funcionaban.
Aun así, el debate en torno a la necesidad de que los agentes lleven este tipo de dispositivos continuó estos días en los platós de televisión. Como si por arte de magia fueran a evitar tiroteos.
De los dos vídeos que recogen el incidente de Sterling, el más detallado es el segundo, tomado por un equipo de Stop the Killing Inc, un grupo local antiviolencia que hace las veces de equipo documental y que se dedica a escanear la señal de la policía y aparecer en la escena de sucesos potencialmente violentos para registrarlos en imágenes. El grupo fue fundado por Arthur “Silky Slim” Reed un expandillero ahora tornado en activista antiviolencia callejera.
Días después de la muerte de Sterling, son muchas las preguntas que siguen en el aire. Se dice que la víctima iba armada aunque sigue sin confirmarse nada más allá de que, según testigos, en el momento de recibir los disparos, Sterling estaba en el suelo y con las manos vacías. Otros dicen haber visto un arma cerca de su cadáver. En todo caso, de ir armado no sería raro. Por muchas y variadas razones.
La primera: Louisiana es un Estado que permite a sus ciudadanos llevar armas escondidas pero con licencia. Eso sí, para obtener una licencia no se debe tener antecedentes. Sterling los tenía. Aun así, se dice, llevaba un arma.
El sistema judicial norteamericano prácticamente condena a la muerte laboral ―cuando no social― a una persona con antecedentes
La segunda: al tener antecedentes, Sterling, padre de cinco hijos, tendría muy difícil ganarse la vida. El sistema judicial norteamericano prácticamente condena a la muerte laboral ―cuando no social― a una persona con antecedentes. Un tercio de los desempleados en EEUU tiene antecedentes.
Según las estadísticas, 71 personas fueron asesinadas en Baton Rouge en 2015, situando su tasa de asesinatos en 30,9 por cada cien mil habitantes. Con un tamaño diez veces menor que Chicago (la ciudad estadounidense con el índice de homicidios más alto), sus habitantes tienen el doble de posibilidades de morir asesinados. De las 71 víctimas registradas el año pasado, 61 eran negras y todas fallecieron víctimas de un arma de fuego.
Esto es importante por una simple, y quizás ultima razón: Sterling, con antecedentes, se ganaba la vida en la calle. Su caso recuerda al de Eric Garner, asesinado en 2014 por la policía de Nueva York mientras vendía cigarrillos.
En aquella ocasión también había un vídeo. No es que pase más ahora, es que ahora, gracias al vídeo, todos podemos ser testigos, al menos para poner en duda la cuasi sagrada versión policial.
La vida en la calle es dura. Se trata de una economía sumergida y conlleva riesgos, más en las calles de EEUU.
De nuevo las estadísticas: un afroamericano tiene trece veces más posibilidades de ser asesinado en EEUU que un blanco. Sobra decir que en el 84% de las ocasiones hay un arma de fuego de por medio. Sterling debía de conocer sus propias posibilidades: cargar un arma de forma ilegal o estar en la calle, con dinero en efectivo, frecuentemente en barrios de clase media baja y solo con tus manos para defenderte.
Además el sistema te incita: las armas son el mejor medio de autodefensa. Lo que no dice la cantinela que se repite una y otra vez es que esta se aplica generalmente a blancos de clase media-alta. No al sector de la población que generalmente tiene vedado el acceso (legal) a dicha arma: negros y pobres.
No importa, para eso dios (o quien sea) inventó el mercado negro y las puertas traseras de las armerías regentadas por vendedores sin escrúpulos. Lo comprobé en 2007 tras la matanza de Virginia Tech escribiendo un reportaje sobre la facilidad para hacerse con un arma en el Estado de Michigan, donde residía entonces. “Si no eres residente legal, esta no te la puedo vender aquí, pero si vienes por la puerta trasera, puedo mostrarte otras”, me dijo un vendedor convencido de que “las que matan son las personas, no las armas”.
A los pocos días de la enésima masacre, la de la escuela Sandy Hook en Newtown, Connecticut, en 2012, Wayne LaPierre, vicepresidente de la célebre y todopoderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA, en inglés), declaró: “Lo único que detiene a un tipo malo con una pistola es un buen tipo con una pistola”. Este razonamiento de peso ha sido repetido hasta la saciedad y ha servido para todo. Hasta un candidato a la Casa Blanca como Donald Trump lo ha usado para prevenir (a posteriori) desde los atentados de París.
Desde Sandy Hook, la Administración Obama ha intentado controlar en reiteradas ocasiones la venta de armas semiautomáticas. Las usadas una y otra vez en tiroteos masivos, el último de ellos en Orlando el pasado junio. Todo esfuerzo ha chocado con la cerrazón de Congreso y Senado, en manos republicanas; a su vez en manos de la NRA que también posee unas cuantas demócratas.
