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Músicos en Nueva Orleans
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Otro día más de julio. Decir que hace calor es un eufemismo suave de la tormenta solar que ataca tu ciudad. Llevas tres semanas dándote cuenta de que comprar aquel sillón de cuero tan barato por Wallapop fue tu pésima decisión de trimestre con diferencia. Al cuarto de hora de sentarte parece el tobogán de un parque acuático. Ventilador, gazpacho, lugares comunes y camisetas de tirantes. Se te pega todo, bebé, no hay nada que hacer. Es el largo calvario de las tardes de verano en Madrid. Pero no todo está perdido, todavía puedes ver mundo aunque tu profesora de idiomas fuera Ana Botella, aunque tu presupuesto tenga más agujeros que la caja de ahorros del Mediterráneo. Por fin puedes disfrutar de las vacaciones Periscope.
Desde la soledad de tu smartphone en una tarde cualquiera podrás ser el Indiana Jones de tu bloque de vecinos. La plataforma es sencilla, un mapa de todo el mundo y dentro de él, situados sobre cada territorio, puntos rojos que muestran transmisiones en directo; si es un punto azul, transmisiones que finalizaron pero que pueden seguir siendo vistas. La aventura está asegurada. Visitarás selvas, cruzarás mares, conocerás a grandes personas que contarán historias de un mundo que ya no existe, verás el amanecer en Bután mientras el sol te da tregua en tu casa. Nada puede fallar. Es la destrucción del espacio, la omisión de la distancia. Aquí y allá son ahora dos mismos momentos en una red de ondas invisibles que, como las leyes, gobernaban una ciudad; ahora son el mal sobre el que se edifica toda la ontología digital, esa otra realidad común en la que vivimos y que cada vez nos deja dormir menos. Te pones un vasito de horchata y un salvavidas de corbata.
Después de una tarde paseando por las emisiones en directo, nada ha vuelto a ser lo mismo. El proyecto de la Ilustración se ha ido definitivamente a la mierda y ya estás pensando en escribir un estado en Facebook sobre la degradación del género humano en internet. Los prometidos paisajes han sido sustituidos por youtubers venidos a más, adolescentes excesivamente maquilladas a las que los participantes de esa conexión les piden que se besen y/o que muestren los pechos, y también políticos importados que quieren mostrar frescura poniendo la jeta en un vídeo que huele a cuñado en agosto. Puede ser que hoy no fuera el día de las cosas interesantes, quizás mañana.
Ha pasado una semana y no lo has abierto, decides darle un último chance porque sigue siendo verano y la sola idea de huir de aquí te alegra las horas de bochorno. Tal vez se trate de saber buscar bien y no detenerse en las emisiones de la pandilla basurilla. El primero son unos canis en una playa de Motril que sonríen mientras la gente les dirige improperios; siguiente, una chica en bañador, visiblemente menor de edad al que el público jalea para que se quite las pocas prendas que lleva; siguiente, una estrella del electro latino de cuerpo tatuado que desde Brasil, tumbado en un sofá prefabricado, pide a sus fans que le hagan preguntas. Siguiente, Corea del Norte, Periscope not found. America, una señora de Nueva Orleans se queja de su día. Siguiente, en Boston una joven pide a los videntes que evalúen su vestimenta. Siguiente, estrecho de Bering, por fin una emisión desde un coche en la que vemos el puente que une los dos continentes y un paisaje en dirección hacía Alaska. Te has quedado mirándolo un buen rato porque desconocías siquiera que había un puente y Alaska te suena todavía por Doctor en Alaska, que, por cierto, es una serie que nunca viste. La cosa ya sólo puede ir a mejor. En la estepa siberiana pasas un rato con unos cuantos soldados rusos que fuman dramáticamente y sin descanso frente a tu pantalla. Hablan entre ellos y te miran. Podrías ser su prisionero pero estás a un clic de escaparte, pero tras unos minutos tu liberador es el aburrimiento. En Kazajistán hay un montón de eventos de moda en la semana internacional de yo-qué-sé-por-qué-no-hablo-ese-idioma. En Bangalore hay indios (porque es la India) que hablan frente a su cámara. Ninguna mujer en Nepal. Pero en Tailandia unos tipos franceses están contando que hoy van a hacer submarinismo y que se lo están pasando muy bien. Parece que es una conversación privada y eso te gusta, porque es un contenido exclusivo, premium sin coste adicional, así que te quedas hasta que se acaba. Eres un voyeur en el otro lado del mundo.
