Tribuna
Hillary Clinton, presidenta, o la antipatía del oxímoron
En la raíz de la desconfianza hacia la candidata demócrata está la profunda convicción de no poder ser genuina al pretender dar la talla como mujer y aspirar a ser la cabeza rectora de la mayor potencia mundial
Ruth Rubio Marín 12/10/2016
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
--------------------------------
CTXT ha acreditado a cuatro periodistas --Raquel Agüeros, Esteban Ordóñez, Willy Veleta y Rubén Juste-- en los juicios Gürtel y Black. ¿Nos ayudas a financiar este despliegue?
--------------------------------
Sorprende el porcentaje de estadounidenses que declaran tener una visión fuertemente desfavorable de la candidata a la presidencia de los EEUU: Hillary Clinton. Ni el escándalo en torno al uso indebido de su cuenta de correo como secretaria de Estado, ni las responsabilidades que le fueron atribuidas con ocasión del ataque al consulado de Estados Unidos en Bengasi, ni ningún otro hecho de su largo historial político pueden explicar que esa tasa de rechazo la convierta en la candidata demócrata con menor índice de popularidad desde que en 1980 empezaran a realizarse sondeos al respecto.
Se trata de un índice de desaprobación que está 20 puntos por encima del que tenía Barack Obama en 2012; 32 más que el del mismo Obama en 2008 y 28 más que el de John Kerry en 2004, y que se acusa de forma especial entre los hombres, independientemente de su tendencia política. Todo ello, de acuerdo con los datos del Public Religion Research Institute.
Las mujeres que se apartan de los roles de género tienen más posibilidades de ser víctimas de acoso
Sorprende igualmente el grado de ferviente hostilidad que la antipatía alcanza entre las filas republicanas y la obscenidad verbal con la que se expresa en dichas filas. Me remito a la Convención Nacional Republicana en la que los delegados una y otra vez irrumpían para corear “¡que la encierren!” al mismo tiempo que en los tenderetes del recinto se vendían pines con inscripciones que se referían a la candidata de forma casi invariable haciendo uso del apelativo bitch, léase, perra o puta (“La vida es perra: ¡no votes a una!”).
Es probable que parte de la explicación haya que atribuirla al descenso generalizado de popularidad de la clase política establecida (a la que la candidata lleva años perteneciendo) y de los partidos tradicionales, y no solo en EEUU, a la vista de la creciente desigualdad social y de la merma de poder de la clase media. Pero tanto el tono vulgar y derogatorio de los contrincantes republicanos, como la profunda antipatía que suscita la candidata entre muchos de los hombres de su propio partido, hacen pensar que tal vez algo más está en juego. Quizás una parte de la respuesta se encuentre en un estudio de la profesora Jennifer Berdahl de la Universidad de British Columbia que demuestra que las mujeres que se apartan de roles tradicionales de género, bien por ocupar un puesto de hombre o mostrar una personalidad masculina, tienen en proporción muchas más posibilidades de ser víctimas de acoso sexual.
Si hay algo que parece amenazar la masculinidad del hombre es su subordinación a la mujer. De ser cierta esta hipótesis interpretativa del fenómeno del rechazo y agresión verbal sexualizada que experimenta la candidata demócrata, podríamos entonces trazar los lazos que lo vinculan a otros más lejanos en el espacio y el tiempo. Como, entre nosotros, la doble represión de las mujeres republicanas en el franquismo, las agresiones sexuales a mujeres manifestantes de Atenco en México, o la violación de mujeres manifestantes en la plaza Tahrir del Cairo en tiempos de la revolución. Se trata siempre, en definitiva, de castigar y disciplinar a la mujer que olvida su lugar en el orden sexuado de la construcción social y de recordarle que tiene que elegir entre ser mujer de bien --no mujer de la calle-- o ser actor político. Ambas cosas juntas no son posibles porque la una se percibe simplemente como negación de la otra.
Y es aquí donde Rousseau nos viene a la mente como ejemplo de un pensamiento, más extendido, que la autora Carole Pateman identificó como el contrato sexual entre hombres y mujeres. Este subyacía y posibilitaba el más conocido contrato social entre varones, siendo así que el sistema patriarcal era asumido por todos los teóricos contractualistas. Decía el gran filósofo de la Ilustración que la diferencia fundamental entre la naturaleza del hombre y de la mujer se encuentra en su diferente fortaleza física, habiendo la naturaleza hecho fuerte a un sexo y débil al otro.
