TRIBUNA
Sobre falacias históricas o cómo España celebra que fue un imperio hace mucho tiempo
Va siendo hora de cambiar los gestos, los modos, y de buscar interlocutores para impulsar una reflexión moral sobre cómo tratamos –en pretérito y en presente-- a otros pueblos
Ana Luengo 25/10/2016
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Ya pasaron los faustos del 12 de octubre y, sin embargo, a mí me queda un regusto amargo. Cuando critico que la fiesta nacional en España festeja la invasión militar, cultural, religiosa y económica de otro continente, y que eso no me hace sentir cómoda, siempre hay quien me dice: si Colón no hubiera llegado a América, tú no estarías ahora en San Francisco. Lo que viene a significar que le tengo que dar las gracias a Colón y callarme la boca.
Hay algo de cierto en esa reprimenda: ambas premisas son verdaderas. Colón llegó a América y yo vivo en una ciudad americana. Además, San Francisco tampoco se llamaría San Francisco, por supuesto. Pero, en realidad, ésa no es la cuestión.
En la historia pasan todo el rato cosas que tienen consecuencias, para bien o para mal. Estamos, queramos o no, subidos a unos trenes de la historicidad que nos llevan por diversos derroteros. Todo es resultado de otras cosas. Pero disculpar un evento injusto del pasado con la supuesta felicidad del momento es un argumento muy problemático.
Es problemático porque la situación del presente, por feliz que pueda parecer, no debería disculpar el hecho injusto y hasta criminal del pasado. Si lo pensamos bien, todo lo que se juzga es algo que ya ha pasado, y ha generado consecuencias, sean buenas o malas. Un atraco, una violación, un hurto o una matanza. La vida es caprichosa y de las peores situaciones surgen a veces cosas buenas. Pero esa tampoco es la cuestión. Porque la justicia debería ser un conjunto de normas que velen por la convivencia y el buen trato a todos los individuos en una sociedad, y hasta en el mundo. La justicia también debería servir para señalar las infracciones en contra de esa convivencia y del respeto al bien común, y prevenir que no pasen de nuevo. No sirve pensar tampoco que en el pasado no había valores morales que señalaran la perversión de algunas acciones, asumir que simplemente ellos no sabían qué hacían. Es más, es totalmente falso y ya había denunciantes de los abusos de la conquista mientras ésta estaba teniendo lugar. En 1511 Antonio de Montesinos acusó a los encomenderos por su forma abusiva de tratar a los indígenas:
¿Éstos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos?
Decir que el presente más o menos feliz disculpa cualquier hecho delictivo, criminal, injusto del pasado, crea un paradigma muy espinoso
Eso gritó el fraile dominicano desde su pequeña iglesia. Pero la mayoría no quiso escucharle o hacerle caso, más necesidad tenían de explotar la nueva tierra, a sus gentes y sus minas. Pero eso permitió, por otra parte, que sí se escribieran las primeras leyes en Burgos. Y al final lo asesinaron, a Montesinos. Decir que el presente más o menos feliz disculpa cualquier hecho delictivo, criminal, injusto del pasado, crea un paradigma muy espinoso, porque nos conduce, irremediablemente, ante un marco de no-justicia en que impere la impunidad.
Hay hechos injustos que, desde nuestros ojos de presente, debemos seguir valorando, criticando, señalando y repudiando. Nuestros ojos de presente deberían ser, si acaso, más desconfiados y críticos porque saben más sobre las consecuencias, porque pueden ver un panorama más amplio de hasta dónde alcanzaron ciertos hechos vergonzosos de nuestras historias. Porque sabemos que el presente, precisamente, está hecho de esos equilibrios precarios entre lo injusto y lo justo, entre lo deleznable y lo hermoso. Somos su resultado, somos parte de eso. El pasado es parte de nosotrxs.
Es verdad que las Américas son un resultado de la llegada de Colón a un lugar que le pareció un extraño paraíso, como se describe en su primera carta, en 1493.
Las tierras de ella son altas, y en ella muy muchas sierras y montañas altísimas, sin comparación de la isla de Tenerife; todas hermosísimas, de mil fechuras, y todas andables, y llenas de árboles de mil maneras y altas, y parece que llegan al cielo.
Poco después de la llegada de Colón, en aquella islas ya no quedaba ninguna de aquella gente que tanto le había maravillado
Cuando Colón llegó al lugar que hoy conocemos como República Dominicana, encontró a personas que ya estaban allí, que no tenían armas y, en nombre de los Reyes Católicos, invadió el terreno y las sometió brutalmente. Poco después, en aquella islas ya no quedaba ninguna de aquella gente “bien dispuesta y de hermosa estatura“ que tanto le había maravillado. A medida que avanzaron por el continente, los españoles se irían apropiando de las tierras y las personas, creando un sistema de encomiendas cuya finalidad era explotar los recursos naturales, evangelizar a los indígenas y hacerlos buenos súbditos de la Corona española, a la fuerza. No todos los indígenas eran dóciles o estaban sorprendidos, y por supuesto muchos lucharon, y murieron luchando. Y otros se aliaron a los invasores vendiendo a sus enemigos. Por otra parte, que comenzaran a nacer bebés mestizos no se debía tampoco a hermosas historias de amor intercultural, sino que en general fue resultado de violaciones sistemáticas. Y que los nuevos súbditos aprendieran español no era por interés intelectual, sino por imposición misionera y por pura necesidad para poder sobrevivir bajo el nuevo orden. Esos son hechos históricos que me parecen escalofriantes.
