Marshall Steinbaum / Economista
“La culpa del ascenso de Trump es de las élites”
Álvaro Guzmán Bastida Nueva York , 5/11/2016
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Cuando el joven economista Marshall Steinbaum (New Jersey, 1984) fichó por el Roosevelt Institute, el think tank de la izquierda demócrata, que cuenta con economistas como Joseph Stiglitz o Mike Konczal, el pasado mes de julio, publicó un artículo a modo de manifiesto: “La economía existe para servir a las necesidades de la gente y no lo está haciendo”, escribía. “Tanto los políticos como los economistas tienen un gran problema que no resolverán culpando a sus víctimas”.
Especializado en empleo, mercado laboral y educación, Steinbaum, que obtuvo su doctorado en Economía en la Universidad de Chicago hace tan solo dos años, apreciaba entonces una gran desconexión entre los problemas del estadounidense medio y las recetas que los líderes políticos y gurús económicos del país se empeñaban en recetar. Cuatro meses después, Steinbaum está convencido de que las actuales turbulencias en el sistema político estadounidense tienen su raíz en la economía. Steinbaum responde por Skype a las preguntas de CTXT sobre el ascenso de Donald Trump, los intereses a los que representa, y el realineamiento de fuerzas que cree que está forjándose en el partido demócrata para hacerle frente.
Hace poco comparaba la situación de Alemania en los años treinta con el panorama actual de la derecha estadounidense. ¿Hasta qué punto son procesos similares?
Estaba escribiendo acerca de los Estados Unidos, pero en realidad mis argumentos se podrían generalizar al Reino Unido u otros países europeos, cuya realidad evoca a la de la República Weimar, que fracasó en los años veinte y treinta. La gente se pregunta: “¿Es Trump un fascista, un dictador en potencia?” Y no creo que sea la pregunta adecuada. La respuesta es, probablemente, no. Antes de llegar al poder, los fascistas tenían un largo historial de ambiciones dictatoriales y de derrocamiento del sistema político. Trump nunca ha mostrado eso. Lo que me preocupa en el caso de los EE.UU. es que empieza a asomar la alusión velada a la idea de que está dentro de lo aceptable en política utilizar la violencia contra los oponentes, bajo la justificación de que suponen un riesgo para la seguridad nacional o la seguridad de un grupo en concreto. Esto se aprecia en el comportamiento de quienes defienden el derecho a portar armas, o la retórica con la que se ataca a movimientos sociales como Black Lives Matter (BLM). Se deja implícito que si BLM lograse sus objetivos de poner coto a la violencia policial, los ciudadanos blancos tendrían derecho a utilizar las armas de las que vienen haciendo acopio para la ‘autodefensa’, preservando así la jerarquía social imperante.
“¿Es Trump un fascista, un dictador en potencia?” No creo que sea la pregunta adecuada pero la respuesta es, probablemente, no
Viene hablando de la necesidad de desplazar la carga de culpa a las élites. Como economista que analiza esta realidad: ¿Cuáles son las razones económicas del descrédito del sistema que ha descrito?
No estoy convencido de la necesidad de elegir entre la xenofobia, por un lado, y la economía, por otro, para explicar el ascenso de Trump o la extrema derecha en Europa. No creo que sea lo uno o lo otro. La relación entre ambos factores es más sutil. La cuestión de fondo es: ¿en qué contexto se permite que un movimiento de extrema derecha, o xenófobo, alcance el poder dentro de un sistema político establecido? Eso sucede cuando dicho sistema se encuentra desacreditado por malas políticas, a menudo excesivamente neoliberales, que generan grandes desigualdad y descontento. Antes del advenimiento del fascismo, en los años veinte, se produjo en casi todos los países una reacción contra una suerte de consenso neoliberal, protagonizada por un movimiento político de izquierda, de nuevo cuño, que empoderaba a la clase trabajadora y traía consigo la entrada de los sindicatos en la política formal.
En resumen, hay un establishment que apoya el neoliberalismo, surge una amenaza a dicho orden y, cuando este se encuentra en crisis, como en la Gran Depresión o la Crisis Financiera europea de los últimos años, se protege de un posible cambio mediante el fortalecimiento de una contrarrevolución conservadora, que a menudo tiene tintes xenófobos y logra movilizar masivamente a la ciudadanía contra la izquierda. Intento rechazar la idea de que los resultados políticos los dictaminan la “agregación de preferencias”, como dirían mis colegas economistas. Según esa teoría, lo que sucede en política depende solo de la opinión de la mayoría, y dado que existen políticas xenófobas, esa debe ser la opción preferida por la mayoría, por encima de, por ejemplo, una ideología progresista que ponga el foco en el excesivo poder del sector financiero, en lugar de en los inmigrantes. Eso es simplificar demasiado. Cuando las élites políticas se ven amenazadas, se produce una suerte de baile o realineamiento. Algunas ideologías, como el neoliberalismo, pierden la eficacia que tenían antes para agregar los intereses y defender a las élites de dichas amenazas, de modo que se propugnan otras. Por eso culpo a las élites del ascenso de Trump.
Ha mencionado que vivimos un rechazo del consenso neoliberal. ¿Cuál es el papel de Hillary Clinton, en concreto, y de los demócratas, en general, en ese proceso? Llevan muchos años en el poder…
El rechazo al modelo neoliberal se da en ambos partidos, por lo que resulta especialmente interesante. Es, sin duda, lo que representa Trump, pero también lo vemos en el Partido Demócrata, con el ascenso de Sanders, aunque el partido lograse sofocar esa crisis. Si uno analiza el programa demócrata para estas elecciones en comparación con las políticas del primer Gobierno Clinton, o de Obama, el partido ha virado para alejarse del neoliberalismo. En mi opinión, esto sucede por la suma de los efectos de la Gran Recesión y la percepción de que las recetas políticas puestas en marcha por el consenso neoliberal para lidiar con dichos problemas han fracasado rotundamente. Por eso me interesa la crisis de la deuda estudiantil, que creo que pone en evidencia dicho modelo.
