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CTXT ha acreditado a cuatro periodistas --Raquel Agüeros, Esteban Ordóñez, Willy Veleta y Rubén Juste-- en los juicios Gürtel y Black. ¿Nos ayudas a financiar este despliegue?

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Voy a confesar algo a quienes sigan teniendo la indulgencia de leer, por cortesía del no menos indulgente equipo de CTXT,  estas divagaciones balompédicas de alguien que se confiesa casi por completo indiferente al fútbol: hay veces que cuesta alzar la pluma (es una metáfora, estoy tecleando) para perpetrar el texto de turno sobre este deporte, o lo que fuere, que concentra lo mejor y más febril de las ilusiones y los esfuerzos patrios. Hay veces en que resulta demasiado evidente que se trata de un juego con las cartas marcadas, donde no puede evitarse alguna sorpresa (como sucede con cualquier cosa humana), pero todo está urdido y estipulado para desarrollar un rígido y prescrito guión.

Pasa con el fútbol como con los refrescos de cola. Nadie impide a nadie fabricar uno nuevo, pero todos sabemos que el duelo, por los siglos de los siglos, será entre la Pepsi y la Coca-Cola. Otro tanto con las hamburguesas: mira que hay gente que pica carne y la pone entre panes, pero a la postre es un asunto entre McDonald’s y Burger King. Y si alguna vez a alguien se le ocurre acertar y sacar un refresco o una hamburguesa que merecerían la atención del público, da igual: todo está preparado y dispuesto no sólo para seguir vendiéndonos lo de siempre, sino también para que el advenedizo resulte convenientemente invisible.

La regla es implacable y en esta Liga donde las dos marcas que cuentan son el Real Madrid y el Barça, con su legión de medios afines, periodistas forofos, sus constelaciones de peñas, su maraña de contratos publicitarios, complicidades municipales, empresariales y hasta gubernamentales, resulta un accidente intolerable que al liderato se haya encaramado, con autoridad y una solidez de la que hoy por hoy carecen los dos clubes ungidos por los dioses, ese hatajo de intrusos que visten de rojiblanco y que juegan en un estadio construido sobre una autovía, al lado del río y del sur proletario de Madrid. Ya sé, ya me lo han recordado en alguna ocasión, que el Atleti no es un club pobre, que sus estrellas son millonarias y conducen Porsches como los de los otros, pero así y todo la comparación (en presupuestos, en atenciones de todo tipo, en gente poderosa e influyente que lo secunda) resulta tan clamorosamente asimétrica que es toda una anomalía, incluso un alarde irritante, su presencia en lo más alto de la tabla. Por no hablar de esa última excentricidad de llegar hasta el final en la Champions, trofeo que los grandes vienen a considerar que les está naturalmente destinado.

Quizá por eso, está el Atleti arriba y todos los informativos deportivos (que uno debe estar muy al quite para evitar, si oye algo de radio o ve algo de televisión) siguen hablando de Cristiano y de Messi, como si fuera de mala educación prestar más atención que la puramente protocolaria al indebido líder. Quizá por eso Simeone, pese a tener probado que es uno de los mejores del mundo, sigue yendo por ahí como si pidiera perdón. Y quizá por eso, añadirán los malévolos, en las grandes finales europeas no termina de creerse que puede ganar y acaba dando el premio al Madrid, que lo recoge con soltura y brío de propietario.

Ahí están, así y todo. Se trata de no decirlo mucho mientras dure; hasta que las aguas vuelvan, como siempre, a su cauce.