![<p>Ilustración de la guardia roja durante la revolución cultural de Mao.</p>](/images/cache/800x540/nocrop/images%7Ccms-image-000008706.jpg)
Ilustración de la guardia roja durante la revolución cultural de Mao.
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Nunca había estado en China, y el último mail de la organización del festival que me invitaba, lejos de tranquilizarme, me desasosegó. El encuentro (organizado por norteamericanos con el propósito de divulgar la literatura occidental allí) se declaraba firmemente comprometido con la libertad de expresión: "Animamos a todos los autores invitados a expresarse sin tapujos ni autocensuras". Desde la dirección del festival no se os impondrán límites acerca de los temas y enfoques que queráis abordar en las charlas y mesas redondas. Consideramos que nuestra convocatoria es una punta de lanza para ampliar la libertad de expresión en China. Horror, me dije.
Hasta ese instante no había pensado en censuras ni autocensuras pero, tras leer aquello, busqué los números del consulado y de todos los diplomáticos españoles en Pekín para tenerlos bien a mano en todo momento. Imaginé una audiencia compuesta de policías infiltrados que podían interpretar cualquiera de mis palabras como un ataque al partido, al país, al gran timonel o a lo que se les antojara para llevarme preso. Imaginé el título del libro que escribiría al volver a España: No es Shangri La: diez años en las prisiones chinas. Que no nos cortásemos, decían. Les faltaba añadir: "Decid lo que os dé la gana, que ya os llevaremos croquetas de vuestras madres a la cárcel".
Alguien del público, siempre chino, preguntaba a los ponentes si existía censura en nuestros países
Pese a tan alarmista mensaje, el festival fue bien y estuvo muy interesante, pero se repitió una pregunta en varios debates, que se celebraban en inglés y a los que asistían expatriados occidentales y chinos con alto nivel de inglés. Alguien del público, siempre chino, preguntaba a los ponentes si existía censura en nuestros países. A mí me dio por responder que no, tajantemente, pero siempre había otro escritor que matizaba mi no.
Bueno, decían, censura como la de aquí, no, el gobierno no censura, pero sí que hay muchos tabúes y está la dictadura de lo políticamente correcto, y te pueden linchar por decir algo inconveniente, así que sí, hay censura también en nuestros países. En una ocasión, el asistente preguntó cómo era eso de que te linchen por decir cosas inconvenientes. Quería saber si era algo oficial, si venían unos funcionarios linchadores a darte una paliza o era una turba espontánea que se formaba en la calle. El ponente tuvo que aclarar que se trataba de un linchamiento metafórico. El asistente sonrió, incómodo, como diciendo: "Vaya cosa, ¿por eso se quejan?".
En uno de los paneles, al ver que se insistía mucho en la censura que se sufre en países como Canadá o España, pedí la palabra (y mientras la pedía me acordaba del mail, convencido de que esa intervención era la que iba a provocar que se levantaran los policías camuflados en la sala y me esposaran) para decir que me parecía que estábamos banalizando el asunto de la censura y que comparar la presión social, la moderación de comentarios de una página de Facebook o la línea editorial de un medio de comunicación con la represión policial de un estado era pasarse de grosero para quienes sufren esa represión en un país donde meten a la gente en la cárcel por hacer chistes. En la sala había una escritora que había tenido que exiliarse en Australia y adoptar el inglés como lengua literaria para poder escribir un libro sobre su infancia bajo la revolución cultural. Un libro prohibido en China. Que alguien comparase la historia de esa mujer con el hecho de que un periódico le había rechazado un artículo incómodo (que, además, se acabó publicando en otro periódico) me parecía insultante.
Hace poco vi una campaña en Internet cuyo lema era La cirugía estética es el burka de Occidente. La hipérbole está por todas partes. Hipérboles que son ofensivas para quienes sufren de verdad la opresión, la esclavitud, el sometimiento y la violencia. Sé que es una forma de agit-prop, una estrategia para llamar la atención sobre problemas que tenemos y sobre los que hay que debatir, pero comparándolos con asuntos tan graves, que los habitantes de un país como España estamos lejos de sufrir, lo que consiguen al final es el efecto contrario: banalizarlos y ridiculizarlos.
Quien acepta los símiles y considera que es lo mismo que Facebook le bloquee la cuenta a que la policía política le detenga, le interrogue y le acose sobre unas fotos que envió a un corresponsal extranjero (como le sucedió a alguien que conocí en China), lleva la discusión a un plano histérico en el que todo acaba sonando ridículo porque no se modulan los agravios. Quien no los acepta, puede despreciar esos problemas que existen y que sufrimos en Europa como first world problems, es decir, como rabietas de niños ricos. Se corre el riesgo así de que desaparezcan del debate público y se alimente un conformismo acrítico.
Quien considera lo mismo que Facebook le bloquee la cuenta a que la policía política le detenga y le acose lleva la discusión a un plano histérico
Hay un concepto que justifica estos disparates que se llama resiliencia, que parte de la idea de que el sufrimiento es una sensación subjetiva que no puede valorarse desde fuera. Cada persona tiene un umbral de dolor, digámoslo así, y valora sus problemas en función de ese umbral. Hay personas más duras y más blandas, y hay quien sobrevive a un atentado sin traumas y quien siente ganas de suicidarse tras discutir con un amigo. Dicen que hay que respetar esa resiliencia, pero en términos sociales eso sólo conduce a la parálisis de la discusión, porque si no podemos decir que no es lo mismo que te amputen una pierna que tener un padrastro en un dedo (porque quien tiene ese padrastro puede tener un umbral de sufrimiento muy bajo y sentir que ese padrastro es la mayor desgracia que le puede acaecer a un ser humano), no podemos ni luchar porque al amputado le financien una prótesis ni darle una palmada de ánimo al del padrastro.
En España, como en todas las sociedades occidentales y democráticas, tenemos problemas de libertad de expresión. Es un debate abierto que hay que abordar. Tenemos amenazas y cuestiones que merecen una discusión y tal vez una lucha militante. Pero si exageramos y seguimos haciendo alardes de censura y proclamas antitotalitarias cada vez que alguien nos borra un comentario en Facebook o cada vez que un medio despide a alguien o cada vez que un editor rechaza un manuscrito, no sólo estaremos insultando gravemente a quienes siguen siendo ejecutados o encarcelados por intentar expresarse en libertad en muchas partes del mundo, sino que no avanzaremos sobre los problemas de verdad que tenemos, que son más graves que un padrastro, pero parecen padrastros para quien tiene las piernas amputadas.
Nunca había estado en China, y el último mail de la organización del festival que me invitaba, lejos de tranquilizarme, me desasosegó. El encuentro (organizado por norteamericanos con el propósito de divulgar la literatura occidental allí) se declaraba firmemente comprometido con la libertad de expresión:...
Autor >
Sergio del Molino
Juntaletras. Autor de 'La mirada de los peces' y 'La España vacía'.
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