
Jorge Luis Borges en el Hotel Beaux de París, en 1969.
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Hace muchos años (perdonarán a mi coquetería que omita fechas precisas), estudié parte de la carrera de Derecho en las magníficas salas de lectura de la Biblioteca Nacional de la Argentina. He regresado muchas veces a ese edificio, situado en el barrio de la Recoleta, cuya estructura, digna de una película retro de ciencia ficción, proyectó el arquitecto Clorindo Testa en 1961, y que −avatares de la política local− se inauguró recién en los años 90.
Esta semana, la invitación para volver a recorrerla tuvo una excusa inmejorable: el escritor Alberto Manguel, que dirige la institución desde junio, desplegó ante un grupo de editores y periodistas las claves de la muestra Borges, el mismo, otro, que conmemora tres décadas del fallecimiento de ese clásico del siglo XX, presentando originales del genial autor argentino, en su mayoría pertenecientes a la colección privada del librero Víctor Aizenman.
Dieciséis manuscritos de Jorge Luis Borges (1899-1986), entre ellos los de sus celebérrimos cuentos ‘Pierre Menard, autor del Quijote’, ‘Las ruinas circulares’ y ‘Emma Zunz’ y de su ensayo La biblioteca total, se exponen en vitrinas alrededor de las cuales Manguel compartió los fundamentos de la iniciativa. "Solemos detenernos en la metafísica de los textos de Borges", señaló, "pero el trabajo de estos manuscritos demuestra que era también un artesano. La palabra justa le interesaba menos que la estructura del texto, su motor. Aquí es posible ver cómo están puestos los engranajes", graficó.
Emociona ver la letra de Borges, dibujada en tinta negra, diminuta y apretada, prefiriendo a cualquier otro papel las hojas cuadriculadas y los cuadernos de contabilidad. Optimista insobornable, "escribía sólo en las páginas destinadas al Haber", relató Manguel, quien en su juventud trató al autor de Fervor de Buenos Aires. Tres veces por semana, al salir de trabajar en la Librería Pygmalión, un Manguel todavía adolescente iba a leerle a Borges, cliente habitual del negocio, que se estaba quedando ciego. El ritual se prolongó entre 1964 y 1968 y marcó para siempre la vida del autor de Una historia natural de la curiosidad (Siglo XXI).
Subrayados, tachaduras y reemplazos de palabras, visibles en los originales, dan idea de la incansable tarea de revisión y corrección a la que el autor de El Aleph sometía sus escritos. "No puede haber sino borradores. El concepto de texto definitivo −escribió en Las versiones homéricas, de 1932− no corresponde sino a la religión o al cansancio". (Nota al pie de la exposición: la manía, valga la paradoja, parece haber sido incorregible. Borges modificaba incluso textos ya editados, como puede constatarse en la Sala del Tesoro de la biblioteca, espacio reservado a investigadores, donde se guarda un ejemplar único de la revista Sur (número 76, enero de 1941) que registra los cambios que Borges realizó, de puño y letra, al texto ya publicado de su cuento ‘La lotería de Babilonia’).
El recorrido de la muestra propone también información (una cronología que ocupa toda una pared organiza en paralelo sus obras, traducciones, libros en colaboración y vivencias personales significativas), que permite descubrir al "Borges lector" −su encuentro con Henry James, con Dante y los poetas españoles, con el budismo...− y se detiene en "cómo leía y qué le interesaba para ver el modo en que esas lecturas llegaban a sus textos", explicó Manguel.
"Inútil es que te forjes / idea de progresar / porque aunque escribas la mar / antes la habrá escrito Borges", bromeaba en cuarteto el siempre ocurrente Manuel Mujica Láinez, autor de Bomarzo. Y si no escrito, al menos sí había imaginado Borges casi todo, como prueba otra sección de la exhibición dedicada a los "libros conjeturales": aquellos que proyectó pero nunca concretó. Entre ellos, una Historia de la literatura de un país imaginario, que planeó escribir con su amigo Adolfo Bioy Casares en 1960; una Biografía del infinito, mencionada en 1934 ("quizá no lo escribió porque pensó que le llevaría demasiado tiempo", deslizó con simpatía Manguel) y Vidas imaginadas (1968), un libro por entregas pensado para aparecer en el diario La Nación.
Vídeos con impresiones de escritores locales de distintas generaciones que hablan de las huellas de Borges en sus obras y libros del catálogo de la biblioteca que registran anotaciones marginales del autor ("no era de los que creen que no hay que marcar los ejemplares") ofrecen otras pistas de su forma de permanecer a través del tiempo.
Que la biblioteca mayor de la Argentina honre a Borges tiene un valor adicional, pues el escritor dirigió la institución entre 1955 y 1973, cuando ocupaba su sede anterior, en la calle México. Casi al finalizar la recorrida, Manguel anticipó que está casi a punto de recuperarse aquel edificio para establecer allí el Centro de Estudios Jorge Luis Borges, que reunirá su obra en todos los idiomas y la totalidad de las investigaciones que existen sobre ella.
"Borges sentía que la forma más clara de ser argentinos es ser universales, mantener que pertenecemos al mundo entero", definió Manguel a modo de despedida. Global antes de que se acuñara la idea de globalización, el maestro se anticipó otra vez.
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Raquel Garzón
Raquel Garzón es poeta y periodista. Se especializa en cultura y opinión desde 1995 y ha publicado, entre otros libros de poemas, 'Monstruos privados' y 'Riesgos de la noche'. Actualmente es Editora Jefa de la Revista Ñ de diario Clarín (Buenos Aires) y Subdirectora de De Las Palabras, un centro de formación e investigación en periodismo, escritura creativa y humanidades.
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