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Tribuna

En la permanente crisis de la socialdemocracia

La tragedia del PSOE es que la triple alianza entre su condición proneoliberal, la imposibilidad estructural de un proyecto socialdemócrata y la crisis de régimen confluyen en forma de violentas crisis que lo debilitan de forma irremediable

Brais Fernández / Jaime Pastor 12/10/2016

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“Queremos hacer la música que ellos no puedan tocar”, Thelonious Monk. 

Es bastante difícil definir con exactitud la génesis de una crisis a partir de un hecho concreto. Las crisis estallan en torno a hechos, pero se desarrollan lentamente, de forma larvada, durante periodos de tiempo más o menos largos. Mientras tanto, hay una cierta consciencia de que algo está pasando, pero nadie reacciona hasta que todo ha saltado por los aires: el aroma a inevitable es algo característico de las crisis.

Algo así ha ocurrido con la crisis de la socialdemocracia en Europa. Mucho y durante muchos años, se ha escrito sobre su crisis estructural, relacionada con los cambios en la composición de la clase trabajadora y la crisis del Estado nacional del bienestar. Son, sin duda, factores fundamentales a los que volveremos más adelante, pero muchas veces son nominados como simples elementos descriptivos, sin explicar cómo se producen. Trataremos de comenzar la génesis explicativa con el ejemplo de un hecho “olvidado” en la historia oficial.

El relato más extendido sobre el fin del welfare y el inicio de la era neoliberal suele tener dos sucesos de partida. Uno, menos popularizado, es la derrota de los controladores aéreos frente a Ronald Reagan en 1981. La explicación del porqué de esta derrota es poco popular es muy sencilla: los controladores aéreos siempre aparecieron como un sector privilegiado y poco dado a la épica, a pesar de que, en realidad, los años dorados del capitalismo de la posguerra tuvieron como fracción de clase matriz a la llamada “aristocracia obrera”, mientras que el peso de la generación de valor caía sobre lo que los “operaístas” italianos llamaron el obrero-masa.

El relato más extendido sobre el fin del welfare y el inicio de la era neoliberal suele tener dos sucesos de partida: la derrota de los controladores aéreos frente a Ronald Reagan en 1981, y la de los mineros británicos, en 1984

Hay otra derrota que cumple el papel icónico (en el mejor sentido del término) en la mitología socialista: la derrota de los mineros británicos en 1984, tras una huelga durísima y prolongada, el último acto en donde un sector del movimiento sindical consiguió representar al conjunto de la clase trabajadora. Una derrota que se da con Thatcher ya en el poder; una derrota del último gran intento de autodefensa a la ofensiva.

Pero, ¿cómo había llegado Thatcher al poder? ¿Por qué el ciclo de luchas de los años 60 y 70 culminó en la contrarrevolución neoliberal y no en el fortalecimiento del Estado Social, tal y como proponía la socialdemocracia? En 1978-79 se produce el hecho “olvidado” al que aludíamos más arriba que nos puede servir para ejemplificar nuestra idea. Ese invierno estallan en Gran Bretaña una serie de huelgas coordinadas por los sindicatos. Ese invierno es conocido por un verso de Shakespeare: “El invierno del descontento”. ¿Adivinan quién gobernaba en Gran Bretaña en aquel momento? Pues el Partido Laborista, liderado por un tal James Callaghan, el cual cuando le preguntaron por la gravedad de la crisis social que acababa de estallar en sus narices respondió: “¿Crisis? ¿Qué crisis?”.

Esta anécdota resume muy bien la génesis de la crisis de la socialdemocracia. Mientras sus bases sufrían derrotas políticas que modificaban la relación de fuerzas y abrían el camino a esa recomposición de clase que dejó al “reformismo de la posguerra” sin el sustrato que la sostenía, la socialdemocracia miraba hacia otro lado, con la única perspectiva estratégica de mantener un orden que la clase dominante impugnaba porque ya no servía para contener el empuje del movimiento obrero. 

Esa política podríamos llamarla la “paradoja de la socialdemocracia”: inmolarse en aras de mantener un orden que ya no se puede mantener y que termina debilitando su proyecto político. Si en 1914 la socialdemocracia se inmoló por patriotismo (por cualquier patria), en 1919 fue por la “democracia burguesa” frente al “peligro bolchevique”, y en 1981 con Mitterrand fue por la capitulación ante la ofensiva neoliberal, el PSOE español tiene el mérito de conectar con ese hilo histórico poniendo sus restos a disposición del régimen del 78 y el Partido Popular. Eso sí, a diferencia de otras épocas, como en los llamados “30 gloriosos”, el PSOE de Susana Díaz y de Felipe González no aspira a construir un proyecto con reformas, porque está frontalmente enfrentado al “movimiento real”, es decir, a todos esos impulsos que desde lo social tratan de conseguirlas. 

