PILAR RUIZ / PERIODISTA Y GUIONISTA. AUTORA DE ‘LA DANZA DE LA SERPIENTE’
“Hay que reivindicar la alegría de vivir en libertad”
Vanesa Jiménez Madrid , 7/09/2016
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Pilar Ruiz (Santander, 1969) es muchas cosas. Periodista de formación —columnista habitual de CTXT—, guionista de series de televisión —entre ellas, La Señora—, directora de cine —Los nombres de Alicia— y desde hace un par de años, cuando se estrenó con El corazón del caimán, novelista. “Recién llegada”.
Ruiz acaba de publicar La danza de la serpiente, una obra exuberante, culta y divertida ambientada en el verano de 1914 en Santander. Lleno de personajes libres, reales o imaginarios, este libro son las historias de unas vidas, con amores e intrigas, pero también el relato de una España transgresora y de disfrute. Es, sobre todo, un homenaje a la gente del teatro. Y a veces una lección de historia; aunque no se fíen, la ficción se cuela por cada rendija.
Esta novela es su autora, y su búsqueda constante de la “emoción estética”. “Intento que lo que lo que escribo sea personal, que sea honesto. Y que haga disfrutar”.
Su novela tiene dos lecturas. Una posible, la de una historia de ficción con amor, sexo, violencia, muerte.... Y otra, de fondo, que relata la transgresión en la España de 1914.
La danza de la serpiente es una novela con muchas capas. La primera se tiene que entender, es para todos los públicos. Ahí te encuentras con la novela de amor, pero también con una de intriga, de espionaje. La segunda nace del subtexto. Es la lectura un poco más profunda. Las dos lecturas comparten una visión irónica, prima el sentido del humor, aunque haya personajes a los que domina el drama. El teatro, del que vengo, lo impregna todo. El tema es la máscara. El cabaré y el teatro sirven como metáfora de esa máscara. Todos los personajes tienen una al comenzar el libro, y con el paso de la historia vamos descubriendo quiénes son en realidad.
Es difícil encuadrar su novela en un género, aparenta ser muchas cosas a la vez.
No tiene un género: hay alta comedia, espías, intriga amorosa, policiaca y política. Y ese es un problema en un momento editorial en que lo que priman son los géneros. Lo comercial tiene que ser genérico: todo tiene que estar enmarcado y etiquetado. Y eso no quería hacerlo. El tono de esta novela es el de una comedia clásica romántica de los años 30, con guiños al cine. León, por ejemplo, está basado en el personaje de Ninotchka, de Lubitsch, que interpreta Melvyn Douglas. Y es una novela coral. Cada personaje tiene su propia trama que finalmente concluye en una general.
¿Por qué elige el verano de 1914?
Es un periodo histórico apasionante, en el que se fragua la I Guerra Mundial. España se declarará neutral, pero es un momento de perplejidad, de incertidumbre. Además, nuestros tatarabuelos se lo pasaban igual de bien que nosotros, o mejor: había sexo, bailes, arte, drogas. Se ponen de moda los cabarés, el cuplé y la sicalipsis, se derrochaba como nunca y la cocaína y la heroína eran legales; podían comprarse en las farmacias.
Es cierto que mis personajes pertenecían a una minoría privilegiada. Pero existían
Tenemos una idea del pasado muy estereotipada, con señoras que visten corsés, lleno de gente aburridísima y retrógrada. Es cierto que mis personajes pertenecían a una minoría privilegiada. Pero existían. Una de mis intenciones como autora era hablar de la potencia que tiene ese discurso ahora, un siglo después, en un momento en el que estamos viviendo un retroceso de libertades. Hay que reivindicar la alegría de vivir en libertad. En cierto modo, La danza de la serpiente también es una novela política. Aquella España tiene que mucho ver con nuestra España, la de ahora. Es un espejo temporal. No hemos cambiado tanto.
Hace que personajes históricos convivan con otros de ficción.
Me interesaba mucho mezclar a estos personajes, reales, importantes en nuestra historia, con otros inventados. Tórtola Valencia y Álvaro Retana son tan excesivos que algunos lectores creen que son inventados. Es increíble que hayan sido olvidados, pero la dictadura franquista acabó con todos estos artistas y con su extraordinario legado. Por otro lado, convertir a Benito Pérez Galdós y a Valle-Inclán en personajes de ficción me parecía un reto. ¡Y creo que a ellos les hubiese divertido mucho! Tengo una proximidad personal con esos dos autores, que se conocían. Son casi como de mi familia. Además, me hablaban de un mundo —también político, no solo literario— que se va a destruir tras la I Guerra Mundial. Para mí, el siglo XX empieza en 1914. Probablemente ese sea otro de los temas recurrentes en mi novela, ese momento de cambio, ese conflicto generacional muy parecido al que se está produciendo ahora.
