Ciclismo a distancia
Cuando calienta el motor, aquí en la bici
Sergio Palomonte 20/04/2016
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Aunque se haya querido sepultar bajo la vorágine de la competición --especialmente intensa en estas fechas-- una de las noticias ciclistas de la temporada y de más largo alcance tanto hacia el futuro como el pasado es el descubrimiento fehaciente del uso de motores en bicicletas durante carreras ciclistas.
Pasó en enero, cuando se disputaban los mundiales de ciclocross: una de las favoritas en la prueba femenina para sub-23, y que corría en casa, fue pillada con una bicicleta motorizada. Tuvo poco de peliculero, en el sentido de que no hubo un comisario parando la competición y abriendo con un serrucho el cuadro de carbono para, todavía palpitante, exhibir el motor a la vista de todos.
De hecho, fue todo lo contrario. La UCI avisó del hallazgo, pero en ningún momento ha facilitado imágenes ni ninguna explicación técnica sobre el ingenio, simplemente se sabe el nombre de la tramposa --una chica belga de 19 años que ya ha anunciado que deja el ciclismo--, la marca comercial de la bicicleta --pero no del motor, que es lo importante--, la intención --la bici motorizada estaba en boxes, lista para ser usada-- y algunas excusas tontas, de esas que pasan a formar parte del anecdotario de este deporte.
Existen sospechas muy antiguas sobre el uso de motores en competición desde hace mucho tiempo, habida cuenta que la tecnología existe desde hace décadas y que en los últimos años ha experimentado un desarrollo vertiginoso al calor del desarrollo de tecnologías convergentes como la miniaturización de las baterías eléctricas, las redes inalámbricas o el más poderoso de los factores para el desarrollo de un producto: la demanda.
Las sospechas van y vienen en un deporte que ha visto caer al todopoderoso ganador de siete Tours consecutivos, y son hasta necesarias dado estos precedentes. El caso más sonado de un posible motor en competición sucedió en 2010, cuando el corredor suizo Fabian Cancellara ganó de manera autoritaria y nunca antes vista dos de las carreras más exigentes del calendario, el Tour de Flandes y París-Roubaix.
En la primera de las citas se fugó a una velocidad imposible en una subida muy exigente sin levantarse del sillín, mientras su rival --el mejor corredor de la historia en esos recorridos-- parece moverse a cámara lenta, y no lo era tanto porque concluyó segundo; en el segundo, simplemente se va en solitario hacia la victoria a 53 km de meta, tras desarrollar una velocidad imposible en un tramo llano, mientras nuevamente sus rivales parecen una imagen de vídeo en pausa.
Un aficionado elaboró un vídeo donde se puede observar destacado cómo Cancellara, antes de su ataque fulminante subiendo, da a un mecanismo en su manillar. Es la imagen original de la retransmisión, y no hay manipulación alguna. En la cita de una semana después, camino de Roubaix, un corredor del equipo Cofidis refirió haber oído un extraño zumbido en el pelotón en el momento del ataque del corredor suizo.
Por supuesto, no pasó nada. Esto es el ciclismo, donde rigen leyes de silencio más constrictivas que una anaconda: ni los rivales dijeron nada --como si fuese normal lo vivido--, ni el propio Cancellara demandó al autor del vídeo para defender su honorabilidad, si la hubiera o hubiese en algún momento. No pasó nada, y al mismo tiempo siguieron pasando cosas, porque la Historia de la Técnica nos explica que, cuando algo se inventa, no se puede volver al estadio anterior previo a la invención: sigue ahí, y se seguirá usando, especialmente si nadie de los responsables en mantener el orden hace nada para impedirlo.
Siguieron pasando cosas como el famoso ataque sentado en el Ventoux de Chris Froome, ya analizado aquí. No hace ni un año que, aunque la carrera fue en 2013, se supo por una filtración los datos del potenciómetro del corredor británico durante esa ascensión metahumana. Curiosamente, también mediante otro vídeo hecho por un aficionado, o no tan curioso si tenemos en cuenta el tremendo descrédito que tienen los periodistas especializados en este deporte, rendidos desde hace mucho tiempo al todo vale, y al no pasa nada, que el espectáculo tiene que continuar.
La mera sospecha del uso de bicis motorizadas en competición debería provocar un consenso para atajar el problema con medidas contundentes, y más cuando se ha confirmado que existen. Sin embargo, nada se ha hecho: medidas preventivas como pasar, de la misma forma que las gitanas pasan el romero, un tablet por las bicis, a ver si así se detectan, cual zahorí, cables y componentes electrónicos, pero el caso es que la ciclista belga pillada se ha retirado sin ni siquiera comparecer ante un tribunal, sin responder a una sola pregunta sobre cómo adquirió la bicicleta, cuánto tiempo llevaba usándola… nada.
De esta manera no es de extrañar que siga la sospecha, habida cuenta que este es un deporte limpio (ha cambiado, dicen los propagandistas, casualmente con intereses laborales y económicos en que siga todo como siempre) y que continúa logrando, cuando no mejorando, las mismas medias de velocidad que se producían en los años de la barra libre de EPO. Es que ahora entrenan mejor. Es que hay ganancias marginales. Y también motores.
