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Arcángel actuó en el Teatro Real y le dio la espalda a las plateas y a las tribunas, vacías a propósito. El cantaor quiso recrear el pequeño espacio de un tablao y, para eso, limitó el aforo a poco más de 300 personas. Cumplió a pulmón con el recital, no había megafonía: la intimidad del flamenco más humilde, en el templo del señorío artístico y de la pompa. El concierto pertenecía a la gira de su último disco, Tablao, una reivindicación de la intimidad del cante en tiempos en que el éxito se mide por lo masivo y lo espectacular. Arcángel nada a contracorriente por instinto.
El onubense es una de las figuras más aperturistas del flamenco actual y, al mismo tiempo, una de las más preocupadas por la tradición. Posee ese conocimiento enciclopédico del cante del que se enorgullecía Pepe Marchena. En su forma de cantar hay un rigor innegable. Mientras el guitarrista desgrana un par de falsetas, a Arcángel se le ríen los párpados, toca las palmas, asiente, oscila levemente, marca el compás con el pie. Sin embargo, en cuanto se arranca a cantar, muda el gesto, se le abren los ojos de par en par como si sufriera una especie de éxtasis o iluminación. El engranaje de su garganta funciona sin fisuras. Su voz recuerda al mármol o, más bien, a lo que hace el agua cuando cabrillea sobre el mármol.
A pesar de una carrera llena de éxitos y órdagos (como su trabajo con el violista de gamba Fahmi Alqha), hay un desafío que Arcángel tiene pendiente: “El reto que no superaré nunca es estar en paz conmigo mismo, tener la oportunidad de escuchar algo mío y relajarme y disfrutar como disfruto con mis compañeros”, confiesa.
¿Qué buscaba con esta gira de conciertos íntimos al estilo más tradicional?
Quería enfrentarme a la cercanía con el público y a ciertas fobias. Siempre que hay un espacio de por medio, te sientes más protegido, pero cuando la gente está tan cerca puedes ver cómo incide en ellos lo que vas haciendo. Son sensaciones muy diferentes. Para mí suponía una prueba de fuego.
Lo ha hecho a pulmón, a callo y a tacón; sin amplificación ninguna.
Hubo una sorpresa por mi parte. Yo tenía mis reticencias y mis dudas. Son muchos años haciendo espectáculos con efectos sonoros. Hay unos pasitos que tienes metidos en la cabeza de memoria: es una forma de trabajar donde escuchas milimétricamente lo que tocan los guitarristas. Aquí, en cambio, te tienes que enfrentar a estar muy juntitos, a tener los sentidos muy despiertos porque el sonido es diferente. Ha sido una sorpresa que seamos capaces de hacer las cosas al natural sin agobiarnos demasiado porque no me respondiera la voz o porque al guitarrista no se le escucharan algunas notas. Al público también se le exigía un nivel alto de concentración para no perderse un detalle. Y, bueno, al final, lo más peligroso de estas cosas es que acaba gustándote [ríe].
Este es un paso más. Ha tratado de reinventarse en cada nuevo disco ¿Dedica mucho esfuerzo a explorar nuevos matices y estilos?
Lo principal es darse cuenta de que cuanto más busques algo diferente, más difícil te será encontrarlo. La necesidad de hacer algo distinto es fruto de muchas cosas. La ambición artística (que no comercial) influye en la visión de cada uno, también sientes apetencias por otros sonidos… Haber ido ampliando tus conocimientos te lleva de igual forma a buscar lo distinto. Resultaría bastante tedioso repetir lo mismo durante años. Para mí, la búsqueda de algo nuevo es la búsqueda de algo que me divierta.
¿Qué reto le ha costado más superar?
Hay uno que aún no he superado: escuchar algo mío y disfrutarlo.
¿No puede oír sus propios trabajos con tranquilidad?
No soy capaz. Me resulta inevitable buscar veinte mil equivocaciones y errores, veinte mil cosas que cambiaría. Al final, es una utopía que me sirve para mantenerme vivo y mejorar cada día. El reto más difícil es convivir con nosotros mismos de manera natural.
