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Todo pasa en una caravana quieta: una casa rodante −como se las llama en la Argentina−, que no rueda hacia ninguna parte, que persevera en un paisaje desolado, asilando a tres mujeres que viven juntas allí casi sin mirarse, rumiando sus penas. Aunque algo puede empezar a cambiar...
Dínamo se llama la obra que han escrito y codirigen Claudio , Lautaro Perotti y Melisa Hermida en Timbre 4, uno de los templos mayores del teatro independiente local. Y lo que se ve en escena es, justamente, la energía de tres actrices enormes, que despliegan con música en vivo (a cargo de Joaquín Segade) y casi sin texto (apenas soliloquios que se rozan mínimamente), las historias ahondadas de sus pérdidas, cicatrices de su incomunicación.
La obra es distinta de lo que acostumbra a ponerse en escena −e incluso, de lo que cada uno de los tres directores estrenó antes, en forma individual. Teatro de cuerpo (a diferencia de propuestas que crecen desde el texto), en Dínamo todo sucede, se muestra, se "dice" actuándolo. Cada marcación escénica, descompuesta y ahondada en gestos y sutiles movimientos, es resultado de un concienzudo proceso de improvisaciones y ensayos que duró todo un año, llevando el riesgo siempre un poco más lejos. La experimentación toma el escenario y vence porque consigue conmover y despegarse de la anécdota, aunque la historia esté allí y cada quien pueda imaginar sus detalles.
Ada, la dueña de casa (rol interpretado por Marta Lubos), llora a Muriel, su amor. Cuando la obra empieza sabemos que ha pasado la noche durmiendo en la ducha excesos de alcohol y que vive sus días fijada en cantar, una y otra vez, fragmentos de una melodía que jamás concluye y que reencuentra casi adictivamente en YouTube. Peina largas canas y por sus ropas de rocker y un póster pegado en la puerta de un placar en el que se lee su nombre, se puede imaginar un pasado de intérprete. Pero nada más se nos dirá de ella.
Marisa (Daniela Pal), sobrina y visita inoportuna, llega de sopetón a instalarse con Ada, que la ignorará activamente, haciéndola sentir una intrusa. La recién llegada intentará, ya en la mediana edad y tras años de internación en una clínica psiquiátrica, sobreponerse al trauma infantil de la pérdida repentina de sus padres, enrolándose en el tenis, deporte que practicaba cuando ellos murieron. Jamás sabremos si los entrenamientos que relata se concretan o no (es la única que habla, casi explosivamente, con necesidad de hacer contacto), pero esa afición hilvana su necesidad de ilusión, de futuro.
Hay un tercer cuerpo en esta historia. El de Harima, interpretada por Paula Ransenberg, cuya entrega física en escena es increíble: compone a una inmigrante, refugiada se diría, que vive a hurtadillas, alternativamente escondida en los espacios libres que deja esa cocina de anaqueles vacíos o plegada en el bajo mesada o encaramada al techo de esa casa sin tejados. Parece haber dejado lejos lo más suyo −lava y cuelga ropitas de un niño al que no vemos, para quien entona a distancia canciones de cuna en un idioma ininteligible--. De la lengua en adelante, a esta mujer todo le es extraño, mezquino y ajeno.
La ebullición creativa de la escena argentina se convirtió en marca de época desde comienzos de este siglo, cuando la crisis obligó a mucha gente de teatro a abrir salas en sus casas para poder seguir representando sus obras. Ya en 2006, Jorge Dubatti reunía en el libro Poéticas de iniciación. Dramaturgia argentina 2000-2005 (Atuel) los textos de seis obras de seis jóvenes autores (Cerana, Faturos, Rubio, Iñurrieta, Tolcachir y Vilo), que promediaban entonces los 30 años de edad. En su búsqueda constante de intensidades, su trabajo con imágenes capaces de responder las preguntas planteadas por la historia y estructuras dramáticas que abrevaban en la improvisación se leían ya algunas tendencias distintivas de los autores de la posdictadura. Timbre 4, sala y escuela de actores a la vez, surgió en ese tiempo y se afianzó como territorio de referencia de la investigación teatral local. No es raro, pues, que Dínamo se exhiba allí.
Cuando Marisa finalmente se topa en el espacio que comparten con Harima, casi una aparición, cree que es una de las alucinaciones que la llevaron a ser internada: "No existís. No, no es verdad. Es mi cabeza". Pero desarrollan un vínculo amable ("¿Vos de qué te moriste? ¿Qué te pasó?") mientras cada una le cuenta a la otra cosas que −habitantes de idiomas distintos− no puede desentrañar: "¿Y a mi mamá, la viste?", quiere saber Marisa. "¿Fue accidente o suicidio?".
Lo que le contestan sirve para paliar su orfandad. Visibilizada por ese encuentro, Harima empezará a cambiar los colores de la caravana, a llenarla de afecto, a amonestar cariñosamente a Ada para que ordene y se componga, a cuidar, en fin, maternalmente de todas.
Metáfora de la precariedad emocional y de la huída (trunca) que hermana al trío, hecha de fragmentos, de puertas trampa y recovecos que abren insospechadas posibilidades expresivas, la caravana diseñada por Gonzalo Córdoba Estévez es la cuarta protagonista de Dínamo. Crece con cada rincón que se confirma habitable, capaz de reconvertirse en cobijo y nido.
Así, va descubriéndose hogar para las tres mujeres que la usaron de guarida, y que sobre el final de la obra eligen no estar de paso, asentarse en ese territorio y hacer propia la declaración de principios que, recordando a sus padres, Marisa pone a flamear como estandarte de futuro: "Voy a seguir adelante. Por ellos. Y por mí".
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Raquel Garzón
Raquel Garzón es poeta y periodista. Se especializa en cultura y opinión desde 1995 y ha publicado, entre otros libros de poemas, 'Monstruos privados' y 'Riesgos de la noche'. Actualmente es Editora Jefa de la Revista Ñ de diario Clarín (Buenos Aires) y Subdirectora de De Las Palabras, un centro de formación e investigación en periodismo, escritura creativa y humanidades.
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