Ciclismo a distancia
Un arco iris comprado para el desierto
La pretendida internacionalización del ciclismo ha llevado el Mundial a Catar, retrasando su fecha hasta octubre y minimizando su recorrido. Se vivirá uno de los Mundiales más bochornosos de la historia, y no precisamente por el calor
Sergio Palomonte 12/10/2016
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En el año 1995 el calendario ciclista internacional sufrió su mayor cambio, al pasar la Vuelta de abril a septiembre, y el Mundial de agosto a octubre, además de otros cambios en carreras. La medida tuvo sus detractores, pero con el tiempo se ha demostrado acertada con los correspondientes ajustes, al haber desplazado el inicio de la Vuelta a final de agosto, y el Mundial al final de septiembre, especialmente por la presión de los italianos.
Hasta este año. Está ya muy avanzado el mes de octubre y el Mundial de ciclismo de fondo en carretera no se ha disputado. La razón estriba en que, por intereses económicos y para nada deportivos, este año se disputa en Catar, la península desértica situada en el Golfo Pérsico. Las altas temperaturas del lugar han provocado el desplazamiento de fechas, y la casi certeza de que se vivirá uno de los Mundiales más bochornosos --no precisamente por el calor-- de la historia del ciclismo.
Aquí se juntan muchos elementos, que también tienen su origen en la mitad de la década de los noventa. Por una parte, el ciclismo se había embarcado en una discutible --por la forma de hacerlo-- política de internacionalización, consistente en llevar a un deporte eminentemente europeo a lugares donde tiene poco o nulo arraigo. Camino de las tres décadas desde el inicio de esa aventura, los resultados son escasos, y las carreras "exóticas" que se mantienen es por el bombeo masivo de dinero por parte de los organizadores.
Mientras en los Emiratos Árabes Unidos han apostado por el turismo y el hub aéreo, en Catar y el diminuto Bahrein han apostado por el deporte. El deporte en una zona sin ninguna tradición, donde no puede haber azafatas en el podio y donde el público, fuera de las competiciones de motor, son los obreros del Indostán que, en condiciones de esclavitud, constituyen la mano de obra de unos países donde no se paga ningún impuesto, porque el Estado provee de todo a sus nacionales, y solo a estos.
Catar celebra eventos deportivos internacionales que se cuentan por decenas cada año, y de gran nivel. En 1993 se celebró el primer torneo de tenis ATP en el país, en 1995 el Mundial sub-20 de fútbol, en 1998 un torneo de golf --con frecuentes problemas por las tormentas de arena, al igual que las carreras de motos en el circuito de Losail, en marcha desde 2004-- y desde 2002 el Tour de Catar, cinco días dando vueltas por el desierto a principios de febrero, y donde acuden grandes figuras ciclistas, animados por sus equipos por los altos premios y los hoteles de cinco estrellas, tan raros durante el resto de la temporada.
Sin embargo, no era suficiente. Se pasó a la siguiente fase de Mundiales en pista cubierta --halterofilia, atletismo--, y de cara a los próximos años, Mundiales absolutos: este de ciclismo que nos ocupa, natación, gimnasia rítmica, el de atletismo en 2019, y la Copa del Mundo de fútbol en 2022, que se tendrá que disputar en invierno con el consiguiente descalabro en el calendario deportivo mundial. A pesar de que todavía está lejos, los estadios ya están construidos, con un alto coste material y humano, como denuncian Human Rights Watch y Amnistía Internacional.
El sistema se denomina kafala: los trabajadores extranjeros (como los Gastarbeiter en la emigración masiva de españoles a Alemania y Suiza en los sesenta y setenta del siglo pasado) tienen que tener un "facilitador" local, que es su responsable y se ocupa de los temas del visado y el permiso. Hasta aquí, nada anormal: el problema es que también tiene que dar su visto bueno si el inmigrante quiere cambiar de trabajo o quiere abandonar el país. Hay cinco trabajadores extranjeros por cada ciudadano catarí.