Si uno analiza el programa demócrata para estas elecciones en comparación con las políticas del primer Gobierno Clinton, o de Obama, el partido ha virado para alejarse del neoliberalismo
El Partido Demócrata y las políticas económicas de las que hizo bandera cuando alcanzó el poder en los noventa y después de la última recesión han resultado enormemente inadecuadas. No es que ambos partidos sean indistinguibles –los demócratas nunca hubieran puesto en marcha las políticas de recortes fiscales a los ricos de George W. Bush— pero se desarrolló un consenso por parte de las élites políticas de ambos partidos que ahora está completamente roto y desacreditado.
Se remonta al Tea Party para explicar el ascenso de Trump. ¿Dónde estriba la conexión entre ambos movimientos?
Hay una continuidad. El Tea Party fue puesto en marcha como un movimiento mitad elitista, mitad de base, con objeto de salvar el movimiento conservador del desastre del Gobierno de George W, Bush. Se trataba de volver a tomar el poder. En cierta medida, lo consiguieron, porque el Partido Republicano es hoy más poderoso que nunca por debajo del escalafón presidencial, en los gobiernos estatales, en el poder legislativo y en los ayuntamientos. Tuvieron un gran éxito a la hora de movilizar la oposición al Gobierno Obama. Hay en marcha una estructura paralela a la del partido, coordinada por Americans for Prosperity— el grupo de presión financiado por los hermanos multimillonarios Charles y David Koch— y otros grupos de lobbies que manejan tanto o más dinero que el propio Partido Republicano. Los partidos no son instituciones especialmente democráticas en su funcionamiento, pero son mucho más democráticas que la jerarquía financiada por los multimillonarios que agita y gobierna desde afuera.
Los partidos no son instituciones muy democráticas en su funcionamiento, pero son mucho más democráticas que la jerarquía financiada por los multimillonarios que agita y gobierna desde afuera
¿Qué tienen que hacer los demócratas para ponerle freno a ese movimiento?
No es fácil saberlo. Una de las claves será la demografía. El electorado demócrata se ha vuelto mucho menos blanco en los últimos años, y queda pendiente la cuestión de si terminará quebrándose ideológicamente, con un ‘centro’ elitista que se aproxime a la ortodoxia republicana, desplazada a su vez por el ala ultranacionalista, que encarna Trump, y por otro lado un ala alineada con movimientos sociales como Black Lives Matter, que defienda una política económica más ‘populista’. La victoria de Clinton en las primarias simplemente retrasa ese proceso de cambios profundos en el que se encuentra inmerso el Partido Demócrata.
Ha mencionado una división, pero también parece haber una segmentación generacional, que tiene que ver con el objeto de gran parte de su trabajo, el endeudamiento de los estudiantes estadounidenses. Usted lo llama un modelo fracasado. ¿A qué se refiere?
Existe una división generacional en lo relativo a la deuda estudiantil, y esta a su vez refleja una división de raza, ya que las generaciones jóvenes son menos blancas, y las minorías raciales están más endeudadas. He visto la manifestación de esa división una y otra vez en discusiones políticas en Washington, en las que se ve a demócratas en posiciones de poder, a menudo pertenecientes a generaciones más viejas, pasar por alto el enorme descontento y enfado existentes con la crisis de la deuda estudiantil. De nuevo, entra en juego el consenso neoliberal: durante décadas, se ha pretendido resolver los problemas del mercado de trabajo, la falta de empleo y los salarios bajos pidiéndoles a los jóvenes que se sacaran más títulos. Endeudarse era una buena idea, se les decía, porque uno podría pagar la deuda con los salarios altos que una buena educación supuestamente garantizaba. El billón de dólares que deben los estudiantes de este país es la prueba de que ese modelo ha fracasado.
¿Espera que ese fracaso tenga traducción política?
Este fracaso ha supuesto una enorme redistribución de la riqueza, al desplazar el coste de la educación a los estudiantes, en especial a los más desfavorecidos. Hace no tanto, se podía sacar un título universitario sin pedir prestado apenas nada, o casi nada, y se encontraba un buen trabajo sin necesidad de tener estudios universitarios. Ahora nada de eso es cierto. Los jóvenes tienen una sensación de hartazgo, de despecho por cuestiones como la deuda estudiantil, pero también por el encarcelamiento masivo de negros o los excesos del sistema de justicia criminal. Eso salió a la luz durante las primarias demócratas, y es probable que vuelva a hacerlo si los movimientos sociales, como BLM, toman impulso y deciden pasar a influir la política electoral, apoyando a candidatos antiestablishment en las próximas primarias.
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Álvaro Guzmán Bastida
Nacido en Pamplona en plenos Sanfermines, ha vivido en Barcelona, Londres, Misuri, Carolina del Norte, Macondo, Buenos Aires y, ahora, Nueva York. Dicen que estudió dos másteres, de Periodismo y Política, en Columbia, que trabajó en Al Jazeera, y que tiene los pies planos. Escribe sobre política, economía, cultura y movimientos sociales, pero en realidad, solo le importa el resultado de Osasuna el domingo.
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