Se trata de recordarle a la mujer que tiene que elegir entre ser mujer de bien o ser actor político
Esa observación conduce a Rousseau a afirmar que sólo los hombres tienen vocación de libertad, y por lo tanto la capacidad de asumir la justicia y la razón, siendo la naturaleza de las mujeres la de someterse y obedecer a los hombres. Disposición que debe aderezar con una serie de virtudes que ha de desplegar en su hábitat natural, la familia, y que compensan sus carencias naturales, tales como el pudor, la modestia, la dulzura y la belleza. Concluía el pensador francés de todo ello que las cualidades de los hombres los capacitan a ellos y sólo a ellos para el desempeño de funciones públicas.
Dicho así, suena ciertamente trasnochado y, sin embargo, dicho esto, resulta también mucho más fácil entender el fenómeno de la especial desconfianza que suscita la candidata a la Casa Blanca. En la raíz de esa desconfianza, mucho más que cualquier inclinación oscurantista de la que se le haya podido acusar, está la profunda convicción de que Hillary Clinton no puede ser genuina al pretender demostrar lo imposible, es decir, que da la talla de mujer mientras aspira a ser la cabeza rectora de la mayor potencia mundial y su comandante en jefe. Y si la reacción, casi inevitable, de la candidata, se ha traducido a veces en una actitud defensiva y poco amable con una prensa que lleva años tratando de oxímoron lo que ella es en esencia, una mujer dedicada a la cosa pública, tal actitud no ha hecho sino aumentar la desconfianza y el rechazo visceral ante el público y la prensa.
Público y prensa han ido a lo largo del tiempo sometiendo a Hillary Clinton a arduos exámenes de feminidad, exámenes que ha debido superar en clave de mujer, madre, esposa, y nada menos que de primera dama, lo que equivale a decir símbolo por excelencia de la esposa americana, esa esposa americana que hasta en una época tan reciente como los años de la segunda posguerra se consagraba en el imaginario social, no tan apartado del ideal de los teóricos contractualistas, como el alma de la familia nuclear en la figura burguesa de la madre ama de casa, encargada de cuidar del hogar, de su marido y de sus hijos.
Primera dama, lo que equivale a decir símbolo por excelencia de la esposa americana
Desde el detallado y puntilloso examen de su atuendo físico comentado hasta la saciedad (zapatos, ropa, peinado), pasando por sus cualidades culinarias (¿sabían ustedes que Hillary Clinton aceptó competir y ganó a Laura Bush en un concurso de galletas?) o su carácter (¿demasiado ambicioso?), su risa (¿demasiado estridente?), o su tono de voz (¿demasiado fuerte?), todas pruebas de feminidad que Clinton ha intentado ir superando a lo largo del tiempo para irse ganando la simpatía de la gente y, con ello, el acceso a las más altas esferas de poder.
A la vista de las encuestas está claro que los resultados, sin embargo, siguen siendo mediocres. Y es que el margen de maniobra era estrecho. Hillary Clinton ha sido siempre consciente de que cualquier exceso de “feminidad”, más allá de que fuese percibido como genuino o no, sería a su vez traducido en clave de descualificación para el mando. ¿O qué, si no el deseo de no mostrarse débil, puede explicar su dificultad para admitir un parón por enfermedad en plena campaña electoral? Mayor debilidad, lo que, según Rousseau, define a la mujer, es lo último que puede mostrar la candidata a la presidencia de los Estados Unidos, y si esto habría sido verdad siempre, ante el contraste de hipermasculinidad agresiva que destila su contrincante republicano y con el terrorismo en alza resulta más verdad ahora que nunca.
-----------------------------
Ruth Rubio Marín es profesora de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla y del Programa Global de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York.
--------------------------------
CTXT ha acreditado a cuatro periodistas --Raquel Agüeros, Esteban Ordóñez, Willy Veleta y Rubén Juste-- en los juicios Gürtel y Black. ¿Nos ayudas a financiar este despliegue?
Autor >
Ruth Rubio Marín
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí