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La cantaora Sandra Carrasco cree que la música cura y salva. Un día actuó en un hospital y sintió el poder prodigioso de las armonías. Un bebé llevaba diez meses agarrotado en una incubadora, no succionaba y no había forma de que lo mandaran a casa. Ella cantó un bolero que avisaba de lo que sería la vida: “Te brindarán la Luna y las estrellas, y te dirán las palabras más bellas”. “La letra quiere decir que te van a pasar muchas cosas, pero que yo estoy aquí para regalarte mi mejor canción”, cuenta Carrasco: “Al niño le dieron el alta el mismo día”.
Sandra Carrasco es flamenca, nació en Huelva en 1981, en medio del fandango. Canta con una entrega y una perplejidad maravillada que recuerda a esa confianza en la existencia de lo mágico que se da en el flamenco y en todas las músicas de raíz. Sus ojos mezclan la pureza de los de Fernanda de Utrera y la osadía de los de Amy Winehouse. Su primer disco, que salió a la calle en 2011, ya anticipaba una carrera abierta a todos los géneros. Flamenco, andalusí, jazz, soul, bolero… toda la música que ha pasado por ella ha dejado una huella en su garganta. Un remate con quejío puede convertirse en un boqueo de soul sin que uno perciba en qué nota ha operado el cambio. Hace un mes publicó Travesía, su tercer álbum: un trabajo políglota donde versiona temas de varios países del mundo y que, como los demás, finaliza con un fandango de Huelva. “Yo sé de dónde vengo y no se me olvida”, dice.
¿El fandango ha estado presente toda su vida?
Yo vengo de Huelva, de un ambiente de folclore, de fandango y de flamenco en general. Me crie en Cartaya. Mi padre, mi madre y mi hermano cantan muy bien. Todos tienen mucha afición y mucha facilidad. Y, claro, me recuerdo cantando desde que tengo uso de razón. Siempre me ha gustado, la verdad. Era un medio que yo no entendía, pero que sentía como una forma de expresión y de libertad.
¿Le atraía sólo el flamenco o recuerda escuchar otras músicas?
En principio sí, pero mi padre también me ponía mucha canción ligera. También he escuchado siempre a grandes como Rocío Jurado o Raphael. Oíamos a los divos y, aparte, a los grandes del flamenco.
¿Cómo empezó a inclinarse por darle una salida profesional a su afición?
Cantaba gratis al principio. Empecé actuando sola en bares, en sitios chicos. Luego me fui rodeando de artistas y aprendiendo. Al final empezaron a requerirme para cantar con ellos, para hacer coros. Recuerdo la primera vez que me pagaron: pensé que podía ganarme la vida con lo que me gustaba; era una maravilla. Más tarde, la vida me llevó: tuve la oportunidad de cantar en Madrid, en el musical Enamorados anónimos, dirigido por Blanca Li y Javier Limón. Formé parte del elenco artístico y de cantantes. Ahí, Limón me dijo que me iba a producir el primer disco.
¿Y, de pronto, se vio rodeada de grandes figuras del flamenco?
Sí, conocí a Concha Buika, a Josemi Carmona, a Pepe Habichuela, al Negri, a quienes en ese momento estaban en pleno apogeo en Madrid. Era muy impresionante, muy gratificante. Yo había pasado toda la vida admirándolos y, de repente, ver que podían colaborar conmigo, me abría un mundo de gozo. Yo no podía comprender por qué me estaba pasando eso a mí, aunque, a la vez, lo he tomado siempre con mucha naturalidad. No soy ni de nombres, ni de clichés, yo a todo el mundo lo veo igual, la única diferencia es que a unos los admiro más. Además, soy de admirar más a la persona que al músico. Una cosa me lleva a la otra. Alguna vez he conocido en profundidad a un artista que me gustaba mucho y, si no me ha gustado la manera en que piensa o actúa, ya su música me ha interesado menos.
Con el primer disco marcó claramente una personalidad artística, una predilección por una mixtura sin tapujos. ¿En qué ayuda la fusión a la expresión de un artista?
Bueno, es que la pureza es muy complicada y, además, estamos en un mundo con un funcionamiento muy ambiguo. La pureza es para una minoría. Cuando uno fusiona puede ser por un montón de razones. Una de ellas puede ser porque ayuda a que más personas accedan a tu música con más facilidad, pero, además de eso, creo que las personas jóvenes nos sentimos más cómodas cuando interactuamos con otro tipo de música. Unirte a un artista de jazz o latin jazz o de música cubana te enriquece mucho. Ellos tienen otra percepción de las cosas y aprendes a moverte con otras herramientas diferentes, y te inspiras con otras cosas. En el primer disco, yo estaba cantando por seguiriyas y Avishai Cohen usaba su lenguaje jazzístico por detrás.
Y aun así el fondo de la expresión, del sentimiento, se mantenía puro…
Claro, eso es como si cojo el mejor té que hay, en toda su esencia, y lo mezclo con la mejor miel. Hay cosas puras que viven la una sin la otra, pero cuando están juntas crean una maravilla.
Con esa filosofía desembocó en el álbum Océano. Ahí incluyó versiones de boleros, tangos, flamenco… ¿Cómo se inclinó por las versiones?
Venía de un disco de creaciones absolutas. A mí me gusta darle la vuelta a la tortilla, probar otras cosas… No me aferro a un estilo, sino que me abro a cualquier tipo de opciones que me inspiren. No pensé en etiquetas a la hora de seleccionar canciones, fue de manera casual. No pensé: “Voy a cantar un tango o voy a cantar otro género”. Sólo exploré a ver qué me apetecía interpretar y lo encontré.
Las versiones suponen cierta dificultad, ¿no? Son temas que ya viven en el subconsciente del público, ¿resulta un desafío realizar una canción de otra forma y que llegue igual a la sensibilidad del público?
Le llegará, pero de diferente manera. Creo que el punto es ofrecer una lectura distinta. En ningún momento lo vi como un desafío, sino como un regalo y una oportunidad. Me apetecía muchísimo cantar esas canciones porque a mí me habían enamorado en su momento, me habían acompañado y tenía una historia con ellas que quería expresar.
A nivel vocal, ¿qué le enseñó adentrarse en la obra de otros artistas?
En la preparación del disco, tenía músicos excepcionales a mi lado. Por ejemplo, yo podía creer que una canción en un tono me venía perfecta y, a lo mejor, ellos me incitaban a cantarla en otro, a atreverme y, de repente, ahí encontraba una faceta de mi voz desconocida que jamás hubiera imaginado sola… Me di cuenta de que podía descubrir otros colores en mi voz.
Participó en el espectáculo Palabras para Julia en el Día de la Mujer. ¿Cómo ve Sandra Carrasco la situación actual de la mujer?
Desde un punto de vista positivo, veo que vamos avanzando porque hay mujeres que son guerreras. Tengo la suerte de conocer a muchas de ellas. Son pocas, pero son auténticas y están llenas de seguridad y de esperanza. Ellas mueven la montaña a base de granitos. Sin embargo, si lo miro desde una óptica negativa, me parece brutal que aún sigan pasando cosas tan fuertes como el maltrato y que, de alguna forma, las pasemos por alto y no nos unamos todos a los movimientos de lucha para que esto se detenga de una vez. Venimos de una cultura muy machista, venimos de una educación católica que ha hecho mucho daño. No nos han educado para ser libres.
En la selección de temas para ese espectáculo, se mostraba una mujer nostálgica y triste… ¿Cuál es el poder de la nostalgia en la música?
Aquellas joyas que interpreté vienen de un sentimiento cargado de dolor. Cuando uno tiene el alma rota o vive una situación de tristeza, desesperación o infortunio, puede sacarlo todo afuera escribiendo. La nostalgia es un componente fantástico para crear. Por ejemplo, la historia de Alfonsina Storni me parece la descripción más bella de un suicidio de la historia. Escribir así sobre un suicidio demuestra una inteligencia y una sutileza impresionantes. A mí me parece de lo más complicado encontrar las palabras para describir esos sentimientos tan fuertes que a veces no tienen ni nombre. Por eso yo versiono esas canciones. Esas canciones deben vivir en nuestras voces, necesitan tener más luz, seguir naciendo. Yo quiero que se mantengan en el tiempo y si puedo ser un elemento para ello, para que esos temas tengan salud, pues perfecto.