La paradoja de la socialdemocracia: inmolarse en aras de mantener un orden que ya no se puede mantener y que termina debilitando su proyecto político

Originalmente, la socialdemocracia y los proyectos revolucionarios no se diferenciaban en su fin, sino en los medios. La socialdemocracia defendió históricamente una estrategia gradualista desde el Estado, basada en una acumulación de reformas impulsadas desde los gobiernos. Se puede cuestionar legítimamente esa estrategia (y los que escriben se encuentran entre ellos) sin negar que, gracias al nuevo escenario creado tras la derrota del nazismo y del fascismo, tenía efectos concretos sobre la vida de las clases trabajadoras, tal y como recoge el documental de Ken Loach El espíritu del 45. Sin embargo, a partir de los años 80, a raíz de las derrotas obreras y de la descomposición de las bases sociales del viejo reformismo, se produce una mutación en la estructuración del capital que va acompañada de una mutación de la socialdemocracia, paralela a una transformación casi antropológica de sus dirigentes. Un giro que se da en el marco de su identificación creciente con el “nuevo europeísmo” que tan bien criticó Peter Gowan, y que ha tenido resistencias e hitos. Nos gustaría poner un ejemplo que ilustra esa disputa política en el seno de la socialdemocracia, sin la cual es imposible entender su actual subordinación total al neoliberalismo.

El punto de inflexión más relevante de resistencia a este giro neoliberal se encuentra en el desenlace del conflicto que se desencadenó dentro del Partido Socialdemócrata de Alemania entre Oskar Lafontaine, por un lado, y Gerhard Schroeder, por otro, en torno a la necesidad o no de poner un freno al libre movimiento de capitales entre unos países y otros. Tras las elecciones de septiembre de 1998 y la formación de un gobierno de coalición rojiverde, la propuesta de Oskar Lafontaine, nombrado ministro de Finanzas, de luchar contra el capital especulativo y establecer acuerdos internacionales sobre los tipos de cambio de divisas chocó con la oposición no sólo de la derecha y del capital financiero sino también de su propio partido y sin que Los Verdes le apoyaran, provocando así su dimisión en marzo de 1999. Posteriormente, Lafontaine opta por la escisión y funda Die Linke: la conquista de la socialdemocracia por el neoliberalismo fue total a partir de ese momento. Tomada la última trinchera, Schroeder, Blair y otros ideólogos de la tercera vía ya podían decir, con poca vergüenza y mucho mesianismo, que “el mercado laboral necesita un sector de bajos salarios para poder ofertar trabajos que requieran esa preparación”. Es decir, continuar con la destrucción de las bases sociales (una clase obrera organizada, cuyos derechos estaban estructurados en torno al trabajo) del proyecto socialdemócrata. En resumen: con la adopción de las políticas neoliberales, la socialdemocracia ha ido acabando en las últimas décadas con su condición de posibilidad.

A partir de los años 80 se produce una mutación en la estructuración del capital que va acompañada de una mutación de la socialdemocracia

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Mientras que la socialdemocracia europea representaba a un sector del movimiento obrero conservador integrado en el bloque de poder, frente a los impulsos anticapitalistas de otros sectores de la clase trabajadora, el PSOE de Felipe González, desde el principio de su reinado, se identifica con el conjunto del Estado, fusionándose con él hasta límites insospechados y asumiendo el papel de  vertebrador del “régimen”. Eso significaba ante todo articular una alianza social que integrase a sectores de las clases subalternas mientras mantenía intactos los intereses del capital. Ese equilibrio precario o síntesis virtuosa, según se mire, entra en crisis estructuralmente con el estallido de la burbuja financiera de 2008. La insurrección pacífica del 15M y la aparición de Podemos forman parte de un ciclo en que la crisis comienza a ser respondida desde las clases subalternas, otrora sostén del PSOE.

Claus Offe decía que “la contradicción consiste en que el capitalismo no puede coexistir con el Estado social ni subsistir sin él”. En efecto, la raíz de la crisis del PSOE se encuentra en esa tensión entre la necesidad del capitalismo europeo de ir reduciendo la dimensión social del Estado para superar su crisis de rentabilidad, por un lado, y el riesgo de que ese progresivo desmantelamiento vaya generando un déficit de legitimidad entre la población, por otro, y que no ha hecho más que agravarse en el último periodo. La anomia ideológica del socialismo español, incapaz de plantearse ni tan siquiera esta contradicción de “época”, reduce todos los problemas del PSOE a sus consecuencias. Se nominan periódicamente los síntomas como si fuesen las causas: el PSOE es incapaz de conectar con la nueva juventud trabajadora, incluso con las clases medias urbanas, y sólo se mantiene fuerte entre las clases pasivas a través de la tradición y de la identidad, como si las adhesiones a un proyecto político estuvieran determinadas por su táctica o por sus liderazgos y no por procesos sociales de fondo.