Es uno de los artistas más aperturistas y, a la vez, más enraizados en la tradición. ¿Es complicado conjugar esas dos facetas?
Realmente no tiene ningún mérito. Son circunstancias que coinciden en mí con bastante más normalidad de lo que se pueda pensar. Soy una persona que intenta tener un pie en el futuro y el corazón abierto a cualquier aire fresco que llega de otras partes, desafiándote a emprender caminos para dignificar tu música. Por otro lado, esta renovación del flamenco no puede acometerse de otra manera que conociendo perfectamente las estructuras del género. Estos convencimientos facilitan llegar al punto medio por el que me he caracterizado. Un amigo mío lo decía bastante más bonito que yo: hay que ser un funambulista que lleva de un lado la pasión y del otro la razón.
En alguna ocasión, ha sugerido que la renovación del flamenco es cosa de sinceridad artística y ha dicho que ya no se puede hablar de las fatigas del hambre como Manuel Torre porque sería falso. ¿A qué sufrimientos y emociones hay que cantar hoy?
Las emociones son las mismas que antaño, pero han mutado. No sufrimos esa hambre física ni esa necesidad extrema de supervivencia. Ahora, por ejemplo, tenemos hambre de conseguir muchas cosas que ni siquiera nos van a reportar felicidad: el hombre se ha vuelto demasiado ambicioso y solitario. Los problemas son iguales: amor, desamor, pena. Y también alegría, hay que congratularse de lo que hemos ido consiguiendo.
Aparte del flamenco, ¿en qué fuentes culturales y expresivas ha bebido en esa búsqueda de sinceridad?
Intento leer todo lo que puedo, sobre todo me gusta mucho la poesía. Soy amante de todo aquel que se expresa adecuadamente. Es curioso cómo las palabras pueden llegar a tocar ciertas cosas. Amo la inteligencia y dedico tiempo a buscar textos que para mí signifiquen algo, que tengan un mensaje contundente y claro. La claridad es muy importante, no me gustan esos textos que cada vez que los lees te tienes que tirar 35 minutos pensando.
¿Qué autores le inspiran más?
Lorca, Machado, Bécquer… En el disco Quijote de los sueños incluimos poemas de Juan Cobos Wilkins. Yo le decía a Juan que me gustaba mucho hacer el disco con él, que estaba muy bien tener al poeta al lado para ir a tomarte un café o llamarlo por teléfono de vez en cuando y decirle: “Oye, esto no lo he entendido bien” o “¿y si le damos una patadilla a esta palabreja y ponemos otra que signifique lo mismo pero que se entienda mejor, no te importa, hombre?”. Creo que es una labor importante que debe realizarse en el flamenco: debe haber un cambio en los textos, hay que actualizarlos para que tengan más que ver con uno mismo.
Aun así, su carrera se caracteriza por la exploración del cante antiguo en busca de las perlas que pueden servir para expresarse hoy y siempre. ¿Qué ve en Tomás Pavón o la Niña de los Peines para bucear tanto en su obra?
La autenticidad. No sé si las cosas luego son mejores o peores, pero hay una cosa clara: el origen es el origen. Uno cuando quiere saber de algo tiene que deglutir los orígenes, estudiarlos, disfrutarlos. Yo los disfruto mucho. Además, sigo creyendo que esa primera época del cante ha sido más prolífica en personalidades que la que se vivió de los cincuenta o sesenta para acá.
¿Había más figuras en aquella época?
Para mí sí, sin duda. Había más personalidad dentro de las gentes que nacen en esos años. Después de los sesenta se ha instaurado una estética que nada tiene que ver con la que ellos defendían. Se estableció una ruptura formal importante. Yo aprecio más la estética de principios de siglo. No porque sean mejores ni peores, sino porque para mí la condición de ser el origen tiene un valor incalculable.
A pesar de que los españoles tenemos una vinculación emocional innata con esos orígenes y con el flamenco en general, a veces parece que se respeta más en el extranjero.
