Carta para Capri
Bernardo Tosti Croce 14/09/2016
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Cuando partí, en pocas horas pasé de un punto del mundo a otro. Fue como si hubiera atravesado un continente. Un verdadero salto que normalmente cuesta infinitas horas de viaje. Presencié una transformación del paisaje, de las costas, de las rocas, del aire, una transformación inesperadamente radical. Y la dimensión en la que me encontré cuando llegué fue la del mito. Que luego resultó estar sucio y degradado.
¿Qué ha sido de ti, reina de roca? ¿Qué han hecho contigo? ¿Qué dirían los acantilados si pudieran hablar? Testimonios inermes de tu declive inexorable.
Capri, tú que has alojado al emperador Tiberio, que has visto pasar a los sarracenos, has sido conquistada por el legendario Barbarroja, has luchado contra la peste, has asistido al paso de los franceses napoleónicos, de los Borbones y de los ingleses. Precisamente tú, que en el siglo XIX te convertiste en el centro de la cultura bohemia y has acogido entre tus rocas a personajes del calibre de Gor’kij, de Fersen, Axel Munthe, Norman Douglas, Curzio Malaparte. ¿Cómo puedes soportar este empobrecimiento espiritual?
Engañada por una burguesía que se cree una guía moral y en cambio, hoy en día, más que decadente es nauseabunda, te has perdido a ti misma bajo los ladrillos del Quisisana, quintaesencia del triunfo del Café society. Con esa argucia, el Moloch miltoniano ha erigido su templo, emblema de una delicadeza estremecedora.
La casta burguesa —si de verdad existe— ha fabricado una reserva india, cerrada como una tribu Sioux entre Tragara, Anacapri, Via Camerelle, Grotta Azzurra y la célebre placita, salón a cielo abierto, espejo de la inexistencia, difundido y sin vuelta atrás: las manías, el estilo de vida, las traiciones, las vacaciones en Capri, el afán por la silicona, el cotilleo, las inauguraciones, los yates, las amistades, los despechos, la mundanidad, las suites alquiladas solo para pasar una tarde cotilleando con los amigos: Capri, eres un relato de vida. Más bien, de un segmento de vida basado en el “quítame todo, excepto lo superfluo”.
Es como ser un huésped en la basura, pero bien protegido dentro de una burbuja de aire sano y purísimo.
Como si este nuevo elogio vulgar del patrimonio sirviera para algo. ¿No eran suficientes todos los constantes ejemplos de riqueza exhibida, descarada, robada, fugada? Y además, ¿el mundo no conoce ya los valores de la abundancia?
Después de dos décadas exaltando a personajes obscenamente ricos, de trash-chic ostentados incluso en los anuncios, de defensa de la evasión fiscal, ¿no hemos ido más allá?
La riqueza no es el demonio, pero no se puede perder la orientación y el sentido de realidad.
Hoy, majestuosa reina rocosa, vives en un mundo en el que todo está escondido, delicadamente enterrado bajo una capa viscosa, como Villa Jovis.
Sin embargo no siempre has sido así, tu microcosmos, una vez anticonformista y libertario, ha alimentado el sueño utópico de jóvenes artistas que aspiraban a un paraíso terrenal lejos de la intolerancia y que observaban la angustia del continente del Edén, incontaminado y lejos de las leyes y de las censuras hipócritas preestablecidas por el hombre.
Isla azul, glauca como el color de ojos de Minerva y bonita como las rocas inmortales que te cubren, antes tú misma eras una obra de arte. Ahora eres una fotografía descolorida de un mundo desaparecido y fascinante, sumergido en la naturaleza que por un momento, antes de derretirse, ha rozado la dimensión del mito.
Amori et dolori sacrum, así dice la inscripción incisa en el mármol blanco de Villa Lysis, cenáculo intelectual de aquella multitud de escritores, poetas y artistas que la abarrotaban, tan alabado por el poeta Peyrefitte en el Exilio de Capri, donde la describió como “algo remoto y solitario donde poder edificar la acrópolis de la belleza”
Capri, volverás a ser ese lugar sagrado, en el que tu belleza será la única riqueza de la cual se alimentará aquel mito dejando el dolor en el pasado y el amor en el presente y en el porvenir.
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Traducción de Elisa M. Andrade
Cuando partí, en pocas horas pasé de un punto del mundo a otro. Fue como si hubiera atravesado un continente. Un verdadero salto que normalmente cuesta infinitas horas de viaje. Presencié una transformación del paisaje, de las costas, de las rocas, del aire, una transformación inesperadamente radical....
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