Simonetta Cattaneo fue, o es -los verbos ser y estar son un lío-, la mujer más bella del mundo. Nació en Génova, pero el mundo la conoce a partir del momento en el que, ya casada, se fue a vivir a Florencia, con el apellido de Vespucci. En Florencia se había corrido la voz, días antes de su llegada, de que algo o alguien espectacularmente bello estaba llegando a la ciudad. El día en el que, finalmente, llegó a Florencia, nadie acudió a su trabajo. La población se apiñó en las puertas de la muralla, esperándola. Cuando llegó, hubo un gran tumulto. La obligaron a salir del  interior del coche y mostrarse. Se resistió a hacerlo, momento en el que pareció que se iba a producir un motín, un linchamiento, alguna explosión de brutalidad. Cuando por fin accedió, su visión perturbó a todo el mundo. Se cuenta que los florentinos quitaron los caballos del coche, y que ellos mismos lo arrastraron hasta el domicilio, el Palazzo Vespucci. Todo este fogonazo de belleza y locura la vio, por cierto, su vecino, Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi. De hecho, conocemos el rostro de Simonetta, sus cabellos incompresibles, sus senos, sus hombros y su vientre sobre el que se podía recostar la cabeza y dormir durante miles de años, gracias a ese hombre, que por adopción del mote de su hermano, que bebía como si no hubiera un mañana, se acabó llamando Botticelli. Botticelli pintó a Simonetta en infinidad de cuadros. Su rostro es el de la Venus de El nacimiento de Venus, si bien, en lo que es un indicio de cómo el rostro, el cabello y los senos de Simontta tatuaron el cerebro de Botticelli, aparece otra vez en ese mismo cuadro, representando a la diosa Flora. Lo mismo ocurre en La Primavera. Simonetta es la Primavera, pero también son dos personajes más. No puede dejar de pintarla. En la Madona Della Melagrana es la Virgen, pero también otra mujer. Es una mujer en un fresco sobre la vida de Moisés, en la Capilla Sixtina. Es Atenea en Palas dominando al Centauro. Es Venus en Venus y Marte. Es ella misma en varios retratos individuales de Simonetta. Otros artistas del momento también recurrieron a su rostro. Es Cleopatra en Ritratto di Simonetta Vespucci come Cleopatra, y Procris en Morte di Procri, ambos de Piero de Cosimo. En la Madonna della Misericordia, de los hermanos Ghirlandaio, un fresco dispuesto en la capilla privada de los Vespucci, es la Virgen. Curiosamente, el niño que sostiene Simonetta/la Virgen en sus brazos, no es otro que el bebé Américo Vespucci, que de mayor daría nombre a un continente. Pero esos pintores, al contrario que Botticelli, parecen no acabar de entender a Simonetta. Su cabello es tan solo un peinado, no un desorden doloroso. Sus senos son la cita de unos senos, no una perplejidad. Es posible, de hecho, que Botticelli pintara más cuadros de Simonetta, incluso más turbadores. Nunca lo sabremos. En breve Florencia vivió la etapa Savonarola. Los Medici fueron expulsados y Savonarola y el integrismo católico gobernaron la ciudad. En la Piazza di la Signoria se instaló la "Hoguera de las Vanidades", en las que se quemaron perfumes, cosméticos, instrumentos musicales, Petrarca, Bocaccio y parte de la pintura del Quatrocento. Botticelli mismo, un creyente y defensor sincero del movimiento de Savonarola, llevó y tiró a la hoguera, con sus propias manos, muchas de sus pinturas. Para entonces, por cierto, Simonetta ya había muerto. Murió a los 22 años. Había conseguido ser un nombre y un rostro admirado en Italia, y había sido la amante, entre otros, de Juliano Medici, pintado también por Botticelli. Botticelli, por cierto, murió en la pobreza mucho mas tarde. Está enterrado en la misma iglesia que Simonetta. A sus pies.

Simonetta, la belleza, la belleza absoluta, la que impide que pienses en otra cosa que no sea la belleza, aparece, en esta historia resumida y depurada, de pocas líneas, junto a tumultos, linchamientos, agresiones, la colonización salvaje de un continente, el integrismo, el fanatismo, el fuego, la vanidad, el poder, la pobreza, la riqueza y la decadencia personal. Un indicio de que la belleza, en efecto, siempre se entremezcla con todo lo contrario, con sus opuestos, con el hedor del mundo. Cuando la ves y te sacude el alma, en la calle, en casa, en tu habitación, no significa que todo lo peor del mundo no exista. El milagro con el que la belleza golpea la frente y el pecho consiste, quizás, en que la belleza siga existiendo, cuando consigue seguir existiendo, rodeada de toda la inmundicia a la que se aferra.