‘Psycho America’
El país que eligió a Barack Obama hace ocho años puede darle la presidencia a un ‘showman’ racista y charlatán
Diego E. Barros 16/03/2016
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El gran perdedor, no de la noche del martes, sino de toda la campaña (con el permiso de Jeb Bush) es Marco Rubio. El cubano americano tiró la toalla después de ser incapaz de ganar en su propia casa, Florida. Marco Rubio, la autodenominada gran esperanza, el candidato que (decían) iba a ser capaz de atraer el voto hispano (es hijo de inmigrantes cubanos) al Partido Republicano ha caído. Y lo ha hecho sin honra. Porque pese a las excusas y los discursos ―y el de la noche del martes, de concesión de derrota y anuncio de abandono, fue el mejor que ha dado en las semanas que llevamos de campaña―, lo cierto es que Marco Rubio es el único responsable de la derrota de Marco Rubio. Su campaña solo puede calificarse (aparte de fracaso) de bipolar. Y casi en su totalidad puede resumirse en una de las frases que pronunció en su despedida: “Está claro que aunque estamos en el lado correcto, este año no estaremos en el ganador”.
El problema de Rubio, aparte de su propia incapacidad para superar su apariencia de robot en manos de un demiurgo de identidad desconocida y poco sentido del humor, es que nadie nunca ha llegado a saber de qué lado estaba Rubio. Si en un principio jugó la carta del outsider ―lo es―, tras la victoria de Trump en South Carolina, se autoproclamó el candidato del GOP [siglas con las que se conoce a los republicanos: Grand Old Party], esto es, la dirección del partido, la “pata negra” republicana, el odiado establishment; algo de lo que tanto Trump como Cruz llevan abjurando desde el minuto uno de esta carrera de locos en la que se han convertido las primarias republicanas. El martes, emocionado, volvió a echarse a un lado al presentarse ante los suyos como un candidato anti establishment. Hasta llegar aquí, Rubio ha vacilado en inmigración, desde una postura moderada (de hecho, como senador, fue miembro del comité que buscó una reforma) hasta abrazar la mano dura de Trump. Mientras que el martes alertaba del peligro de que no sólo el GOP, sino la presidencia del país, caigan en manos de un grotesco showman, el primero en hablar del tamaño del pene del multimillonario fue el cubano americano. Si el martes advirtió de que “deberíamos hacer todo lo que podamos para detener al miedo”, se ha pasado media campaña hablado sobre una América en situación preapocalíptica. Y así durante los últimos meses.
El fracaso del hombre al que un día Time bautizó como “el salvador republicano” no tiene paliativos: no ha ganado ni en su Estado. Y su Estado es Florida, no Alabama, Kentucky o Carolina del Sur. Un Estado poblado de jubilados y cubanos (de Boca Ratón hasta Miami). Ambos, caladeros fieles al Partido Republicano. Pese a que Rubio tiró del tópico de “la gente está enojada”, lo cierto es que los jubilados de Florida son en su inmensa mayoría fieles votantes conservadores y con la vida solucionada: en su mayoría, profesionales liberales procedentes del noreste del país. En cuanto a los cubanos… Rubio es cubano. No ha sido capaz de ganar ni entre los suyos.
Una cosa no se le puede negar al senador (algo así como una nobleza patricia en EE.UU, aunque sometida a votaciones): su incansable fe. El martes advirtió de que 2016 tampoco será su año. Pero quedan más.
Solucionada la papeleta del perdedor, en el lado de los ganadores hay dos. Uno moral, John Kasich, y uno real, Donald Trump. En quizá las dos semanas más duras para Donald Trump, la victoria de Kasich en Ohio, Estado del que es gobernador, fue lo único que evitó que el magnate pudiera salir al escenario para casi dar por segura su nominación.
Kasich, un republicano que sirvió en la Administración Bush bajo las órdenes del exsecretario de Defensa Donald Rumsfeld, sigue tratando de explotar una imagen de moderado centrista, no sólo capaz de atraer a los republicanos más centristas, sino a los demócratas “descontentos” con “estos ocho años de políticas liberales”. Kasich es lo que en EE.UU. se denomina un “conservador compasivo” y por supuesto no es ni mucho menos tan moderado como lo pintan. Es una simple cuestión de contraste con lo que tiene al lado. Insiste en seguir jugando con la esperanza de que ninguno de los candidatos que quedan se plante en la conferencia republicana de julio con la nominación asegurada (1.237). Sólo Trump y Cruz, que ayer no consiguió hacerse con ningún Estado y pocos delegados cayeron de su lado, tienen posibilidades matemáticas de llegar a esa cifra. Kasich, con 142 (+79), no tiene ya con posibilidades de conseguirlo, por eso aspira a presentarse en Cleveland en medio de una batalla campal entre los seguidores de Cruz y Trump, y erigirse como el tapado, el único capaz de agrupar tras de sí al establishment y a los convencidos de que es imposible ganar una elección desde el extremismo que proyectan los otros dos: populista televisivo Trump, fanatismo religioso, Cruz. Al partido se dirigió directamente el martes, más que nada para pedirle dinero con el que seguir adelante. Lo que más necesita, casi tanto como más victorias: solo lleva una.
