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Sentados en la pequeña terraza de un pub londinense con un par de cafés, Mazen Darwish y Yara Bader no parecen los destacados disidentes sirios que en realidad son. Ni siquiera hay rastro de endurecimiento o cansancio en su mirada después de haber sido víctimas de la brutalidad implacable del régimen de Assad. Las heridas son más profundas. Y quizá la única forma de curarlas sea alzando la voz desde el exilio y pidiendo justicia para quienes quedaron atrás. Ese es el objetivo que les trae a Londres para contar su experiencia en el Free Word Centre. “Precisamente porque sé lo mucho que están sufriendo los sirios, ahora siento una doble responsabilidad de hacer lo que estoy haciendo”, asegura Darwish, superviviente del horror de las prisiones gubernamentales de Siria.
En los últimos veinte años, Darwish fue detenido seis veces, pasó por prisiones y centros de detención y comprobó en carne propia cómo las condiciones y el tratamiento de los reclusos se endurecían a partir de 2011 hasta límites inimaginables.
Darwish fue detenido seis veces
El informe más reciente que constata la existencia de estas prácticas estremecedoras ha sido realizado por Amnistía Internacional. Rompe al ser humano: Tortura, enfermedad y muerte en las prisiones sirias recoge el testimonio de 65 supervivientes de torturas en centros penitenciarios. Para su elaboración, la ONG se asoció con el Grupo de Análisis de Datos de Derechos Humanos (HRDAG), cuyos expertos estimaron que desde el inicio de la guerra en marzo de 2011 hasta diciembre de 2015 al menos 17.723 personas murieron bajo custodia. Darwish asegura que la cifra se eleva por encima de los 50.000 muertos si se tiene en cuenta los numerosos centros de detención secretos y los miles de desaparecidos desde el inicio del conflicto.
La pareja de periodistas y activistas trabajó, desde la organización Syrian Centre for Media and Freedom of Expression (SCM), fundada por Darwish en 2004, en la publicación y creación de un archivo de los abusos y violaciones de derechos humanos cometidos por el Gobierno de Damasco, una labor que fue reconocida internacionalmente y convirtió el centro en organización consultiva de la ONU en 2011.
Reporteros Sin Fronteras sitúa Siria como el país más peligroso del mundo para los periodistas, si bien las condiciones difieren según quien controle la zona. Le siguen Irak, Libia, Chechenia y Sierra Leona. En Damasco, la redacción de Darwish fue clausurada en varias ocasiones. De hecho, Yara Bader, periodista especializada en cultura, conoció a su futuro marido dos días después del segundo cierre, en septiembre de 2009. “Me quedé completamente impresionada. A pesar de todo rebosaba esperanza y energía y ya estaba planeando cómo volver a organizar las cosas”, recuerda Bader. De aquel encuentro en una cafetería de “alborotadores”, como dice ella, surgió una colaboración para un reportaje de investigación sobre censura y seguimiento de la cultura en Siria. Y también el amor.
Los dos crecieron en familias golpeadas por largas sentencias de cárcel
Ambos conocían personalmente los riesgos derivados de la falta de lealtad al gobierno. Los dos crecieron en familias golpeadas por largas sentencias de cárcel, diecisiete años para el padre de Darwish, uno para su madre y doce para el padre de Bader. Quizá por ello defender la libertad de expresión y la dignidad de los seres humanos es tan necesario para ambos como respirar. “Cuando naces en una familia como la mía y en un país como Siria estos valores son lo más importante. La vida no tiene significado sin derechos humanos y democracia”, explica Darwish, discreto, amable y con unas convicciones inquebrantables que transmite a pesar de hablar un inglés todavía torpe por el que se disculpa profusamente.
Arrestado en numerosas ocasiones por cubrir los altercados entre manifestantes y fuerzas gubernamentales previos al estallido de la guerra, su última detención tuvo lugar en febrero de 2012 en la redacción de SCM junto a trece compañeros. Les llevaron al aeropuerto militar de Damasco donde Darwish fue aislado del grupo y torturado en interrogatorios diarios durante dos meses. Desde allí le trasladaron al centro de detención de la Cuarta División, donde se administraban torturas dos veces al día, y en ocasiones había sesión extra. “No nos torturaban para obtener información como en el aeropuerto militar, sino por diversión, por venganza o simplemente porque sí. Los guardas ni siquiera conocían nuestros nombres”, recuerda Darwish. El método de tortura y la duración dependía del guarda en cuestión: descargas eléctricas, palizas, colgamientos por las muñecas o por los pies… que podían durar entre media y una hora. “Me llegaron a arrancar cinco uñas de los pies”, añade. Pero lo peor estaba aún por llegar.