Menciona a Álvaro Retana, escritor, escenógrafo, dibujante, libertino y letrista de cuplés español. ¿Es el personaje real que detonó su historia?
No tanto. Escribo esta novela a partir de un proyecto de guión. Al principio esta historia era una película. De ahí que la narrativa esté muy pegada a cierta forma de narrativa cinematográfica donde también se intuye el montaje del cine. Pero hacer una película como esta era muy caro y muy complicado en un momento como este, así que decidí convertirla en novela. Tórtola Valencia es el origen, es el descubrimiento de una época y de un mundo, el del modernismo… Ella es la que me lleva a Álvaro Retana.
El lenguaje que emplea también nos hace retroceder cien años.
Uso ese estilo de forma deliberada. Yo no soy el narrador; él también es un artefacto literario. Podemos decir que empleo un modernismo irónico, a través del uso del lenguaje, ya sea culto o jerga de delincuentes. El estilo cada vez está más descuidado. Se ha llevado mucho escribir a la “americana”, el realismo sucio, una prosa dura, a veces descuidada… Y yo me pregunto, ¿por qué hay que escribir así todo? Elegí utilizar un estilo que reflejase mejor esa época.
Me gustaría crear una emoción estética, lo que querían los modernistas. No solo nos emocionamos con un argumento o un personaje
Un amigo me decía que es una novela cubista. Y es cierto. Intento usar todos los recursos: literarios, cinematográficos, poéticos, pictóricos, teatrales. Incluso periodísticos. Una novela es un artificio, todo tiene que ver con el artificio. Me gustaría llegar a crear una emoción estética, que es lo que querían los modernistas. No solo nos emocionamos con un argumento o un personaje. Le doy mucha importancia al estilo, y también al punto de vista.
Su primera novela transcurre en Cuba. Esta segunda en Santander, ¿son sus territorios?
Cuba, que forma parte de mi acervo cultural por mi abuelo, y por el amor de mi familia a ese país, es el territorio de los cuentos. Y para mí es un lugar idealizado. Quizá por eso, porque es un sitio de narraciones. Cantabria la cuento de forma prosaica, más descriptiva. Esto, además, es ficción y yo también ficciono los lugares. Son mi Cuba y mi Santander, y la imaginación puesta en ellos.
Del periodismo, a la ficción y a la novela. ¿Era un camino lógico?
El periodismo tiene mucho de ficción, y el cine y la literatura tienen mucho de periodismo. Son infinitos los casos en la historia del cine de guionistas que vienen del periodismo. Billy Wilder es el más conocido. El final de la acción de La danza de la serpiente está contado a través de una crónica periodística, fuera de campo. Y a lo largo del texto aparecen noticias, en formato periodístico, para ayudar a la trama.
¿Cómo de difícil es publicar en España?
En España la gente lee muy poco. Y nunca se ha leído mucho. No hay tradición de lectura. Además, si un libro cuesta 20 euros... La crisis ha hecho mucho daño a la creación en general. También hay un castigo legal a lo digital, con el IVA al libro electrónico, que es el más alto de Europa. Y también está la piratería, en la que andamos en cabeza. Pero de fondo existe un problema educativo, la cultura no está bien vista, no se fomenta, como no se fomenta la lectura.
Julia y Rafael, feminista y anarquista, terminan apartándose de sus luchas. ¿Es el fracaso lo que espera a quienes toman el camino de la acción?
Les libero a ambos de un sectarismo que en sus casos es fanatismo, pero siguen siendo libertarios. Más que nunca. Como le dice Retana a Rafael: “Yo soy anarquista y maricón”. Supone la ruptura frente a los prejuicios, las imposiciones ideológicas y las certezas. Ese es un conflicto que siempre estará ahí, pero, como ellos, podemos vencerlo. Tórtola, por ejemplo, es bisexual, vegana, budista e impenitente consumidora de opio. Y sobre todo, artista. Es libre.
Pilar Ruiz (Santander, 1969) es muchas cosas. Periodista de formación —columnista habitual de CTXT—, guionista de series de televisión —entre ellas, La Señora—, directora de cine —Los nombres de Alicia— y desde hace un par de años, cuando se estrenó con
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Vanesa Jiménez
Periodista desde hace casi 25 años, cinturón negro de Tan-Gue (arte marcial gaditano) y experta en bricolajes varios. Es directora adjunta de CTXT. Antes, en El Mundo, El País y lainformacion.com.
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