El Ayuntamiento de Madrid izó una wiphala andina el 12 de octubre. Este gesto necesario es un diálogo de respeto entre culturas
Y, sin embargo, la resistencia indígena y la reivindicación de las culturas siguen estando presentes en varios lugares de América Latina. Millones murieron, millones fueron asimilados de forma violenta, y millones siguen viviendo con esfuerzo su cultura a pesar de los pesares. Cuando paseas por Oaxaca, por Quito, por Cuzco, por Mission en San Francisco, o por Asunción –y por muchísimos otros lugares-- oyes otras lenguas autóctonas que no son la española. Porque esa presencia también es la verdad de América Latina hoy en día. Por eso, y como homenaje a esos hombres y mujeres y su legado, el Ayuntamiento de Madrid izó una wiphala andina el 12 de octubre. Este gesto necesario es un diálogo de respeto entre culturas, pero ha sido ridiculizado por diferentes políticos del PP y Ciudadanos, lo que demuestra la ignorancia general de muchos de los que celebran el inicio de un imperio, y también un tremendo sentimiento de superioridad.
Un genocidio, pasara hace ochenta años, quinientos años o una semana, no es nada para celebrar. Hay quien dice que el genocidio es un concepto posterior, pero no se trata del vocablo. El antropólogo brasileño Darcy Ribeiro estudió cómo, si en el siglo XV había unos setenta millones de indígenas en el continente americano, un siglo y medio después solo quedaban tres millones y medio viviendo en la indigencia a la que el sistema colonial los había arrastrado. Celebrar ese desastre demográfico, además, con desfiles militares, canciones religiosas y banderas con escudos heredados de los Reyes que sí hicieron la Conquista, me parece un acto totalmente insensible con los países ahora independientes que fueron colonias de España, y con muchxs españolxs que no compartimos esa parafernalia. Y es insultante también con los pueblos indígenas que todavía existen, y que reivindican su derecho a participar en las políticas de los Estados que surgieron del imperio español y que los discriminaron durante décadas, y que los siguen discriminando porque aquellos no alcanzan la velocidad de la luz que pide la modernidad.
Me pregunto qué pensaríamos si a la hija de una madre violada le dijeran que gracias a la violación, ella existe, así que no debe juzgar ese crimen
Volvamos a las falacias históricas que justifican la impunidad o el olvido. Me pregunto qué pensaríamos si a la hija de una madre violada le dijeran que gracias a la violación, ella existe, así que no debe juzgar ese crimen. O si a una pareja israelí le dijeran que sin el nazismo, ellos no podrían ahora comprarse esa casa tan bonita en Tel Aviv. O si a un hombre afroamericano le dijeran que gracias a la esclavitud, él es ahora ciudadano estadounidense. ¿Dónde está la distancia temporal y espacial para dejar de juzgar actos crueles? ¿Dejan acaso de ser actos deleznables, aunque sean ya parte de la Historia? ¿No deberíamos ser un poquito más humildes y sensibles y, por lo menos, no celebrarlos con todo ese esplendor militar?
Y esto, precisamente, me lleva a la última reflexión. ¿Quién es el interlocutor de España en su festejo de haber sido metrópoli de un imperio? ¿Queremos simplemente solazarnos en nuestro viejo esplendor para no reflexionar sobre la corrupción, la precariedad y los conflictos que siguen existiendo? ¿Queremos señalar que fuimos un imperio y somos superiores y seguimos teniendo un rey? Si lo pienso, España debe ser uno de los poquísimos países que tienen como fiesta nacional el principio de la invasión a otros terrenos. No lo tiene ni Gran Bretaña, ni Francia, ni Italia, ni Alemania, ni Estados Unidos, ni Japón, ni China; ni Rusia lo tiene ¿No tendría más sentido usar esa fecha para iniciar un diálogo de tú a tú, de tú a vos, de usted a tú, con esos otros países que fueron colonias, con sus otras gentes, otras hablas, otras lenguas y otras sensibilidades? Podríamos aprender tanto si simplemente pudiéramos tener una conversación sin prejuicios, tener los ojos abiertos, aprender del pasado para el presente, aprender de las experiencias de los otros, escuchar con respeto y atención. Personalmente, no creo que un desfile militar de una antigua metrópoli que festeja el inicio de un imperio ya inexistente ofrezca esa posibilidad. Un desfile militar es siempre un alarde de fuerza nacional. Lo que me lleva a pensar que lo que Bartolomé de las Casas escribió en 1552 en su Brevísima relación de la Destrucción de las Indias, sigue siendo la sensibilidad oficial sobre nuestras antiguas colonias:
La causa por que han muerto y destruido tantas y tales y tan infinito número de ánimas los cristianos ha sido solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días y subir a estados muy altos y sin proporción de sus personas (conviene a saber): por la insaciable codicia y ambición que han tenido, que ha sido mayor que en el mundo ser pudo, por ser aquellas tierras tan felices y tan ricas, y las gentes tan humildes, tan pacientes y tan fáciles a sujetarlas; a las cuales no han tenido más respeto ni de ellas han hecho más cuenta ni estima.
Pienso que ya va siendo hora de cambiar los gestos, los modos, y de buscar interlocutores para impulsar una reflexión moral sobre cómo tratamos –en pretérito y en presente-- a otros pueblos. Aprender de cómo se hizo la colonia. Enseñar en las escuelas cuáles son las responsabilidades históricas de un país pequeño y empobrecido en el sur de Europa que sí, que un día hace mucho mucho mucho tiempo fue la cabeza de un imperio donde nunca se ponía el sol.
Este artículo es el resultado de conversaciones con varias personas, lecturas y también discusiones. Gracias a Jorge Gaupp y a Isabelle Touton por su atenta lectura. Y a Lani Phillips por señalarme la singularidad del día nacional en España.
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Ana Luengo. Profesora adjunta. Departamento de lenguas modernas y literatura. San Francisco State University.
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