No te merezco
Master Chaff
Mercedes de Pablos 19/11/2016
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Ahora que la cocina sustituye otras pasiones más peligrosas como el fútbol, la nación o la religión, al menos para los que no queremos andar con la ira en la boca, he tenido la sensación estos últimos días de una gran “Chaff” universal, como si el huevo de un titanosaurio se desplomara desde el cielo raso en toda la jeta de la Tierra.
No sé si a estas alturas llegaremos a alcanzar la maestría de un Arzak o un Ángel León en la textura exacta de los huevos poché, por seguir con la cosa oológica (adoro la ortografía y sus caprichos, que la ciencia que estudia los huevos no lleve h es casi una broma) pero si Miguel Hernández era perito en lunas nosotros lo vamos siendo en disgustos, chafados como estamos sin mucha explicación que llevarnos a la boca.
El menú argumental es más sombrío que un almuerzo de Cuaresma en mi infancia o que una cena en plan vegano y tan escaso como el de un cartujo. Aparte de la cara de bobos que se les ha quedado a los que presagiaban una victoria tranquila de Clinton y, por ser pizca críticos, se preguntaban cómo un payaso (sic) había llegado a la recta final de algo tan serio como unas elecciones, la lectura general del Trumpazo y sus contextos (esa Le Pen eligiendo zapatos para pisar el Elíseo con la punta) es más básica que un pantalón negro de pinzas.
Sin arrugar una ceja hemos visto desfilar reflexiones sobre la clase media cabreada y la desconfianza en las élites políticas
Sin arrugar una ceja hemos visto desfilar reflexiones sobre la clase media cabreada y la desconfianza en las élites políticas. Acabáramos. Como si no hubiéramos visto más señales de humo que en las películas de Ford. Luego está la preocupación sobre el populismo, dicho esto como una cualidad, o defecto, que consiste en decirle al personal lo que quiere oír como si la esperanza fuera de por sí una solución, como si los discursos fueran más eficaces a medida que consiguen clientes como en una campaña de Lotería en Navidad (cielos, hago un descanso para lavarme la solapa del almíbar de la última: entre la ternura y el porno emocional hay una delgada línea que hemos debido dejar muy atrás).
Con el populismo pasa como con el fascismo, que su formulación política cambia con los años pero sus prácticas parecen indubitables. Nadie va a sacar alegremente la guerrera negra ni izará la mano derecha, pero los campos de refugiados apestan al pasado más atroz y la cosificación del otro reduciéndolo a un enemigo habita hasta en la puerta de nuestra casa. Nunca hemos visto la ira tan a cara descubierta, las redes apestan de insultos que esos sí caben en 140 caracteres a falta de ingenio.
Y entre la cautela diplomática de quienes institucionalmente deben relacionarse con El Electo en EEUU, que más parece prudencia que fe en el sufragio universal, y quienes a las claras desconfían del unhombre-unvoto que ha dado sentido a nuestras democracias, la intelligentsia calla y otorga con síntomas de una depresión que nos evoca, ay, la última carta de Stefan Zweig. Mal tiempo para quitarse del Orfidal, o del chocolate negro.
Aunque en medio de este shock siempre hay quien se apunta a meter palo en candela. El temible escritor francés Michel Houellebecq que de Enfant Terrible ha pasado a Señor Mayor Insoportable ha dicho unas cuantas lindezas que, inteligentes al fin, encierran un fondo de verdad. Las élites odian al pueblo, ha clamado en Buenos Aires ante un auditorio que hizo cola por oírle y que le vitoreaba tal hinchas del Boca, que no es lo mismo que decir lo contrario, incluso es precisamente lo contrario, o sea, que las élites se han ganado a pulso el odio popular. Ese odio y desprecio de las élites, en las que mete a los políticos (presa fácil, ya te vale Michel), los universitarios, intelectuales y medios de comunicación, se basa en el desprecio que muestran a la voluntad popular con sus Trump y sus Le Pen, porque según él no han abandonado el viejo adagio Real de Todo por el Pueblo pero sin el Pueblo. Lo que no dice el autor de Sumisión es si criticar a la mayoría es elitista y criticar a la minoría, ergo el poder, no. Tampoco entra en matices de cómo se fragua una opinión pública ni en lindezas de la masa invertebrada, tuneando a Ortega y Gasset si me permiten la osadía. Su alabanza a la voluntad popular se aferra, en la parte menos provocadora y rala, en el trillado “la mayoría siempre tiene la razón” que todos dicen y pocos creen. No, no tienen la razón, tienen la razón democrática, que es otra cosa. Si cada cual puede equivocarse todos a una podemos equivocarnos mayoritariamente, máxime si el miedo nos hace vulnerables y sacamos las tripas para decidir en vez de la cabeza.
Más que pensamiento líquido estamos ante el triunfo de la sal gorda, de la fast food precisamente ahora que todos queremos cenar delicatessen en vez de la tortilla francesa, tan middle class. Mientras el mundo de las Ideas hace un gran Chaff.
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Mercedes de Pablos
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