Males menores y mayores para los deportados en California
Aquello de votar al menos malo muestra sus inconvenientes cuando se ve que Obama ha venido echando a 300.000 sin papeles al año —lo exigía el Congreso republicano, es la excusa— y ha separado de sus hijos a medio millón de padres hispanos
Andy Robinson 7/11/2016
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Valla de Tijuana, que marca la frontera entre Estados Unidos y México en la playa.
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No es de extrañar que tantos luchadores contra la desigualdad del 1% y el 99% que se lanzaron a Zuccotti Park (Nueva York) y Pershing Square (Los Ángeles) en aquellos tiempos de Occupy Wall Street se hayan incorporado a la campaña de Hillary Clinton. Aunque sea para defender a la probable futura presidenta de quienes leen esos embarazosos emails del gurú clintoniano John Podesta.
Su política es la del posibilismo y el mal menor, en pleno revival en Estados Unidos. Y se entiende. Todos queremos tener un poco de esperanza. Aquel "Hopey changey stuff" (esas 'esperancistas de cambio’), según la burla que hizo Sarah Palin de las promesas de Barack Obama.
Se entiende aún más en Los Ángeles, donde la enorme comunidad hispana —mejor dicho, mexicana— siente un escalofrío cada vez que Trump repite aquello de "when I’m president, they’re gone. Yes, they’re gone", en referencia a los millones de sin papeles que promete deportar: levantar un muro más grande, como cuenta, que la Gran Muralla China. “Hay niños aquí que se despiertan con ataques de pánico porque piensan que Trump va a deportar a sus padres”, cuenta Martha Ugarte, activista oaxaqueña en Los Ángeles.
Pero la política del mal menor tiene sus inconvenientes, sobre todo cuando uno recorre San Diego (Tijuana) y ve que, como ironizó Todd Miller, autor de Border Patrol Nation, “el muro ya existe y lo empezó a construir Bill Clinton en Tijuana”. Tiene aún más inconvenientes cuando se ve que la Administración Obama ha venido echando a 300.000 sin papeles al año —lo exigía el Congreso republicano, es la excusa— y que ha separado de sus hijos a medio millón de padres hispanos.
Huerta hasta tildó de xenófobos a los activistas de Sanders, durante las primarias en California
California es un buen ejemplo. Más allá de las advertencias terroríficas de lo que pasaría si Donald Trump fuese presidente, los demócratas en California, una máquina política, con una fuerte presencia hispana, lo tienen todo bajo control. Y más vale no decir una palabra contra Hillary. En Los Ángeles, donde manda el aparato demócrata hispano, “¡sí se puede!”, el eslogan famoso del activista y defensor de los derechos de los jornaleros César Chávez, convive con el amenazante “estás con nosotros o contra nosotros” de George W. Bush.
“Este es un momento clave; son las elecciones más importantes de nuestras vidas”, afirma la representante Lucille Roybal-Allard, veterana política hispana en Washington por California, la primera latina en el Congreso aunque por su acento y el color de su piel no es la morena que duerme en el centro de detenciones en la calle Alameda o en las calles en el centro. “Este hombre, no voy a decir su nombre, ha insultado a nuestra comunidad”, remata Roybal-Allard, una de las más progresistas (liberals) de los miembros de la cámara en Washington, procedentes del Estado dorado.
Lo dijeron en una fiesta de recaudación de fondos celebrada en un restaurante hispano en el rehabilitado centro déco de Los Ángeles, terreno ya de los hipsters que antes no saldrían de Santa Mónica (pronto llegarán allí los turistas de Europa). Públicamente, Roybal-Allard, estrecha aliada de Nancy Pelosi, la diva demócrata en California, se ha opuesto a las deportaciones que han batido todo los récords bajo la Administración de Obama. Y lo ha hecho acompañada de un equipo clintoniano.