Lo que ocurre es que en España no tenemos una cultura musical sólida. No ha habido un trabajo real desde las administraciones públicas de acercar a la gente a la cultura en todo el abanico vital que ofrece. Nuestra relación con ella es más eventual y más personal que colectiva. En otras partes, la gente es más amante de un género que de una persona en concreto. Aquí pasa al revés. Nos gusta un artista, pero lo que ocurre en su género nos importa menos.
¿Tendríamos que ver la cultura como una vivencia más que como un objeto de consumo?
En otros países han entendido que la música significa mucho en sus vidas, pero aquí lo vemos casi como algo sustituible.
¿Ha conseguido el flamenco limpiarse los estigmas?
Ojalá. Sigue habiendo muchos. Hay prejuicios que no nos permiten avanzar al ritmo que deberíamos.
¿Y, en concreto, el oficio de cantaor?
Yo he sentido muchas veces que la profesión de cantaor flamenco no tiene el prestigio que tienen otras profesiones. No sé si es porque este oficio --y el de músico en general-- se asocia al éxito, entendiendo por éxito ser una cara reconocida… Claro, el problema de esto es que si ves a alguien que es bombero, no te hace falta conocerlo, lo vas a respetar. Pero si tú eres cantaor o guitarrista y no tienes una cara conocida, la gente se queda más con la idea de que eres un fracasado y no alguien que vive de su trabajo. Cuando, en realidad, se puede vivir muy dignamente y, oye, puedes llevar un sueldo a tu casa de trabajar en un tablao.
Ha participado en el documental Alalá, que cuenta la historia de un proyecto que trata de combatir la marginalidad con la música en las 3.000 viviendas de Sevilla. ¿Qué le sorprendió de la experiencia?
Me sorprendió poco, la verdad, porque es una situación que todavía se repite mucho en nuestros días. Barrios conflictivos con muchas dificultades para que los niños se desarrollen como personas porque están rodeados de lo que están rodeados, de esa parte de la sociedad que también nosotros hemos creado, claro, no demos pasos atrás, entre todos hemos contribuido a que esto ocurra. Allí hay niños con familias desestructuradas a los que una serie de gente intenta inculcar unos valores para que se conviertan en gente de bien. Ni más ni menos. Hay niños a los que les entusiasma la música y ven en ella una vía de escape, no sólo para labrarse un futuro, sino como una liberación momentánea de los problemas que viven en sus casas.
¿Qué tiene la música para ser el mejor instrumento con el que rebelarse contra la marginación?
Que fue concebida para canalizar emociones buenas y malas. La música te permite expresarte y vaciarte, pero siempre desde un orden y un diálogo con los demás; tiene muchos valores que ayudan a expresar tu caos interior desde una armonía. Yo creo que eso libera mucho.
Hablando de rebeliones, ¿qué cree que es prioritario cambiar en la sociedad? ¿Cómo ve el batiburrillo político en que vivimos?
Es un reflejo de lo que pasa en la calle. Cada vez nos cuesta más ponernos de acuerdo. Parece que luchamos por lo colectivo cuando realmente nos preocupamos sólo de lo individual. Tiene gracia cuando dicen que los políticos no son el reflejo de la gente de a pie. Sí lo son, son el reflejo de lo que somos. Nos cuesta ponernos en la piel del de enfrente y ser ecuánimes.
¿Esta ola de narcisismo tiene freno?
Creo que vamos viajando hacia lo contrario. Ahora uno cree que está más conectado al mundo, y es al revés. Cada vez tenemos más acceso a información, pero nosotros somos más inaccesibles. Nos hemos creado un caparazón para sobrevivir en esta jungla.
Arcángel actuó en el Teatro Real y le dio la espalda a las plateas y a las tribunas, vacías a propósito. El cantaor quiso recrear el pequeño espacio de un tablao y, para eso, limitó el aforo a poco más de 300 personas. Cumplió a pulmón con el recital, no había megafonía: la intimidad del flamenco más humilde, en...
Autor >
Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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