Baile por ese grupo nuevo. Baile por el grupo de toda la vida.
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Este verano estoy aprendiendo a tocar el ukelele. Tampoco es que esté poniéndole muchísimo empeño, ojo. De hecho llevo cerca de dos semanas sin acercarme a la pequeña guitarra hawaiana. Pero antes de eso, estuve aprendiendo. Y un día de estos, antes de que al cantante de Green Day lo despierten de su eterna resaca veraniega, volveré a cogerlo y a buscar en Google alguna partitura asequible. Mi favorita, de momento, es la de Postcards from Italy, de Beirut. Se puede tocar con dos acordes. ¡Con dos! Y de los más fáciles. Ya casi puedo decir que sé tocar un instrumento. “¿Hay alguna actividad que te gustaría poder hacer en el futuro?”, me preguntó en inglés el otro día la examinadora de uno de los exámenes de Cambridge durante la parte oral. Joder, claro: ¡tocar un instrumento!
Estoy estudiando para algún examen del instituto que ni siquiera recuerdo. Probablemente porque me importaba una mierda. En cualquier caso, tenía que hacerlo y tratar de sacar la máxima nota posible. Escucho Monochrome, de Yann Tiersen con voz de Dominique A. “Anyway, I can try anything it's the same circle that leads to nowhere and I'm tired now. Anyway, I've lost my face, my dignity, my look, everything is gone and I'm tired now”, dice la canción. Monochrome, que no sé si habrá escuchado alguna vez, es mi canción favorita —y la de quien era mi compañero de estudiar a última hora— de aquellas noches de estudio en las que la única motivación era qué canción venía a continuación. A veces sonaba algo menos depresivo y entonces, incluso, podía levantarme de la silla y bailotear un poco en la soledad de la noche. Solo yo y mis cascos.
Suena el Caribe Mix de 2003. Quizá el de 2001. O el de 2005
Estoy enamorado. Bastante. Mucho. Una barbaridad de enamorado. No se lo puedo ni describir. Aún me dura, imagine. Escucho a The Kooks. Suena See The Sun. “For all the times I never never turned her way. And now she is there on someone else's arms”, canta con acento de Brighton. Luego suena Seaside, y se escucha “Do you want to go to the seaside? I'm not trying to say that everybody wants to go. I fell in love at the seaside”. Casi cuatro años más tarde —casi cuatro años de relación, se entiende—, voy a un concierto de The Kooks con mi pareja. Cantamos esas mismas canciones juntos. Triunfa el amor; menos mal para mi yo adolescente. Triunfa la música, como siempre.
Estoy en Madrid en julio. En Madrid. En julio. A quién se le ocurre semejante idiotez. Tocan The Cat Empire. Nos alojamos, mi amigo valiente y yo, en un hostal que se cae a pedazos. Comemos pizza en Malasaña y vamos al concierto más vibrante de nuestras vidas. Estoy en un festival de música en la playa. Placebo, Biffy Clyro, Miles Kane, Mando Diao y The Wombats están en el cartel. Sudo más que en aquel viaje a Madrid. Uno de mis queridos acompañantes sale tan loco del concierto de Placebo que a la mañana siguiente se compra una camiseta del grupo. Dormimos en tiendas de campaña y nos bebemos todo lo que haya en el vaso. Comemos lo que se puede. Lo damos todo cuando la música suena.
Estoy mal. Fatal. No me esperaba esto, o no estaba preparado para lo que venía. Qué asco. Qué injusto. Escucho Goodbye Stranger, de Supertramp. Pasado el primer minuto, arranca un coro que te hace sentir todo tipo de cosas. “Goodbye stranger it's been nice. Hope you find your paradise. Tried to see your point of view. Hope your dreams will all come true”. Es una canción maravillosa. Goodbye Stranger es una canción para cualquier momento. Para olvidar, para rememorar, para sonreír y también para llorar.
Estoy feliz. Es verano. Suena el Caribe Mix de 2003. Quizá el de 2001. O el de 2005. Es por la mañana y estamos de vacaciones. Las canciones del verano suenan una tras otra desde el reproductor de CDs. Bailo sin parar. Bailo, bailo, bailo. Bailo porque soy un crío y nos acabamos de levantar y luego iremos a desayunar y más tarde a la playa, a bañarnos y hacer castillos de arena. Bailo porque después iremos a la piscina, a quitarnos la sal. Bailo porque me da la gana. Bailo porque las canciones de aquel disco pirata del Caribe Mix son lo más divertido del mundo. Bailo porque bailar lo es todo en ese instante.
No hay nada como pararse a recordar melodías que conducen a tantos lugares diferentes.
Baile, baile, baile. Baile por esa canción que escucha en la intimidad. Baile por quienes quieren bailar y no pueden. Baile por ese grupo nuevo. Baile por el grupo de toda la vida. Baile en las bodas, en su casa, en las discotecas, en los bares, encima de la mesa. Baile para no olvidarse nunca de quienes alguna vez bailaron con usted. Baile, porque la música que suena hoy le acompañará mañana. Porque no hay nada como pararse a recordar melodías que conducen a tantos lugares diferentes. A tantas vivencias. A tantas historias. Por ellas, baile.
Este verano estoy aprendiendo a tocar el ukelele. Tampoco es que esté poniéndole muchísimo empeño, ojo. De hecho llevo cerca de dos semanas sin acercarme a la pequeña guitarra hawaiana. Pero antes de eso, estuve aprendiendo. Y un día de estos, antes de que al cantante de Green Day lo despierten de su eterna...
Autor >
Manuel Gare
Escribano veinteañero.
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