Casi pierde la vida en un centro del Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Aéreas en pleno corazón de Damasco. “El primer día vinieron seis o siete guardas a la celda y me dijeron que el director del centro tenía un regalo para mí. Me sacaron al pasillo y me golpearon con barras de silicona y palos de madera durante quince o veinte minutos. No sé, porque perdí el conocimiento. Desperté en una pequeña habitación bajo las escaleras rodeado de cadáveres. Un agente notó que me movía y me llevaron de vuelta a mi celda”. Este tipo de centros ha sido calificado por la Comisión de Investigación sobre Siria del Consejo de Derechos Humanos de la ONU de “letales” por la brutalidad de los abusos y las inhumanas condiciones de reclusión. Pero las atrocidades continúan en parte porque Rusia veta las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU para que Assad asuma responsabilidades ante el Tribunal Penal Internacional.
Después de un año interminable Darwish fue juzgado por “promover actos terroristas” y enviado a Adra, prisión civil cercana a Damasco. Cuando su mujer fue a visitarle no le reconoció. Su rotunda figura de 120 kilos había mermado hasta los 68.
Después de un año interminable Darwish fue juzgado por “promover actos terroristas”
Durante ese tiempo la resuelta y dinámica Bader mantuvo la entereza y continuó con su trabajo de investigación que finalmente, y después de tres años, no llegaría a ver la luz. La policía irrumpió de nuevo en la redacción, siete meses después de la detención de Darwish, requisando el material y arrestando a los presentes, entre ellos a Bader. “El reportaje de 20 páginas estaba encima de la mesa de Mazen esperando la última revisión antes de su publicación cuando nos arrestaron y confiscaron todo: documentación, ordenadores y demás”. Se considera afortunada porque su tiempo en prisión duró menos de un mes y no sufrió malos tratos, sólo amenazas. “Intentaron usarme como periodista para que al salir contara el trato que había recibido en prisión”.
Bader se convirtió en la directora en funciones de SCM e inició una campaña internacional para reivindicar la liberación de su marido, de todos los presos de conciencia y de las víctimas de detenciones arbitrarias. Su labor fue reconocida con el premio Alison des Forges, de la organización Human Rights Watch, entre otras distinciones. Darwish también sería galardonado. La Unesco le concedió el Premio Mundial de Libertad de Prensa en 2015 y en 2014 compartió con Salman Rushdie el PEN/Pinter Prize for an International Writer of Courage. En el discurso de aceptación de este último, que Darwish escribió desde su celda, criticaba tanto a Assad como a los grupos extremistas, en una muestra de de valentía y compromiso con la libertad y la dignidad: “Sin principios y esperanzas no se puede vivir. Yo soy lo que creo y si perdiera mis valores dejaría de ser yo”. Esas férreas convicciones son las que le salvaron durante los momentos más oscuros de su calvario.
La amnistía declarada por Assad en 2014 para los opositores incluía el delito del que estaba acusado Darwish pero, en lugar de ser liberado, fue destinado a la cárcel de Hama y luego a dependencias de los servicios de inteligencia para sufrir más torturas durante 45 días. Este giro siniestro sumado al desgaste emocional de tres años de incertidumbres llevó a Bader al filo del abismo: “Empecé a pensar que nuestro sueño nunca se cumpliría. Los centros de seguridad son lo peor en Siria, muchas personas mueren en ellos. Me derrumbé. No pude levantarme de la cama durante más de dos semanas, no tenía fuerzas para nada”. Todavía no ha logrado superar del todo este trauma.
