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Grafiti en la fachada de una fábrica.
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El neoliberalismo económico mata, precariza, esconde, arrasa, desprecia a las personas… y también a las abejas. Que conste que mi interés por las abejas es egoísta y glotón. Quiero que haya muchas abejas porque me encanta la fruta fresca y la miel, y porque la única monarquía que admiro es la de la abeja reina (pero esa cuestión se la dejo a Jaime Peñafiel).
Anoto aquí once breves apuntes desde los que supongo y deduzco que las abejas no gustan de los libros de Milton Friedman o Friedrich von Hayek ni de todos esos nietísimos que han proliferado por el campo de la economía y de la política y que nos van a dejar el mundo destrozado. Un apicultor amigo me ha dicho que suelen leer a Henry David Thoreau y a Edward Abbey pero no me imagino a la monarca leyendo por la noche a estos dos ilustres tipos (pero esa cuestión se la dejo a Guillem Martínez).
Así que las abejas no son neoliberales porque:
1. Hay trabajos valiosos que no se pagan. La FAO y los más importantes centros de investigación sobre ecología llevan años denunciando que la alimentación humana está en grave amenaza, que el valor económico de la polinización es enorme y sin abejas la agricultura, tal como la conocemos, se puede acabar. Según un estupendo estudio económico de Greenpeace en España casi el 70% de los cultivos que producen alimentos dependen de la polinización cruzada de los insectos. Se ha estimado que el beneficio o valor económico es de más de 2.400 millones de euros. El descubrimiento de su enorme valor polinizador es reciente, se sabía que eran importantes, al igual que otros insectos libadores de néctar, pero no hasta este punto. Sin embargo seguimos utilizando insecticidas y herbicidas sin control. Venenos que matan millones de abejas de las que depende nuestra comida.
2. Buscar malas soluciones cuando se ha arrasado la naturaleza. En esta última década se han dado mortandades masivas de abejas tanto en EEUU como en Europa. Abejas debilitadas, intoxicadas, desorientadas y más proclives a sufrir el ataque de parásitos, la causa es el uso y abuso de diversos pesticidas cuya venta sigue siendo legal y masiva. No es una leyenda sino el comienzo de una catástrofe, hay extensas regiones agrícolas de China que, debido al uso de pesticidas se han quedado sin abejas e insectos polinizadores y deben fertilizar las flores de los árboles “a mano”, con un pincelito. Esa puede ser la imagen de nuestros campos de cultivo en un futuro cercano. Aparecerá un nuevo perfil laboral denominado “polinizador de frutales” (el día que vea un anuncio de este perfil en el INEM me pego un tiro, o no hará falta porque el “fin del mundo” estará cerca).
3. Bajos salarios por un trabajo muy especializado. En España hay más de 24.000 apicultores de los que casi el 20% son profesionales, viven de eso, de “pastorear” abejas, sin embargo son mileuristas, su renta apenas supera los 12 mil euros teniendo 500 colmenas.
4. Bajo precio al productor pero alto precio en el punto de venta. Los precios de la miel dependen de si el apicultor se la vende directamente al consumidor (6-7 euros/kilo), si la venden a través de cooperativas o minoristas (3,5 o 4 euros), o a un mayorista (2,5 euros). Este precio por kilo se multiplica por 3 o por 5 para el consumidor final que la compra en envases de 350 gramos en una gran superficie. Así que recomiendo comprar directamente al productor. Se da entonces la paradoja económica ¿neoliberal? de que pagamos bien al apicultor y encima nos sale la miel más barata.
5. Vender a bajo precio lo valioso. España es un gran productor de miel de alta calidad que nosotros no apreciamos. La producción de miel en nuestro país es enorme, más de 33.000 toneladas, la mayoría se produce en Andalucía, Valencia y Extremadura. De toda esa miel, unas 20.000 toneladas se exportan a Alemania, Francia e Italia. Muchos kilos de esa miel tiene Denominación de Origen, se trata de una miel preciosa y exquisita que dejamos escapar y que la consumen quienes saben lo que es bueno.
6. Miel (y todo lo demás) made in China. Importamos y consumimos miel mediocre. Traemos de fuera 21.000 toneladas. Antes una parte importante era miel europea, ahora casi el 90% es de China. (De allí no sólo vienen los Iphones, juguetes o ropa barata) En Europa las importaciones de miel procedente de China se han multiplicado por más de diez en los últimos ocho años. En el año 2007 los europeos importábamos de China apenas 9.739 toneladas, el año pasado llegaron 97.701 toneladas. Una importación que hasta hace pocos años estaba prohibida por cuestiones de “seguridad alimentaria”. En la etiqueta no suele poner “made in china” porque se mezcla con mieles europeas y se envasa aquí.
7. Consumir mucha m*%&@. Consumimos cada vez más azúcar refinado y edulcorantes artificiales cuya “bondad” para la salud esta muy cuestionada, en cambio cada vez tomamos menos miel, un edulcorante natural y saludable que llevamos saboreando más de 8.000 años. El consumo de miel en España es bajísimo, apenas unos 700 gramos por persona y año. Una media con una alta “desviación típica”, eso quiere decir que hay unos pocos que si consumimos bastante miel y la mayoría de los españoles nada.
