Trump lanza a Taiwán al estrellato (del caos internacional)
La conversación telefónica entre el presidente electo estadounidense y la mandataria de Taiwán supone un giro en la política exterior de Estados Unidos hacia el país asiático. Washington y Taipei rompieron relaciones diplomáticas en 1979
Barbara Celis Taipei , 3/12/2016
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El sol resplandeciente que asomaba la cabeza a media mañana en Taiwán reforzaba en cierto modo el sentir general de un país orgulloso de ser por fin el protagonista absoluto de la información internacional, aunque fuera por obra y gracia del cada vez más impredecible Donald Trump, que rompió el viernes 2 de diciembre casi cuarenta años de silencio diplomático para recibir una llamada de la mandataria taiwanesa Tsai Ing-Wen. Al presidente estadounidense en ciernes aún le faltan casi dos meses para jurar su cargo, pero es evidente que antes de sentarse en el Despacho Oval habrá conseguido cortocircuitar gran parte del tablero político internacional. La presidenta de Taiwán, motivada posiblemente por la ambivalencia de lo expresado hasta ahora por Trump hacia China, decidió llamar al presidente electo estadounidense para felicitarle por su elección y él, ajeno al devenir de la geopolítica internacional y siempre dispuesto a recibir un halago, respondió al teléfono, algo que ningún presidente estadounidense ha hecho desde que ambos países rompieron relaciones diplomáticas oficialmente en 1979, bajo la presidencia de Jimmy Carter y a instancias de Pekín. La conversación apenas duró diez minutos, según dijo la propia Tsai en un comunicado hecho público en la mañana del sábado. En él confirmó lo que ya habían dicho los portavoces de Trump y él mismo vía twitter: que se felicitaron mutuamente por su elección y que hablaron de estrechar vínculos económicos y en materia de defensa. Pero esos diez minutos de cordialidad, y quién sabe cuánta chicha real, bastaron para poner patas arriba a la diplomacia planetaria.
Taiwán, cuyo nombre oficial es República de China (ROC por sus siglas en inglés) ni siquiera existe para el 90% de los países de la ONU puesto que oficialmente sólo una treintena de ellos sin apenas peso internacional lo reconoce ante ese organismo. El resto prefiere reconocer desde finales de los setenta y siguiendo la ruta marcada por los americanos, la existencia de la República Popular de China. Al fin y al cabo, fue unos años más tarde, a finales de los ochenta*, cuando el mundo comenzó a cambiar el made in Taiwan por el made in China y nadie quiere enfadar al gigante asiático (ni a su bolsillo) admitiendo mediante la creación de vínculos diplomáticos la existencia como país de una isla que en 1949 acogió a los dos millones de refugiados que huyeron de la revolución de Mao. (Taiwán fue parte de China desde finales del siglo XVII hasta finales del XIX, cuando le fue cedida a los japoneses. Después de la Segunda Guerra Mundial volvió a manos chinas, aunque tras la victoria comunista comenzó la separación actual).
Taiwán, cuyo nombre oficial es República de China (ROC por sus siglas en inglés) ni siquiera existe para el 90% de los países de la ONU
Los habitantes de Taiwán se consideran los verdaderos herederos de la cultura milenaria china y los únicos con derecho a llamarse China, pero cuando el mundo pronuncia hoy esa palabra se refiere a esa bestia económica con más de 1.300 millones de habitantes gobernada por el partido único del presidente Xi Jinping, no a esta pequeña isla de 23 millones de almas en permanente conflicto consigo misma, con libertades democráticas, un sistema económico abiertamente capitalista, pero una psicótica bipolaridad en lo que a las relaciones con China se refiere.
Taiwán vive desde el final de la Segunda Guerra Mundial bajo el estigma de la llamada “política de una sola China”: un anacronismo de la era de la guerra fría que se resiste a morir. La idea original era que tanto la República Popular de China como la República de China reclamaban la soberanía de la China continental, Taiwán y las islas de Kinmen y Matsu para sí. Hasta finales de los setenta el bloque occidental sólo reconocía Taiwán como la verdadera China y el bloque del este a la China continental. Antes de la llegada de la democracia a Taiwán a mediados de los noventa, el partido único KMT del general Chiang Kai-shek aspiraba a volver a unir ambas naciones y echar a los comunistas, igual que la China continental aspiraba a recuperar Taiwán para la causa comunista. Pero aquellas aspiraciones murieron junto al propio Chiang Kai-shek, aunque su partido siempre ha seguido siendo partidario del llamado “principio de una sola China”, (un mismo país a ambos lados del estrecho). En los años ochenta el líder comunista Deng Xiaoping apeló a la fórmula “un país, dos naciones” por la cual Pekín ejercería la soberanía sobre Taiwán, pero le ‘permitiría’ tener diferente sistema político y económico. Y mientras el partido nacionalista KMT ha tratado de mantenerse siempre cerca de Pekín, el Partido Democrático Progresista (PDP) de la nueva presidenta Tsai Ing-Weng se ha negado a reconocer explícitamente esa idea de “una China, dos naciones”, por lo que desde el pasado junio las relaciones diplomáticas entre ambos gobiernos están congeladas. Sin llegar a pedir explícitamente la independencia de Taiwán, Tsai y su partido sin duda abogan por ser un país completamente independiente de China, aunque dada la delicadeza de la relación nunca se ha verbalizado.