¿Le inspira la literatura para cantar?
Seguramente sí, pero no leo por eso, sino porque me encanta. Me gustan los autores argentinos, los libros que hablan sobre la belleza, los filósofos hindúes, la sociología, la poesía. Pero lo que más me llega es la filosofía: soy muy fan de Aristóteles, de Sócrates… Porque lo que me conmueve de la vida es la propia cuestión de la vida. Intento encontrarle el punto a esta existencia que no tiene explicación. Somos y estamos, y a mí me gusta saber por qué y cuál es el cometido del ser humano. Me fascina cómo los grandes pensadores conseguían dar explicaciones a la vida y a la muerte.
¿Cómo surgió la idea de Travesía? ¿Es una confirmación del camino que ha ido tomando desde que empezó?
Sí, va en la misma línea ecléctica de la que hablo. Tuve la oportunidad de hacer una gira por Italia, sólo guitarra y voz, y hubo una persona que me propuso aprenderme una canción de Pino Daniele, porque se cumplía el aniversario de su muerte y en Nápoles lo adoran. Probé y me gustó tanto, y le gustó tanto al público italiano, que pensé que tenía que grabar un disco e incluir esas dos canciones. Aparte, me agradó mucho la sensación de estudiar en otro idioma. A partir de ahí, me puse a recopilar canciones de otras lenguas.
¿Qué le estimula de cantar en otras lenguas?
Que me aporta sabiduría. El mundo está lleno de lenguaje, podemos aprender palabras que describen sentimientos desconocidos de otras culturas. Eso me encanta. Me veo habitante de un mundo redondo que está flotando. Y, además, resulta maravilloso saber que el disco que he hecho es una gota en un océano porque no es nada comparado con lo que hay... Investigué también cantos mexicanos de diferentes dialectos, me topé con cosas preciosas, pero me tuve que parar, si no iba a tener para hacer una trilogía [ríe]. Al final me fui a temas más versionados como Fever, Agua de Março… Además, las canciones me iban encontrando. Un día vi a una persona cantar en un club y después, hablando con ella, me aconsejó que escuchara una canción. Me regaló Merci Bon Dieu de Belafonte: me enamoré de ella y la grabé.
Una vez dijo que la música es un medio para conocer gente buena… ¿Es una tabla de salvación contra la soledad?
Sí. Creo que el mundo es precioso y maravilloso, pero está lleno de ego y de odios. Hay que perfeccionarlo, el dinero y el poder lo han corrompido, son cánceres del ser humano. La música es un claro ejemplo de camino a la luz, la música nos salva. A mí me ha salvado la vida y yo quiero ser una herramienta para salvar a otras personas. Si todos nos vamos a ir de aquí, por lo menos vayámonos con cosas interesantes hechas para el prójimo.
¿Qué huella cree que siempre va a quedar del flamenco en su estilo?
La pureza, como cuando pelas una cebolla y te quedas con lo que tiene que ser. Sé lo que es puro e intento que eso me guíe. La verdad y la luz por delante de todo. Para mí el fandango y el flamenco son una verdad que tengo guardada y que no se me irá en la vida. Soy inquieta y curiosa, puedo tomar otras influencias, abrirme al mundo, pero nunca perderé la raíz. El flamenco es lo más grande que tiene todo aquel que lo ha vivido y que lo ha cantado, tocado o bailado.
La cantaora Sandra Carrasco cree que la música cura y salva. Un día actuó en un hospital y sintió el poder prodigioso de las armonías. Un bebé llevaba diez meses agarrotado en una incubadora, no succionaba y no había forma de que lo mandaran a...
Autor >
Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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