Por supuesto, también han presentado su candidatura a los JJ.OO, cayendo en las primeras fases tanto para 2016 como 2020, y descartando presentar candidatura para 2024 después de que se conociese la red de corrupción que hizo que la FIFA de Joseph Blatter llevase el Mundial de fútbol a un país así. Dinero para financiar los eventos deportivos, y dinero para financiar que se concedan esos eventos deportivos a ese país. Con esas características, algún día Doha será ciudad olímpica, porque cumple los requisitos exigidos por el COI. Además, recuperando el lema de las sucesivas y fallidas candidaturas de Madrid, ya tiene construido el 80% de las infraestructuras.
Comparado con la magnitud de esos eventos deportivos, un Mundial de ciclismo es poca cosa, apenas unas horas de producción petrolera. Las dos anteriores sedes tuvieron unos gastos de 14 millones de euros y de 5 millones de euros, la diferencia entre Ponferrada y Richmond y, aunque no se han facilitado cifras oficiales de Catar, tampoco hacen falta porque se llevaron el Mundial de atletismo de 2019 gracias a una aportación a última hora de 37 millones de euros.
La mayor víctima es el deporte en sí mismo. El Mundial se llama de fondo en carretera no por casualidad, y por eso siempre tiene que tener una distancia superior a 250 km. Sin embargo, y si la temperatura del domingo 16 de octubre es demasiado elevada, la UCI tiene previsto reducir la carrera hasta unos ridículos 106 km. de longitud, desvirtuando la carrera pero asegurándose que el evento se celebra y se ingresan las suculentas comisiones.
De momento ya han disputado las primeras pruebas y el panorama es desolador: decenas de kilómetros acotados con vallas que no contienen a ningún público, porque de los 2,5 millones de habitantes que tiene Catar solo el 10% pertenecen a la clase dirigente --y lo son por nacimiento--.
Ya en 2015, con ocasión del Mundial de balonmano, el país asiático contrató a hinchas españoles para que diesen color al graderío cuando jugaba el equipo local, integrado exclusivamente por jugadores nacionalizados. Viaje, estancia y sueldo aparte, no se sabe si, como en las excursiones de televenta, estuvieron obligados a pasar un cursillo sobre las bondades del país patrocinador. O si tenían un "facilitador" local que les impidiese, que se yo, animar a España si se daba el caso. Cambiarse de trabajo, según los términos de la kafala.
Para el Mundial de ciclismo la compañía aérea local también ha ideado ofertas --incluyendo llevar la bici sin sobrecoste-- para que acudan aficionados al ciclismo, sin ningún éxito. Es todo un desastre sin paliativos, a la espera de la traca final de la prueba de ruta, un recorrido de 151 km. lineales por el desierto, y el resto 7 vueltas por el urbanismo ballardiano y de distopía de Doha, la capital. Con un desnivel inexistente, las mayores amenazas quedan al azar del viento o del calor.
Queda un Mundial apto para velocistas, apenas cinco años después de la oportunidad de Copenhague 2011. Los máximos favoritos son el campeón en aquella ocasión, el británico Cavendish, la armada alemana con Greipel, Kittel y Degenkolb, Bélgica y sus múltiples opciones incluyendo a un Boonen que ha ganado más de 20 veces en Catar, la sorpresa colombiana Gaviria, el ganador de la Sanremo Arnaud Demare y su compatriota Bouhanni y, en general, cualquier ciclista rápido, de esos de los que carece históricamente España.
La celebración del Mundial servirá, al igual que en Madrid 2005, para integrar el dossier olímpico que volverá a presentar Catar para los Juegos de 2028 o 2032, la auténtica finalidad de toda esta ristra de eventos deficitarios y sin impacto alguno. Y tarde o temprano los jeques cataríes lo acabarán consiguiendo: al fin y al cabo, el sistema de la kafala se parece bastante al de los voluntarios olímpicos. El resto, es todo dinero.
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