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El noble y antiguo deporte del balompié, transmutado a estas alturas de siglo en ese gran meganegocio multisector que ustedes ya saben (publicitario, inmobiliario, televisivo y otros), nos suministraba esta semana otro de esos titulares poco edificantes que, háganse a la idea, está condenado a generar con cierta frecuencia como consecuencia de su cambio de naturaleza.

Al parecer, en una investigación policial relativa al blanqueo de las copiosas ganancias de una red de prostitución de lujo, a través de una empresa fantasma que era la que se ocupaba de gestionar los TPV empleados, tanto para realizar la actividad delictiva como para ofrecer una pantalla adecuada a quienes pagaban con tarjeta los servicios de las prostitutas, han aparecido los nombres de no pocos futbolistas de unos cuantos equipos de la Liga Santander.

En este punto resulta pertinente señalar que ni la prostitución ni la contratación de los servicios de quienes se dedican a ella son en sí mismas y por sí solas un delito, con arreglo a la ley hoy vigente en España (no así en otros países). En definitiva, lo que la investigación policial perseguía era el blanqueo, actividad, esta sí, tipificada en el Código Penal.

Estos futbolistas nos ofrecen una imagen de jóvenes enterrados en euros que no puede ser más deplorable

Hecha la aclaración anterior, los detalles del sumario, sin permitir imputar a ninguno de los futbolistas crimen alguno (y más allá del reproche que pudieran hacerles, en su caso, las personas con las que mantengan alguna relación sentimental, legalizada o no, con compromiso de fidelidad), nos ofrecen una imagen de estos jóvenes deportistas enterrados en euros que no puede ser más deplorable; tanto en términos de control de sus instintos como de utilización de su tiempo libre. Máxime si se tiene en cuenta que éste no es poco, precisamente, y disponen de recursos para hacer con él todo lo que millones de personas sueñan y jamás podrán realizar, ni así vivan cien años.

Tras difundirse algunos de los pormenores de las juergas en cuestión, y de los servicios demandados de las profesionales del sexo por los admirados y envidiados gladiadores de nuestro tiempo, se han alzado voces criticándolos por el pésimo ejemplo que trasladan a nuestra juventud, para la que tanto nos cuesta encontrar modelos persuasivos de vida y de conducta. Lo que a juicio de este humilde observador y opinador, que además cada vez sabe y prefiere saber menos del fútbol y del mundo (y el submundo) que le rodea, representa un notorio desenfoque del asunto; uno de tantos que explican por qué pasan cosas como que los norteamericanos elijan a Donald Trump en medio del desconcierto y el espanto de las clases biempensantes.

¿Son modelo los futbolistas profesionales? ¿De qué? Sudan en los entrenamientos, sí, pero a cambio de una sustanciosísima ganancia, que premia su esfuerzo como no se retribuye ningún otro. De la deportividad que se les supone, cada semana vemos refutaciones a puñados. Y de su discurso, salvo alguna honrosa excepción, mejor no hablar. Son máquinas de meter goles o de evitarlos y, en general, poco más que eso. Quizá es que confundimos el concepto de modelo con el de icono. Publicitario.