La intimidad es un flujo de datos disponible para quien quiera verlo. Piensas en cómo viajaba la generación de tus padres, y cómo aún guardan con recelo los cuadernos de sus viajes al Berlín socialista, a la Roma irredenta de los años setenta o cómo no viajaron nunca. Piensas en sus viajes y sus memorias y te atrapa el desasosiego en Periscope. Piensas en cómo los instagramers de hoy contarán sus viajes a sus hijos y cómo sus álbumes de fotos serán likes sobre un atrezzo secundario. Siguiente. En Vietnam un tipo habla enfocando a su calle y hay un ruido de motos que te expulsa al siguiente, un pase de modelos en Singapur, y de ahí en Chile, unos jóvenes universitarios retransmiten un concierto ilegal en una facultad tomada. En Patagonia no hay vídeos de montañas sino de gente que busca conversación en la soledad de sus pueblitos australes. Todavía vendrán muchos más vídeos anodinos de gente que encuentra en el anonimato un psicólogo colectivo gratuito. Lo mismo que se torna difícil y duro de decir frente a los conocidos, ahora fluye frente a una multitud de desconocidos. Siguiente. En el parque Kruger de Sudáfrica un grupo de rubicundos millonarios se pasean con un Jeep entre jirafas y cebras, recordándote que hay un mundo que nunca vivirás porque estás en tu casa, es verano y hace tanto calor que la cuenta bancaria se ha escurrido del todo.
Demasiado rato viajando, te llevas dando vueltas por el mundo como si no pasara nada y mirando por la ventana esperando a que llegue la que te lleve a un viaje de verdad. Te acuerdas de Milo Manara, ese dibujante italiano y de su obra HP y Giuseppe Bergman (el alter ego del autor). Es dicha historia en la que el mítico dibujante de las mejores aventuras, Hugo Pratt, le ofrecía al protagonista vivir «La aventura», la buena, la de verdad. El protagonista pasea por las páginas pensando que en algún momento llegará lo prometido mientras los golpes lo van llevando desde Venecia a la Amazonia.
Cuando internet era el futuro, la distancia entre el viajar y los viajes en televisión era evidente. Ahora, cuando ves las películas de James Bond de los setenta, nos parecen unas vacaciones normalitas. Ahora que las vacaciones son todas de películas a la misma distancia, «la aventura» se cuenta en internet entre quienes viven en los confines de un mundo que no guarda ya secretos y quienes viven lo vivido a través de esa malla cada vez más tupida de días únicos, frustraciones, desafíos y velocidad en tarifa plana. Y tú llevas días viviendo lo vivido y si algo has aprendido es que lo que podría haber sido una aplicación para tener el mundo emitiendo en directo en tu bolsillo, es un depósito de gente hablando frente a una pantalla en habitaciones cerradas y te hace pensar que internet es un edificio de soledad al que acuden solos quienes solos no quieren estar. Y ya es tarde y nadie ha venido a buscarte, otro día más. Enciendes Periscope sin pensarlo demasiado. Retransmisión en directo. Le das al botón. Miras a la cámara. Colocas el móvil frente a una pared. Buscas tu mejor ángulo. Primeros seguidores. Y dices: «Preguntadme cosas».
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Este artículo fue publicado originalmente en Juego de Manos
Otro día más de julio. Decir que hace calor es un eufemismo suave de la tormenta solar que ataca tu ciudad. Llevas tres semanas dándote cuenta de que comprar aquel sillón de cuero tan barato por Wallapop fue tu pésima decisión de trimestre con diferencia. Al cuarto de hora de sentarte parece el tobogán...
Autor >
Ceferino Fonseca
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