Fútbol
Treinta años de mentiras
La selección argentina tiene que volver a las fuentes, tratar de no errar en lo simple, intentar cuidar el balón y propiciarle a Messi jugadas de peligro dentro de un entorno que lo ampare
Lucio Stortoni Ruiz Buenos Aires , 17/11/2016
Carlos Bilardo, festejando el campeonato del Mundo, en México, en 1986.
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"Estoy terriblemente convencido de que todos los equipos argentinos están capacitados para jugar un fútbol que dé espectáculo, un fútbol ofensivo, limpio y alegre."
César Luis Menotti
En 1986 Argentina se coronó campeona del mundo por segunda vez en su historia. Lo que pareció ser una bendición se convirtió en maldición eterna; una condena que castiga al país hasta el día de hoy.
Carlos Salvador Bilardo era el entrenador de ese equipo. Puede parecer una locura, un desagradecimiento, hasta una injusticia hablar de uno de los únicos dos entrenadores que alzaron la Copa del Mundo con la albiceleste como el artífice de una condena. Por supuesto, no fue sólo él; contó con cómplices tanto detrás del escritorio como frente a las cámaras televisivas. Por ejemplo, dirigentes y periodistas que afirmaban una y otra vez escudándose en los resultados obtenidos por Bilardo que “hay que ganar como sea”; “el segundo es el primero de los perdedores”; “el fútbol profesional es ganar y solo ganar”, y demás frases demagógicas tan obvias como dañinas. Parafraseando a Horacio Pagani –periodista argentino destacado por ser un arduo defensor del buen juego– hicieron de una obviedad su bandera. Lo que habría que hacer es preguntarle al seleccionador de 1986 por qué si era tan ganador, solo ganó dos títulos en toda su carrera. Más teniendo en cuenta que uno de los trofeos que consiguió fue con la mejor versión jamás vista de Diego Armando Maradona y el otro jugando a un estilo opuesto al que sus admiradores predican, ya que el título que lo llevó a ser entrenador de la Selección fue el conseguido con Estudiantes en 1982 donde jugaban tres enganches con una idea vistosa y ofensiva.
Pero Argentina se enamoró de los resultados y se olvidó del juego. Probó la miel del éxito y nunca supo lo volátil que es
Pero Argentina se enamoró de los resultados y se olvidó del juego. Probó la miel del éxito y nunca supo lo volátil que es. No existen estilos ganadores o perdedores, ya que se ha ganado y se ha perdido de todas las formas posibles. Lo único que sí existe es la presencia de un estilo definido, cosa que el equipo albiceleste nunca tuvo en estos treinta años, donde se pasó de una forma a otra sin seguir ni una línea ni una idea. Esto fue por culpa de los dirigentes, ya que la Asociación de Fútbol Argentino estuvo dirigida desde 1979 por el mismo presidente: Julio Humberto Grondona, y lo único que lo alejó del poder fue su fallecimiento en el año 2014. Casi ningún dirigente de fútbol del país se atrevió a contradecir alguna de sus decisiones, y los pocos que sí lo hicieron tuvieron que retractarse al poco tiempo debido al inmenso poder que tenía el presidente de la AFA.
Con Grondona, Argentina se manejó con el estilo de no tener estilo. Siempre se pasó de una idea a la otra sin seguir una línea conductora, pero el mensaje imperante era el bilardista, ya que cada vez que le tocó dirigir a entrenadores que proponían algo más que sólo ganar, éstos fueron tildados de “violinistas”, “ingenuos” y “mentirosos”. Es difícil pensar que el principal referente del fútbol argentino es Bilardo, una persona que se autoproclama con orgullo como el inventor de un esquema de juego “sin wings”, asegurando que los extremos son una idea antigua que ya no tiene lugar en el fútbol. Qué pensará de Guardiola, que consiguió veintiún títulos jugando siempre con extremos.
Cada acto tiene consecuencias y darle la espalda al juego durante treinta años desembocó en la contratación de Edgardo Bauza por el mero hecho de ser tildado como un entrenador “ganador”. Ganar la Copa Libertadores con San Lorenzo y contar con el beneplácito de los medios fueron los únicos motivos por los que fue elegido, nunca se barajó la posible incompatibilidad entre el estilo futbolístico implementado por Edgardo a lo largo de su carrera –es reconocido por ser un entrenador más timorato que valiente– y la materia prima con la que cuenta Argentina. Ignorando que la victoria y la derrota son fugaces, mientras que el estilo y el juego perduran para siempre, se ha llegado a escuchar a periodistas decir frases como “ahora viene un técnico serio, un tipo ganador que no toca el violín y trae resultados”. Qué pensarán hoy, ya que la Selección con él a la cabeza solo ha ganado un partido, empatado dos y perdido otros dos. A los pésimos resultados hay que sumarle que la única idea de juego existente es rezar por Messi. Argentina no juega, sufre mientras espera que el ‘diez’ haga algún milagro. El propio capitán albiceleste reconoció que no hay estilo aparente y que el equipo está jugando muy mal. Al entrenador se lo nota perdido y ausente ya que el combinado nacional parece un equipo de barrio con errores tan pronunciados como llamativos en un equipo profesional. Nunca es bueno tener un mediocampo que no genere juego, pero cuando además de no generar juego, no genera ni jugadas ni quites, es imposible pedir que se juegue bien; así como no se puede pedir que un ser humano esté vivo sin corazón que bombee la sangre, no se puede pedir a un equipo que juegue bien cuando sus mediocampistas son Mascherano y Biglia, dos jugadores que no le brindan nada al colectivo. A Mascherano se lo nota desacostumbrado a jugar en esa posición del campo: es lento en los giros, necesita de varios toques para controlar el balón y su orientación corporal no es óptima. Por su parte, Biglia parece decidido a deshacerse de la pelota lo antes posible y juega con tanto miedo a equivocarse que solo consigue fallar una y otra vez. Ninguno de los dos espera entre líneas ni entran al área a generar peligro ni tampoco consiguen herir con sus pases.