El pasado 10 de agosto se cumplía el primer aniversario de su liberación. Ese primer día en libertad discurrió sin ceremonias, pero con inmensa alegría. Lo primero que hizo fue llamar a su mujer. Luego a su madre. Después fue a comprarse ropa. Asegura que el Gobierno intentó forzarle a colaborar en la fabricación de una imagen positiva para exportarla a Occidente. Resistió hasta que le amenazaron con volver a meterle en prisión si no aceptaba. “Me dijeron que mi caso aún no estaba cerrado. Sabía que era muy fácil para ellos matar civiles sin tener que asumir responsabilidades”. Cambiaron de estrategia y en noviembre de 2015 la pareja abandonó su tierra natal rumbo a Berlín.
El Gobierno intentó forzarle a colaborar en la fabricación de una imagen positiva para exportarla a Occidente
Bader respiró aliviada: “Siria para mí era una prisión. Estaba enloqueciendo. Quería ir a un lugar seguro, donde no hubiera cortes de electricidad”, bromea. “Y mis padres llevaban tres años viviendo en Alemania”. Darwish tardó unos meses en conceder entrevistas porque, según explica, “necesitaba tiempo para rellenar las lagunas. Leí mucho y hablé con muchas personas de distintos círculos” para comprender la dimensión de esta guerra civil, regional e internacional. Es un conflicto con muchos actores que utilizan la lucha en este país para proteger sus propios intereses”. Algo que Mazen no logra entender, dice Yara, es el “lenguaje del odio que se ha instalado en el país”, el sectarismo que está destruyendo a la población.
Los efectos psicológicos de sobrevivir a una experiencia tan traumática son inevitables y se revelan en los momentos más inesperados. Como cuando, ya viviendo en Berlín, Darwish se olvidó el teléfono en casa y, al no contestar a sus llamadas, Bader terminó en un mar de lágrimas sobrecogida por la idea de que a miles de kilómetros de Damasco él hubiera caído, de nuevo, en manos de las fuerzas de seguridad sirias. Cuenta que él le ha hablado de los peores momentos, pero que siempre fue reservado. “No consiguieron sacarle mucha información durante los interrogatorios por eso”, relata con el humor como arma de defensa. “Tampoco habla demasiado del tiempo que pasó en prisión”.
La voz de Darwish recobra fortaleza al hablar del futuro. Considera que la comunidad internacional, en lugar de centrarse en destruir a ISIS y frenar la crisis de refugiados, debería trazar “un plan Marshall”, es decir, “una solución militar, económica, política y social para Siria con un nuevo líder elegido por los sirios”.
Los dos coinciden en que informes como el de Amnistía Internacional son muy necesarios porque la comunidad internacional necesita conocer lo que está ocurriendo en las cárceles estatales y porque quienes sufren merecen ser recordados. “Después de la libertad, lo más importante para las víctimas es no ser olvidadas”, señala Bader. “A nosotros no nos pueden devolver los tres años y medio perdidos, pero al menos las futuras generaciones conocerán la historia como realmente ocurrió”. Verdad, justicia y reparación son los tres pilares de los procesos de paz y transición política en sociedades posconflicto que Darwish siempre menciona. Y lo explica así: “No se trata de venganza, sino de proteger a la sociedad contra la venganza porque si una de las partes no se siente satisfecha con la justicia aplicada terminará habiendo otra guerra que quizá sea peor que la anterior”. En su opinión, este es el único camino para alcanzar la reconciliación.
“Los principios de la revolución siguen vivos en Siria. Los jóvenes sueñan con libertad, dignidad e igualdad. Cuando la guerra termine los sirios serán capaces de reconstruir el país. Quizá tarden 30, 40 o 50 años pero la Historia nos enseña que toda nación en transición desde una dictadura hacia una democracia paga un precio muy alto. El problema es que si la guerra continúa, puede que el país que conocemos hoy no exista en el futuro”, concluye Darwish. Antes de su charla en el Free Word Centre, Bader y Darwish comparten un último cigarro. Mientras el sufrimiento de civiles sirios persista ellos seguirán removiendo conciencias.
Sentados en la pequeña terraza de un pub londinense con un par de cafés, Mazen Darwish y Yara Bader no parecen los destacados disidentes sirios que en realidad son. Ni siquiera hay rastro de endurecimiento o cansancio en su mirada después de haber sido víctimas de la brutalidad implacable del régimen...
Autor >
Ángeles Rodenas
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