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Imagen de 'Bloodline'.
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Que las relaciones familiares nunca son sencillas es algo que puede testimoniar cada hijo de vecino. Pero hay clanes que en comparación te hacen agradecer de rodillas pertenecer al tuyo. Y si no, pasen y vean las dos temporadas de Bloodline (Netflix acaba de anunciar que habrá tercera), una serie de suspense filmada bajo el sol febril de La Florida, en la zona de los Cayos, EE.UU., a pocos kilómetros de la rutilante Miami. Saga en la cual, paradójicamente, para proteger el buen nombre que les legó su padre, cuatro hermanos irán adentrándose en una espiral corrosiva de secretos, mentiras y crímenes.
Pero eso vamos sabiéndolo a medida que avanzan los 23 capítulos del show creado por Todd A. Kessler, Glenn Kessler y Daniel Zelman. Cuando todo comienza, el verano parece eterno y los personajes, seres elegidos por la vida, incapaces de un doblez. Los Rayburn regentean desde hace décadas una posada de ensueño frente al mar y son muy respetados en su comunidad. El regreso de Danny, el hijo pródigo del que la familia quisiera poder olvidarse (interpretado por el actor australiano Ben Mendelsohn, tan escalofriante y genial en su papel como Dirk Bogarde en El sirviente), pondrá sus vidas de cabeza y reabrirá heridas, que creían saldadas con el silencio de las cicatrices.
Eterna oveja descarriada, Danny es el hijo mayor y su presencia pone en crisis a todos. A Robert, el padre (Sam Shepard), a quien le cuestiona su inflexibilidad y su declamada ejemplaridad de patriarca. A su madre, Sally (Sisy Spacek), que lo defiende y apoya, pero cuya tendencia a la negación está en la base de muchos de los conflictos que les han agriado la vida. Y también, a sus hermanos: John (Kyle Chandler), el hijo del medio, un policía que se desvive por componer los excesos de unos y otros; Kevin (Norbert Leo Butz), el impulsivo de la familia, un adolescente eterno dedicado a los yates, que arrastra problemas maritales y de adicción ignorados por los demás, y Meg (Linda Cardellini), la abogada que lleva meticulosamente los papeles de la familia, pero que, alérgica al aburrimiento, hará saltar por los aires su pareja con Marco, policía y compañero de John, al liarse con un neoyorquino de paso.
Mucho de lo esencial de este drama se agazapa en la penumbra y se irá develando a partir de los recuerdos (a veces contradictorios) de unos y otros. Porque los chicos Rayburn fueron cinco y Sarah, la preferida de Danny, se ahogó siendo niña. Es eso lo que su regreso vuelve a primer plano. Esa tragedia que nadie nombra como disparador de sus males aunque la prehistoria de ese hecho (que se desgrana en flashbacks convenientemente dosificados) y sus consecuencias se tramaran antes incluso y sean el origen oscuro de la caída de todos y cada uno.
A esto se suman las subtramas que tejen los casos delictivos que John investiga (de la trata de personas al narcotráfico; algunos en los que su hermano Danny participa junto a Eric O'Bannon, un amigo de infancia) y los altibajos de la vida afectiva de cada uno de los Rayburn, pródigas en desquicios. Episodios en los cuales, más allá de la ambición del que delinque, la venganza y la ira contenida cobran suculentas tajadas y explican mucho de la psicología de los personajes.
Como a esta altura existe un linaje de series que anidan en la memoria, es inevitable buscar diálogos posibles entre Bloodline y otras historias. De programas del siglo pasado como Los Walton o La casa de la pradera sólo toma la fachada, esto es, la imagen de una familia modelo para desarmarla pieza por pieza (ese gesto por sí solo ya define la sensibilidad de nuestra época).
De Daños y perjuicios se queda con la habilidad para narrar retrospectivamente, aportando con cada evocación una pieza capaz de modificar significativamente la imagen inicial del rompecabezas. De A dos metros bajo tierra, la representación de la persistencia de los muertos, cuyas obsesiones siguen influyendo en algunos personajes como una presencia visible. De Breaking Bad, el universo de las drogas, la marginalidad y la corrosión del carácter: ceder la palabra (la pantalla) a los antihéroes de este tiempo para que diriman allí sus ajustes de cuentas.
Pero el manejo de otros recursos deviene original y marca distintiva: de escenas tomadas en planos cortos (un diálogo entre dos de los hermanos, por ejemplo), los directores optan por pasar a un plano más amplio, captando la misma escena desde otro ángulo con una cámara que los observa como lo haría alguien escondido, que espía sus movimientos. La reiteración de esa mirada causa un efecto inquietante que crece a medida que la serie se entenebrece y subraya como efecto expresivo el deslizamiento de los protagonistas hacia el delito. Será difícil trazar una línea entre buenos y malos a medida que avance el relato.
Párrafo aparte merece el extrañamiento paulatino de John, el detective, Caín contemporáneo que acaba traicionando casi todo lo que juró proteger y cuyas largas secuencias al volante (filmar los paisajes de La Florida redundó en descuentos impositivos para la producción) recuerdan los soliloquios de Kevin Costner en Mr. Brooks, padre ejemplar durante el día, asesino serial por las noches.
Los lazos de sangre a los que alude el título de la serie cambian de sentido a medida que avanzan los capítulos. Ya no se trata del parentesco indisoluble sino de pactos sellados con violencia y muertes; los aliados cambian y el entendimiento de unos y otros se opaca por no saber decir a tiempo la verdad, única salida que conduce sin atajos al aire puro. La brillante primera temporada (que algunos críticos calificaron como la mejor serie producida por Netflix hasta ahora) decae algo en la segunda, pero el conjunto vale, sin dudas, las horas que se le dediquen y crea expectativas para la siguiente.
Mientras veía Bloodline y ahora al escribir sobre ella intentando no spoilearla, no he dejado de recordar una estrofa del Martín Fierro, el libro de José Hernández, que mi padre nos hacía repetir a mis hermanos y a mí como el Padrenuestro y de la cual los Rayburn podrían haber sacado algún provecho: "Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera./ Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, / porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera"
Que las relaciones familiares nunca son sencillas es algo que puede testimoniar cada hijo de vecino. Pero hay clanes que en comparación te hacen agradecer de rodillas pertenecer al tuyo. Y si no, pasen y vean las dos temporadas de Bloodline (Netflix acaba de anunciar que habrá tercera), una...
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Raquel Garzón
Raquel Garzón es poeta y periodista. Se especializa en cultura y opinión desde 1995 y ha publicado, entre otros libros de poemas, 'Monstruos privados' y 'Riesgos de la noche'. Actualmente es Editora Jefa de la Revista Ñ de diario Clarín (Buenos Aires) y Subdirectora de De Las Palabras, un centro de formación e investigación en periodismo, escritura creativa y humanidades.
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