Glamour demócrata
En la misma reunión, la actriz Eva Longoria —conocida por encarnar a la única latina de las Mujeres desesperadas— pidió el voto a Hillary. Enrique Huerta pidió apoyo a su propia candidatura para el Congreso en las elecciones en la ciudad de Bakersfield, en el maltrecho Valle Central de California. Hasta apareció la madre de Enrique, Dolores Huerta. A los 86 años, reivindicó el espíritu de lucha de Cesar Chávez y del sindicato de los braceros mexicanos en California. Los demócratas hispanos californianos son clintonistas hasta la médula. Huerta hasta tildó de xenófobos y antihispanos a los activistas de Bernie Sanders, durante las primarias en California.
¿Quién quisiera meterse con los herederos del espíritu luchador de Cesar Chávez? ¿No sería más fácil juntarnos todos detrás de Hillary, formando una larga cadena humana y diversa, delante de las cámaras de la CNN y MSNBC, para rendir homenaje a la valentía de la comunidad hispana y alertar sobre el grave peligro de Trump? Puede ser. Pero al igual que los indigentes que deambulaban por la calle Spring delante del restaurante donde se celebraba la fiesta, muchos de ellos discapacitados, la cruda realidad no puede esconderse tras las fachadas déco en el gentrificado centro de L.A.
Geo cobra por cama ocupada en la cárcel de Adelanto y ofrece descuento a la policía para que detenga indocumentados
Parte de esa realidad se encuentra en la cárcel privada de Adelanto, en el alto desierto de California, a 150 kilómetros de Los Ángeles. Allí se encuentra el centro de detenciones de inmigrantes indocumentados gestionado por la corporación Geo Group, una empresa privada con ánimo de lucro, cotizada en la Bolsa de Nueva York, que controla miles de cárceles en EEUU. Geo Group cobra por cama ocupada en la cárcel de Adelanto y hasta ofrece descuento a los agentes de la policía de inmigración (el ICE, según su apropiadamente escalofriante acrónimo) para que vayan deteniendo a más indocumentados.
Geo es uno de los principales lobbistas en favor de que estas políticas crueles se mantengan. American Corrections Corporation (que acaba de cambiar su nombre para llamarse Corecivic), también. Tras la decisión de Justicia de revocar los contratos con las cárceles privadas en áreas penales, Corecivic reconvirtió una cárcel en Texas en un centro de detenciones de inmigrantes indocumentados.
Haciendo un artículo para La Vanguardia sobre los lobbies del complejo de seguridad fronteriza que había retratado por encima en mi libro Off the road, empecé a mirar quiénes son los políticos que reciben apoyo financiero de Geo Group. Y ahí en la lista no solo aparece Hillary Clinton, sino también Lucille Roybal-Allard, que solo recibió 1.200 dólares —una cantidad simbólica—. Dado el papel de Geo en el negocio de las deportaciones, resulta chocante, precisamente, por lo que simboliza. En cuanto a Hillary, nada sorprende. Pero el dato sacado por los investigadores de The Intercept de que la campaña de Clinton utiliza un lobbista de Geo Group para recaudar dinero para su campaña llama bastante la atención.
Esa realidad permanecerá cuando todos hayamos cerrado filas en torno a los Clinton y, tras su probable victoria, posible, en gran medida, gracias al voto hispano. Y Geo querrá ver resultados. “La política”, dijo Hillary, “es como una fábrica de salchichas”. Y puesto que las salchichas llevan dentro de su piel de plástico las cosas más asquerosas, “hace falta tener una posición pública y otra posición privada”, explicó la política a Goldman Sachs. Como si ellos no lo supieran.
Nosotros lo sabemos gracias a la filtración de los emails de John Podesta, por Wikileaks y Julian Assange, tachado salvajemente como colaborador de Trump y de Vladimir Putin, por mucha gente de la nueva y vieja corriente del mal menor. No quieren saber la realidad de lo que está dentro y detrás. Pero existe. Como dijo Trump en aquel inolvidable debate en las primarias republicanas: “Yo pago y, pasados unos meses, pido lo que quiero”.
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Andy Robinson
Es corresponsal volante de ‘La Vanguardia’ y colaborador de Ctxt desde su fundación. Además, pertenece al Consejo Editorial de este medio. Su último libro es ‘Oro, petróleo y aguacates: Las nuevas venas abiertas de América Latina’ (Arpa 2020)
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