Debate / Espacio Público - CTXT
¿Hay alguien que reivindique el socialismo?
Marià de Delàs 11/11/2016
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Millones y millones de personas imaginaron durante décadas un estado de cosas diferente al que viene impuesto por el poder del dinero. Un estado de bienestar y de justicia, gracias a la igualdad de derechos económicos y sociales. Confiaban en que una fuerza representativa de los trabajadores podía hacerse con el control de todo o parte del poder político y en que la economía y la vida social podían funcionar de otra manera, bajo criterios democráticos, sin obediencia a los intereses y directrices de los poseedores de capital. La producción de bienes debía racionalizarse, había que distribuir la riqueza equitativamente, el Estado garantizaría los servicios básicos esenciales a toda la población.
En el siglo pasado, la palabra ‘socialismo’ sirvió para reivindicar una aspiración, o aspiraciones, más o menos enfrentadas a la lógica capitalista.
Hoy a veces parece que el ‘socialismo’, como proyecto de sociedad, en sus diferentes concepciones, ha dejado de existir o ha quedado reducido a una sombra muy liviana de lo que fue.
Lo decía hace unas semanas el propio Primer Secretario del Partit dels Socialistes de Catalunya, Miquel Iceta: “el problema del socialismo es cuando ha dejado de serlo”.
¿Quién reivindica hoy en día explícitamente la idea de la construcción de una sociedad socialista?
Quedaron atrás los intentos generalizados de colectivización de la economía, de eliminación de la propiedad privada sobre los medios de producción y de implantación de un sistema alternativo al capitalismo.
Fue mucho más que un intento, porque lo que se conoció como el “socialismo realmente existente” transformó radicalmente la vida de los seres humanos en gran parte del planeta. A pesar de los pesares, muchos soñaron con la desaparición de las clases sociales.
Y otros creyeron que la justicia social no era incompatible con el funcionamiento de la economía de mercado. En nombre de la “socialdemocracia” difundieron la idea de que los desmanes que tienden a cometer los que atesoran fortunas se podían controlar, sin necesidad de entregar al Estado el control sobre la economía.
Miquel Iceta lo recordaba de esta manera en entrevista concedida a Público: “Socialdemocracia es regulación de los mercados, fiscalidad progresiva, servicios universales gratuitos y de calidad, redistribución, lucha contra las desigualdades…”.
Son cosas que a menudo se olvidan y sin embargo, hoy en día son muchos son los partidos de diferentes países que en su denominación mantienen las palabras ‘socialista’ o ‘socialdemócrata’, sin que esas ideas figuren en sus programas. Son muchos también los dirigentes que en sus discursos apelan al ‘socialismo’ y no se entiende qué quieren decir.
Ocurre también que nuevas fuerzas, que no se definen como socialistas, reivindican en la actualidad los valores y las políticas de la socialdemocracia clásica.
Y otras organizaciones políticas, viejas y nuevas, se declaran abiertamente anticapitalistas. Todo eso choca con la falta de discusión, dentro y entre todas estas organizaciones, sobre el modelo social que se puede contraponer frente al actual estado de cosas.
Por eso, el debate abierto aquí por Bruno Estrada, en Espacio Público, sobre lo que será o puede ser el socialismo en los tiempos que tenemos por delante, parece más necesario que nunca para una izquierda, a menudo nostálgica de modelos de Estado y de relaciones internacionales irreproducibles, y excesivamente enfrascada en polémicas que poco o nada tienen que ver con proyectos políticos.
En otro tiempo discutía sobre los mecanismos necesarios para limitar o hacer imposible el ejercicio del poder basado en la acumulación de riqueza. Hoy convendría que buscara nuevas herramientas, y que revisara las viejas y sus manuales de instrucciones, teniendo en cuenta que ya no sirven.
Se trata, como siempre, de estudiar la historia y tenerla presente para mirar al futuro.
Y es por eso que esa izquierda del siglo XXI ha de buscar instrumental para remediar los efectos infernales, catastróficos, que tuvo la acumulación de poder administrativo en los países del “socialismo real”.
Tenemos constancia hoy en día de discusiones interminables sobre liderazgos y modelos organizativos, debates casi siempre estériles, en los que supuestamente se defienden ‘proyectos políticos’ y “líneas estratégicas” diferenciadas, que nunca se explican, porque apenas existen. Tras ellos se esconden, más que cualquier otra cosa, batallas entre camarillas, defensas de jefaturas, cargos, escaños, control de organismos, posiciones en las listas, despachos y parcelas de poder, por escaso que sea el terreno en disputa.
Hemos asistido a luchas despiadadas entre rivales políticos, sin que tales batallas hayan servido para exponer y contraponer verdaderas ideas. Esa práctica es viejísima. Tan vieja que cuando se habla de las ‘victimas’ de tal o cual contienda, actual o pasada, son muchos los que justifican el daño causado como algo normal, como un mal necesario. “Así es la política”, “el que quiere intervenir ya sabe a lo que se expone”, son frases de uso corriente entre personas a las que habría que hacerles ver que si la realidad política es así, habrá que cambiarla. También ese propósito de cambio debería encontrarse entre las prioridades de cualquiera que pretenda entusiasmar a sectores importantes de población con propuestas de cambio social.
Millones y millones de personas imaginaron durante décadas un estado de cosas diferente al que viene impuesto por el poder del dinero. Un estado de bienestar y de justicia, gracias a la igualdad de derechos económicos y sociales. Confiaban en que una fuerza representativa de los trabajadores podía hacerse con el...
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Marià de Delàs
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