Evita Perón dando un discurso frente a una multitud de mujeres
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Yo no creo que las palabras aparezcan por generación espontánea. De hecho, hace demasiado tiempo que se transmiten en una larga línea evolutiva, y además, voz a voz, es decir, cada palabra (no cada raíz: también cada variante) y todo lo que lleva alrededor, que los gramáticos conocen estupendamente. Y que a veces, pequeños cambios extendidos (las palabras son cosa aprendida) se convierten en grandes cambios en el propio sistema lingüístico, en, deberíamos pensar, el propio sistema de pensamiento. Porque pensamos en palabras, y en frases (en mi caso, llenas de anacolutos, ay). Y las palabras, y la sintaxis también, condicionan el horizonte de pensamiento de los hablantes. De nosotros, vaya.
Y de repente hay palabras que se cargan de significados tan ambiguos que sirven para contenidos contradictorios. Y ojo a lo de servir, porque creo que por ahí van los tiros. Palabras que suelen ser útiles, vamos, a las que alguien saca utilidad. Se me ocurre, como primer ejemplo, el vocablo gestionar, que todos sabemos declinar muy bien porque es de la primera y además, regular. Una palabreja que vale para una empresa, que era para lo que estaba derivada, incluso para los distintos aspectos de la susodicha empresa. Que ahora vale para partidos políticos, lo que hace pensar en ellos un poco como empresas, o un mucho, pero también se habla de gestionar crisis personales, gestionar sentimientos, gestionar la educación de tu hijo, gestionar las relaciones de pareja... Como si todo fuera una cosa económica, del amor a la enfermedad, de la desdicha al presupuesto de la compra.
Gestionar viene a ser aquel manejar, pero... con muchísimo más aire empresarial
No es inocente tanta gestión. Y no lo es (vayan a San Google) porque el latinajo del que viene se ha utilizado para traducir, con toda su carga, la angloamericana management, a ver, no exactamente, claro, pero el manejar de los psicoanalistas argentinos (manejar situaciones, por ejemplo, por intentar resolverlas) forma parte de ese corrimiento de los significados. De ese corrimiento semántico, dicho sea sin ningún ánimo jocandi, que las palabras son cosa seria y, por supuesto, se mueven. Gestionar viene a ser aquel manejar, pero... con muchísimo más aire empresarial. Y si una lo usa, hay todo un mundo de matices, de verbos propios y ajenos, que precisan bastante más lo que tienes que, o puedes hacer con tu novio, con los niños, con la pesada de tu suegra, con tu crisis, con tu enfermedad….. aunque ya no tanto con tu presupuesto de la compra, y, a lo mejor, también.
Y a mí me parece que con populismo está pasando lo mismo, y me parece absolutamente grave. Yo era una palabra que no oía, ni menos usaba, desde que era muy joven. Entonces era algo que había definido Lenin y hay que decir que desde el dolor, porque en un grupo populista ruso militó su hermano mayor, y fue ahorcado por el zar cuando Volodia era un niño. La crítica de Lenin a esos grupos populistas era muy dura, hecha desde el rigor pragmático bolchevique, y yo creo que, además del desdén hacia las clases medias, y la afirmación proletaria, había en él un reproche a la ineficacia. ¿No habían permitido el fracaso (y el dolor) del ahorcamiento de su hermano y sus compañeros? Pero igual son figuraciones mías. El caso es que se refería a jóvenes y menos jóvenes nacionalistas de clase media y campesina, rebeldes ante la autoridad cruel y sanguinaria del régimen zarista, que usaron la violencia terrorista, en medio de una sociedad empobrecida y muy desarticulada. Por supuesto, calificar de populista a las primeras ETA era lo normal entre los jóvenes de la llamada extrema izquierda en el País Vasco de los últimos sesentas y primeros setenta. Porque se daba la desarticulación social, el autoritarismo brutal de la dictadura y el terrorismo. Algunos, incluso, llevaban la definición política al discurso castrista. Y también a movimientos entonces emergentes en América Latina, como los peronistas de izquierda en Argentina, o, poco después, los senderistas de Perú. Populista, para mí, era una palabra desde la izquierda, yo qué sé, como izquierdista, aventurerista, blanquista (que no viene de blancos, sino de Blanqui)... Un montón.
