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“La educación y la cortesía se valoran mucho en una persona cuando las tiene y se echan de menos cuando faltan, como está sucediendo a mucha gente en los últimos tiempos. El jueves vivimos un espectáculo bochornoso de mala educación en el acto de apertura de la legislatura con un interesante mensaje de Don Felipe a los representantes de ambas cámaras, de todos los colores y cataduras (también caraduras).
Mientras la mayoría se mostró respetuosa y entusiasmada con un largo aplauso, otros despreciaron con el silencio y los brazos cruzados a la hora de aplaudir. De Podemos cabía esperarlo. Es una ocasión muy hermosa para su performance, que es lo que realmente les va. Ni una idea, pero sí mucho ruido y mucho espectáculo. (...) Los diputados del PNV, que aplauden al Rey cuando va a las Vascongadas (sic), pero se abstienen en Madrid. El PNV tiene mucho que agradecer a esta monarquía parlamentaria. La Corona ha garantizado el mayor autogobierno jamás vivido, ha amparado sus fueros medievales y protegido su identidad cultural como no lo ha hecho ningún régimen a través de los siglos. En fin, que resulta difícil relacionarse en un mundo con tan poca educación y maneras, donde prima lo zafio y el mal gusto, desde el vocabulario a la manera de vestirse”.
“No perder las formas”. Carmen Lomana, La Razón (19-11-2106).
A tenor de la opinión de la atildada --aunque de prosa desaliñada-- candidata de Vox, la grosería se ha convertido en un nuevo casus belli, una cuenta que añadir al rosario de villanías cometidas por la “nueva política”. Lomana no es la única; voces más renombradas y supuestamente rigurosas de la crítica política esgrimen idéntico argumento: la mala educación ha adelantado varias cabezas en el derbi de la acusación mediática. Porque a una acusación de corrupción o de delito siempre le ampara la presunción de inocencia (La presunción de inocencia y el pacto PP-C's, en cuestión. “El fallecimiento de Rita Barberá abre la caja de los truenos en la política sobre si la reacción ante la corrupción ha sobrepasado los límites que deben garantizar el Estado de Derecho” --Pilar Cernuda, Diario de Sevilla, 27-11-2016), pero a una acusación de zafiedad, ordinariez o grosería, no: este intolerable comportamiento indigno de una sociedad civilizada exige una pena máxima, un castigo ejemplar. Y dictado por la autoridad competente, es decir, personas cualificadas como Carmen Lomana, quien termina su alegato contando que se va a Sevilla, donde tiene “el honor de recibir un premio a la elegancia otorgado por el Gremio de Sastres y Modistas de Sevilla”.
Para la enviada especial de La Razón al Mundo del Buen Gusto, la educación consiste en eso que las abuelas llamaban “saber estar” y que en su apartado institucional se resumiría en mostrarse entusiasmado y respetuoso –sobre todo esto último-- con los símbolos del poder. Almendra central del conservadurismo, en él los conceptos de sometimiento y obediencia se tiñen de un aura mágica, un encantamiento irreversible propio de una corte medieval de cuento de hadas donde las clases sociales aparecen bien diferenciadas: al fondo, a lo lejos, una multitud sin rostro que aplaude fervorosamente al paso de sus señores y grita “¡Guapa!, ¡guapa!” tras la carroza. Esa imagen de “sencillas, buenas y sanas gentes” hará las delicias de Lomana, sin duda alguna, y de otros creyentes (Es palabra de HOLA!)
El reverso de este mundo ideal-feudal es la rebeldía de ciertos villanos que pretenden infectar la clara e inocente alma del vulgo infundiéndole ideas revolucionarias. Entre ellas y sobre todas, faltar el respeto a la autoridad legítima y consuetudinaria. Porque a la multitud ignota o al individuo montaraz sí se le puede faltar el respeto: es populacho. Dicen algunos expertos del vocerío que la culpa es de las redes sociales, verdadero estercolero de iniquidades.
“El PP propone reformar una ley para que los 'memes' sean delito” (El Mundo, 8-11-2016).
“Las barbaridades sobre Barberá en Twitter: ¿dónde está el límite?”.
“Las reacciones en la red social Twitter tras el fallecimiento de Rita Barberá han abierto una vez más el debate sobre los límites del humor ante estas situaciones. La red se ha llenado de comentarios en los que, dejando a un lado cualquier gesto de respeto, han ironizado con la muerte de la senadora.” (Ok Diario, 23-11-2016).