Nadie muerde la mano que te da de comer y ante eso no hay sentadas que valgan. Un no es un no, aunque venga revestido de “paquete antiterrorista”. Ellos, los patriotas.
Como mínimo podemos tener una cosa clara: en Dallas cinco buenas personas murieron y siete resultaron heridas (diez de ellas armadas) a manos de una sola mala persona. Por cierto, el mal tipo fue finalmente abatido: por un robot cargado de explosivos.
Saquen sus propias conclusiones.
Tras el tiroteo contra una iglesia afroamericana de South Carolina en 2015, el presidente Barack Obama dijo sentirse cansado de repetir siempre el mismo discurso, en demasiadas ocasiones durante su mandato. Ese que habla de la excepcionalidad estadounidense y su relación con la violencia. Desde Varsovia, donde se encontraba esta semana antes de visitar España, volvió a repetirlo en su variante más incómoda: policía-blanco-mata-a-hombre-negro resaltado lo evidente; “No se trata de un problema negro, sino de un problema americano”.
Este es un discurso incómodo ya que siempre coloca al presidente bajo una doble sospecha. Muchos blancos llevan ocho años viéndolo como “el presidente de los negros”. O peor, simplemente como “el negro que además es presidente”. Desde el otro lado, hay afroamericanos que no son capaces de asimilar que Obama es el presidente de Estados Unidos; de todos los Estados Unidos, no únicamente el presidente de los afroamericanos.
Tan solo unas horas después sobrevino lo de Dallas. Volvió a salir Obama y calificó lo sucedido como un “violento, calculado y despreciable ataque sobre agentes de la ley” que, lógicamente, carecía de “ninguna posible justificación”.
No fue suficiente ―nunca lo es con Obama―, y los halcones del GOP se le echaron encima. Algunos fueron más allá, como el excongresista republicano Joe Walsh, quien colgó un tuit culpabilizando directamente al movimiento Black Lives Matter y al presidente de lo sucedido en la ciudad texana. Luego lo borró.
Ninguna artillería es suficiente si de lo que se trata es de rozar el ridículo. El viernes por la mañana FOX News entrevistó al sheriff del condado de Milwaukee, David A. Clarke, afroamericano, de afiliación demócrata y célebre por sus ataques furibundos al presidente, lo que lo convierte en el invitado perfecto para la cadena ultraconservadora. Clarke se despachó a gusto y, antes de desear la victoria de Donald Trump en noviembre, calificó a Obama de “Cop hater in chief” (Odia-policías en jefe).
A Clarke no le había gustado una afirmación del presidente referida a los asesinatos de Dallas y las muertes de Castile y Sterling: “No han sido incidentes aislados. Son el síntoma de un escenario mucho más amplio de disparidades raciales presentes en nuestro sistema de justicia criminal”, dijo Obama. El presidente apuntaba, una vez más, a los síntomas. Esos que buena parte de la sociedad estadounidense (o al menos sus representantes) se niega a ver. Incluso a hablar de ellos pese a tozudez de las estadísticas.
Poco importa tampoco que los hechos le den la razón.
Dylan Roof, el autor de la masacre de la iglesia de Charleston, era un supremacista blanco que quería empezar una “guerra racial”.
Según el jefe de la policía de Dallas, David Brown, Johnson “estaba enfadado por el Black Lives Matter, por los últimos disparos de la policía”. Dijo que estaba “molesto con las personas de raza blanca”. “Quería matar a personas de raza blanca, especialmente a oficiales blancos. El sospechoso declaró que no estaba afiliado a ningún grupo, y afirmó que lo hizo solo”.
Todos tienen miedo en un país donde hay una media de 88,9 armas de fuego por cada 100 habitantes
Castile y Sterling eran negros y pobres, con la mala fortuna de toparse con agentes de policía que nunca jamás deberían haber vestido de uniforme.
El propio gobernador de Minnesota, el demócrata Mark Dayton, dijo algo que no dejó indiferente a nadie. Sobre el caso de Castile, se preguntó: “¿Habría pasado esto si los pasajeros o el conductor hubieran sido blancos? No lo creo”. A lo que, flanqueado por su equipo de gobierno, añadió: “Me veo obligado a reconocer, y creo que todos en Minnesota estamos obligados a reconocer que esta clase de racismo existe”.
Nunca antes un gobernador electo había sido tan claro.
La ecuación, con variantes en el peso de los factores según cada caso, es la misma de siempre: armas + pobreza/racismo + miedo.
Y esto último hay que tenerlo claro, todos tienen miedo, especialmente aquellos que se juegan la vida a diario en un país donde hay una media de 88,9 armas de fuego por cada 100 habitantes. Hablamos, por supuesto, de las legales, ese eterno elefante blanco que nadie quiere ver en el centro de la habitación.
Lo único que ha convertido en excepcional esta semana teñida de tragedia, luto, histeria y rabia ha sido el asesinato la noche del jueves de
Autor >
Diego E. Barros
Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.
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