La polémica, por no atajada en su momento, ha reverdecido esta semana. Un reportaje de poco vuelo en un programa televisivo francés ha introducido un nuevo elemento para la sospecha: el uso de medidores térmicos a distancia, que supuestamente detectarían motores ocultos en bicicletas.
Lo de poco vuelo se queda escaso para calificar el producto resultante de la investigación. El reportaje adolece de esos males tan propios de su medio, y también del género documental: melodías de fondo penetrantes, primeros planos de periodistas con gafas tecleando, exhibición impúdica --casi parece un emplazamiento de producto, en jerga publicitaria-- de medios técnicos con el logo de una manzana y sede en Cupertino (California)... falta un hombre fumando en la oscuridad, del que solo se vea la voluta mientras va revelando supuestos secretos.
Supongo que será así, y es el peaje que hay que pagar porque se avance algo, pero es que ni siquiera se logra esto. Tras un resumen introductorio del asunto de las bicis motorizadas, el periodista se desplaza a Italia para que un vendedor de estos ingenios le muestre su potencialidad. Ahí aprovecha para usar su detector térmico -se encuentran por 500 euros- y se ve que, cuando se acciona el motor oculto, la zona baja del tubo horizontal de la bicicleta se calienta.
En ese modelo de motor, porque no hay un único modelo. Eso no lo dice el reportaje, que no encuentra absolutamente nada pero lo vende con cuidados ropajes del género. Se van, ya que están en Italia, a ver la carrera Strade Bianche y, tras pasar su detector a los ciclistas en plena competición, agazapados en una cuneta, no encuentran nada, solo un poquito de calor en la zona del desviador trasero.
El último cuarto del reportaje de 20´ consiste en el asesoramiento experto de István Varjas, el ingeniero húngaro que ha popularizado las bicis con motor. Le muestran las imágenes conseguidas, y solo frunce el ceño cuando ve un desviador trasero con imagen térmica caliente, otro de los posibles sitios donde es técnicamente posible instalar un motor.
El problema es que la imagen está sacada de una prueba de Granfondo italiana, una categoría no profesional mezcla de circo y patíbulo donde corredores mueren de sobredosis, otros dan positivo por diez sustancias diferentes y, merced a su popularidad, otros sobreviven muy bien como vedettes del circuito, porque hay suculentos premios.
Después de tanta tontería, tanto viaje a Italia, tanto viaje a Hungría, la realidad es esta: sólo han usado su medidor térmico en una cuneta de una carrera profesional, y sólo han obtenido una imagen sospechosa en una prueba que es al ciclismo como el cuplé al teatro. Como suele pasar, este deficiente servicio al periodismo ha sido hábilmente replicado por sus iguales, con titulares tan monstruosos como "bicis con motor en Strade Bianche", "siete ciclistas sospechosos de usar bicis con motor" y demás.
No hay nada de eso. Lo que sí hay son bicis con motor, pero no están ahí. Sin embargo, hay que sacar una lectura, si no térmica, sí positiva de todo esto. Del mismo modo que han sido aficionados y agentes externos al ciclismo los que han hecho los vídeos y también los cálculos inferenciales de potencia que no dejan lugar a dudas, el empleo de medidores térmicos puede ser un buen inicio.
Por supuesto, que nadie espere que la UCI los instale por defecto en las motos de los comisarios que siguen las carreras, cuando sería la medida más lógica: estamos hablando del mismo deporte que se niega a instalar webcams en las bicicletas, no vaya a ser que se vea lo que no quiere que se vea, como ciclistas ingiriendo pastillas o inhalando broncodilatores en plena competición, y únicamente por citar algo que se ha visto con la emisión normal de televisión.
Si el uso de medidores térmicos va a servir para algo será por esos mismos aficionados. Al fin y al cabo, cuestan menos que una cámara reflex que ya se ha hecho necesaria en el ajuar de la clase media --y para tenerla siempre en posición de automático-- y después puede ser útil para saber donde poner burletes en el hogar, o simplemente las zonas erógenas de cada uno. Que no sea por falta de aparatos, por favor.
¿Es un problema que las carreras ciclistas son itinerantes y apenas se ve a los ciclistas unos segundos? No necesariamente: el buen aficionado sabe donde está la rampa más dura, donde el ciclista se va a exigir más. Ahí donde se puede conectar el motor, porque nadie dentro del ciclismo va a sospechar nunca de atacar sentado en el Ventoux, o de subir el muro de Grammont sin abrir la boca. Todo el avance en este sentido tendrá que ser desde fuera, a pesar de que existen los medios para hacerlo desde dentro. Es tan técnicamente posible como son técnicamente posibles los motores en las bicicletas.
Aunque se haya querido sepultar bajo la vorágine de la competición --especialmente intensa en estas fechas-- una de las noticias ciclistas de la temporada y de más largo alcance...
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Sergio Palomonte
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