El dilema para el PSOE no era, ni es, elegir entre Pedro Sánchez y Susana Díaz. No tiene tampoco una resolución táctica fácil, como si todo se redujese a elegir entre un gobierno con los nuevos partidos o una “gran coalición” con el PP. En nuestra opinión, la tragedia del PSOE es que, en realidad, la triple alianza entre su condición proneoliberal, la imposibilidad estructural de un proyecto socialdemócrata y la crisis de régimen confluyen en forma de violentas crisis que lo debilitan de forma irremediable. Por traducir esas tres cuestiones en acontecimientos concretos: el 15M, la reforma del artículo 135 y su desplome electoral son parte del mismo proceso que determinan la crisis de la socialdemocracia española, no accidentes evitables o contingentes. A todo esto se suma la identificación de este partido con un nacionalismo español excluyente y con un fundamentalismo constitucional que le impiden responder democráticamente a la persistente demanda de referéndum sobre la independencia desde Catalunya.

El dilema para el PSOE no era, ni es, elegir entre Pedro Sánchez y Susana Díaz

La socialdemocracia española ha cumplido su misión histórica, aunque para ello tenga que sobrevivir en una situación de crisis permanente. Gramsci dijo del Partido Socialista Italiano en 1921 que “es hoy el máximo exponente y la víctima más conspicua del proceso de desarticulación (por un nuevo, definitivo equilibrio) que las masas populares sufren como consecuencia de la descomposición de la democracia". Definición que puede ser perfectamente aplicada al PSOE de hoy. La historia ha sido la que ha sido, no por casualidad. Crisis de régimen del 78 y del capitalismo posfordista europeo es  hoy sinónimo de crisis de la socialdemocracia.

La pregunta lógica, o la respuesta a explorar, es qué orden alternativo podemos proponer a esta crisis. Una matización antes de continuar: la crisis existe aunque no se exprese de forma abierta en todos los momentos ni en todos los lugares, aunque reaparezca bajo diferentes formas y a veces esté tan presente que ni llame la atención. No será una crisis de rápida resolución aunque tendrá momentos acelerados donde todo puede cambiar. La construcción de ese nuevo orden que viene será costoso y tendrá muchos campos de batalla. Uno de los mayores peligros en esa marcha es tratar de repetir el pasado.

 A lo que ha renunciado el viejo reformismo es a conquistar parcelas de democracia en la vida económica

Porque si, como decíamos más arriba, la crisis de la socialdemocracia tiene raíces estructurales que van más allá de las miserias de sus dirigentes, urge tratar de hacer lo que ellos no han sido capaces de hacer. A lo que ha renunciado el viejo reformismo es a conquistar parcelas de democracia en la vida económica, a aquella norma tan simple de que la economía debe ser la servidora de la sociedad conscientemente dirigida. Tampoco puede hacerlo porque ni controla ya el Estado ni se sustenta sobre un movimiento sindical fuerte capaz de arrancar desde lo laboral derechos. Ojo: con esto no queremos decir que la izquierda tradicional no pueda servir en determinados momentos como vehículo para nuevos impulsos. El fenómeno Jeremy Corbyn es un ejemplo de ello, a condición de que no olvidemos que lo que le dota de dinamismo, lo que le convierte en un fenómeno social vivo, es Momentum, ese movimiento en donde se encuentra la tradición socialista con nuevas formas de hacer política. 

Eso no ocurrirá con el PSOE. Hay que caracterizar a un partido no sólo por su composición sociológica o sus símbolos, sino por la clase de acontecimientos que le determinan: el 15M y el surgimiento de Podemos y los municipalismos provocaron el cierre del PSOE como vehículo de las demandas populares. Hay nuevas referencias, nuevos códigos, una experiencia de lucha que fundó un nuevo espacio, que necesita ampliarse, consolidarse, desarrollarse. Para ello, empecemos haciendo lo que la socialdemocracia no ha podido ni puede hacer: organizar más allá de la representación, crear contrapoderes y tejido más allá del Estado, preparar la desobediencia masiva contra el neoliberalismo y la arquitectura autoritaria de la UE. El último que contempló la crisis de la socialdemocracia pero quiso ser como ella no acabó muy bien: la experiencia griega de Tsipras y Syriza no debería ser un cierre, sino una reapertura para ir más allá de la socialdemocracia. Porque la pregunta sigue siendo la de siempre, la que se hace Mario Tronti en su libro de reciente publicación La política contra la historia: “¿Cuál es la vida política sensata? ¿La que acepta el mundo o la que lo rechaza? ¿Actuar sobre el mundo para preservarlo o para cambiarlo?”. La socialdemocracia ya ha agotado su capacidad de tan siquiera plantearse estas preguntas: es hora de buscar nuevas respuestas. 

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Brais Fernández es miembro del secretariado de redacción de Viento Sur y editor en Sylone. 

Jaime Pastor es el editor de Viento Sur y profesor de Ciencia Política en la UNED.

Ambos son militantes de Anticapitalistas.

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Brais Fernández / Jaime Pastor

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1 comentario(s)

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  1. alsalla

    Pues eso como decía aquel: " Si eres socialista, ¿ Por qué votas al PSOE ?, ellos no lo son".

    Hace 8 años

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