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Cada año, a fines de diciembre, antes de agotar el almanaque y avanzar hacia el que sigue, ordeno mi escritorio. La tarea es ardua porque la cantidad de papeles, libros, revistas, lápices y anotadores que integra ese modesto ecosistema tiende al caos con sorprendente facilidad y, además, yo suelo ser sentimental hasta la última gota de tinta. Pero cuando consigo liberarme de kilos de apuntes ya usados y fotocopias en tren de decolorarse, reconozco que me asalta algo luminoso, parecido al viento en la cara que regalan los vuelos de parque en las hamacas. 

En Japón, me entero leyendo a Marie Kondo, bestseller y gurú global en “el arte de organizar el hogar y la vida”, limpiar la casa en Año Nuevo es una tradición. Mira por dónde mi cuerpo grita cierto costado oriental.

Quien se sienta ansioso y no sepa por qué, que pruebe a ordenar sus cosas

Bromas al margen, el huracán Kondo y sus recetas para simplificar inventarios espaciales y emocionales arrasa en la librerías del planeta. A La magia del orden, que vendió más de tres millones de ejemplares, sigue por estos días La felicidad después del orden, una "clase magistral ilustrada" que incluye dibujos para aprender a doblar distintas clases de prendas y redistribuir flora y fauna de aparadores y cajones  (ambos publicados en español por Aguilar).        

A juzgar por la inoxidable cara de alegría de su autora, una consultora en organización que la revista Time incluyó en 2015 en su listado de las 100 personas más influyentes del mundo, sus consejos reportan, al menos para ella, un estado de plenitud incontestable. Sólo un compatriota comparte con ella esa lista de influyentes: el narrador Haruki Murakami.

“La clave para conseguir ordenar de verdad las cosas es desechar primero algunas de ellas”, señala la Kondo, cuyo método —KonMari, lo llama— desgrana seis reglas básicas. La primera es comprometerse con el orden: “Una vez que estés decidido, sólo tendrás que aplicar el método de la forma correcta”, promete. Nada es posible, sin embargo, sin imaginar el estilo de vida ideal (segundo principio), pues al hacerlo “podrás ver con claridad por qué quieres ordenar las cosas e identificar la clase de vida que quieres vivir al terminar la tarea”.

El corazón del método es el desapego: aprender a desprenderse de objetos y asumir que el “podría ser útil” deviene tabú para quienes decidan simplificar su entorno. “Sólo podemos pensar dónde almacenar cosas, y qué cosas almacenar —abunda— una vez que hayamos decidido cuáles conservar y cuáles desechar”. Pero ¿cómo hacerlo? Preguntándose si esa cosa en concreto nos produce o no felicidad. En caso de duda, abrace la cosa y vea qué siente, recomienda Kondo.

Kondo está preocupada por dos cosas: no abarrotar el poco espacio propio y ser eficiente en el empleo del tiempo

“La casa está en orden” —recuerdo al pasar las páginas de este manual de autoayuda aplicada al diseño de interiores— es una frase que tiene en la Argentina resonancias históricas. Con esas palabras el presidente Raúl Alfonsín, primer mandatario de la jovencísima democracia recuperada, daba cuenta en la Semana Santa de 1987, desde el balcón de la casa de gobierno, del final de cuatro días de estupor provocados por el acuartelamiento de militares liderados por Aldo Rico, que pedían una amnistía que los librara de sus responsabilidades por lo hecho durante la dictadura iniciada en 1976.

Ante ese recuerdo tan potente, el orden que ofrece el texto de Kondo es como el café descafeinado: parece café, huele a café y sabe a él  a ratos, pero te adormece en lugar de mantenerte alerta. Con todo, sigo leyendo (ya he aprendido a guardar servilleteros “con gracia”).

Lo conservado debe ser ordenado por categorías (y no por habitación). La faena debe acometerse, además, siguiendo el orden temporal correcto: primero la ropa, luego los libros y papeles, seguir por los objetos pequeños, accesorios y complementos (que el idioma japonés engloba en la palabra komono) y, finalmente, dedicarse a los objetos de valor sentimental. Hacerlo de otro modo, afirma Kondo, puede ser contraproducente: uno puede tirarse horas, por ejemplo, contemplando una fotografía de infancia, sin haberse dedicado a nada más.

Sucede que, japonesa hasta la médula, Kondo está preocupada por dos cosas: no abarrotar el poco espacio propio (islas en la isla, agazapadas) y ser eficiente en el empleo del tiempo. “La clave consiste en imaginarse que uno es un robot moviéndose con rapidez y eficacia”, despacha entre sus consejos para armar una maleta. Y si hasta allí la sigo (los preparativos del viaje no se cuentan en mi idea de placer), me pierde definitivamente cuando enseña cómo ordenar la biblioteca.

La clave consiste en imaginarse que uno es un robot moviéndose con rapidez y eficacia

“El riesgo de distracción con esta categoría es muy grande”, diagnostica. Y a renglón seguido prohíbe abrir los libros que se ordenan para evitar pérdidas de tiempo... ¡leyendo! Con ese espíritu, aconseja también deshacerse de los ya leídos pues se ha vivido la experiencia que tenían para ofrecer, como si la relectura no implicara una vivencia distinta, deseable, posible y enriquecedora.    

“Quien se sienta continuamente ansioso y no sepa bien por qué, que pruebe a ordenar sus cosas”, leo un segundo antes de hacerle caso del todo y decidirme a regalar su libro, que no pienso releer.