Podría parecer chocante que el diario --digital, además-- del especialista en protocolo y buenas maneras Eduardo Inda dé lecciones sobre límites, ya que, en su caso, estos suelen empezar a las puertas de un juzgado. El sentir mayoritario de todos estos ideólogos estriba en que la buena educación sea obligatoria en un Estado de Derecho en el que habría que poner coto a los desmanes de la libertad de expresión y a su hijo bastardo, el humor. No para todos, claro está, sino solo para quien pretenda invadir esa tierra prometida donde mana leche, miel y libertad absoluta. El poder.
En el funeral de Rita Barberá celebrado en la catedral de Valencia la multitud rompió en aplausos al hacer su entrada el expresidente Aznar, muy duro en sus acusaciones a la actual dirección del PP tras la repentina muerte de Barberá. Aún fresca la controversia sobre la idoneidad de celebrar homenajes institucionales a una persona imputada, sobre minutos de silencio y exequias oficiales, nadie se pregunta si la ceremonia litúrgica en una catedral es el momento --y lugar-- más adecuado para ovacionar a un político.
“Una vez que se ha entrado en la iglesia, se está en un lugar sagrado. Es para rezar. Hay que estar en silencio. Desgraciadamente se descuida bastante en muchas iglesias, donde la gente charla con demasiada soltura. El silencio no es un mero no hablar. Expresa respeto, veneración. Es ya una forma de culto, ante Jesús presente en la Eucaristía. Es necesario para descubrir a Dios y poder escucharlo. Tiempo de recogimiento y meditación. Tenemos que ser capaces de guardar silencio. Obvio: no comer, chicles, jugar, muecas, bromas, molestar a otros. Evitar distracciones o la curiosidad de mirar quién entra o sale.” (Buena educación en iglesias y capillas. Web especializada en protocolo).
Oficiaba el cardenal Cañizares para quien los maleducados estaban afuera, cámara en ristre. “Que no se hagan más víctimas, que no se siente a nadie en el banquillo de los medios", dijo el purpurado, quien ejerce de fiscal inquisidor contra otros políticos que no son ni Aznar ni Barberá: “He asistido a una importante escalada contra la familia por parte de dirigentes políticos, ayudados por otros poderes como el imperio gay y ciertas ideologías feministas" (18-5-2016).
Algunos medios llevan décadas avisando de la grosería que supone el derecho de huelga, y de la mala educación de sindicalistas, feministas abortistas, trabajadores despedidos o actores del “No a la guerra”. Una lata y una zafiedad, eso de invadir las calles y cortar el tráfico para molestar a la gente bien educada. En el sano ejercicio de la libertad de expresión, estos mismos adalides de las buenas maneras encuentran muy en razón protestar públicamente por otros motivos, por ejemplo, la aprobación del matrimonio homosexual. Eran los tiempos de Zapatero y su adoctrinadora “Educación para la ciudadanía”, cuando salir a pancartear con los obispos se consideraba de buen tono.
Con tantas instituciones públicas y privadas acosando y zarandeando a diario los derechos básicos del ciudadano (hasta dejar anémico el concepto), la supuesta falta de educación de algunos miembros de la clase política no sería más que una anécdota. O quizá no. Porque la insumisión a ciertos símbolos, incluso en una faceta burlesca y humorística, podría ejercer como revulsivo de una ciudadanía atemorizada o somnolienta incapaz de reaccionar ante las numerosas injusticias y desequilibrios de la sociedad en la que vive. Un peligro. ¡Qué débiles son nuestras instituciones si ni siquiera soportan una burla!
Respecto de las figuras públicas –simbólicas: un cargo es siempre “representativo”--, en sus manos está el ganar o perder ese respeto, notoriedad o prestigio también público, derivados de su cargo o actividad. No se puede reclamar respeto como tampoco exigir admiración. Impedir un homenaje parlamentario como hiciera el PP con las víctimas del franquismo (2003), o con el diputado Labordeta, expresaba animadversión por motivos ideológicos y políticos: le asistía el derecho fundamental de hacerlo. Exactamente igual que los representantes de Ciudadanos en este otro homenaje:
“Toni Cantó y Felisuco no aplauden en el homenaje a Marcos Ana en el Congreso”. “Unidos Podemos difunde el vídeo del acto celebrado en la Comisión de Cultura del Congreso en el que se aprecia cómo los dirigentes de Ciudadanos prefieren no aplaudir al término de la lectura de un texto del poeta recientemente fallecido”. (Público, 29-11-2016).
Participar en un homenaje o no puede expresar más coherencia política que mil páginas de programa electoral.
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Autor >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
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