Es difícil pensar que el principal referente del fútbol argentino es Bilardo, una persona que se autoproclama con orgullo inventor de un esquema de juego “sin wings”, asegurando que los extremos son una idea antigua
Por otro lado está Di María, que si bien es un jugador consagrado a nivel mundial es imposible ignorar que hace años no consigue tener el rendimiento que supo tener en el 2014. Hoy parece que juega por su cuenta. Cuando tiene el balón se lo nota ajeno al contexto, únicamente se preocupa por correr hacia adelante sin importar cuantos jugadores argentinos deje atrás ni cuantos adversarios tenga enfrente. Mientras tanto, el sector derecho del campo parece un lugar vacío en el cual hay una vacante que nunca es ocupada. Messi no puede ser sometido a jugar noventa minutos allí y ningún otro parece apto para ocupar ese lugar. En el único puesto donde aparentemente no debería haber problemas es en la delantera, pero el hincha promedio critica ferozmente a Higuaín y Agüero tildándolos como los culpables de todos los males, cuando realmente son las víctimas de la carencia de juego. Claramente, el lugar donde más falencias se encuentran es en los laterales porque no hay ninguno de un nivel semejante a los delanteros o volantes con los que cuenta el seleccionado. Ni Zabaleta, ni Rojo, ni Mercado, ni Más le ofrecen a Messi las apariciones sorpresivas con las que el diez cuenta en Barcelona, apariciones que tantas alegrías le dieron al público culé. Ya fuera asociándose con Dani Alves como filtrando balones hacia Jordi Alba, el crack argentino se ha cansado de generar peligro con sus dos alas laterales en Barcelona, pero en Argentina cada uno de los entrenadores se empecinaron en rodearlo con gente que no tiene proyección ni ofrece alternativas en las bandas.
El lugar donde más falencias se encuentran es en los laterales porque no hay ninguno de un nivel semejante a los delanteros o volantes con los que cuenta el seleccionado
Nunca hay que ignorar que el director técnico apenas cuenta con un puñado de días para estar con sus futbolistas. Por eso es imperial seleccionar correctamente a los que mejor puedan implementar su estilo, y allí surge el principal problema argentino: Bauza parece no tenerlo. En el “ganar como sea” no existe un cómo, y sin un cómo, no hay un qué. Esa es la razón por la que no hay ni juego ni resultados. El primer paso para conseguir un funcionamiento es reestructurar a fondo la cultura futbolística del país: entender que si no se sabe qué tipo de música se va a tocar, es imposible sonar bien. Hoy ningún jugador sabe qué partitura debe interpretar y el entrenador parece que aún no está decidido al respecto. La improvisación funciona dentro de un orden y debe ser esporádica, ya que el caos por el caos mismo no trae consigo buenos augurios. La tarea inmediata de Bauza es rodear a Messi de jugadores de buen pie que propicien juego, y Argentina tiene jugadores de sobra para ello: Guido Pizarro, Kranevitter, Franco Vázquez, Pastore y Banega son solo un puñado de ellos. El conflicto es que estos mismos futbolistas, que pueden asociarse y aportar a la faceta creativa del equipo, son constantemente criticados por la prensa y la gente, siendo acusados de “pecho fríos” y demás calificativos. Porque hoy en Argentina se aplaude a quien pierde el balón y se tira al piso para recuperarlo, pero se critica a quien trata de cuidarlo en primera instancia. Esto es porque hace treinta años se le da la espalda a una cultura, a una tradición. A Menotti se lo tildó como un perdedor incluso cuando ganó dos Mundiales —el de 1978 y el Mundial Juvenil en 1979. Sí, uno más que Bilardo, quien es referenciado indiscutidamente como un ganador. El argumento de dividir el fútbol entre ganadores y perdedores es tan endeble como ingenuo. Me voy a repetir a mí mismo para remarcar que todos los estilos han ganado y perdido por igual, lo vital es entender que lo único que se puede elegir es cómo se llega al resultado. Ni en la vida ni en el fútbol se puede elegir triunfar o fracasar, solo se puede elegir serle fiel o no a uno mismo, y Argentina se está traicionando desde hace tres décadas. En el país de Maradona, Messi, Di Stéfano, Riquelme, Redondo y tantos otros, se pregunta cuál es el estilo a emplear, ignorando la tradición futbolística que hizo grande al país en este deporte.
El primer paso es volver a las fuentes, tratar de no errar en lo simple, intentar cuidar el balón y propiciarle a Messi jugadas de peligro dentro de un entorno que lo ampare. Así, poco a poco se ganará la confianza necesaria para volver a transitar la senda de la esencia antes de que sea demasiado tarde.
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