8. Dejar de comer algo bueno. El sabor de la miel es potente pero con muchos matices y aromas. Se puede catar como un vino porque contiene innumerables moléculas aromáticas. En cambio el azúcar tiene un sabor plano, un dulzor soso y neutro. Quién es aficionado a la miel apenas soporta la sacarosa refinada. Pero no voy a contar aquí los valores nutricionales de la miel, ni de sus propiedades antibióticas, cicatrizantes, emolientes, laxantes, cosméticas, antioxidantes, prebióticas, antiinflamatorias, de refuerzo del sistema inmune y un largo etcétera.
Ddice Yaveh que allí hay miel con queso e invades, ocupas, colonizas y echas a quien sea
Puede parecer que estoy hablando y haciendo una apología poco científica de un alimento casi mágico o que soy accionista de alguna multinacional apícola. Para eso ya están los biólogos especialistas en insectos antófilos (del griego: “que ama las flores”) o los bromatólogos y los médicos nutricionistas. Preguntadles a ellos.
9. Interludio sacro. La Biblia en el libro del Éxodo 3:8 lo deja bien claro. Dios les sopla al llamado “pueblo elegido” que les quiere “subir a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel” y van corriendo a ese país, aunque esa tierra está ya ocupada por cananeos, hititas, amorreos, perizitas, heveos y jebuseos, o luego por palestinos. Te dice Yhaveh que allí “hay miel con queso, que sabe a beso” e invades, ocupas, colonizas y echas a quien sea. En este caso la culpa no es de la miel sino de los dioses que siempre han sido un peligro para la convivencia humana.
10. Interludio íntimo. La gente suele admirar las mariposas. A otros siempre nos gustaron más las abejas. Me han picado muchas veces y otras tantas he contemplado con mi lupa el precioso arpón de su aguijón y el palpitante y automático sistema de bombeo del veneno conectado a su vida. Si te pica muere. Sin embargo ni siquiera de niño les tuve miedo. Nuestros campos de juegos eran montes de tomillos, romeros, encinas, jaras y brezos llenos de abejas trabajando, no nos acercábamos a las colmenas no tanto por temor a su ataque como para no molestar. Dejarlas en paz en lo suyo: ir de flor en flor, fabricar miel, guardar polen. Mi abuela, muchas veces para merendar, nos preparaba un bocadillo de queso curado en aceite con las dos partes interiores del pan empapadas en miel oscura. Ángela siempre decía lo mismo: “miel con queso sabe a beso”. Durante algunos años me intrigó ese refrán que yo creía, como todo lo que decía mi abuela, totalmente verdadero. Intuía que lo de besar debía de saber bastante rico.
Esa miel siempre cristalizaba y tenía sumergida dentro alguna abeja muerta
En casa del abuelo Fernando apenas se consumía azúcar y todo se endulzaba con miel: las crujientes rosas de sartén, el café con leche, los bocatas de queso, las naranjas preparadas. Se guardaba la miel en tarros de cristal muy grandes y pesados, como de dos kilos. Esa miel siempre cristalizaba y tenía sumergida dentro alguna abeja muerta. La miel era un regalo, un don que diría Marcel Mauss, de nuestros amigos Flore, Sixta o Heliodoro. Mi abuelo, a pesar de haber trabajado en su juventud como “mancebo de botica” en el loco Madrid de los años veinte, era muy aficionado a las hierbas naturales y los remedios caseros contra las enfermedades, pero la miel la tomaba por gusto, porque era un goloso o, como se dice ahora, todo un gourmet. Luego descubrí la verdad práctica de aquel dicho misterioso de mi infancia: “miel con queso sabe a beso”.
11. Datos, cifras y espanto. Merece la pena leer con atención el estudio económico de Greenpeace y también el estudio sectorial del Ministerio de Agricultura del que han salido casi todos los datos aquí apuntados. Matt Willey, un artista de Nuevas York ha fundado “Good of the Hive Initiative”, un loco, ambicioso y bello proyecto que pretende pintar personalmente por las paredes de las ciudades del mundo 50.000 abejas, el tamaño de una colmena sana. Los amantes de las abejas nos estamos movilizando por todo el mundo, no tanto por las abejas como por la certeza de que un mundo sin insectos sería un mundo sin personas.
Y ahora, un espacio para la publicidad consumista, por si el mensaje gastrológico no ha quedado claro: Mejor Thoreau que Milton Friedman, mejor Edward Abbey que Hayek, mejor Guillem Martínez que Jaime Peñafiel. Y tomad mucha miel, de aquí cerca, nuestra, de calidad, con pan, queso y beso.
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Referencias:
Estudio económico de Greenpeace.
Estudio económico del Ministerio de Agricultura con cifras sobre el sector.
Página de Matt Willey.
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Autor >
Ramón J. Soria
Sociólogo y antropólogo experto en alimentación; sobre todo, curioso, nómada y escritor de novelas. Busquen “los dientes del corazón” y muerdan.
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