¿Qué papel juega en todo esto Estados Unidos? “La relación con Estados Unidos es de todo menos normal. Si hubiera que explicarle la política de Washington a un extraterrestre seguramente su reacción sería poner cara de no entender nada” escribía tras la elección de Trump Tsai Gary Schmitt, codirector del Marilyn Ware Center for Security Studies del think tank neoliberal American Enterprise Institute, desde el que se aboga por regularizar las relaciones entre Estados Unidos y Taiwán y cuya influencia en la política exterior de Trump parece cada vez más clara. “No apoyar a Taiwán no resolverá las tensiones sino que provocará más inestabilidad e incertidumbre en los aliados y potenciales aliados de la zona. Estados Unidos debería reforzar sus lazos económicos, militares y diplomáticos con la isla. Y, teniendo en cuenta que Taiwán es una democracia, es precisamente lo correcto” sentenciaba Schmitt.
Pekín no reconoce la existencia de Taiwán como país, la considera simplemente una provincia rebelde, y el resto del mundo obedece los designios de China. Estados Unidos también lo hace, aunque como casi todo en la política exterior estadounidense, el juego del doble rasero es claro: aunque en Taiwán no hay embajada estadounidense, en 2015 el país de Donald Trump le vendió armas a la isla por valor de 1.830 millones de dólares. Además, el Taiwán Relations Act, firmado en 1979, autoriza la continuación “de relaciones comerciales y culturales” por lo que la presencia americana en ciudades como Taipei es más que evidente: pese a la ausencia de embajada existe algo llamado American Institute of Taiwán, una institución con 450 empleados cuya financiación depende directamente del Departamento de Estado y que funciona de facto como hilo conductor de las relaciones entre ambos países. “Y está lleno de republicanos. Quedó claro durante las elecciones. No hace falta irse a la América profunda: muchos americanos viajados como los que envían a un país tan complicado como éste votaron a Trump en las elecciones” contaba a este diario una profesora de la escuela americana. Además hay un Club Americano por el que desfilan desde políticos estadounidenses de visita a empresarios y una escuela americana a la que todos los taiwaneses adinerados aspiran a enviar a sus hijos. Conseguir un pasaporte estadounidense es casi deporte nacional para los taiwaneses de clase alta, que o lo compran en el mercado negro hongkonés o llevan a sus esposas a dar a luz a Estados Unidos para que sus hijos tengan doble nacionalidad, los llamados ABC (American born chinese). Por si no bastara, pese a lo pequeño que es, Taiwán es el noveno ¿país? ¿estado? ¿nación? en volumen de intercambio comercial con Estados Unidos.
A esto hay que añadir las llamadas seis garantías que Ronald Reagan firmó con Taiwán en 1982 y que siguen en pie: Estados Unidos no dejará de venderle armas a Taiwán, no le pedirá permiso a China para hacerlo, no mediará entre China y Taiwán, no obligará a Taiwán a negociar con China, no alterará su postura respecto a la soberanía de la isla y no romperá la Taiwán Relations Act.
Pekín no reconoce la existencia de Taiwán como país, la considera simplemente una provincia rebelde, y el resto del mundo obedece los designios de China
China siempre ha hecho ruido por la venta de armas estadounidense a Taiwán, pero como todo en esta tensa relación sin visos de resolverse, el tema nunca ha llegado a provocar una crisis real, aunque Pekín elevó una queja formal el año pasado ante la Casa Blanca. Desde el sábado, tras una tensa mañana esperando la reacción de China a la llamada de Tsai, parece que la tan temida gran crisis tampoco llegará, de momento. “No pensamos que esa llamada vaya a cambiar la política de la China única que Estados Unidos siempre ha mantenido. Esa es la clave de la salud de nuestras relaciones con Estados Unidos. No queremos que esa relación se altere o se estropee” dijo el ministro de exteriores chino Wang Yi. No obstante, el periódico gubernamental chino Global Times, algo parecido a La Razón versión China continental, publicaba un durísimo editorial calificando “el gesto” de la llamada de Tsai a Trump de “mezquino” y asegurando que Trump se había equivocado al responder. Además subrayaba que la política de una sola China que los americanos siempre han respetado es la única posible en esa parte del planeta y amenazaba explícitamente a la presidenta Tsai si se “pasa de la raya”. “Si Taiwán llega a hacer algo que rompa el status quo, tendrá que pagar el precio”.
Mientras en Taiwán los nacionalistas del KMT daba una de cal y otra de arena a través de uno de sus portavoces, Hu Wenchi, quien por un lado aplaudía la llamada como confirmación de una relación sana entre ambos países y por otra le exigía a la presidenta Tsai aclarar qué dirección tomarán las relaciones con el país de Trump cuando éste asuma el poder. Además le pedía a los responsables de seguridad nacional que analizaran si la llamada había que considerarla como una mera cortesía o suponía un giro radical en la relación con Estados Unidos.
Quizás no sea casualidad que precisamente este fin de semana Stephen Yates, ex consejero subdirector de seguridad nacional durante el gobierno de George W. Bush estuviera precisamente en Taiwán. Este exhalcón cercano a Dick Cheney siempre ha defendido el acercamiento a la isla y quizás su mano esté detrás de todo este lío. La llamada de Tsai podría haber sido el primer paso con el que se abre la caja de Pandora que es Taiwán. Pero como todo lo relacionado con Trump, el futuro es peligrosamente impredecible.
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* En una versión anterior se afirmaba que este cambio se produjo a finales de los setenta. Esta transformación comenzó, sin embargo, a finales de los ochenta, mediados de los noventa.
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Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
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