El senador por Texas, que el martes sólo se hizo con 36 nuevos delegados (tiene 406), volvió a insistir en su discurso de ser la única alternativa al magnate de la construcción. La realidad es que se encuentra a más de 200 delegados de distancia de Trump (661). La mala noticia es que todos los Estados del Sur y con el mayor peso de evangélicos ya han votado. Sur y evangélicos, precisamente los dos factores sobre los que pivota su campaña. Los Estados que quedan son los denominados blues, moderados y con tendencia demócrata.
Además, se dice poco: todo el mundo odia a Ted Cruz. Y ese “todo el mundo” incluye al partido. O se produce un milagro de esos en los que cree el senador y todo el GOP lo respalda frente a Trump, o su carrera de aquí al final va a ser cualquier cosa menos un camino de rosas.
Con Trump ganando en todos los Estados en juego (Florida, Misuri, Carolina del Norte, Illinois) menos Ohio, el abandono de Rubio y el pequeño rival que le ha salido a Cruz (Kasich), los resultados de las últimas primarias, si no despejan completamente la ecuación, sí que la clarifican: suceso inesperado mediante o emboscada del GOP en Cleveland, Trump se hará con la nominación.
Lo que parecía un chiste hace unos meses es casi una realidad. Esta es la nueva América. La América post Obama. O al menos una parte nada desdeñable de ella: Psycho America.
El mismo país que eligió a Barack Obama hace ocho años puede darle la presidencia a un showman racista y charlatán. Eso sí es nueva política.
Aparte de repetir las consignas de siempre y de poco menos que cuando llegue a la presidencia, prometer el paraíso ─diciendo incluso que obligaría a Apple a construir sus productos en suelo americano (!)─, Trump volvió a tender puentes con el establishment del GOP e informó de que había mantenido contactos con Mitch McConnell, líder de la mayoría en el Congreso. Es la segunda vez. Pese a que se ve el más fuerte, el constructor sabe que no le quieren, que el partido se tapa la nariz y que, a la mínima oportunidad, harán todo lo posible para sacárselo del medio. De hecho un grupo de congresistas y senadores republicanos ya se está moviendo para sondear las posibilidades de fletar un third party, una candidatura alternativa a Trump (pero también a Cruz). Hay ojos que miran incluso a Paul Ryan, presidente de la mayoría y que ya estuvo en un ticket presidencial junto a Mitt Romney.
No es descartable pero la jugada conlleva muchos riesgos. El primero, dividir el voto republicano en noviembre. El segundo, algo que en el fondo no pocos dan por hecho: la famosa Boda Roja de Game of Thrones será un juego de niños comparado con una hipotética dividida convención en julio.
Trump se sigue mostrando imparable. Le han llovido piedras desde todos los lados las últimas semanas. Especialmente desde el pasado viernes donde uno de sus actos tuvo que ser cancelado ante las protestas que su presencia provocó en Chicago. Seguidores y detractores, la mayoría de estos muy jóvenes se enfrentaron en el interior del pabellón del campus de la University of Illinois Chicago. Lo cierto es que el aforo se superó con creces, mucha gente (de ambos bandos) estaba fuera. Trump y su campaña utilizaron la cancelación en su favor: se colocaron como víctimas de la libertad de expresión y contrarios a cualquier tipo de violencia. Sí, el mismo candidato que lleva meses pregonando el odio. El mismo candidato que el pasado febrero dijo en Iowa que pagaría la defensa a cualquiera de sus seguidores que agrediera a uno de los que protestan en sus mítines.
El pasado martes una periodista acusó a Corey Lewandowski, jefe de campaña de Trump, de haberla agredido durante un acto. Se difundió un vídeo y muchos pidieron la dimisión de Lewandowski. De repente, como caído del cielo, ocurrió Chicago. Y de nuevo Trump llenó los informativos y las tertulias de todo el país con su mensaje, su victimismo y su arrogancia. PAM… otras 72 horas de publicidad gratuita hasta las primarias. Y así meses. Las tres grandes cadenas de noticias (CNN, MSNBC y FOX) han contribuido quizá más que nadie a la popularidad del magnate. Y Trump casi no se ha gastado un duro en publicidad.
Tras conocer los resultados del martes, Trump dio otra rueda de prensa. Esta vez no aceptó preguntas. Habló directamente hacia Hillary Clinton (la otra gran ganadora). Ya la ve como rival, y tiene razones para ello. A su derecha, en pantalla para todo el país estaba, por primera vez, Corey Lewandowski.
El magnate envió un mensaje a todos, especialmente a “esos asquerosos periodistas”: “Vamos a ganar, ganar, ganar”. Trump es el trol supremo.
El gran perdedor, no de la noche del martes, sino de toda la campaña (con el permiso de Jeb Bush) es Marco Rubio. El cubano americano tiró la toalla después de ser incapaz de ganar en su propia casa, Florida. Marco Rubio, la autodenominada gran esperanza, el candidato que (decían) iba a ser capaz de...
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Diego E. Barros
Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.
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