La sorpresa mayor es ver aplicada la palabra populismo a opciones filofascistas
Por ahí puedo entender que desde la ortodoxia marxista o incluso desde la socialdemocracia (sean lo que sean ahora estas palabras y quienes las sustentan) se pueda hablar de Podemos o de Syriza como populistas. Pero es muy sorprendente que se haga, como se hace, desde el neoliberalismo descarado. Porque la horma de esa palabra es, precisamente, un análisis de clase. Y ya sabemos que justamente la negación de la existencia de un sistema sociopolítico de clases es la madre del liberalismo, neo y viejo. Así que no es difícil pensar que se trata de un análisis, el suyo, no sólo sesgado, sino sobre todo inconsecuente. La palabra pueblo hace mucho que pasó al folclore (como la palabra clase social ha estado tres décadas desaparecida de los análisis) pero su misma convocatoria, si se llegara a hacer, habría que ponerla en relación con todo un proyecto político en el que tenga relevancia. Es decir, en el que tuviera el rol del sujeto. (Entre paréntesis, la gente no es lo mismo. La gente, para entendernos, es todo el mundo. La ciudadanía, si se prefiere, para hablar de derechos, o mejor “la gente de la calle” para hablar de necesidades y todo ese largo etcétera que nos pasa. Y a mi modo de ver es un concepto demasiado amplio, pero nada tiene que ver con el de pueblo, idealmente vertebrante y diferenciado. Las dos son interclasistas, por supuesto, y las dos se refieren a mínimos comunes. Pero no, pueblo y gente no es lo mismo. Y según mi humilde opinión, ninguna de las dos palabras resultan muy aclaradoras de a lo que se refieren).
Pero a lo que voy: la sorpresa mayor es ver aplicada la palabra populismo a opciones filofascistas, como lo que representan Trump en USA o Le Pen en Francia. Incluso, el entusiasmo con que se hacen comparaciones, que Sartre definiría casi seguro como de mala fe. Estamos asistiendo, y no es la primera vez, a la imposición de una palabra mágica, de una palabra clave, que simplifica los (supuestos) análisis, embarulla la mirada sobre lo que sea la sociedad estrictamente contemporánea, y está cargada puramente de un prestigio dado por su propia imposición. Es obvio que se trata de matar dos pájaros de un tiro, pero... ¿no convendría analizar las opciones políticas desde las propuestas programáticas y… y desde los intereses a que responden? ¿De veras pensamos que Trump (y Le Pen) defienden otros intereses que los del gran capital, el capital financiero internacional y sus adláteres, petroleros, energéticos, en fin, los que mandan en este momento histórico? A mi modo de ver, la diferencia entre la derecha llamada democrática y el filofascismo (o el fascismo a secas) está en los medios para esta defensa. Y no es una diferencia baladí, por supuesto. Pero la diferencia entre la derecha, toda la derecha, y la izquierda, toda la izquierda una vez más, está muy precisamente en los criterios con que se balancearán los presupuestos e incentivos públicos: en este momento, las políticas igualitarias y de bienestar, que vienen siendo patrimonio de las izquierdas. Y que incluyen no sólo los temas económicos y de clase –con lo complejas que resultan las definiciones de clase en este momento-- sino también los de derechos civiles y libertades públicas y privadas. Y no: no son todos iguales.
Pero ahí irrumpe, salida de no sé qué gabinete de estudios, de no sé qué mente privilegiada, la palabra populismo. Y se pone de moda en los medios de comunicación, y, convertida en un talismán totalizador, sustituye cualquier análisis serio, sea desde la perspectiva que sea. Es una palabra mágica, una verdadera máscara que esconde y oculta lo que de verdad importa. En el caso de Trump, un proyecto político aún más desregulador, aún menos vertebrador, autoritario y agresivo. Pero neocapitalista sin ninguna duda.
Yo no creo que las palabras aparezcan en el uso corriente por generación espontánea. Y sí creo en que, debidamente promocionadas, se pueden imponer hasta que parezcan verdaderas e inevitables. Naturalmente, con las consecuencias tan difíciles de eludir como tan peligrosas para lo que debería ser una conciencia recta. Que es la que se plantea las preguntas correctas.
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Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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